Deber favores.

1852 Words
Ese día Alessia pasó resentida todo el día, cosa que Amaia se sintió desdichada por no poder cumplir con la promesa de su pequeña. En la noche se sentó en el sillón en medio de la oscuridad. Abrazó sus piernas y con la mente perdida observó un punto fijo preguntándose como hacían las madres con tantos hijos para sacarlos adelante y cumplir con los anhelos de ellos. Pensó en la madre de Diego, quien se había quedado sola después de tres fracasos de unión libre y con ocho hijos a cargo, dónde Diego era el mayor. Esa señora tuvo que trabajar a sol y agua para llevar el pan de cada día a su casa, para darles de comer a sus hijos y ninguno se le murió. Amaia sentía que no iba poder. Negarle las cosas a sus pequeños era como sacarse un pedazo del corazón. Le dolía porque hizo una promesa y nunca le había fallado. Y no lo hubiera hecho si su jefe no le bajaba el sueldo. Ahora, por primera vez en su vida, estaba fallándole a sus pequeños y eso no la dejaba estar tranquila. No era porque estuviera acostumbrada a cumplir con todos los caprichos de sus hijos, sino que, hizo una promesa y había fallado. A ella le enseñaron sus padres que las promesas se cumplían, porque si se prometía algo, era porque se cumpliría. Se quedó algunas horas ahí, pensando en su esposo y la vida de felicidad que llevaría con su sobrina. Aún le dolía pensarlos, pero ya no había lágrimas de por medio, solo ira, rabia hacia esos dos traidores. Por la mañana levantó a sus hijos les hizo dar un baño y alistarse para salir. Irían de compras al supermercado. Alesso estaba muy animado, no obstante, Alessia parecía estar enfadada aún por la falta de promesa de su madre. Mientras los niños se bañaban, Amaia tuvo una visita de su suegra. La mujer la miró con tristeza. —Créeme que siento mucho lo que mi hijo te hizo. Soy consciente de que eres la mejor esposa que algún día podría llegar a tener —esas palabras debían animarla. Su suegra la quería, sin embargo, Diego no la quería. La había abandonado por alguien más joven, alguien que no tuviera ojeras por levantarse cada mañana a preparar el desayuno para los niños y dejarlos en la escuela. —Discúlpame Amaia, discúlpame por lo que te hizo Diego —sacó una cartera muy pequeña y de esta extrajo algo de dinero—. Sé más que nadie lo difícil que es quedarse con hijos a cargo. Aunque tienes un trabajo, pueda que… te haga falta —Amaia miró como una ofensa el dinero que aquella mujer le estaba dando. —No tiene que disculparse por lo que hizo su hijo. Fue él quien me engañó con mi propia sangre, fue él quien decidió abandonarnos, robarse el dinero para disfrutarlo con otra. No puedo coger ese dinero, no sí sé que proviene de él. Usted no trabaja desde hace algunos años, mejor dicho, desde que Diego empezó a pagar sus gastos y los de sus hijos, para dejarme todos los gastos de la casa a mí. Sé que ese dinero lo envía él, y no pienso coger ni un centavo que provenga de ese canalla. —Pero Amaia, solo quiere apoyarte. —¿Apoyarme? —Amaia sonrió irónica— El traidor quiere apoyarme con limosna. No puedo creerlo. Sabe que señora, váyase de mi casa y cuando se comunique con su hijo dígale que no necesito sus sobras, que se la de a su amante. Amaia abrió la puerta para que la mayor saliera, no quería ser grosera con alguien que se llevó muy bien. La madre de Diego no era culpable de las estupideces que este hizo, pero le indignaba que se prestara para intermediaria de ese infeliz. Horas después entraba al supermercado con sus hijos. Alesso agarró un coche enorme. Estaba acostumbrado a ver a su madre llenar el coche hasta que ya no ingresara más, sin embargo, en ese día, era poco lo que llevaban. Ya tenían más de dos horas en el supermercado, por primera vez su madre estaba rebuscando lo más barato para comprar. —¿Mamá? —Amaia le miró— No hemos cogido nuestras golosinas. ¿Tampoco nos la comprarás? —Inquirió Alessia. Amaia miró el presupuesto y se dio cuenta que no le alcanzaría. —En las próximas compras, ahora solo traje para la comida. —Otra cosa en la que fallarás y no cumplirás. —Bueno, ya no te quejes, mamá hace lo que puede, papá nos abandonó y lo que alcanza es para esto —gruñó Alesso. Al otro lado de la percha extensa, se encontraba Bastián, quien observaba a Amaia por una rendija. Tras escuchar lo que dijo el niño, Bastián comprendió lo que sucedía. No tenía idea de porque ese hombre había abandonado a Amaia, pero sabía lo difícil que era pasar por un abandono. Eso te consumía la mayor parte del tiempo. Tu mente no podía dejar de traer a esa persona a la cabeza ni todos los momentos vividos. A algunos les golpeaba más que otros. Amaia parecía haber sido golpeada brutalmente, por esa razón no podía concentrarse en el trabajo. Ahora se sentía culpable de haber sido muy duro con ella. —Entonces somos pobres, terminaremos durmiendo en las alcantarillas como esos niños que vimos —reprochó Alessia angustiada. —No es para tanto cariño, tenemos una casa y, mamá nunca permitirá que tengas que dormir en esos