¡Ojalá murieras!

3956 Words
La penumbra envolvía la habitación cuando Amaia se detuvo en el umbral, su silueta recortada contra la tenue luz del pasillo. Sus ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, se posaron en la pequeña figura que yacía en la cama. Alessia, su hija de seis años, dormía profundamente, su rostro aún hinchado por el llanto de la tarde. Amaia dio un paso adelante, conteniendo la respiración para no perturbar el silencio. Las palabras de Alessia resonaban en su mente como un eco doloroso: "¡Ojalá te murieras! ¡Quiero estar con papá!". Cada sílaba era una puñalada en el corazón de Amaia. Las lágrimas comenzaron a rodar silenciosamente por sus mejillas, brillando como perlas líquidas en la penumbra. Se acercó más a la cama, observando los rizos desordenados de Alessia esparcidos sobre la almohada. ¿Cómo podía su pequeña desear estar con ese hombre? El mismo que las había abandonado, que se había marchado con otra mujer como si ellas no significaran nada. El mismo que ahora, desde la distancia, seguía lastimándolas con llamadas esporádicas y regalos vacíos. Amaia apretó los puños, recordando cómo él no se contentaba con su nueva vida. No, tenía que seguir inmiscuyéndose, intentando destruir el frágil vínculo que ella mantenía con sus hijos. Cada vez que lo pensaba o sus hijos lo mencionaban, era como sal en una herida que se negaba a cicatrizar. Con un suspiro ahogado, Amaia se inclinó y besó suavemente la frente de Alessia. Luego, salió de la habitación con pasos silenciosos y se dirigió a la habitación contigua. Allí, su hijo de ocho años dormía plácidamente, ajeno al drama que se desarrollaba a su alrededor. Amaia lo observó por un momento, agradecida por su inocencia, y luego cerró la puerta con cuidado. Con el corazón pesado, Amaia se encaminó hacia la sala de estudios. El reloj digital en la pared marcaba las 11:45 PM cuando encendió su laptop. La pantalla iluminó su rostro cansado, resaltando las ojeras que comenzaban a formarse bajo sus ojos. El informe que Bastián le había pedido para mañana la esperaba. Amaia se sumergió en el trabajo, tecleando frenéticamente, revisando datos, creando gráficos. Las horas pasaban, pero ella apenas lo notaba, dividida entre la concentración en su tarea y los pensamientos sobre sus hijos que no dejaban de acecharla. A las 2:00 AM, Amaia se detuvo un momento para frotarse los ojos cansados. La imagen de Alessia llorando volvió a su mente, mezclándose con la voz de su exmarido en su última llamada. Sacudiendo la cabeza para despejarse, Amaia volvió al informe. Los números y gráficos bailaban frente a sus ojos, pero se obligó a concentrarse. No podía permitirse fallar en esto, no cuando su trabajo era lo único que le permitía mantener a sus hijos. A las 3:30 AM, se levantó brevemente para prepararse un café. Sus piernas protestaron por el movimiento repentino después de horas de inmovilidad. Mientras esperaba que la cafetera terminara, Amaia se asomó al pasillo. El silencio de la casa era casi opresivo, roto solo por el suave ronroneo del refrigerador. De vuelta en la sala de estudios, con la taza de café humeante en la mano, Amaia continuó trabajando. El informe empezaba a tomar forma, pero aún quedaba mucho por hacer. Repasó mentalmente la reunión del día anterior, recordando los puntos que Bastián había enfatizado. No podía decepcionar a su jefe, no cuando este trabajo significaba tanto. A las 4:45 AM, Amaia finalmente tecleó la última palabra del informe. Exhausta, pero con un destello de satisfacción, comenzó a revisar el documento. Cada párrafo, cada cifra, cada gráfico se escrutó con atención. No podía permitirse ni el más mínimo error. A las 5:00 AM, con el informe terminado y enviado, Amaia se permitió recostarse