Shomara se encontraba acostada en su cama, con el corazón latiendo con fuerza mientras escuchaba los pasos que resonaban en los pasillos, indicando la presencia de su bisabuela, Ángel y Carmen, todos reunidos afuera de su habitación con ansias de verla despertar.
Sin embargo, decidió hacer como si estuviera dormida, tratando de calmar la ansiedad que la embargaba.
Respiró profundamente, intentando mantenerse quieta para que pensaran que aún estaba dormida, queriendo preservar la sorpresa que habían preparado para ella.
Podía sentir la emoción vibrando en el aire a su alrededor, alimentando su propia anticipación.
—¿Crees que ya esté despierta? —murmuró Carmen con entusiasmo en su voz, ansiosa por ver la reacción de Shomara.
—Creo que sí, pero vamos a asegurarnos de no asustarla —respondió su bisabuela con ternura, compartiendo la misma emoción.
El picaporte de la habitación se movió suavemente y Shomara sintió los pasos que se acercaban a su cama. Unos dedos suaves acariciaron su rostro, apartando un mechón de cabello que cubría su rostro, provocándole una risa tentadora. Era su bisabuela Assia, quien siempre encontraba la manera más encantadora de despertarla.
—¡Buenos días, dormilona! —exclamó Ángel con alegría, plantando un beso en su mejilla mientras la abrazaba con cariño.
Los demás no se hicieron esperar y se unieron a la efusividad del momento, saltando sobre la cama para abrazarla y llenarla de besos, deseándole un feliz cumpleaños.
Los rayos del sol se colaban por las cortinas, bañando la habitación en una suave calidez que complementaba la felicidad que inundaba el ambiente.
—¡Feliz cumpleaños, cariño! —exclamó su madre con lágrimas de felicidad brillando en sus ojos, expresando su amor y alegría en ese momento especial.
En la puerta, Shomara vio a su mejor amiga, Sharon, sosteniendo un carrito lleno de desayuno y pastel. Los ojos de Sharon irradiaban emoción mientras la miraba con una sonrisa radiante.
—¡Feliz cumpleaños, princesa! —dijo Sharon con entusiasmo, entregando el carrito con el regalo de cumpleaños.
«La habitación de Shomara era un santuario de lujo y elegancia. Un baño con hidromasaje, decorado con espejos, ofrecía un oasis de relajación. Un vestidor organizado albergaba todos sus looks cuidadosamente combinados, junto con sus colecciones de carteras, zapatos y botas, esta última siendo su debilidad. Cajones y cajoneras albergaban sus prendas íntimas y las joyas preciosas que había recibido a lo largo de los años, cada una cargada de significado y amor.
Detrás de todo eso, una puerta secreta, conocida solo por ella y su bisabuela, guardaba misterios que añadían un toque de intriga a su mundo. Su dormitorio, decorado al estilo Luis XV, reflejaba su amor por la elegancia clásica, mientras que un balcón ofrecía un refugio tranquilo para disfrutar de momentos especiales, como aquel día de su cumpleaños.»
Con la emoción del día llenando su corazón, Shomara se levantó, dejando atrás a su alegre familia, y corrió hacia el baño para comenzar su día de celebración con energía renovada.
Shomara se vistió con un jean n***o desgastado, añadiendo un toque de rebeldía a su atuendo, complementado con un hermoso corset n***o y una camisa de seda del mismo tono. Sus bucaneras de tacón aguja completaban su look con estilo y elegancia.
Se peinó su cabello n***o azabache, herencia de su madre, y aplicó protector solar en su rostro antes de salir con una sonrisa radiante para disfrutar del hermoso desayuno que le había preparado su familia.
Al sentarse a la mesa, Shomara contempló a Ángel su padre con su sonrisa resplandeciente, con él ofreciéndole el primer bocado de su torta como si fuera un gesto de ternura hacia un bebé. La luz matutina se filtraba por las cortinas, tiñendo la mesa con tonos cálidos y creando un ambiente acogedor que envolvía a la familia en su calidez.
Aunque tradicionalmente el cumpleaños número 16 se celebraba con una presentación especial, esta vez el tema no se mencionaba.
Un guiño cómplice de su bisabuela confirmó que se trataba de un secreto guardado para la ocasión.
—Bombón, dejemos que nuestra princesa disfrute con su bisabuela y Sharon, mientras nosotros terminamos de organizar todo —dijo su madre con dulzura, melodiosa y tranquilizadora como una canción de cuna.
Con un beso de despedida, Ángel y Carmen salieron de la cocina, dejando a Shomara, Sharon y su bisabuela, a quien cariñosamente llamaba Lela, en un ambiente lleno de expectación y complicidad.
