Se había esmerado tanto en prepararle esa fiesta de graduación, al igual que se había esmerado en apoyarlo constantemente en los estudios. El apoyo no solo había sido emocionalmente, también económicamente. Es que ella había tenido la suerte de tener un padre que le pagó los estudios hasta convertirla en una profesional, sobre todo, conseguirle un trabajo en una de las mejores cadenas hoteleras del país.
Amaia Robles, era una mujer con suerte. Al menos así se consideraba ella. No solo tuvo la suerte de nacer en una familia acomodada, también en, enamorarse y casarse con un hombre maravilloso, con el mismo que había tenido dos hijos. Una niña y un niño, solo con la diferencia de dos años.
Quedar embarazada no detuvo a Amaia. Ella continuó trabajando porque, en casa las facturas no se pagaban solas. Ella, a pesar de estar casada, debía cubrir con todos los gastos ya que, su trabajo era tres veces mejor que el de su esposo y, ganaba cuatro veces más que él. Sobre todo, este estudiaba y trabajaba al mismo tiempo.
Diego Guzmán, no había tenido la misma suerte de Amaia. Para él, el estudio se le negó apenas terminó el colegio. Se dedicó a trabajar para ayudar a su madre, pero cuando conoció a Amaia, la mujer les robó el corazón a penas la vio.
Después de conocer a Amaia, su vida cambió por completo. Se enamoró, se casó y, su economía mejoró. No solo eso. Su amada esposa lo impulsó a estudiar. A diario lo animaba para que ingresara a la universidad, pero él no se veía entre tanta juventud. No era que fuera viejo, apenas cruzaba por los treinta años, aun así, se le hacía extraño regresar a los estudios. Pero ante la insistencia de Amaia, lo hizo y, con el apoyo de ella, logró alcanzar el tan anhelado título que siempre soñó.
¿Qué hizo después de conseguirlo?
Se fugó con la sobrina de Amaia, dejando a esta con una deuda, con sus hijos y el corazón destrozado. Tomó el préstamo que Amaia había realizado para viajar en familia y celebrar la graduación de él. Pero Diego decidió salir del país, viajar a los Estados Unidos y hacer su vida ahí, con la sobrina de Amaia: Lauren, con quién había empezado una relación hace unos meses, la cual era quince años menor a él, pero lo tenía locamente enamorado. Tanto, que no le importó abandonar a la mujer que lo apoyó, que le ayudó a surgir y ser lo que era hoy en día. Ni siquiera le importó abandonar a sus hijos.
Amaia lo esperaba en la fiesta de graduación que le había preparado, pero Diego no llegó, por último, no le respondía las llamadas. Lo único que Amaia recibió fue, mensajes de Lauren con fotografías de Diego y ella juntos en el aeropuerto internacional de Tababela y, una frase que decía.
“Sorry, tía. Pero Diego y yo decidimos irnos lejos, haremos nuestra vida, porque nos amamos. Espero un día puedas perdonarnos”.
El corazón de Amaia se partió. Se hizo trizas. Se rompió en mil pedazos. El móvil que sostenía en sus manos rodó de esta. Su hermano, que la contemplaba, al verla pálida se acercó y cuestionó.
—¿Qué sucede, Amaia? Diego ¿Ya viene?
Juan bajó la mirada al móvil que se había caído, lo recogió y, al girarlo observó la imagen de su hija y Diego. Al leer el pie de la fotografía se quedó en trance.
—Diego no vendrá —dijo con dolor, Amaia.
—¿Como que no vendrá? —cuestionó el padre de Amaia desde atrás— ¿Le dijiste que lo estamos esperando? ¿Qué sus hijos están ansiosos de felicitarlo por su título conseguido?
—¡No vendrá! —gritó Amaia, atrayendo la atención de todos los invitados y familiares.
El padre de Amaia, José, no entendía que era lo que sucedía, porque su hija gritaba de esa forma y, lloraba.
—¡Diego se fue, se fue con Lauren! —dijo con la voz casi apagada.
—¿¡De que hablas!? —rugió su cuñada— ¿¡Que tiene que ver mi hija en que tu esposo te haya dejado plantada!?
Amaia agarró el celular de la mano de su hermano que aun estaba en trance, y cuando se la mostró a todos, los dejó aturdidos.
—Se fueron, se escaparon. Son amantes. Han sido amantes —de sus ojos cayeron gruesas lágrimas.
Tras decir eso abandonó el salón, salió corriendo, dejando atrás a todo un escándalo. Porque ella mismo se encargó de dar a conocer a todos lo que había sucedido. Su esposo, el hombre al que le entregó todo, absolutamente todo, la había engañado. Le estaba abandonando por alguien más y, ese alguien era su propia sangre, su sobrina.
No se lo merecía. Ella no se merecía eso. Le dio toda su juventud, toda su vida se la entregó a él y a sus hijos, para que ahora se marchara, dejándolos atrás, como si ellos no fueran nada en su vida.
De pronto, la tormenta se desató. Mojando el cuerpo de Amaia, empapándola por completo desde la cabeza a los pies.
Su llanto, en medio de los árboles de aquel parque, que sacudían sus ramas, lanzándole toda el agua de las hojas a ella, era lo único que se escuchaba.
Su padre, que había salido a buscarla la encontró ahí, en medio de esa soledad, llorando incontrolablemente. Su corazón se partió en dos, porque Amaia era la luz de su vida. José, sacó su abrigo y cubrió el cuerpo de su hija. Al sentir lo caliente de este caer en su espalda, Amaia levantó la mirada y, por un momento imaginó que era Diego, quien había regresado por ella.