en el sofá de la sala de estudios. El agotamiento la venció casi instantáneamente. Su último pensamiento consciente fue para sus hijos, esperando que el nuevo día trajera paz y reconciliación. Parecía que apenas había cerrado los ojos cuando el estridente sonido de la alarma la sacó bruscamente de su sueño. Eran las 6:30 AM, hora de preparar a los niños para la escuela. Con un gemido, Amaia se incorporó. Su cuerpo protestaba por el escaso descanso, pero no había tiempo para lamentaciones. Se levantó, se frotó los ojos enrojecidos y se dirigió al baño. El espejo le devolvió una imagen que apenas reconocía: ojeras profundas, piel pálida, ojos inyectados en sangre. Se lavó la cara con agua fría, intentando despertar completamente. Mientras se cepillaba los dientes, Amaia repasó mentalmente el día que tenía por delante. Llevar a Alesso a la escuela, la reunión con Bastián para discutir el informe, recoger a los niños, ayudarles con la tarea... La lista parecía interminable. Con un suspiro, se dirigió a la cocina para empezar a preparar el desayuno. Sacó los cereales y la leche, puso pan en la tostadora. Sus movimientos eran mecánicos, su mente aún nublada por el cansancio y las preocupaciones. A las 6:40 AM, Amaia fue a despertar a sus hijos. Entró primero en la habitación de su hijo mayor—. Cariño, es hora de levantarse —dijo suavemente, acariciando su cabello. El niño se removió, murmurando algo ininteligible antes de abrir los ojos. Luego, con el corazón encogido, Amaia se dirigió a la habitación de Alessia. La niña estaba despierta, sentada en la cama con su osito de peluche apretado contra el pecho. Sus ojos se encontraron, y por un momento, ninguna de las dos supo qué decir. —Buenos días, amor —dijo finalmente Amaia, acercándose a la cama— ¿Dormiste bien? —No hubo respuesta, solo indiferencia de Alessia—. Vamos a desayunar —dijo finalmente, Amaia. —¿Por qué tengo que desayunar? No iré a la escuela, eso dijo la maestra. —No te quedaras en casa, te pasaré dejando en casa de la tía. —No me gusta estar ahí. Me grita, me encierra en esa habitación y no nos deja salir nunca. No quiero ir con ella, quiero ir con la abuela. —La abuela no está aquí, lo sabes. —Quiero con la abuela Maribel, quiero ir con ella. —No puedes ir con ella. —¿Por qué? ¿Por qué no puedo? ¡Eres mala, muy mala, no quieres que hable con papá, no quieres que vea a la abuela! ¿Mala? ¿En serio era mala? Esa señora solo se apareció como cinco veces en esos meses por su casa. Pasó un rato con los niños y no volvió más. Ella no le prohibía que viniera a visitarlos, tampoco quería evitar que se comunicaran con él, solo que, Diego era un miserable que no merecía a sus hijos, ni siquiera había sido capaz de pedirle perdón y suplicarle que le permitiera hablar con los niños, todo lo había hecho a escondida de ella, haciéndola sentir como si ella se los estuviera prohibiendo. —Te guste o no es el único lugar en que puedo dejarlos. Así que, prepárate, porque saldremos en diez minutos. Dicha esas palabras Amaia fue a prepararse. Ya se había dado una breve ducha, se vistió como un rayo por igual se pintó y en minutos ya estaba dando a desayunar a sus hijos. Rápidamente subieron al coche y se dirigieron a la escuela. Alesso se despidió con un beso y se introdujo a su escuela. Alessia enojada bajó del coche, ni siquiera saludó a su tía—. Esa niña necesita que le sobes el cinturón, si no quieres hacerlo tú, déjame hacerlo yo —Amaia ladeó la cabeza. Jamás permitiría que su hermana golpeara a sus hijos. —Si quiere irse envíasela en un globo aerostático —aconsejó, lo que más entristeció a Amaia. El sol de día se filtraba por las amplias ventanas de la oficina cuando Amaia entró, con el informe impreso en sus manos. Bastián, la recibió