lugares —eso calmó a Alessia. Aunque si corrían el riesgo de perder la casa ya que estaba hipotecada, pero Amaia haría todo para saldar la deuda. Así tuviera que recortar algunos gastos que ahora le parecían innecesarios como ir a la peluquería, manicurista y otros tipos de gastos que no son tan necesarios, pero ella pagaría ese préstamo. Continuaron realizando compras, buscando los productos de promoción para así llevar lo necesario a casa, que alcanzara hasta la quincena. Amaia estaba agradecida que las clases aun no empezaran porque en cada inicio la situación se volvía difícil. Hasta que las clases regresaran, ella ya estaría bien en su trabajo, haría las cosas como antes, sin errores, para que así, su miserable jefe, le devolviera su sueldo anterior. No iba a recibir ningún centavo que la madre de Diego le diera. Estaba segura de que ese dinero venía de él. seguramente la culpa ya lo estaba carcomiendo y por eso enviaba su dinero, pensando que con eso repararía el daño que le causó a sus hijos y a ella. Pero Amaia sabía que nada de lo que Diego hiciera podría reparar lo que hizo. Ella nunca le perdonaría su traición, ni siquiera porque fuera otra mujer, jamás perdonaría el engaño. Cuando Amaia dobló en el siguiente pasillo se encontró con Bastián, este seguía eligiendo el vino que llevaría a casa. De reojo vio la mujer parada en la esquina con dos pequeños, cuando giró el rostro, ella intentó irse, pero Alesso le señaló el vino blanco que su madre solía comprar para las comidas. —Aquí está, mamá —Alesso agarró la botella, la dejó en el coche mientras Amaia contemplaba a su jefe. —¿Qué ocurre mamá? —Amaia no dijo nada, solo giró el coche bruscamente provocando que este se llevara dos que tres botellas de licor. Estas explosionaron en el suelo, esparciendo los cristales por todas partes, invadiendo los zapatos de los niños con el líquido. Bastián se acercó de inmediato, cuando el joven que perchaba a en la percha del siguiente tramo se acercó a reprender a Amaia por no controlar a los niños, creyendo que eran estos los que habían hecho caer el licor. —Tiene que pagarlo, cada botella está valuado en más de 100 dólares —Amaia mordió el labio, puesto que era más de la mitad que cargaba. —No sé preocupe, yo lo pagaré —dijo Bastián, lo que hizo que Amaia regresara a verlo— Fue mi culpa. —Claro que no —reprochó—. Se agradece su intervención, pero no pienso dejar que pague por cosas que yo rompí. Siga su camino, señor Sabatier. —Bien, deme su nombre para pasarlo a caja y que le cobren a lo que sale. —Bastián Sabatier —dice Bastián— Póngalo en mi cuenta. —Señor Sabatier, ya le dije que no es necesario, tengo como pagar las botellas. —Es mentira, no tienes ni para pagar nuestras golosinas que son más baratas, menos tendrás para pagar eso —recriminó Alessia. —¡Alessia! —rugió, y la niña se alzó de hombros. —¿Por qué no dejas que las pague? Quiere pagarlas. Bastián sonrío por como Alessia delató la mentira de Amaia. Cuando esta la miró se puso serio y endureciendo las facciones dijo. —No está en discusión, cóbremelas, ahora mismo. —Acérquese a la caja. Bastián asintió y fue a la caja. Amaia lo intentó seguir, pero las zancadas de Bastián eran largas y rápidas. Además, que ella iba junto a sus hijos empujando el coche—. Señor Sabatier —rugió, pero este se hizo de oídos sordos, extendió el billete a la cajera para que cobrara las botellas. —Listo, está cancelado —miró a los niños y les regaló una sonrisa—. Nos vemos el lunes en la oficina, señorita Robles —Amaia abrió la boca para reprochar, sin embargo, Bastián ya había desaparecido. —Si vas a volver a casarte, quiero que sea con él—dijo Alessia seriamente. —¡Alessia! —gruñó Amaia. La pequeña volvió a alzarse de hombros porque ese hombre le había parecido buen partido para su madre, además de que era caritativo, quería pagar cosas que él no rompió. Así que, eso le pareció muy romántico, además que parecía tener mucho dinero. Seguro podría llevarlos a volar y sin tener que pagar. Pensar en eso la hizo sonreír. —Eres una tonta —dijo Alesso—. Papá regresará. Ya era lunes, Amaia se preparó para ir al trabajo. Pasó dejando los niños en casa de su hermana. Esperó que los niños ingresaran para hablar con su hermana—. Necesito que me prestes dinero, prometo devolvértelo apenas me llegue la quincena. —Si es para cumplirle el caprichito a tu hija, no. —No es para eso. Alessia ya entendió que no podemos viajar ahora —Amaia recibió el dinero de su hermana. Llegó al trabajo, tocó la puerta de presidencia e ingresó. —Buenos días, señor Sabatier, aquí tiene el préstamo que me hizo el fin de semana. —¿Préstamo? Pero no era un préstamo. Pagué porque quise. —Agradezco su amabilidad, señor Sabatier, pero no tenía por qué hacerlo, yo no se lo pedí. No vuelva a hacerlo, porque no me gusta deberles favores a mis jefes. Que tenga una buena mañana —dicha esas palabras salió de la oficina dejando a Bastián con la mirada puesta en la madera de la puerta.
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