Desde ese día, los errores quedaron atrás, Amaia se concentró de lleno al trabajo y, cada día dejaba contento a su nuevo jefe.
Los días de augurios desaparecieron, ya no había dolor, de ese dolor que te hace sentir en la misma mierda. Las lágrimas en las noches oscuras ya no rodaban, los pensamientos sobre la felicidad de esos dos habían desaparecido. Ya no malgastaba su tiempo en pensarlos sino en, seguir ha delante.
—Mamá, te digo que mis amigas se están burlando de mí.
—No le hagas caso, Alessia.
—Pero es imposible no hacerlo si están detrás de mi gritándome mentirosa. No me creen que fuimos a otro país, que volamos. Dicen que somos pobres.
—Bueno, dile que los pobres son los que carecen de alma, aquellos que no son feliz ni dejan serlo. Tú no le prestes atención, cariño, y verás que pronto se cansarán.
—Es que eso no es todo. Dicen que papá nos abandonó porque se fue con Lauren —Amaia miró a su hija y sintió un nudo en la garganta.
—Mis amigos dijeron lo mismo. Dijeron que papá no regresará porque está feliz con Lauren y que tendrá muchos hijos con ella y nosotros no seremos importante. ¿Es cierto eso, mamá? ¿Es cierto que papá y tú se van a divorciar porque él formará otra familia con Lauren?
El nudo en la garganta a Amaia se le hizo más grande. Las clases apenas empezaban y sus hijos ya habían escuchado cosas que no debían escuchar.
¿Divorcio?
Con todo lo que había pasado, ella ni había tenido tiempo en pensar en divorcio. Ahora que Alesso lo decía, ahora que su hijo le recordaba que estaba casada, sobre todo, que su esposo la abandonó por alguien más, debía solicitar el divorcio. Aunque dinero para ello no tenía, así que, debía esperar.
El timbre de la puerta sonó, Amaia no pudo dar una respuesta a sus hijos, le pidió que fueran a sus habitaciones. Alessia obedeció porque vio por la ventana que su tía la loca llegaba. Ya suficiente tenía con soportarla todas las tardes después de la escuela, como para soportarla el fin de semana también. Alesso también se retiró, sabiendo que el silencio de su madre, decía todo. Su padre se fue con otra mujer, él los había abandonado. Ya no regresaría para seguirle enseñando a jugar al fútbol, ya no sería su hijo consentido, ya no sería alguien importante.
Apenas la puerta se abrió, Patty ingresó con un algavaro que llenó la sala de estar.
—Conocí a un hombre precioso, divino. Un en canto —lanzó la cartera al mueble y empezó a contarle a su hermana como fue que coincidió con ese hombre.
Amaia no había visto emocionada a su hermana desde hace mucho tiempo, en realidad, no recordaba alguna vez haberla visto tan encantada con un hombre. Muchas veces llegó a pensar que era lesbiana, pero ahora parecía haber encontrado a alguien que le movió el piso.
Mientras Amaia limpiaba la cocina, Patty le detallaba todo lo que hizo con ese hombre. Por un momento Amaia se quedó con la mirada perdida. Escuchar a su hermana redactar un impactante inicio de amor, le recordó al inicio de su relación con Diego.
Un largo suspiro se le escapó al pensar en ese hombre, él cual no se había indignado en escribirle ni siquiera a preguntar por los niños. Cómo podía olvidarse de sus hijos. Era un excelente padre cuando estaban juntos. Jugaba con Alesso cada tarde en el pequeño jardín, su hijo era feliz con él, pero ahora ya no tenía con quien jugar.
Aunque tratara de hacer de cuenta que la ausencia de ese hombre no pesaba, era imposible. Se sentía en cada espacio, cada día, en cada momento. Aun cuando había pasado tres meses de su abandono, seguía causando estragos su ausencia, más en sus hijos que en ella. Ella podía sobrellevarlo, con la rabia que sentía por la traición, pero sus hijos no. Ellos desconocían que los abandonó por otra mujer. Aunque ahora esa información había llegado a ellos, y no por ella, sino por terceros. Ahora sí sería difícil de sobrellevar la verdad de que su padre les había abandonado. Porque no solo la abandonó a ella, también a ellos.
—Tres meses Amaia, tres meses y no le has dicho a esos niños que el infeliz de su padre robó el dinero con el que viajarían y que se largó con la perra de Lauren. Es mi sobrina, pero eso es lo que es, una puta. Y creo que es una ofensa para las putas que la compare con esa desgraciada.
—No es fácil, Patty —dijo Amaia con la voz temblorosa— ¿Sabes lo que sentirán ellos al saber que su padre prefirió a otra mujer antes que a ellos? —suspiró— Yo puedo soportarlo, pero ellos, ellos no. Tenían a su padre en un pedestal.
—Bueno, imagino que será doloroso, pero esos niños tienen derecho a saber que ese sinvergüenza te robó. Porque eso fue lo que hizo, te robó el dinero con el que viajarían, incluso se largó con otra mujer. Si Alessia sabe que su padre se llevó el dinero con el conocería otro país y volaría, de seguro que lo odiaría. Y no se diga Alesso.