con una mirada expectante desde detrás de su imponente escritorio de caoba. La saludó, extendió la mano para recibir el documento. Comenzó a revisar el documento, desplazándose por las páginas con atención. Sus ojos se movían rápidamente sobre los gráficos y tablas, deteniéndose ocasionalmente para leer un párrafo con más detenimiento. Amaia permaneció de pie, observando nerviosamente las expresiones de su jefe. Cada vez que Bastián fruncía el ceño o hacía una pausa prolongada, sentía que su corazón se aceleraba. Después de lo que pareció una eternidad, Bastián levantó la vista. Su rostro se suavizó en una sonrisa de aprobación—. Excelente trabajo —dijo—. Ha superado mis expectativas. La presentación es impecable, los datos están bien organizados y sus análisis son perspicaces. Estoy seguro de que el señor Vega quedará impresionado. Amaia sintió que un peso se levantaba de sus hombros—. Gracias, señor. Me alegro de que esté satisfecho con el resultado. —Más que satisfecho —respondió Bastián—. Su dedicación es ejemplar. Ahora, si me disculpa, voy a enviar esto al señor Vega de inmediato. Amaia asintió y se dirigió hacia la puerta, pero Bastián la detuvo—. Una cosa más. Habrá un matrimonio en el nuevo hotel de Salinas, quiero que se haga cargo de ello. —¿Tendré que estar días fuera? —El jet está disponible, puede ir y venir —quería refutar, pero con ese hombre no era posible. —Está bien, señor. Salió de la oficina y regresó a su escritorio, permitiéndose un momento de alivio. El informe había sido bien recibido, y ahora solo quedaba esperar la respuesta del señor Vega. Las horas pasaron lentamente. Amaia se sumergió en otras tareas, pero no podía evitar mirar el reloj cada poco minuto. A las 11:30 AM, Bastián salió de su oficina con una sonrisa en el rostro. —Señorita Roble, el señor Vega acaba de llamar. Está muy impresionado con el informe y viene en camino para firmar el acuerdo. Llegará al mediodía. El corazón de Amaia dio un vuelco—. Eso es maravilloso, señor. ¿Necesita que prepare algo para la reunión? —No será necesario. Ya he pedido que preparen la sala de juntas. Solo asegúrate de estar disponible por si necesitamos algo durante la reunión. A las 12:00 PM en punto, el señor Vega entró en la recepción. Amaia lo recibió con una sonrisa profesional—. Bienvenido, señor Vega. El señor Sabatier lo está esperando en la sala de juntas. Por favor, sígame. Guio al señor Vega por los pasillos hasta la sala de juntas, donde Bastián los esperaba. Los dos hombres se saludaron cordialmente, y Amaia se dispuso a retirarse. —Un momento —dijo el señor Vega, deteniéndola. —Quería felicitarla personalmente por su excelente trabajo. Su informe fue crucial para tomar mi decisión. —Muchas gracias, señor. Me alegro de que haya sido útil —respondió Amaia, sintiendo una oleada de orgullo. —Por favor, únase a nosotros en la reunión —sugirió el señor Vega, mirando a Bastián en busca de aprobación. Bastián asintió—. Por supuesto. Señorita Roble, tome asiento. Los tres se sentaron alrededor de la mesa, y Bastián comenzó a repasar los puntos clave del acuerdo. Amaia escuchaba atentamente, interviniendo ocasionalmente para aclarar algún detalle del informe cuando se le solicitaba. Una vez firmados los papeles, el señor Vega se puso de pie—. Ha sido un placer hacer negocios con ustedes. —El placer es nuestro, señor Vega —respondió Bastián, estrechando su mano—. Nos aseguraremos de que su experiencia en nuestro hotel sea excepcional. Amaia acompañó al señor Vega hasta el ascensor. Cuando este se fue se quedó ahí, y salió del trance al escuchar a Bastián. —¿Ya almorzó? —¿Me habla a mí? —¿Hay alguien más aquí? —Amaia sonrío en negación— ¿Entonces? ¿Almorzamos? —asintió. El ambiente en el ascensor se volvió pesado