En medio de la oscuridad, Amaia sollozaba sobre bajo, para que sus hijos no escucharan el tormento que recorría en su pecho. Los niños, que solían dormir en sus respectivas habitaciones, esa noche decidieron dormir con su madre. Lloraron, porque su padre no se había despedido de ellos, reprocharon que se haya ido solo y no los llevara cuando ya tenían un viaje planificado.
Pasaron la semana emocionados porque mamá les habló de un país nuevo por conocer. Nunca habían salido de su país, era la primera vez que lo haría. Ni siquiera habían volado en avión. Sería la primera vez que lo harían, pero su padre decidió irse solo, llevar a una mujer que no fue parte de su vida y sus logros, dejándolos a ellos atrás.
Amaia había pedido quince días de vacaciones, en el trabajo. Pensaba pasar esos quince días disfrutando con su amado esposo y sus adorables hijos, sin embargo, sus planes se vieron destruidos gracias a la traición de su esposo. Ahora, le tocaba regresar al trabajo, porque no pensaba quedarse encerrada en esas cuatro paredes. Tenía dos niños que sacar adelante y, quedarse en casa llorando por quien decidió dejarla atrás, no podía, así que, el lunes muy temprano se levantó como cada mañana, levantó a los niños y fue a la cocina a preparar el desayuno.
Como las clases ya habían terminado, llevaría a sus hijos a casa de su hermana. Ella tenía su propio negocio, además, no tenía hijos, cuidar de sus sobrinos sería un placer. Ya anteriormente lo había hecho, ahora que su hermana necesitaba más de su ayuda, no se negaría.
—Pórtense bien, hagan caso a su tía.
Los pequeños asintieron y se adentraron al departamento que su tía tenía en el negocio. Cuando se quedó sola con su hermana, Amaia presionó los labios porque sabía que aquí venía el discurso de su hermana. Sin embargo, esta solo la abrazó y, dijo.
—Tienes que dar gracias a Dios por haberte apartado a ese hombre de tu vida.
No era un secreto para Amaia, que Patricia no quería a su esposo. Para Patty, ese hombre era un mantenido vividor, que se aprovechó de su hermana desde el día uno. Nunca le deseó el mal a Amaia, pero esperaba que algún día se diera cuenta que Diego, no merecía todo lo que hacía por él. No se alegraba de lo que había pasado, pero se sentía satisfecha de que Amaia se hubiera librado de ese hombre.
Amaia llegó al trabajo. Antes de bajar del coche observó el edificio. Ese sería el lugar que la ayudaría a superar esa traición, se sumergiría en el trabajo y en sus hijos, porque solo así podría mantener la mente ocupada y dejar de pensarlo, imaginarlo con Lauren.
Inhalando profundo, Amaia bajó del coche, se dirigió a los ascensores, se introdujo en el de presidencia, porque ella era la asistente personal del presidente. Un hombre que estaba próximo a los sesenta años, con quien tenía una agradable relación laborable. Él la adoraba tanto como ella a él.
Cuando Amaia salió del ascensor, las miradas se posaron en ella. Fue sorprendente que ella estuviera ahí. Todos la hacían de viaje, al menos ese era el chisme que recorría por el hotel, de que la asistente de presidencia estaría fuera del trabajo por algunos días.
Amaia saludó a algunos de sus compañeros, con la casual sonrisa que la caracterizaba. Ninguno de ellos podía imaginar lo destrozada que estaba por dentro.
Amaia ingresó a la oficina de presidencia abriendo la puerta de golpe. Al encontrar a un hombre de espalda, con la mirada puesta en la ciudad, se disculpó. El alto hombre giró la cabeza, la fría mirada heló los huesos de Amaia. Ese hombre no era su jefe. Era demasiado joven como para ser el señor Gabin Sabatier.
—¿Por qué ingresas a mi oficina sin tocar?
—¿Su-oficina?
—¿Tienes problema de oído? —cuestionó al acomodarse en la silla— Fue eso lo que dije.
Amaia estaba por responder, pero de pronto escuchó a su jefe detrás.
—Amaia, ¿qué haces aquí?
Amaia se giró, le regaló una sonrisa a Gabin Sabatier. Tras saludarlo con un beso en la mano como siempre lo hacía, dijo.
—He retomado mi trabajo.
—¿Y el viaje? —gruesa saliva rodó por su garganta— ¿No estarías fuera quince días? —al ver los ojos tristes de Amaia, el señor Gabin, no continúo cuestionando—. Bueno, luego me cuentas que pasó. Me da gusto que estés aquí, así puedes conocer a mi hijo, Bastián, quien tomará mi lugar desde hoy.
Amaia se giró a ver al hombre sentado detrás del escritorio quien la contemplaba fijamente.