—No quiero llenar a mis hijos de odio.
—Bueno, es tu problema, yo solo te digo que debes aclararles las cosas a esos niños, no vaya a ser que te vean a ti como culpable cuando eres la víctima en todo esto.
Patricia se marchó. Muchas veces detestaba la manera en que Amaia llevaba las cosas. Era demasiado ingenua para tratar de proteger la imagen de un maldito infeliz que no se tocó el corazón en embaucarla y abandonarla.
Qué se hubiera largado con Lauren o cualquier otra mujer no era lo que le molestaba a Patty. Lo que le indignaba era que dejara a su hermana endeudada hasta la coronilla, que le dejara los hijos a cargo y se desentendiera de sus responsabilidades. Por hombres como Diego era que ella no quería embarcarse en una relación, pero recientemente un hombre la había cautivado y, claramente era muy diferente al aprovechado de su cuñado. Porque este hombre si tenía sus cosas, no era aún don nadie como Diego Guzmán, que llegó a la vida de su hermana siendo un pobre diablo.
Ellos no eran que estuvieran podrido en dinero, pero su padre trabajó muy duro para que cada uno culminará su carrera y en el futuro no tuvieran que depender de nadie. Pero de los tres, Amaia fue la única que se conformó con él puesto de asistente del gerente de un hotel, no hizo por ejercer su verdadera profesión. Quizás hoy tuviera su propio negocio y no tendría que estar dependiendo de sueldo mugroso que le pagaban en ese sitio.
En la noche, Amaia se sentó frente a sus hijos. No sabía cómo decirles lo que había pasado. Era difícil para alguien como ella lastimar el corazón de sus pequeños. Es que para ella fue doloroso y, no podía imaginar lo que sería para sus hijos que querían a Diego más que ella.
—Su padre se enamoró de alguien más —dijo con dolor, y ese dolor se transmitió a los niños.
—Pero dijiste que había ido a los estados unidos a trabajar muy duro, que no se podía comunicar con nosotros por la distancia —le recriminó Alessia.
—Y es cierto, está en ese país, Pero no solo. Está con ella, con Lauren, está con su prima, porque se enamoró de ella —las lágrimas se le desmigajaron.
A Alesso también se le cayeron las lágrimas—. Su padre se comunicará en cualquier momento con ustedes —dijo limpiándose las lágrimas—. Lo que se acabó fue nuestra relación, pero la que tenía con ustedes, nunca se acabará —esperaba que así fuera, que así sucediera, que pronto diego les escribiera para saber de sus hijos. Aunque no lo había hecho en tres meses, dudaba que lo hiciera en los siguientes.
—Lo odio —dijo Alesso llorando—. Lo odio por lo que te hizo, por lo que nos hizo —Amaia quiso hablar, pero el nudo en la garganta le detuvo las palabras. No quería que su hijo sintiera esos sentimientos, no quería que creciera con ese resentimiento en su corazón.
Alesso se paró y fue corriendo a su habitación, se encerró y se acostó en la cama a llorar porque todo lo que sus amigos le habían dicho era cierto, y lo peor, era que le había robado a su madre. Eso lo escuchó mientras estaba parado detrás de la puerta de la cocina. Nunca le perdonaría a su padre haberle provocado ese dolor a él y a su madre, y desilusión de los sueños de Alessia.
Ya había pasado algunos meses desde que abandonó su país, a su esposa e hijos. Diego se encontraba parado frente al gran ventanal, observando hacia la ciudad. Las luces parpadeaban a la distancia como estrellas en el firmamento. Su mirada concentrada en más allá de las luces, en la línea que dividía el cielo con la tierra, ese horizonte que le impedía ver más allá de lo que quería ver.
La puerta detrás de él se abrió, Lauren ingresó sonriente, pero su sonrisa se le borró cuando su amante, porque no podría ser nada más que eso: su amante, ya que continuaba casado con Amaia, le miró con frialdad. Ya Diego no la miraba ni la trataba igual como los primeros días en que empezaron su relación, ni las primeras semanas cuando escaparon. Ahora la trataba con indiferencia y fastidio.
—No hay trabajo —dijo, dejándose caer en la cama.
Desde la primera semana, cuando esa mujer de la cama no hacía nada por planchar sus prendas, prepararle la cena o, limpiar la habitación, extrañó profundamente a su esposa.
¿Y si regresaba y la reconquistaba? Hasta donde sabía, porque su madre se lo había dicho, ella seguía sola, quizás esperando por él. Porque ella lo amaba, lo amaba tanto, que no podría olvidarlo en un par de meses.
Hizo comparaciones que nunca había hecho y, no había forma de que la balanza se inclinara del lado de Lauren, porque Amaia era mil veces mejor y, nunca se detuvo a pensar en eso.
¿Cómo fue a abandonar a su esposa por alguien que no movía ni un dedo, menos tenía empeño de progresar?
Lauren no hacía nada más que pasear, gastar y disfrutar de las maravillas de esa ciudad, y él estaba cansado de mantenerla.