para ambos. Iban parado en cada lado, regidos por si compitieran por cual estaba más recto que el otro. Las puertas se abrieron y Bastián le dio paso. La espalda de Amaia ardía ante la mirada de todos los empleados que se quedaron contemplándoles al verlos ingresar al restaurant juntos. El restaurante del hotel era un oasis de tranquilidad en medio del bullicio de la ciudad. Con sus paredes de ladrillo visto, plantas colgantes y amplios ventanales que dejaban entrar la luz natural, ofrecía un ambiente acogedor y elegante. Sentados en una mesa junto a la ventana, Bastián y Amaia estudiaban sus menús en un silencio incómodo. —Señorita Roble —comenzó Bastián, cerrando su menú y mirando a Amaia con seriedad—, quiero agradecerle nuevamente por su excelente trabajo en el informe para el señor Vega. Fue fundamental para asegurar ese contrato, lo dijo el mismo señor Vega. Amaia sonrió, un leve rubor tiñendo sus mejillas—. Gracias, señor. Estoy feliz de haber podido contribuir en el éxito de la cadena. El camarero se acercó para tomar sus pedidos. Bastián optó por un filete de salmón a la parrilla, mientras que Amaia eligió una ensalada mediterránea. Ambos pidieron agua mineral para acompañar. Una vez que el camarero se retiró, Bastián se aclaró la garganta, visiblemente incómodo—. Señorita Roble, hay otro asunto que me gustaría tratar con usted. Algo que he estado posponiendo, pero que es necesario abordar. Amaia lo miró con curiosidad, notando la tensión en su voz—. Por supuesto, señor. ¿De qué se trata? Bastián respiró hondo antes de continuar—. Quiero disculparme sinceramente por las ocasiones en las que le he hablado de manera inadecuada o irrespetuosa. Mi comportamiento ha sido inaceptable, y usted no merecía tratarse de esa manera. Amaia parpadeó, sorprendida por la inesperada disculpa—. Yo... agradezco su honestidad, señor. —No, por favor —interrumpió Bastián, levantando una mano—. No intente suavizar la situación. Soy consciente de que mi temperamento y mi tendencia a la impaciencia han creado un ambiente de trabajo tenso en más de una ocasión. Mi padre dijo que su profesionalidad era admirable, pero yo no le di el tiempo que necesitaba para que se adaptará a mí. La presioné demasiado. —Créame señor Sabatier que no fue por el cambio de jefe ni la presión que usted ejerció al ocupar el lugar de su padre. —¿No? ¿Entonces? ¿Qué fue? ¿Qué la distraía? —Ya lo sabía, en una ocasión escuchó a dos empleadas burlándose de Amaia por haber sido traicionada por el esposo. Eso le pareció desagradable y decidió despedir a esas mujeres, sin ninguna razón. Él detestaba que se rieran de alguien que había pasado por una traición. Su madre la pasó, en muchas ocasiones. Su padre fue un hombre muy infiel. La última amante que tuvo, se le burló en público a su madre, se sentía la reina del mundo, por ser la otra, pero cuando Bastián pudo. Esa mujer aún vivía con su padre, y él haría que se quedara en la calle. Por eso había aceptado viajar a un país tan lejano al suyo para dirigir la cadena hotelera que su padre había creado, solo para demostrarle a esa mujer que, le quitó a su padre, pero que el dinero de este no se lo quitaría por nada del mundo. El camarero regresó con sus bebidas, dando a Amaia un momento para procesar la pregunta de Bastián. Cuando volvieron a estar solos, ella habló con cuidado—. Pasaba por un momento difícil, señor. Un momento familiar, muy, muy difícil. —¿Ya pasó ese momento difícil? —Cuestionó mirándola fijamente. Ella asintió con una media sonrisa. —Digamos que estoy en fase dos. —Pues pase a fase final, porque créame que una infidelidad no merece un retorno —dijo secamente, dejando a Amaia aturdida—. Señorita Roble, tiene usted mi respeto y admiración. Ha sido muy valiente, mi