Un olor agudo llegó hasta él y supo qué aspecto tenía la habitación: un pequeño cuarto color blanco. Siguió olfateando, pues era el único sentido que tenía alerta. Olía a dolor, a soledad y mucho desinfectante. Luego fue el tacto. Rozó con el dedo meñique una gran hoja suave; para cuando su puño la apretó se dio cuenta que era una sábana. Llenó sus pulmones y luego exhaló. ¿Acaso estaba muerto?¿Por qué? ¿Qué había pasado? Un pitido lejano comenzó a rebotar en su tímpano. El eco se divertía jugando en el martillo e iba de aquí para allá. Un minuto después saboreó el agrio aroma de su aliento. Solo faltaba que abriera los ojos. ¿Dónde estaba? La infinita oscuridad se iluminó con el infierno. Su nariz probó el humo. La boca tosía. Escuchaba el crujir de los muebles. Fuego, candente y poderoso
