El avión privado descendió suavemente en la pista del aeropuerto de Salinas, sus ruedas rozando el asfalto caliente bajo el sol abrasador. Bastián y Amaia esperaron pacientemente a que la aeronave se detuviera por completo. Cuando la puerta se abrió, una oleada de calor húmedo invadió la cabina, anunciando la bienvenida tropical que les aguardaba.
Bastián fue el primero en descender por la escalerilla. Alto y de porte elegante, llevaba un traje de lino claro. Apenas puso un pie en tierra firme sintió cómo el calor lo envolvía como una manta sofocante. Sin perder tiempo retiró el esmoquin y se llevó las manos al cuello de su camisa para desabrochar los dos primeros botones buscando un alivio inmediato. El aire caliente acarició su pecho ofreciendo un leve consuelo.
Detrás de él, Amaia emergió. Su figura esbelta se perfilaba contra el cielo azul intenso enmarcada por el fuselaje plateado del jet. Vestía una blusa blanca de oficina que se ajustaba perfectamente a su torso, revelando sutilmente sus curvas. La falda hasta las rodillas de corte recto acentuaba la elegancia de su silueta. Su cabello oscuro estaba recogido en una cola alta, pero aun así pequeñas gotas de sudor comenzaban a formarse en su nuca.
Apenas descendió, Amaia sintió cómo el aire denso pesaba en sus pulmones. Cada respiración era un esfuerzo, como si el oxígeno se resistiera a entrar en su cuerpo. Parpadeó varias veces ajustándose a la luz cegadora del sol ecuatorial.
Juntos caminaron hacia la terminal del aeropuerto, sus pasos sincronizados como si hubieran ensayado esta entrada durante años. A medida que avanzaban, Bastián se subió las mangas de su camisa exponiendo sus antebrazos velludos. El sudor comenzaba a perlar su frente.
Al llegar a la salida de la terminal un coche n***o y reluciente los esperaba. El chofer, vestido con un uniforme impecable a pesar del calor les abrió la puerta con una reverencia respetuosa. Bastián ayudó a Amaia a entrar primero, su mano rozando ligeramente la espalda de ella en un gesto que podría haber sido puramente profesional, pero volvió a desatar un corrientazo.
Una vez dentro del vehículo, el aire acondicionado los envolvió en un abrazo fresco ofreciendo un respiro bienvenido del calor exterior. Amaia cerró los ojos por un momento permitiéndose relajar su postura perfecta por primera vez desde que habían aterrizado. Bastián la observó de reojo admirando la forma en que la luz jugaba con los rasgos delicados de su rostro.
El coche se deslizó por las calles de Salinas, pasando junto a playas de arena dorada donde turistas y locales disfrutaban del sol y el mar. Bastián y Amaia observaban por las ventanas polarizadas evaluando silenciosamente su futura inversión. El hotel que planeaban comprar no era solo un negocio más; era la puerta de entrada a un imperio turístico que ambicionaban construir en la costa ecuatoriana.
Tras un corto trayecto, el vehículo se detuvo frente a un imponente edificio que se alzaba como un faro de lujo frente al océano. El Hotel Pacífico, con su fachada de cristal y acero, era una joya arquitectónica que brillaba bajo el sol ecuatorial. Bastián y Amaia intercambiaron una mirada de aprobación mutua antes de salir del coche.
En la entrada del hotel, un grupo de empleados los esperaba, encabezados por un hombre de mediana edad con un traje impecable y una sonrisa ensayada. El gerente del hotel, Ramón Mendoza, se adelantó para recibirlos.
—Bienvenidos —saludó con entusiasmo, estrechando primero la mano de Bastián y luego la de Amaia—. Es un honor tenerlos aquí.
Bastián asintió cortésmente.
El lobby del hotel era un espacio amplio y elegante, con mármol pulido en el suelo y una enorme araña de cristal colgando del techo abovedado.
Tomaron uno de los ascensores panorámicos, que ofrecía vistas espectaculares de la ciudad y el océano a medida que subían. Ramón los guio por un pasillo decorado con gusto hasta llegar a dos puertas contiguas.
—Señor Sabatier, esta es su suite —dijo, abriendo una de las puertas—. Y para la señorita Robles, la suite adyacente. Ambas tienen vistas al océano y todas las comodidades que puedan necesitar.
—Excelente —comentó Bastián, volviéndose hacia Ramón— ¿Podríamos reunirnos en una hora para comenzar el recorrido por las instalaciones?