—La vida vale con o sin él.
—No sé si pueda seguir sin él —dijo entre sollozos.
—Eres más fuerte de lo que piensa, Amaia.
Amaia se aferró a su padre. Desde que se convirtió en madre, no había sentido la necesidad de recibir afecto de sus padres. Sentía que ya estaba vieja para eso, sin embargo, ahora mismo estaba llorando abrazada a su padre cómo cual niña regañada.
José llevó a su hija a casa. al llegar, cuidó que los niños no la vieran en ese estado.
Tras darse un baño, Amaia se tiró en la cama. Esa cama que abandonó cuando se casó con Diego, el hombre que la había llevado al cielo y, ahora la había lanzado al infierno.
Dolía. Su pecho dolía como si mil agujas estuvieran clavadas en él. Ahogó los gritos en la almohada, hasta que se quedó dormida.
Soñó. Soñó con la fiesta de graduación de su esposo, luego con el viaje de los cuatro como familia y, al final algo oscureció su sueño. Fue el golpe a la realidad. Diego no estaba, Diego se había ido con Lauren. Joder, con Lauren, su sobrina. Ella lo arrebató de su lado, del lado de sus hijos. Ambos la habían destruido, la habían herido de muerte.
Nunca, pero nunca imaginó que podría pasar por algo así. Diego siempre fue buen esposo, amable, cariñoso, atento con sus hijos. ¿Cómo fue que la traicionó? ¿En que momento que no se dio cuenta? ¿Hizo ella algo mal? ¿Por qué no se lo dijo? Hubiera hecho todo por mejorar, por complacerlo porque lo amaba con toda el alma.
Su madre ingresó, la vio frágil e indefensa en la cama. Para todos había sido una gran sorpresa lo que esos dos hicieron, pero a nadie le dolía más que Amaia.
—Amaia, sé que esto es doloroso, porque alguna vez, cuando fuimos novios tu padre me la hizo. Pero tienes dos hijos ahí a fuera que debes atender. No puedes echarte a morir por un hombre que no valoró la mujer que eres. Porque sabes que eres valiosa, porque en la faz de la tierra nunca encontrará alguien como tú. No desperdicies tu tiempo en llorarlo, deja esas lágrimas para momento importantes, como la graduación de tus hijos, la boda de tu hija, incluso la muerte de nosotros. Pero ya, sal de esa cama, levántate y enfrenta la vida.
Amaia asintió. Sabía que su madre tenía razón, que no debía quedarse ahí, que debía salir de esa habitación y, darle la cara a la vida, aun cuando esta la había golpeado dolorosamente. Amaia sabía que nunca iba a tener un abrazo sentimental de su madre, porque ella era una mujer fría que nunca la abrazó cuando lloraba. Los abrazos que recibió de su madre fueron, en su graduación, en su boda, en cada momento cuando ella alcanzaba algo importante. En definitiva, los abrazos de su madre siempre fueron por orgullo y no por lástima.
Amaia abandonó la habitación. Sus ojos estaban irritados, hinchados de llorar más de medianoche. Cuando llegó a la sala, su hijo mayor, el cual tenía ocho años se acercó.
—Mamita ¿Ya te sientes mejor? El abuelo dijo que te dolía la cabeza.
Amaia agradeció a sus padres que no le hayan dicho nada a sus hijos. Ella se encargaría de decirles lo que pasó. No para que guardaran rencor a su padre, sino, para que supieran que ya no serían la familia que eran.
—Si, ya estoy bien, cariño.
Tenía que hacer un esfuerzo sobre humano para sonreír, aunque por dentro estuviera totalmente destrozada.
Amaia se sentó en el comedor, pero no pudo tragar ni la comida que ya había masticado. Su cuerpo estaba ahí, pero su mente en otro lugar. Sin sentir las lágrimas se desprendían de sus ojos. Su hijo se percató de ello y, se acercó a limpiarla.
—De grande seré doctor, para quitarte ese dolor —dijo, pensando que su madre lloraba por el dolor de cabeza.
Amaia lo abrazó fuertemente, aferrándose a él como la última oportunidad de sobrevivencia. Su hija de seis años se unió a ellos. Amaia tenía dos brazos para abarcar a sus hijos, un corazón completo para darles amor a ellos. Una vida por delante junto a sus dos más grandes amores. Los cuales un día también la abandonarían, pero para ese momento ya estaría preparada, algo que no estuvo con Diego.
Diego. Pensar en el le dolía. Le quemaba el pecho.
Regresando a casa, lo primero que los niños hicieron fue llamar a su padre.
—Llegamos, papá —sus abuelos le dijeron que el papá se quedó a celebrar con los amigos de la universidad y, que por eso no había llegado a la fiesta que habían preparado.
Amaia se desplomó en los sillones de la pequeña sala. Posó la mirada en la fotografía donde se encontraba ella y él. aquella fotografía que tomaron el día de su boda civil. Llevó la mano a esta y, agarró el retrato, seguido lo abrazó, dejó escapar unas lágrimas, seguido llamó a sus hijos y, dijo.
—Su padre no está, él se fue. Se fue del país. Quizás no lo volvamos a ver en mucho tiempo —tenía la esperanza de que algún día regresara. Que el amor que sentía por sus hijos lo trajera de regreso.