Ya era otro día, Amaia se ajustó la chaqueta de oficina y bajó a servirles el desayuno a sus hijos. Mientras desayunaban, Alessia dijo.
—Cuando vayamos a la escuela, mis amigos se burlarán de mí. Les dije que en las vacaciones volaría en avión, iríamos a otro país y, llevamos una semana de vacaciones, solo encerrados en casa de la tía loca.
—Oye, respeta a tu tía —bramó Amaia.
—No importa lo que digan, Alessia —dijo Alesso, el hijo mayor de Amaia.
Alessia rodó los ojos, estaba enojada porque no harían lo que su madre le había dicho que harían tras salir de la escuela. Pasaron una semana entera emocionados porque volarían. Era la primera vez que subirían en avión, sobre todo, saldrían del país, sin embargo, su padre se había ido solo y no los había llevado.
Aunque no lo decía, por miedo a ser castigada, culpaba a su madre de que su padre los hubiera dejado y no llevado al viaje, porque si no los llevó, era porque se habían peleado. Si se pelearon, era culpa de su mamá, porque su padre era un hombre muy pacifico, nunca buscaba problema, era su madre la que siempre empezaba las discusiones, pero todo se debía a los malos consejos de la loca de su tía.
—Es tu culpa —dijo sin poder sostenerlo más—. Si papá se fue, es tu culpa —dicho eso se levantó y corrió a la habitación, dejando a Amaia con el corazón destrozado.
Ella también se sentía culpable y, ahora que su hija de seis años se lo decía, era porque así era. Que Diego se hubiera ido porque no era una buena esposa, una buena mujer, una buena madre ¿En realidad era su culpa? ¿Por qué sería su culpa si ella había dado todo por él? Hasta donde recordaba, había sido una buena esposa, la mejor, esas eran sus palabras. Pero con su abandono le demostró que no era así, que fue la peor de las esposas.
Ese día, Amaia se retrasó al trabajo, porque Alessia no quería salir, menos levantarse para ir a la escuela. Tuvo que prometerle que volarían en avión al finalizar el mes, así fuera de Quito a Cuenca o Guayaquil, pero los llevaría a volar.
En todos esos años nunca lo habían hecho, porque se dedicaron a trabajar y trabajar. Los viajes en avión no eran importantes, porque lo que ella ganaba, alcanzaba para cubrir los gastos y, darse un paseo en la misma ciudad o las aledañas, pero en auto.
Cuando Amaia llegó al trabajo, sabía que tendría consecuencias grabes, porque ese hombre que hace días había tomado el control de la cadena hotelera, era un idiota que no le dejaba pasar ninguna falla.
Apenas llegó ingresó a la oficina, tocó la puerta lentamente. Bastián le dio el ingreso. Al verla entrar, no pudo evitar observar esas piernas que ese día no usaban media, estaban descubiertas y, aun así, lucían brillantes. Apartó la mirada cuando estuvo consciente de lo que estaba haciendo.
—Señor Sabatier, me disculpo por el retraso.
—Desde que ocupé este lugar no has hecho otra cosa que disculparte, y cada día cometes uno y otro error. Es como si tu mente no estuviera aquí. Mi padre dijo que eras una excelente asistente, pero yo veo que eres una despistada —«si supiera», musitó Amaia para sí misma—. Estuve revisando los sueldos que se pagan y, creo que el tuyo está demasiado alto. No entiendo como una asistente puede ganar tanto, creo que estás demasiado sobrevalorada. Te bajaré el sueldo, ganarás la mitad de lo que ganas.
—¡No puede hacer eso! —rugió.
—¿Perdón? ¿Qué no puedo hacer, qué? —la miró fijamente.
—Es algo que me he ganado en todos mis años de trabajo. Cada día me esforcé para lograr ganar la cantidad que gano hoy. El señor Sabatier solía premiar a sus mejores empleados en un aumento de sueldo por cada logro conseguido y, yo me los he ganado. Usted no puede venir a bajarme el sueldo porque sí.
Bastián la observaba fijamente.
—Yo puedo hacer lo que quiera, porque esta es mi cadena hotelera y, si veo que un empleado no está rindiendo, que en vez de darme soluciones me da problemas, tomo cartas en el asunto, porque soy el jefe. Si te ganaste ese premio, ahora lo estás perdiendo y, si sigues así, terminarás perdiendo ese puesto.
Amaia iba a reprochar, pero Bastián no la dejó hablar.
—Ahora vete y, cuenta que esta hora de retraso, se descontará.
Amaia tragó grueso, se giró para irse, antes de hacerlo se detuvo quedando de espaldas a él. Bastián la observaba, esperando lo que ella iba a decir, pero Amaia no dijo nada, porque las lágrimas se formaban en su conducto lagrimal para salir. A toda prisa salió de esa oficina, una rebelde lágrima escapó de sus pupilas, la limpió y se sentó en su escritorio para seguir en su trabajo.
