Un silencio sepulcral reinó, hasta que él decidió cortar la llamada— ¡Cobarde! —murmuró entre dientes e inmediatamente volvió a llamarlo, ese infeliz tenía que escucharla, pero la llamada se desvió al buzón de mensajes. Respiró hondo, soltó aire y se calmó. No iba a caer en el juego de insistir e insistir en las llamadas. Eso era algo que ella en su vida había hecho.
—¿¡Ya me darás el celular!? —Bufó la niña, a la cual Amaia le miró por el retrovisor con indignación.
—No, no te lo daré, ni ahora, ni mañana, ni pasado.
—¿Por qué? ¡No es tuyo! ¡Es mío! ¡Papá me lo regaló!
El resto del camino Amaia se mantuvo en silencio. Discutir mientras manejaba eran cosas que no hacía, menos con sus hijos.
Llevó a Alessia a casa de su tía, quien se sorprendió de recibirla muy temprano—. Patty, disculpa que la traiga a esta ahora, pero tuvo inconveniente en la escuela y la suspendieron.
—¿Suspendieron a una niña de seis años? Pero ¿Qué hizo? —Amaia suspiró, miró su reloj de mano y dijo.
—Te cuento en la tarde, ahora tengo que volver al trabajo —se fue, recibiendo una mala mirada de su hija.
Llegó justo a tiempo cuando Bastián se preparaba para salir. Tal parecía que no pensaba esperarla, es que él no era un jefe que dependía de su asistente, podía solo y con ella. Ambos subieron al coche y de camino al restaurant se mantuvieron en silencio, ambos revisando el proyecto que presentarían. No hubo preguntas ni nada sobre lo que sea que hubiera sucedido en la escuela. No era el tipo de jefe que se metía en la vida de los empleados.
El restaurante bullía de actividad mientras Amaia se sentaba junto Bastián, y frente al reconocido promotor de conciertos, Rodrigo Vega. Bastián, emanaba una presencia fría y calculadora. Su traje gris perfectamente planchado y su rostro impasible reflejaban su enfoque implacable en los negocios. Sin perder tiempo en cortesías innecesarias, fue directo al grano.
—Señor Vega —su voz carente de inflexión emocional—, nuestro hotel ofrece un nivel de seguridad y servicios que supera cualquier cosa que haya experimentado antes para sus artistas.
Rodrigo Vega, un hombre de mediana edad con una reputación formidable en la industria musical, arqueó una ceja con interés. Mientras Bastián desgranaba los detalles de su propuesta, Amaia luchaba por mantener su concentración. Su mente vagaba constantemente hacia el incidente en la escuela. Las palabras de la maestra resonaban en su cabeza.
—Ofrecemos un sistema de seguridad de vanguardia —continuó Bastián, su tono frío y metódico—. Cámaras de alta definición cubren cada centímetro del hotel, controladas desde una sala de monitoreo las 24 horas. El acceso a los pisos VIP está restringido mediante tecnología biométrica.
—¿Y qué hay de la privacidad? Mis artistas valoran su espacio personal tanto como su seguridad.
Bastián asintió secamente—. Privacidad garantizada. Nuestro personal, a más de que se firma un acuerdo de confiabilidad cuando se contratan, la gente que trabaja en mi hotel es discreta y de buenos principios —su tono no dejaba lugar a dudas sobre la seriedad de sus palabras.
Amaia se removió incómoda en su asiento, dividida entre su deber profesional y su instinto maternal—. En cuanto a los servicios —prosiguió Bastián, su voz monótona contrastando con la opulencia que describía—, ofrecemos todo lo que sus artistas puedan necesitar. Menús personalizados preparados por chefs de renombre, salas de ensayo insonorizadas, spa de lujo, y un servicio de concierge disponible las 24 horas para satisfacer cualquier capricho.
Vega parecía cada vez más interesado, tomando notas en una elegante libreta de cuero— ¿Y qué hay de los traslados? La logística puede ser un dolor de cabeza.
