Con un movimiento brusco, Asim se quitó el saco y se dejó caer en la cama, repasando en su mente los momentos del día. La imagen de Shomara en su cumpleaños lo invadía, su largo cabello, su piel bronceada como el sol, su suave aroma floral que lo dejaba sin aliento. Recordaba el momento en que la sacó a bailar, el roce de sus cuerpos, la tensión palpable en el aire.
Finalmente, sus labios se curvaron en una sonrisa mientras revivía el instante en que le deseó feliz cumpleaños a su Rosa Negra, un apodo que siempre había guardado para ella, y la manera en que su corazón latía con fuerza ante la expectativa de su reacción.
Debía seguir bailando antes de saludarla, pero la emoción y la ansiedad lo traicionaron.
El corazón de Asim se hundió cuando, en lugar de recibir el abrazo esperado, Shomara se apartó de él con evidente enojo.
La decepción lo invadió al interpretar su reacción como un signo de que no lo reconocía.
Aunque sabía que su carácter era fuerte, esa distancia lo golpeó profundamente, desvaneciendo momentáneamente sus esperanzas.
Sin embargo, a pesar de la desilusión, Asim no podía evitar admirarla. La fuerza de su personalidad, su confianza y su inteligencia la convertían en alguien único a sus ojos.
Lamentaba no haberse acercado antes, limitándose a observarla desde la distancia, pero el deseo de protegerla de las miradas indiscretas de otros hombres lo había llevado a sacarla a bailar, desafiando su propio orgullo.
Durante el baile, luchó por contener el impulso de robarle un beso, consciente de que aquel no era el momento ni el lugar para declararle su amor.
En su lugar, dejó una pista, esperando que ella lo recordara.
La sensación de tenerla entre sus brazos, el aroma de su piel impregnado en su ropa, todo ello lo embriagaba, despertando una pasión que amenazaba con consumirlo.
Decidido a calmar su mente y su cuerpo, Asim se apresuró al baño en busca de una ducha de agua fría.
El frío impacto del agua sobre su piel ardiente lo sacudió, pero incluso así, su mente seguía repasando cada momento del baile, cada roce, cada mirada compartida.
Después de un esfuerzo considerable, logró recuperar la calma, secándose y vistiendo antes de volver a la cama, esperando encontrar algo de paz en el sueño antes de enfrentar los desafíos del día siguiente.
Con la mente llena de pensamientos sobre su futuro y la esperanza de estar con su amada, Asim se sumergió en la oscuridad de la noche, anhelando el momento en que pudiera reunirse nuevamente con su Rosa Negra.
Mientras tanto, en la tranquilidad de su habitación, Shomara no podía apartar de su mente la imagen de aquel Adonis que había irrumpido en su vida de manera inesperada.
Con la casa en silencio y su madre retirada a descansar, su mente divagaba entre recuerdos y pensamientos confusos.
—No puedo dejar de pensar en él —murmuró para sí misma, sintiendo cómo la incertidumbre se apoderaba de su corazón.
¿Por qué la llamaba Rosa Negra? ¿Qué significaba todo aquello?
Una mezcla de temor y emoción se apoderaba de ella al recordar los momentos compartidos con Asim.
Bailar con él había sido una experiencia abrumadora, con cada roce de sus cuerpos despertando sensaciones desconocidas en lo más profundo de su ser.
Su presencia imponente, sus ojos color miel llenos de sinceridad, su aroma embriagador... todo en él la había cautivado de una manera que no podía explicar.
Pero, a pesar de la atracción innegable que sentía hacia él, Shomara sabía que debía mantener la guardia alta.
—Debo ser seria y considerar las consecuencias —se recordaba a sí misma, intentando alejar los pensamientos que la llevaban a terrenos peligrosos.
Recordaba cómo Sharon, su confidente, siempre había elogiado la belleza y el encanto de Asim, incluso antes de conocerlo personalmente.
—Ese hombre fue creado por los dioses —solía decir Sharon, y ahora Shomara entendía por qué.
La mención de su apodo, Rosa Negra, despertaba en ella una mezcla de nostalgia y confusión.
¿Cómo sabía Asim sobre ese nombre? ¿Qué más sabía él de ella?
A pesar de las dudas y los interrogantes que la atormentaban, Shomara no podía evitar sonreír al recordar las travesuras de la infancia que compartía con Asim.
Su vínculo, aunque distante en el tiempo y en la distancia, seguía siendo tan fuerte como siempre.
Shomi por sus seres queridos, se encontraba sumida en sus pensamientos mientras se abrazaba a su osito de peluche, un regalo de Asim que se había convertido en su consuelo y compañía durante los últimos cinco años.
La habitación estaba envuelta en una suave penumbra, y el silencio solo era interrumpido por el suave murmullo de la noche.
En su mente, Shomi revivía los recuerdos de su infancia junto a Asim, el joven que había prometido protegerla desde que tenía apenas 11 años.
Para ella, él siempre había sido su príncipe, el único hombre en quien confiaba plenamente para cumplir esa promesa sagrada.
A pesar de su separación física, Shomi mantenía viva la esperanza de volver a reunirse con él algún día.
La incertidumbre sobre el paradero de Asim y su falta de comunicación la llenaban de ansiedad y preocupación.
Había pasado años sin noticias suyas, dependiendo únicamente de los relatos fragmentarios que su familia compartía sobre los logros y progresos de Asim en su carrera militar.
La distancia y el silencio solo aumentaban su deseo de volver a verlo y sentir su protección.
Ante la agitación de sus pensamientos, Shomi recurrió a una técnica de relajación que Asim solía enseñarle: cerrar los ojos, respirar profundamente y exhalar lentamente, repitiendo el proceso cinco veces.
La práctica le permitía calmar su mente y recuperar la serenidad perdida en momentos de angustia.
Finalmente, exhausta por la intensidad emocional del día, Shomi se dejó llevar por el sueño, dejando que los recuerdos de su infancia y la promesa de protección de Asim la envolvieran como un suave manto, llevándola hacia los brazos reconfortantes de Morfeo.
Pero en la mente de Sharon bullían pensamientos maquiavélicos y ambiciosos