En la opulenta habitación de Shomara, donde la luz del sol se filtra a través de cortinas de seda, creando un juego de sombras y reflejos, se desarrolla una conversación clandestina que contrasta con la elegancia del entorno.
La mansión, con sus techos altos adornados con molduras intrincadas y sus paredes revestidas de seda en tonos suaves, ofrece un ambiente de refinamiento y sofisticación.
Cada mueble está cuidadosamente seleccionado para complementar la belleza del espacio, desde los elaborados candelabros hasta los tapices tejidos a mano que cuelgan de las paredes.
—Assia, quiero que hoy me expliques por qué debo fingir ser alguien que no soy. ¿Por qué debo aparentar ser una niña inofensiva y tímida, cuando tú misma me has preparado para ser todo un demonio? —pronuncia Shomara, con una mezcla de confusión y seguridad en su voz, mientras sus ojos, oscuros como la noche, buscan respuestas en el rostro de su bisabuela.
—Mi niña, sabes que he perdido mucho al perder a tu abuelo. Si queremos sacar a la luz todo esto, debes seguir el plan. Hoy tu padre, aunque no esté de acuerdo, te presentará a muchos que planearon matarlo. Pero solo uno es el cabecilla —responde Assia, con un tono grave que resuena en la habitación, destacando su determinación y la gravedad de la situación.
El tic-tac de un reloj de pared añade un ritmo constante a la discusión, creando una sensación de urgencia en el aire.
Shomara escucha atentamente las palabras de su bisabuela, sintiendo la gravedad de la situación y la responsabilidad que recae sobre sus hombros.
—Sabes que tengo la habilidad suficiente para acabarlo sin que nadie se dé cuenta —responde, sintiendo una chispa de desafío en sus palabras.
Una chispa de desafío brilla en sus ojos mientras considera sus opciones, consciente de su habilidad para resolver problemas de manera discreta.
—No, mi niña. Debemos avanzar desde abajo hacia arriba y terminar acorralándolo. Además, tenemos una carta a nuestro favor que tú, tu madre y yo solo conocemos —añade Assia, con una mirada penetrante que refleja la seriedad del momento.
Antes de que Shomara pueda responder, la puerta se abre y Mónica, su nana de confianza, entra con una sonrisa cálida.
Shomara la abraza con gratitud al recibir sus felicitaciones de cumpleaños, sintiendo el amor incondicional que siempre le ha brindado.
—Gracias, nana, por tu amor sin condiciones —responde Shomara, devolviendo el abrazo con afecto sincero.
—Mi niña, usted merece todo ese amor. Con todo su cariño, siempre ha cubierto esa parte de no haber podido darle un hijo a mi Manolo—menciona Mónica, con una expresión comprensiva en su rostro arrugado, recordando a su esposo y guardián de confianza de la familia.
Shomara siente un pinchazo de remordimiento al recordar a Manolo y decide hacerle un gesto de aprecio.
Le pide a Mónica que le lleve un café y un trozo de su torta de cumpleaños, deseando mostrar su gratitud por su lealtad y dedicación.
Mientras tanto, su mente se sumerge en pensamientos sobre el plan que ha ideado junto a su bisabuela, consciente del papel crucial que debe desempeñar en él para proteger a su familia y desenmascarar a sus enemigos.
Con una mezcla de nostalgia y calidez en el aire, Shomara sostiene una conversación con su querida nana, Mónica.
En la opulenta habitación, se revelan las tensiones entre la tradición y el deseo de mantener la conexión cercana entre ambas.
—Está bien, así lo haré señorita le llevaré el pastel —responde Mónica con su característica suavidad, aunque con una pizca de preocupación en su voz.
Shomara, con un toque de melancolía, insiste en que prefiere un trato más familiar, recordando los días de su infancia.
—Nana, te he dicho hasta el cansancio que no me llames señorita. Solo llámame por mi nombre o como solías hacer cuando era niña, mi Shomi. El hecho de que haya crecido no significa que me alejes de tu lado —expresa Shomara, con un eco de nostalgia en su tono.
La preocupación en el rostro de Mónica es palpable, mientras considera las implicaciones sociales de su solicitud.
—Pero ¿qué dirá el personal y la gente si yo la tratara así? Dirán que soy una igualada y ya no podré saber qué cosas pasan en la casa —responde Mónica con una expresión preocupada, reflejada en las arrugas marcadas por los años de dedicación.
Interviene la bisabuela de Shomara, Assia, con un tono autoritario pero amoroso, recordándole la importancia de mantener las apariencias.
—Shomara, no seas terca. Mónica sabe que debemos cuidar cada detalle —interviene Assia, con un tono firme pero comprensivo.
Con un suspiro de resignación, Shomara acepta la situación, pero con la esperanza de preservar la cercanía que comparte con su nana.
—Está bien, pero cuando estemos solas o en mi habitación, prométeme que serás mi nana de siempre —dice Shomara con un suspiro, expresando su deseo de mantener esa conexión especial.
Mónica responde con una sonrisa reconfortante, prometiendo mantener la intimidad que comparten.
Una vez que Mónica se retira, Shomara se queda a solas con su bisabuela, sumida en pensamientos y emociones encontradas.
—Lela, ¿por qué debo parecer alguien que no soy y tragarme toda esta bronca hacia esta gente aberrante? —cuestiona Shomara, revelando su disgusto y frustración, mientras un nudo se forma en su garganta.
Assia, con una expresión comprensiva pero decidida, responde, recordando su deber de proteger a su familia y seguir con el plan que han trazado juntas.