—Flota privada de vehículos blindados —respondió Bastián sin pestañear—. Chóferes entrenados en conducción evasiva y manejo de crisis. Rutas pre-planificadas y alternativas para evitar fans y paparazzi.
—Pero hablemos de números. ¿Qué tarifas estamos manejando para este nivel de servicio?
Bastián miró a Amaia, esperando que proporcionara los detalles financieros. Pero Amaia estaba perdida en sus pensamientos, su mirada fija en un punto distante más allá de la mesa— ¿Señorita Roble? —La voz fría de Bastián la sacó de su trance— Los números.
Amaia parpadeó, intentando recomponerse—. Oh, sí, por supuesto —murmuró, buscando frenéticamente en su tableta—. Las tarifas para nuestros paquetes VIP comienzan en... —Su mente estaba en blanco. Los números bailaban frente a sus ojos, pero no lograba darles sentido.
Bastián, notando la inusual vacilación de su asistente, intervino con un tono cortante—. Cobramos en euro, por el alta estándar de su artista: 5.000 euros por noche, todo incluido. Suite de lujo, seguridad personalizada, servicios premium y traslados.
Amaia sintió que sus mejillas se encendían de vergüenza. Murmuró una disculpa y fingió tomar notas mientras Bastián y Vega continuaban su discusión.
—¿Y pueden manejar las excentricidades de las estrellas? Algunos de mis artistas pueden ser... demandantes.
—Cumplimos cualquier solicitud dentro de los límites legales —respondió Bastián sin emoción—. Hemos atendido desde dietas extremadamente específicas hasta redecoraciones completas de suite. Nuestro objetivo es la satisfacción total del cliente, sin excepciones. Pero no permito que se maltrate a mi personal, por capricho o diferencias etnias —dejó claro sus puntos, porque si bien era importante hospedar a los artistas de lujo que Vega traía al país, no significaba que permitiría que su hotel se convirtiera en un lugar de discriminación y maltrato.
—Bien —dijo finalmente Vega, enderezándose en su silla—. Su propuesta es sólida. Necesitaré un desglose detallado para tomar una decisión final.
—Bastián asintió secamente—. Lo tendrá en su correo mañana a primera hora —su tono no dejaba lugar a discusión.
Amaia sintió que su corazón se hundía. La idea de pasar la noche trabajando en ese informe, en lugar de estar con sus hijos, le provocaba una ansiedad abrumadora.
Mientras se despedían y Vega se marchaba, Bastián se volvió hacia Amaia, su mirada fría y crítica—. Estuvo distraída —declaró, sin que fuera una pregunta—. No sé lo que haya pasado en la institución de sus hijos, pero no es motivo para distraerse en el trabajo. Los profesionales tenemos la capacidad de dividir los problemas personales de lo laboral. Si no podemos hacerlo, entonces no somos profesional —refutó firmemente—. El informe debe estar listo para mañana a las 8 AM. Sin excusas.
—Tiene toda la razón señor —dijo, Amaia al levantarse, ahora mismo trabajo con ese informe —con un asentimiento, Bastián se dio la vuelta y salió.
—Le espero en el auto.
Amaia llegó a su oficina maldiciendo su mente estúpida que no podía separar los problemas personales. Joder, como si fuera fácil olvidar lo que sucedía en su casa. Era su hija. Se había descuidado de ella, ya ni siquiera tenía tiempo de revisar su habitación. Llegaba a casa y lo único que hacía era darle las buenas noches y meterse a su cama.
Ni siquiera la mujer que pasaba limpiando su casa dos veces a la semana lo había encontrado. Pensó en Alesso y, creyó que él debía tener uno también ya que no había dicho nada. O definitivamente Alessia tenía buena astucia para esconderlo de todos.
Salió del trabajo y fue directamente a ver a sus hijos. Había pensado en pasar por casa de su suegra y hablar de ese tema, no obstante, el tiempo le corrían contra reloj, las horas se le pasaban tan rápido que no podía desperdiciar ni una de ellas.
