La luna llena estaba rodeada por un halo de hielo. Los colores parpadeaban juguetones en cada casa, alegrando la navidad. Por las ventanas escapaba el calor, la felicidad y el bullicio de las familias que brindaban y cantaban, festejando. Hank caminaba con la mirada perdida y la cabeza gacha. Las mejillas comenzaron a humedecérsele, el frio lo hacía temblar y las tripas le gruñían. Se dio por vencido luego de vagar por el pueblo sin encontrar la esperanza. Dejó caer el pedazo de cartón que agarraba con su mano derecha y se sentó sobre él. A cada segundo sus parpados se hacían más pesados. Cerró los ojos un momento, deseando que todo fuera mentira, hasta que se quedó dormido. Un eco lejano fue retumbando en sus oídos hasta que lo despertó. Había un hombre regordete, con el pelo n***o y el ceño fruncido frente a él. “¿Qué quiere?” preguntó Hank alterado mientras retrocedía hacía la pared de una casa. El señor le preguntó su nombre amablemente y el muchacho, a pesar de saber que no era lo correcto, soltó la información.
–Hola Hank – estiró la mano y el chico se la estrechó. – Me llamo Gonzalo.
El hombre se sentó en el suelo, junto a Hank, y comenzaron a charlar durante media hora. Cuando sus huesos se entumieron y sus dientes comenzaron a cascabelear a una rapidez asombrosa, una idea hizo bang en la mente de Gonzalo. “¿Qué te parece si seguimos está conversación en mi casa?” propuso. “Mi esposa me está esperando para la cena de navidad.” El chico explotó de alegría. ¡No iba a pasar su treceava navidad solo! Sin pensarlo accedió y subió al coche del desconocido, quien condujo varias cuadras hasta llegar a una hermosa casa. Ambos bajaron del automóvil y entraron. La vivienda estaba completamente iluminada con cálidas lámparas. Un suculento olor llenó los pulmones del muchacho.
–Espera aquí – pidió Gonzalo y subió las escaleras.
Diez minutos después bajó junto con una mujer preciosa de cabello n***o y ojos azules. La dama se abalanzó contra Hank y lo atrapó en un abrazó que derritió el hielo que lo helaba. Lo llenó de besos en la mejilla. “¡Pero qué maravilla!” resopló entre lágrimas de felicidad, “que hermoso que hallas decidido pasar la navidad con nosotros.” La mujer le preguntó por su nombre y Hank se lo dijo. Rápidamente entablaron una conversación que se prolongó por horas. Cenaron romeritos, pavo y vino tinto.
–¿Y tus padres? – preguntó la mujer de nombre Beatriz. Hank hizo una mueca de dolor.
–Mi madre murió hace poco… - hizo una breve pausa y luego prosiguió. – Mi papá… pues no sé, la verdad no conozco nada de él. Mi mamá me contó que nos abandonó cuando yo era apenas un bebé…
Beatriz se llevó las manos a la boca y comenzó a llorar. Tomó una servilleta y se limpió la nariz. Recuperó la compostura y le dio sus condolencias al muchacho. “Estoy acostumbrado a esto…” respondió Hank, “solo que, no sé qué voy a hacer… no tengo familia, ni hogar. No tengo a nadie.” Bajó la mirada a su plato y comenzó a revolver la comida con el tenedor. El silencio gobernó por algunos segundos y luego la conversación volvió a la normalidad. Esa noche durmió como nunca. A la mañana siguiente Gonzalo y Beatriz propusieron a Hank que podía quedarse a vivir con ellos. El chico los miró con los ojos muy abiertos, aturdido. Una vez su madre le había dicho que nunca hiciera caso de los extraños, pero en ese nuevo mundo todos eran desconocidos para él. “¡Sí!” aceptó.
–Hank… Hank… ¡HANK!
Abrió los ojos. Lo primero que observó fueron paredes blancas convulsionadas, manchones oscuros agitándose junto a unas pequeñas luces. Cuando su vista se enfocó pudo ver a Cormac frente a él. Había mucha gente rezando al unísono mientras miraban un mismo punto, el ataúd de Gonzalo. Sintió una punzada al recordar todo lo que había pasado.
–¿Qué pasa?- preguntó el detective con voz ronca.
–No despertabas.
–Estaba soñando, Cormac, estaba recordando lo bueno que fue Gonzalo conmigo… con nosotros.
–Si… fue un gran tipo - admitió con tristeza.- Lo vamos a extrañar.
El día pasó lento, las personas entraban y salían de la funeraria. Durante el entierro una gran multitud se reunió en el cementerio, como si Gonzalo hubiera sido una figura pública. Hank se acercó y le dio el último adiós mientras sus ojos se humedecían. Gonzalo, el bonachón Gonzalo. Ya nadie volvería a ver sus mejillas rosadas, su ancha sonrisa. Jamás volverían a escuchar sus buenos chistes, su humor n***o. Él ahora estaba muerto, descansando junto a Beatriz. Juntos otra vez. La tumba quedo sellada y todo terminó.
… La habitación era gris e insípida. La ausencia de ventanas provocaba malestar en Hank Abad. Necesitaba aire. El abogado Jeremías Dólar entró y se sentó frente a él. Hablaron durante horas. El señor Dólar manejaba todos los asuntos jurídicos de Gonzalo. Había citado al detective por un motivo: el testamento. Dólar contó que el difunto lo había hecho hacía meses. Abad, Hank era el heredero absoluto. Pronto se realizaría lo necesario y le entregarían las escrituras de sus bienes. “Es usted también el heredero de Reflejos, ya inició el trámite y las escrituras estarán listas en un par de días.” Indicó varios papeles de nombres difíciles que él tenía que presentar, por lo que el detective llamó a Rita, quien llegó de inmediato. Ella sería la encargada de hacer resurgir el viejo negocio del detectivismo, ya que manejaba todo el papeleo desde hacía años. Iría de aquí para allá con contadores y demás. Dicho esto el abogado Jeremías Dólar les estrechó la mano y ambos se marcharon mientras el detective se preguntaba si Gonzalo sabría que moriría y por eso había querido no dejar problemas con los bienes materiales. “Tal vez… tal vez.” Si era así, ¿por qué no le dejó algo a Cormac? Él también había formado parte de su vida. A Hank en realidad no le importaba el dinero, pero… era raro. Pensó que su jefe tendría sus razones y decidió no contarle nada a su amigo. Rita tampoco lo haría.