—Por supuesto, señor —asintió el gerente—. Los esperaré en el lobby. Si necesitan algo, no duden en llamar a recepción.
Una vez solos, Amaia se giró para mirarlo con una sonrisa curvando sus labios—. Nos vemos en el lobby en una hora —ella asintió y se adentró a su suite.
Amaia buscó bañarse con agua fría porque con el calor que hacía no le daban ganas ni de tomar baño de agua caliente.
Tras darse un baño, Amaia salió de la ducha con una toalla envuelta en sus cabellos y una grande bata, se asomó al balcón para llamar a su madre e informarle que ya había llegado. Habló un momento con sus hijos y luego se dirigió a cambiarse. Antes de hacerlo sacó el secador y secó su cabellos, procedió a pintarse y luego a cambiarse.
Nuevamente usó una blusa de oficina y una falda hasta la rodilla delineando sus perfectas caderas. La blusa, formaba sus pechos y dejaba lucir un abdomen plano con una cintura bien delgada, como si de su vientre no hubiera nacido ningún niño. Todos las que la veían ni imaginarían que ella era madre de dos criaturas.
Amaia sacó unos tacones que hacían juego con su uniforme de oficina, roció perfumen en su cuello, se dio una última mirada en el espejo y procedió a salir.
Amaia y Bastián salieron de sus respectivas suites al mismo tiempo, como si hubieran coordinado sus movimientos. Sus miradas se encontraron de inmediato, y por un instante, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. La tensión entre ellos era palpable con una mezcla de atracción no reconocida.
Bastián, con su traje recién planchado y el cabello perfectamente peinado, no pudo evitar admirar la elegancia de Amaia.
Ninguno de los dos habló. No era necesario. Sus ojos comunicaban más de lo que las palabras podrían expresar. Fue Amaia quien rompió el contacto visual dirigiéndose hacia el ascensor con pasos decididos. Bastián la siguió, manteniendo una distancia respetuosa .
El descenso hacia el lobby se realizó en un silencio cargado de tensión. El suave zumbido del ascensor era el único sonido que acompañaba sus pensamientos. Cuando las puertas se abrieron Bastián le dio la iniciativa a Amaia para que saliera.
Ramón los esperaba en el lobby con una sonrisa afable— ¿Qué les parece si comenzamos nuestro recorrido con un almuerzo en nuestro restaurante principal? Así podrán probar la exquisita cocina que ofrecemos a nuestros huéspedes.
Bastián asintió cortésmente. El restaurante del hotel era un espacio elegante con grandes ventanales que ofrecían una vista panorámica del océano. Mientras se acomodaban en una mesa privilegiada, Ramón no pudo evitar fijar su atención en Amaia.
—Señorita Robles —comenzó el gerente, su tono rozando lo adulador—, debo decir que su presencia ilumina nuestro humilde establecimiento. Es un placer tener a una mujer tan hermosa e inteligente en nuestro hotel.
Amaia sonrió diplomáticamente, acostumbrada a este tipo de comentarios—. Gracias, señor Mendoza. Cuéntenos más sobre el hotel.
Mientras Ramón se lanzaba a una extensa narración sobre los orígenes del Hotel Pacífico, Bastián observaba la escena con una mezcla de fastidio. El gerente parecía incapaz de apartar sus ojos de Amaia, y aunque ella manejaba la situación con profesional, ese hombre no dejaba de lanzar sus comentarios con doble sentido, lo que le parecía irritable.
—Y así fue como en 1985, el visionario arquitecto Jorge Salamanca diseñó este magnífico edificio —continuaba Ramón gesticulando con entusiasmo.
Amaia tomó un sorbo de su agua— ¿Y cómo han evolucionado las instalaciones desde entonces? —Bastián aprovechó la pausa para intervenir—. Me interesaría saber sobre las renovaciones recientes. ¿Cuándo fue la última actualización importante?
Ramón pareció momentáneamente desconcertado por la interrupción—. Bueno, verá, hemos hecho algunas mejoras menores en los últimos años, pero…
—¿Pero no ha habido una renovación completa en décadas? —presionó Bastián, su tono neutral pero sus ojos agudos.
—Eh, no exactamente —admitió Ramón, su sonrisa flaqueando por primera vez—. Pero mantenemos todo en excelente estado, se lo aseguro.
Mientras el almuerzo continuaba, Bastián se encontró deseando que el locuaz gerente desapareciera. Cada pregunta sobre el hotel era respondida con una anécdota interminable que poco tenía que ver con la información que realmente necesitaban. Amaia, por su parte, manejaba la situación redirigiendo la conversación hacia temas más relevantes cada vez que podía.