—Bienvenido, señor Bastián —este asintió y se levantó cuando su padre le pidió que se acercara.
—Bastián, Amaia es mi asistente personal, ahora será tuya, créeme que es muy inteligente y, es la persona que te ayudará a adaptarte.
—Un placer conocerla, señorita, Roble —le extendió la mano, la cual Amaia miró y por supuesto estrechó. Ante ese contacto levantó la mirada y, seguido la soltó para dirigirse a su jefe, a quien agradeció por todos esos años de trabajo juntos.
Al rato salió, se acomodó en su lugar de trabajo, dejando a sus jefes solos.
—¿Tengo que quedármela? ¿No puedo cambiarla? —cuestionó al sentarse.
—¿Hablas de Amaia? —Bastián asintió— Didier…
—Llámame por mi primer nombre, por favor.
—Ok, Bastián. No puedo obligarte a que te quedes con Amaia. Ella es muy inteligente, capaz de resolver cualquier problema, hacer lo complicado en fácil. Me dolería que la cambiaras por alguien más que no conoce nada del trabajo.
—¿Acaso, fue tu amante?
—Como puedes decir eso. Le doblo en edad, yo…
—Sé que le montaste muchos cuernos a mi madre, así que, bien esa asistente podría ser una de las tantas.
—Es verdad, traicioné a tu madre, pero no te atrevas a pensar en que Amaia es una de ellas. Ella está casada, viene de una familia trabajadora, y decente.
El silencio perduró un instante, hasta que Bastián dijo.
—Me lo pensaré.
No estaba seguro de trabajar con una imprudente mujer que ingresaba a su oficina sin tocar la puerta, sobre todo, que era de suma confianza de su padre. Seguramente quería que se la quedara como asistente para estar informado, pero Bastián estaba seriamente pensando en, cambiar de asistente. Buscarse alguien que fuera fiel a él.
Cuando el ex jefe de Amaia se marchó, ella ingresó a la oficina, nuevamente sin tocar. Era una costumbre que tenía, ya que su anterior jefe se lo pidió. Le dijo que cuando fuera a ingresar a su oficina lo hiciera sin tocar, ya que ella podía ingresar a ese lugar, a cualquier hora, sin necesitar aprobación.
Nuevamente la mirada oscura de Bastián la congeló, pero este no se quedó callado en hacerle saber lo que odiaba.
—La próxima vez que vayas a ingresar a mi oficina, toca la puerta. Ya no es mi padre el que está sentado, soy yo, y detesto a los imprudentes y mal educados.
—Disculpará, señor Sabatier, no se repetirá.
—Si, pueda que no se repita, porque buscaré otra asistente.
Al escuchar eso, Amaia sintió temor. Si su jefe buscaba otra asistente, si tan solo la remplazaba, ella no tendría como sustentar los gastos de su casa, la escuela de sus hijos, incluso, la deuda del banco. Un despido era lo último que podía llevarse en la situación que se encontraba.
—Señor Sabatier, me disculpo nuevamente por mi imprudencia y, le aseguro que no se repetirá, pero por favor, descarte la idea de despedirme, necesito el trabajo. Le juro que no volverá a tener quejas de mí.
—¿Dame una razón para que no despedirte?
Los labios de Amaia temblaron, levantó la mirada que estaba puesta en el escritorio, la conectó con la de Bastián y, dijo.
—Conozco este lugar más que nadie, he estado trabajando con su padre desde que creó este hotel, soy una persona en la que puede confiar, porque mi lealtad está y siempre estará para usted.
Bastián la observaba fijamente.
—Creo que al igual que tú, debe haber más empleados antiguos. ¿Crees qué si cometen errores debo tenerlos aquí solo por el hecho de ser antiguos?
—No señor, considero que, si cometemos errores, está en todo su derecho de despedir, pero yo no he cometido ningún error, al menos profesionalmente hablando. Considero que el ingresar y no tocar la puerta no es motivo de despido, más si ya he pedido disculpas en dos ocasiones.
—Vete —dijo Bastián secamente.
Amaia le miró, esperando que le dijera que no la despediría, pero Bastián se concentró nuevamente en el computador y, para no molestarlo, Amaia salió llena de inseguridad. Fue al baño, se miró al espejo y sus ojos se nublaron. ¿Qué de malo había en ella? ¿Por qué todos querían cambiarla?
Su esposo la había cambiado por su sobrina. Ahora, su nuevo jefe quería reemplazarla por una nueva asistente. Si eso sucedía, estaría en serios problemas.
Se limpió las lágrimas, inhaló profundo y salió decidida a mantener su puesto de trabajo. No podía darse el lujo de perderlo, menos en esos momentos tan cruciales.