madre sufrió una gran depresión, casi la lleva a la muerte. —Su madre ¿sufrió infidelidad? —Bastián sonrió, bebió del agua y siguió. —Diría yo, infidelidades. Fueron muchas —Amaia no podía creerlo, ella recordaba a su exjefe, pero nunca lo imaginó siendo un maldito infiel. La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo las calles en un manto de oscuridad salpicado por el brillo intermitente de las farolas. El estacionamiento del hotel estaba lleno de autos. Amaia, exhausta después de un largo día de trabajo, caminaba hacia su coche, sus tacones resonando en el asfalto. El día había sido una montaña rusa de emociones. Desde la exitosa firma del contrato con el señor Vega hasta el sorprendente almuerzo con Bastián, donde él se había disculpado sinceramente por su comportamiento pasado. Al acercarse a su vehículo, notó algo extraño. El coche parecía inclinado de manera antinatural. Con el corazón acelerado, Amaia rodeó el vehículo, solo para descubrir con horror que las dos llantas del lado derecho estaban completamente desinfladas—. No puede ser —murmuró para sí misma, sintiendo cómo el cansancio daba paso a la frustración y la preocupación. Amaia miró a su alrededor, buscando ayuda, pero el estacionamiento estaba lleno de coches, pero vacío de personas. Todos sus compañeros se habían ido hace horas. Sacó su teléfono del bolso, considerando a quién podría llamar a estas horas, cuando un movimiento en su visión periférica llamó su atención. Era Bastián, que salía del edificio con su maletín en la mano. —¿Señorita Roble? —llamó Bastián, frunciendo el ceño mientras se acercaba— ¿Qué hace aquí tan tarde? Amaia se giró hacia él, sintiéndose extrañamente aliviada de ver una cara familiar—. Buenas noches, señor. Me temo que tengo un problema con mi coche —explicó, señalando las llantas desinfladas. Bastián se acercó para examinar el daño, su ceño frunciéndose aún más—. Esto se ve mal —murmuró, agachándose para inspeccionar las llantas de cerca. —¿Usted de casualidad no tiene una bomba? He dejado la mía en casa. Bastián no hizo por buscar y, rápidamente dijo—. Lo siento, pero no suelo cargar eso. Cambio las llantas cada semana. Amaia sintió un escalofrío recorrer su espalda— ¿Qué voy a hacer ahora? —preguntó, más para sí misma que para Bastián. Bastián se enderezó, sacudiéndose las manos— ¿No puede dejar el coche aquí en este estado? —dijo, su tono volviéndose decisivo—. Llamaré a una grúa para que lo lleven a un taller. Mientras tanto, permítame llevarla a casa —Amaia dudó por un momento. La idea de subirse al coche de su jefe le parecía extrañamente íntima, especialmente después de la conversación que habían tenido durante el almuerzo. Pero a estas horas de la noche, con su coche inutilizado, no tenía muchas opciones. —Se lo agradezco mucho, señor —aceptó finalmente. Bastián asintió, sacando su teléfono para llamar a la grúa. Mientras él se ocupaba de los arreglos, Amaia recogió sus cosas del coche. Una vez que la grúa estuvo en camino, Bastián guio a Amaia hacia su propio vehículo, un elegante sedán n***o. Le abrió la puerta del pasajero con una cortesía que la sorprendió. El interior del coche olía a cuero y a una sutil colonia masculina. Amaia se acomodó en el asiento, sintiéndose fuera de lugar en este espacio tan personal de su jefe. Había estado en coches del hotel con él, pero nunca, en el suyo personal. —Lamento mucho lo ocurrido con su coche —dijo Bastián, con una sonrisa oculta en su interior. El resto del viaje transcurrió en un silencio más cómodo. Amaia observaba las calles pasar, reflexionando sobre los eventos del día. Cuando finalmente llegaron a su vecindario, una modesta zona residencial con pequeñas casas y apartamentos, Bastián se sorprendió al ver que las calles