Con pasos silenciosos y decididos, Shomara se dirige hacia el clóset en su habitación, un santuario secreto que alberga mucho más que simples prendas de vestir. Con un movimiento ágil, gira la perilla del cajón de las joyas y revela el acceso a una pared oculta en el fondo.
Al abrir esa pared, emerge una habitación clandestina, iluminada por la suave luz de las pantallas de monitores que muestran cada rincón de los alrededores de la mansión. Es un espacio protegido, equipado con armamento de última generación y sistemas de vigilancia sofisticados, que garantizan la seguridad de la familia en todo momento.
Desde muy joven, Shomara ha vivido una vida de secreto y aislamiento, apenas viendo a sus padres en eventos públicos anuales, dispersos por diferentes rincones del mundo para mantener su existencia en las sombras. Bajo la tutela de Assia, ha sido educada por Mónica y Manolo , quienes han cultivado sus habilidades en una amplia gama de disciplinas, desde la administración de empresas hasta el manejo de armas.
Con tan solo 16 años, Shomara ha demostrado un talento excepcional, obteniendo títulos con honores en diversas áreas académicas y dominando nueve idiomas con fluidez.
Además, es una experta en combate cuerpo a cuerpo, boxeo, arquería, manejo de armas de fuego y el uso de herramientas mortales como cuchillos y venenos.
Se describe a sí misma como una rosa negra, hermosa pero mortal al tacto, una metáfora que encapsula su elegancia y peligrosidad combinadas.
A pesar de su juventud, Shomara cuenta con un equipo de élite liderado por su bisabuelo, el señor Arquímedes, cuyo verdadero nombre es Ángel Antonio Dix, su reputación en el mundo criminal es legendario. A su lado, Assia ejerce un poder discreto pero formidable, desafiando las normas sociales arraigadas en la sociedad árabe.
Esta intrincada red de relaciones y habilidades clandestinas es la columna vertebral de la vida de Shomara, una vida marcada por el secreto, el peligro y la determinación de desafiar cualquier obstáculo.
Una pared está adornada con una galería de fotos meticulosamente organizadas, cada una acompañada de un nombre y un apellido.
Las imágenes capturan momentos y rostros de hombres cuyas vidas están meticulosamente detalladas en las carpetas que reposan sobre su escritorio de madera de cedro. Cinco hileras de diez carpetas cada una, revelan la extensión de su vasto conocimiento sobre aquellos que han cruzado su camino.
La razón detrás del secreto de Shomara es clara y simple: cuando el padre de Ángel fue asesinado, Assia lo envió a América para protegerlo, sabiendo que su vida podría correr el mismo peligro si permanecía en su tierra natal. Sin embargo, la astucia de Assia colocó a Carmen en su camino para garantizar su protección, aunque nunca esperaron que terminarían enamorándose y casándose, dando lugar a la existencia de Shomara.
Para el mundo exterior, la pareja no tiene hijos, y han logrado sobrevivir a varios intentos de ataque gracias a la astucia y poder de Assia.
En ese otro mundo paralelo, Shomara es conocida como la «Rosa Negra», una figura enigmática que deja una rosa negra como señal a aquellos que se interponen en su camino.
Su atuendo consiste en prendas de cuero que realzan su figura esbelta, complementadas por una máscara en forma de hoja para ocultar su identidad.
Minutos más tarde, mientras está con su bisabuela, escuchan un golpe en la puerta de su habitación.
Tanto Lela como Shomara se apresuran a cerrar todo.
Lela se sienta en la cama con el vestido que espera por Shomara, mientras ella se dirige a abrir la puerta.
Al hacerlo, se encuentra con Sharon, cuyos ojos brillan con emoción mientras anuncia que los estilistas y peluqueros han llegado para embellecerse para la gran presentación.
Shomara le pide a Sharon que les solicite que esperen cinco minutos, mientras ella se prepara para descender con Lela. Agradece la previsión de Sharon para evitar que tengan que apresurarse.
—Amiga, esta noche debes brillar, no yo —le dice Sharon.
Las palabras de su amiga la reconfortan, pero también la llenan de nostalgia al recordar que pronto no será más el tesoro exclusivo de Lela.
Lela, con su corazón lleno de preocupación, teme que los demás puedan alejar a Shomara de su lado, pero en lo más profundo de su ser, sabe que siempre estará allí para protegerla y apoyarla.
Mientras Sharon se aleja del cuarto, Lela se acerca a Shomara para brindarle consejos valiosos y protectores.
—Mi tesoro, cuando tu padre te presente, recuerda levantar la cabeza con orgullo ante todos. Al saludar a cada uno, muestra respeto, bajando la mirada pero sin apartarla por completo. No brindes con nadie, no permitas que te toquen y, sobre todo, no te separes de tu padre, madre o de mí. Podrían aprovechar para hacerte daño —le advierte Lela, con una ternura que refleja su amor incondicional.
Shomara, reconociendo la sabiduría en las palabras de su bisabuela, promete seguir sus consejos. Asegura que usará guantes que combinen con su vestido y solo beberá lo que Lela le dé, con el fin de tranquilizarla y brindarle una sensación de seguridad.
Agradecida por la dulzura y la constante preocupación de Lela por su bienestar, Shomara le devuelve una sonrisa llena de gratitud. Después de este intercambio de consejos y promesas, bisabuela y nieta bajan juntas, listas para enfrentar lo que sea que les depare la noche. Están decididas a mostrar al mundo que no son mujeres sumisas, sino guerreras decididas a defenderse y a luchar por lo que es correcto.
«Si con esto caen todos, vengaremos todo lo que nos han hecho», se dice a sí misma Shomara, sintiendo el fuego de la sangre ardiendo en su interior mientras se dirigen hacia el salón principal, donde les espera el desafío de la noche.
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