Tras lo que pareció una eternidad, el almuerzo llegó a su fin. Ramón, aún rebosante de energía los guio fuera del restaurante. El recorrido por las instalaciones fue revelador, aunque no de la manera que Ramón esperaba. Bastián, con su ojo crítico comenzó a notar una serie de deficiencias que explicaban la falta de acogida turística del hotel.
En la piscina principal, observó que varias tumbonas estaban desgastadas y que el sistema de filtración parecía estar funcionando a media capacidad.
En el spa, Bastián notó que los equipos eran anticuados y que el espacio carecía de la atmósfera relajante que los huéspedes modernos esperarían. —Interesante disposición —comentó, su tono neutral ocultando sus pensamientos críticos.
A medida que avanzaban por el hotel, la lista mental de Bastián crecía. El gimnasio necesitaba equipos nuevos y una mejor ventilación. Los pasillos, aunque limpios, mostraban signos de desgaste en la alfombra y la pintura. El bar de la playa, que debería ser un punto focal para los huéspedes parecía subutilizado y poco atractivo.
Amaia, por su parte, también tomaba notas mentales, pero su enfoque estaba más en el personal y la operación del hotel. Notó cómo algunos empleados parecían desanimados o poco entusiastas, un claro indicador de problemas en la gestión y la moral.
—Y aquí tenemos nuestra sala de conferencias principal — anunció Ramón con orgullo, abriendo las puertas de un espacioso salón—. Perfecta para eventos corporativos y bodas.
Amaia observó el espacio. La tecnología parecía obsoleta, y la decoración era anticuada.
La noche había caído sobre el Hotel Pacífico, envolviendo el edificio en un manto de oscuridad salpicado por las luces tenues de las habitaciones y las áreas comunes. Bastián, con un traje n***o a medida esperaba en el lobby. Su postura erguida y su mirada intensa revelaba su impaciencia.
A su lado se encontraban el señor Ramón Mendoza, el señor Jorge Vásquez y la señora Elena de Vásquez, ex propietario del hotel y la esposa de este. Elena, una mujer de unos sesenta años llevaba un elegante conjunto de pantalón y chaqueta color beige que acentuaba su porte distinguido.
Bastián consultó su reloj por enésima vez. Amaia debería llegar en cualquier momento. Justo cuando estaba a punto de sacar su teléfono para llamarla, las puertas del ascensor se abrieron.
El tiempo pareció detenerse cuando Amaia salió del ascensor. Bastián sintió que su corazón daba un vuelco y su respiración se entrecortaba. Allí estaba ella, radiante, luciendo un vestido que la hacía parecer una diosa moderna.
El vestido de Amaia era una obra maestra de seda color esmeralda que se ajustaba perfectamente a sus curvas. El escote dejaba al descubierto sus hombros y realzaba su cuello elegante. La tela fluía como agua alrededor de su cuerpo cayendo en suaves pliegues hasta el suelo. Un corte lateral revelaba ocasionalmente un atisbo de su pierna añadiendo un toque de sensualidad a su apariencia.
Su cabello oscuro estaba recogido en un moño bajo y suelto con algunos mechones enmarcando delicadamente su rostro, unos pendientes de esmeralda brillaban en sus orejas, haciendo juego con el color de su vestido y resaltando el verde de sus ojos, un verde que pocas veces Bastián había visto en este país.
Bastián se quedó momentáneamente sin palabras, hipnotizado por la visión de Amaia acercándose a ellos. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo incapaz de apartar la mirada. Por un instante olvidó dónde estaba y por qué estaba allí. Solo existía Amaia, moviéndose hacia él.
Bastián finalmente logró recuperar la compostura justo cuando Amaia llegó a su lado. —Buenas noches —saludó ella con voz suave dirigiéndose a todos los presentes.
—Buenas noches, señorita Robles —respondió Bastián, agradeciendo que su voz sonara más firme de lo que se sentía-. Permíteme presentarle. Esta es la señora Elena de Vásquez, el señor Jorge Vásquez.
Amaia estrechó la mano de Elena con una sonrisa cálida. —Es un placer conocerla, señora Vásquez.
Elena asintió, devolviéndole la sonrisa.
El grupo se dirigió hacia la sala de juntas, con Bastián y Amaia caminando lado a lado. Bastián no pudo evitar notar las miradas admirativas que Amaia atraía de los pocos huéspedes que aún estaban en el lobby a esa hora.