De camino a casa no hablaron, Alesso llevaba la mirada hacia la ciudad, mientras Alessia miraba a su madre con enojo. Esta iba concentrada en el volante, pensando en las medidas que iba a tomar. Al llegar a casa dijo—. Alesso, dame el celular que tu abuela te dio —el pequeño se detuvo y la miró.
—No lo cogí. No quiero nada de ese señor. Le dije a la abuela que no lo quería.
—¿Y por qué no me habías dicho que tú abuela había ido al colegio a ofrecerte un teléfono?
—Porque me hizo prometer que no te lo diría. Alessia lloró que quería quedarse con el suyo y, por eso callé.
—Pues hiciste muy mal, porque por ocultarme algo así, tu hermana se peleó en la escuela y fue suspendida por una semana.
—¿Y por qué me regañas a mí? ¿Por qué no la regañas a ella? fue ella la que se peleó, no yo.
—Porque si me hubieras dicho habría evitado esto.
—Si tuvieras tiempo para nosotros, te habrías dado cuenta. Si nos dejaras al cuidado de alguien que se preocupara por saber qué hacemos encerrados en esa habitación, seguramente lo habrías descubierto —gruñó y se fue, dejando a Amaia sin palabras.
Saliendo de su trance Amaia fue a la habitación de su hija, la obligó a sentarse en la cama y la reprendió como nunca lo había hecho. Salió de ahí y se encerró en su habitación para seguido llamar a Diego, como este no le respondió le envió un testamento en el cual, descargaba toda su frustración.
Cuando Diego salió de aquella reunión leyó el mensaje, tras leerlo decidió llamarla y hablar con ella. Después de muchos meses hablaría con ella y asumiría todos los cargos.
Amaia miró el móvil de Alessia sonar en la cama, sus dientes se presionaron y agarrándolo con furia abrió la llamada—. El miserable al fin decidió dar la cara, más bien, la voz, porque es tan cobarde que no se atreve a dar la cara después de lo que hizo.
—Amaia yo… hablemos.
—¿Hablar? ¿Ahora? ¿Después de tantos meses quieres hablar? ¿Qué? ¿Ya se te acabó el dinero? —Diego solo escuchaba— Miserable, me engañaste, me robaste, me usaste, eres un hijo de puta —sabía cuánto Diego odiaba que insultaran a su madre— ¡Hijo de puta! —dijo con los labios temblando y las lágrimas cayendo a cantaros— ¡Jodido cobarde! ¿¡Cómo pudiste!? ¿¡Cómo!? ¿¡Por qué con ella!? ¿¡Por qué con mi sobrina!? ¿¡Por qué!? ¿¡Responde!? ¿¡Responde, cobarde!? ¡Responde! —estaba hecha una furia en su habitación, gritando cerca del móvil con todas sus fuerzas.
—Perdóname Amaia, no sabía lo que hacía —Amaia se río como una loca cuando escuchó eso.
—¿Es todo? ¿Eso es todo lo que dirás?
Tenía mucho que decir, pero no sabía por dónde empezar, sobre todo, que ese no era el medio apropiado para hablar, sin embargo, era el único que tenía, porque volver no era posible, no hasta después de tres años.
—Pagaré la deuda, y… —se quedó con las palabras en la boca, porque ella refutó inmediatamente.
—Te largaste, nos abandonaste porque no éramos importante para ti, ellos no lo eran. Así que, no llames, no los busques, no te comuniques con ellos, porque no te necesitan, no les haces falta, lo único que les haces es daño. Si te largaste, si decidiste irte con esa perra, ¿por qué carajos quieres hablar con ellos?
—Ellos son mis hijos —aseguró lo que la hizo volver a reír.
—¿Tus hijos? ¡No pensaste en eso cuando decidiste largarte con ella!
—No estoy con ella Amaia…
—¿Y crees que te creo? ¡No te creo! ¡No después de lo que hiciste! —cortó. Fue hasta el baño, encontró algo con que golpear ese celular y lo destruyó.