aún estaban animadas. Varios niños jugaban en la acera, aprovechando las últimas horas antes de que sus padres los llamaran para cenar. Sus risas y gritos llenaban el aire nocturno, trayendo una sonrisa al rostro cansado de Bastián. Bastián estacionó frente a la casa de la hermana de Amaia—. Permítame acompañarla hasta la puerta —ofreció, apagando el motor. Amaia quiso protestar, decir que no era necesario, pero algo en la expresión determinada de Bastián la detuvo. Asintió, agradecida por el gesto. Ambos salieron del coche y comenzaron a caminar hacia la entrada. Amaia se detuvo y miró a Bastián—. Gracias por traerme, señor Sabatier —los niños seguían jugando cerca, persiguiéndose unos a otros y pateando un balón desgastado. De repente, uno de los niños pateó el balón con demasiada fuerza. La pelota voló por el aire, dirigiéndose directamente hacia Amaia. Todo sucedió en una fracción de segundo. Amaia se quedó inmóvil cuando esa mano se dirigió a su rostro. Bastián, con reflejos sorprendentemente rápidos, extendió su mano justo a tiempo para interceptar el balón antes de que golpeara a Amaia en la cara. El impacto fue fuerte. Bastián soltó un gruñido de dolor, sacudiendo su mano. —¡Señor! ¿Está bien? —exclamó Amaia, preocupada. Bastián flexionó los dedos, haciendo una mueca—. Estoy bien, señorita Roble. ¿Y usted? ¿No la golpeó? Amaia negó con la cabeza, aún sorprendida por la rapidez con la que Bastián había reaccionado—. Estoy bien, gracias a usted. La mirada de Amaia y Bastián se encontró, deteniendo el tiempo para ellos, logrando que todo a su alrededor desapareciera. —¿Q-Qué hace? ¿Por qué se acerca de esa forma? —tartamudeó cuando lo vio muy cerca de ella. Quiso recular, pero sus piernas no respondieron, como si estuvieran ancladas al suelo por una fuerza invisible. El rostro de Bastián estaba a centímetros del suyo, sus ojos oscuros fijos en ella con una intensidad que la hacía temblar. Amaia podía distinguir cada una de sus pestañas, cada línea de expresión en su rostro normalmente serio. —Solo... quiero ver de más cerca ese golpe —dijo Bastián, su voz ronca y baja, dejándose llevar por el impulso de estar cerca de ella. Sus palabras sonaban como una excusa, incluso para sus propios oídos. Amaia sintió que el aire se volvía denso, difícil de respirar. Su mente trabajaba a toda velocidad, tratando de procesar lo que estaba sucediendo. —¿Gol-pe? Pero no impactó —dijo con una sonrisa nerviosa mientras su respiración se detenía y sus oídos se ensordecían del golpeteo fuerte de su corazón. La boca se le secó cuando el aliento que Bastián soltó invadió su rostro, cálido y con un ligero aroma a menta. El mundo a su alrededor pareció desvanecerse. Los sonidos de la calle, los niños jugando a lo lejos, todo se desvaneció en un zumbido lejano. Lo único que existía en ese momento eran ellos dos, atrapados en una burbuja de tensión y deseo no expresado. —Me pareció que sí —musitó Bastián, mirándola de muy cerca, su nariz rozando la mejilla de Amaia. Su voz era apenas un susurro, pero para Amaia resonó como un trueno en el silencio de la noche. Un vuelco sacudió el corazón de Amaia cuando esa puntiaguda nariz rozó su mejilla y, casi casi, esos labios rozaron los suyos. El tiempo pareció detenerse. Podía sentir el calor emanando del cuerpo de Bastián, tan cerca del suyo. Sus labios se entreabrieron involuntariamente, su cuerpo traicionando el deseo que su mente apenas comenzaba a reconocer. Si no fuera por esa voz que le habló desde tras de Bastián, no sabría qué habría pasado. La realidad irrumpió en su burbuja como un cristal rompiéndose. —Amaia —la voz de su suegra, la señora Maribel, sonó como un disparo en la quietud de la noche.
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