El aroma del café recién hecho y de los pasteles recién horneados llenaba la habitación, envolviendo a las tres mujeres en una atmósfera acogedora y reconfortante que anunciaba un día especial por delante.
—¿Qué tienes planeado ponerte esta noche? —preguntó Sharon con entusiasmo, sus ojos brillaban con emoción mientras esperaba la respuesta de Shomara.
—Mi Lela ya se encargó de todo, ¿verdad, Lela? —respondió Shomara, dirigiéndose a su bisabuela con una sonrisa cómplice.
El rostro arrugado de su bisabuela se iluminó con una sonrisa gentil, asintiendo con satisfacción ante la complicidad entre ellas.
—Y tú, Sharon, sé que también tienes todo lo necesario en la habitación de invitados, al igual que mi querida nieta. Van a ser las más hermosas de la noche —agregó Lela con ternura, anticipando el brillo y la elegancia que irradiarían las dos jóvenes durante el evento.
—¿En verdad, Lela, también tienes mi look preparado para mí? —preguntó Sharon con emoción, ansiosa por descubrir lo que su amiga y su bisabuela habían planeado para ella.
—Sharon, ella es mi Lela, para ti, bisabuela o Assia —intervino Shomara con un puchero juguetón, dejando claro que el término de cariño era exclusivo para ella.
Aunque Sharon era como una hermana para ella, había un vínculo especial con su bisabuela que solo ella podía nombrar de esa manera.
—Niñas, dejen esa broma, a las dos las quiero como mis adoradas niñas —intervino la bisabuela con ternura, su voz suave y reconfortante.
—Bueno, Lela, si tú lo dices, no hay de otra. Ve, Sharon, a ver si te agrada lo que te preparó Lela —dijo Shomara resignada, aceptando la decisión de su bisabuela.
Sharon abrazó a Lela con entusiasmo, llenándola de besos y abrazos, mientras su amiga sonreía, emocionada por descubrir el look que su querida bisabuela había preparado para Sharon.
Con una expresión de alegría, Sharon salió corriendo por el hermoso pasillo de mármol blanco de Carrara, sus paredes estaban bañadas en un suave tono lila y adornadas con intrincados labrados negros de símbolos góticos que parecían susurrar historias antiguas al pasar.
Al abrir la puerta de su habitación, reveló un espacio rebosante de encanto, decorado en sus tonos favoritos: rosa y blanco.
Las cortinas de encaje blanco de las ventanas dejaban entrar la luz del sol, llenando la habitación con un brillo suave y acogedor que resaltaba cada detalle.
Del mismo tamaño que la habitación de Shomara, el espacio de Sharon estaba cuidadosamente decorado con elementos que reflejaban su personalidad, creando un ambiente digno de una princesa moderna.
En las paredes, fotos enmarcadas de momentos felices con amigos y familiares añadían un toque de calidez y nostalgia, recordándole los momentos especiales que había compartido con sus seres queridos a lo largo de los años.
Cada detalle, desde los adornos de cristal hasta el respaldo de su cama hecho de vidrio en tonos rosa y blanco, mostraba la delicadeza y el gusto refinado de Sharon, reflejando su amor por la belleza y la elegancia en cada rincón de su santuario personal.
Incluso su armario, también de cristal, añadía un toque de elegancia al espacio con su interior ordenado y lleno de prendas cuidadosamente seleccionadas, cada una representando su estilo y gusto.
Observar desde fuera esta habitación sería como contemplar el interior de una casa de cristal, donde cada aspecto brillaba con luz propia y reflejaba la esencia única de su dueña, es decir, de Sharon.
Mientras Sharon se deleitaba con las cosas que Lela le había dejado, su corazón latía con emoción al descubrir cada detalle cuidadosamente elegido.
Los suaves tonos pastel de las telas y los delicados adornos de encaje creaban una atmósfera de dulzura y elegancia en su habitación, como si estuviera envuelta en un sueño encantado.
Cada objeto, desde las flores frescas en el jarrón hasta los libros antiguos en la estantería, añadía un toque de encanto y personalidad al espacio, contando la historia de quién es Sharon y lo que valora.
La luz que se filtraba a través de las cortinas de seda iluminaba suavemente la habitación, creando un ambiente acogedor y sereno que invitaba a la relajación y la contemplación, un remanso de paz en medio del ajetreo del día a día.
Cada rincón de su santuario reflejaba su estilo único y sus gustos refinados, convirtiéndolo en un lugar donde podía ser completamente ella misma, libre de preocupaciones y expectativas, simplemente disfrutando del espacio que era solo suyo.
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