Quería llorar, deseaba echarse a llorar, y muy fuerte, pero no lo hizo, se tragó el llanto y se puso a trabajar. No quería darle motivos a ese hombre para que la despidiera. Debía concentrarse, porque de lo contrario se quedaría sin trabajo. Si le bajaban el sueldo, no podría abastecer los gastos de la casa.
En otro día de trabajo, Bastián dijo.
—Necesito que me tengas listos los informes de ocupación y facturación de la semana pasada en mi escritorio antes de las 10 am. Y quiero que coordines una reunión con todos los jefes de departamento para las 11 am. Tenemos mucho trabajo por delante —respondió, sin siquiera detenerse a mirarla.
—Por supuesto, señor. Me pondré a ello de inmediato —dijo Amaia, sintiéndose pequeña e insignificante bajo la mirada despectiva de su jefe.
Durante las siguientes horas, Amaia se sumergió en una maraña de tareas y reuniones, intentando mantener la compostura a pesar de su turbulenta vida personal. Preparó los informes solicitados y organizó la reunión de departamentos, todo ello con una eficiencia que había desarrollado a lo largo de los años. Sin embargo, su mente seguía divagando, haciéndole cometer pequeños errores que normalmente no habría cometido si no estuviera recordando la desdicha de su vida.
Cuando llegó la hora de la reunión, Bastián entró a la sala de juntas con un semblante aún más adusto que de costumbre. Amaia se sentó discretamente en un rincón, esperando pasar desapercibida. Pero el gerente general tenía otros planes.
—Señorita Robles, ¿podría usted explicarnos por qué los números de facturación de la semana pasada muestran una baja del 15% con respecto al mismo período del año anterior? —preguntó, clavando sus ojos sobre ella.
Amaia se sintió palidecer. Había revisado esos informes con especial cuidado, pero al parecer había pasado por alto algo importante. Tartamudeando, intentó explicar:
—Yo... lo siento, señor. Debo haber cometido un error al procesar los datos. Le aseguro que revisaré todo de nuevo y le entregaré un informe detallado a la brevedad.
—Este hotel no puede darse el lujo de tener asistentes incompetentes. Le sugiero que se concentre más en su trabajo y deje sus problemas personales fuera de esta oficina —respondió, antes de continuar con la reunión.
Amaia sintió que las mejillas le ardían de la vergüenza. Sabía que su jefe la detestaba, pero nunca la había humillado de esa manera frente a todo el equipo directivo. Luchó por contener las lágrimas mientras el resto de la reunión transcurría, sintiéndose cada vez más frustrada y desesperada.
Cuando finalmente pudo retirarse a su oficina, Amaia se derrumbó en su silla, sintiendo que todo se le venía encima. No podía concentrarse en nada, su mente estaba completamente consumida por la traición de su esposo y la crueldad de su jefe. Enterró la cabeza entre sus manos, sollozando en silencio.
Así la encontró Bastián, una hora más tarde, cuando volvió a buscar los informes que le había solicitado.
—¿Señorita Robles? ¿Se puede saber qué está haciendo? —bramó, sobresaltándola.
Amaia se limpió rápidamente las lágrimas, intentando recuperar la compostura.
—Yo... lo siento, señor. Estaba revisando los informes que me pidió. Ya casi los tengo listos —respondió con voz temblorosa.
—Pues más le vale tenerlos listos en los próximos 10 minutos. No tengo tiempo para estar esperando. Y le sugiero que se ponga a trabajar en vez de perder el tiempo… llorando. No sé cuáles sean los problemas que tenga, pero déjelos a fuera de esta oficina, porque no voy a tolerar ni una equivocación más —espetó, antes de salir de la oficina dando un portazo.
Amaia se quedó allí, petrificada, sintiéndose más sola y desdichada que nunca. Su vida personal estaba hecha añicos y ahora también parecía estar perdiendo su empleo. Si perdía su trabajo ¿Cómo iba a seguir adelante? ¿Cómo sustentaría a sus hijos?
Tomó una profunda respiración y se obligó a concentrarse en terminar los informes. Tenía que demostrarle a su jefe que era una trabajadora competente, a pesar de todo lo que estaba pasando.
Mientras tecleaba frenéticamente en su computadora, Amaia no podía evitar preguntarse cuánto más tendría que soportar. Pero con la determinación que la caracterizaba, se juró a sí misma que no se derrumbaría, que saldría adelante sin importar lo que sucediera. Ese día había sido un infierno, pero mañana sería otro día.
El fin de mes llegó y, Amaia salió con un bajo sueldo, al ver el depósito, maldijo a Bastián por arruinar sus planes de llevar a su hija a volar.
—Lo siento Alessia, pero no podré llevarte en avión.
—Pero ¿Por qué? dijiste que apenas cobraras lo harías. Ahora dices que no, eres una mentirosa, por eso papá te dejó —dicho eso se fue corriendo, y otra vez golpeó el corazón de Amaia.