Una vez en la sala de juntas, todos tomaron asiento alrededor de una gran mesa de caoba. El señor Vásquez ocupó la cabecera, con Elena a su derecha. Bastián a la izquierda mientras que Amaia tomó asiento al lado del este.
—Bien —comenzó Bastián—. Después de una cuidadosa consideración y evaluación, estoy preparado para hacer una oferta formal por el Hotel Pacífico.
Bastián sacó una carpeta de su maletín y la abrió sobre la mesa. Extrajo un documento y lo deslizó hacia Jorge—. Esta es nuestra oferta inicial. Como verá, hemos tomado en cuenta el valor histórico del hotel, su ubicación privilegiada, así como las necesidades de renovación y modernización que requerirá.
Jorge tomó el documento y lo estudió en silencio durante unos minutos. Elena, visiblemente nerviosa se inclinó para echar un vistazo por encima del hombro de su esposo.
Mientras tanto, Amaia permaneció en silencio con su postura erguida.
Jorge levantó la vista del documento—. Esta es una oferta interesante, señor Sabatier. Sin embargo, me temo que está por debajo de lo que habíamos anticipado.
Bastián mantuvo su expresión neutral—. Nuestra oferta es justa considerando el estado actual del hotel y la inversión sustancial que será necesaria para envolverlo en la gloria.
—Tal vez —concedió Elena—, pero el Hotel Pacífico no es solo un edificio y unos muebles. Es el legado de mi familia, el trabajo de toda la vida de mi esposo.
Bastián asintió comprensivamente—. Respeto profundamente eso, señora Vásquez. Pero debe entender que el hotel no está en buenas condiciones. Yo no puedo pagar una suma más grande que la que ofrezco ya que, son muchos las difusiones que hay por tratar. No estoy aquí para discutir el precio, porque ya hice mi oferta, estoy aquí para firmar, y sino están de acuerdo, solo dígamelo, que así no perdemos el tiempo.
Jorge suspiró y notando que Bastián no había ido a perder el tiempo dijo—. Acepto siempre y cuando nos de un puesto en la junta directiva para, lo que nos permitiría seguir teniendo voz en el futuro del hotel.
Bastián permaneció en silencio por un momento, claramente sopesando la oferta—. Ok, pero no con el mismo valor que ahora, porque este hotel pasará a ser parte de la cadena Sabatier.
Tras una larga reunión finalmente firmaron, y desde ese momento, Bastián era el nuevo dueño. Pero Jorge quiso invitarlo a pasar unas horas de diversión en el club del hotel.
—Si usted…
—Lo acompañaré —dijo Amaia firme.
Ya en el bar, las cinco personas formando un círculo chocaron sus copas, por un momento, Bastián miró a Amaia y le agradeció.
—Gracias, sin usted no creo se hubiera dado.
—No tiene que agradecer, solo hago mi trabajo.
Por un momento, se miraron a los ojos, la tensión entre ellos era palpable. Bastián sintió el impulso de decir algo más, de reconocer no solo su éxito profesional sino también lo hermosa que se veía, lo mucho que su presencia había significado para él esa noche.
Pero antes de que pudiera encontrar las palabras, el momento pasó. Amaia rompió el contacto visual y lo centró en las personas que se divertían esa noche.
Había pasado tanto tiempo desde que ella no se divertía. A los veinticuatro años se casó, a los veinticinco se convirtió en madre y desde entonces no había hecho otra cosa que trabajar, pasar con sus hijos y ex esposo, olvidándose por completo de sus amistades.
Bastián se alejó un momento para contestar la llamada de su madre, un hermosa francesa que se dejó cautivar por su padre, un latino que al finalizar el matrimonio decidió regresar a su país y levantar su propio negocio, del cual ahora él, estaba al frente.
Mientras Bastián hablaba con su madre observaba como una pareja discutía, escuchó como aquella mujer le recriminaba a ese hombre que hablara con la esposa mientras estaban de viaje en ese país. Bastián presionó el teléfono porque lo que más odiaba, era las amantes. Despreciaba con toda su alma a las mujeres que se prestaban para destruir un matrimonio. Una vez que tomara el control del hotel, no permitiría el ingreso de esa clase de personas. Cómo lo iba a impedir, no lo sabía, pero tomaría medidas.
Cuando regresó, encontró a Amaia siendo acosada por el gerente, se acercó, y hablando desde atrás dijo— ¡Ha dicho que no quiere más! —definitivamente, ese hombre no continuaría trabajando en su hotel.