El sonido de la televisión llenaba el silencio del hogar de Hank. Él estaba concentrado realizando el reporte del caso 457, haciendo a un lado la intriga que lo carcomía por dentro. Justo cuando se levantó a rellenar su taza de café por tercera vez, las noticias locales en la tele llamaron su atención.
–Bueno mi querida Marie – decía el conductor a su esposa y compañera. – Como todo el pueblo ha estado esperando, la próxima semana se realizará el gran festival internacional de culturas, aquí en Arcana…
–Así es Gary – continuó su mujer. – ¡Este año se realizará como todos los anteriores… todo el día, toda la noche!
Hank se quedó de pie, petrificado frente a la pantalla plana. “¿¡De noche!? – se preguntó - ¡Pero en este pueblo nadie sale de noche! Primero lo de Gonzalo y ahora esto…” Como si la televisión se hubiera inmiscuido en sus pensamientos, el alcalde de Arcana apareció en el foro junto a los presentadores, quienes lo entrevistaron sobre el tema. Cuando hicieron la pregunta decisiva –el por qué seguiría siendo igual cuando el pueblo pasaba por un difícil momento y un toque de queda-, él respondió que estaba seguro que pronto todo se aclararía. El detective permaneció inmutable un momento. “Vaya, ¿será verdad?” Agitó su cabeza, apagó el televisor, se sirvió el café y siguió con su trabajo.
FECHA DEL SUCESO: VIERNES 13 DE SEPTIEMBRE DE 2013 CASO #457
ASALTO A LA TIENDA SHAZZ/DESAPARICIÓN DEL GERENTEEran aproximadamente las 18:18 hrs. Cuando el gerente de Shazz (calle “Atardecer” #289), Israel Gracia Martínez, de 32 años de edad, se preparaba para cerrar. Todos los trabajadores se habían retirado a sus hogares ya, como siempre, antes de las 19:00 hrs. Según fuentes anónimas, tres hombres de altura media, completamente encapuchados y cada uno con una AR-15, entraron a la tienda. Cerca de las 19:28 hrs. se escucharon trece disparos, luego a las 18:35 hrs. salieron los ignotos cargados de cosas (enlatados y bebidas alcohólicas, según testigos.)
Cuando nuestros testigos acudieron al establecimiento para verificar si el gerente se encontraba herido, cuentan, Israel Gracia no estaba ahí. Nuestros investigadores comprobaron que no había marcas de violencia, sangre, huellas digitales y agujeros de balas. No existe evidencia de un homicidio. Nadie sabe dónde se encuentra el gerente ahora.
En las siguientes páginas se describían varios procesos de investigación realizados, imágenes de los delincuentes captadas por un circuito cerrado de cámaras oculto en esa calle, más declaraciones de los testigos y entrevistas con la familia de Israel. Hank escribió varias cuartillas más con sus observaciones y las puso junto con el documento entero en una carpeta negra. Se levantó de la silla para llevar la carpeta a su portafolio y por accidente se le resbaló de las manos. Todas las hojas cayeron al suelo. “Mierda” soltó y se agachó para recogerlas. Las tomó todas y se percató de algo extraño. Cada tres páginas había un sello en la esquina superior derecha. Esta enigmática marca estaba compuesta por seis triángulos: tres azules, tres plateados, entrelazados entre sí, dejando un hexágono en el medio y encerrados todos con un borde circular color n***o.
“Que extraño” pensó Hank mientras volvía a acomodar las hojas en la carpeta. “¿Qué significará?” Como si fuera un rompecabezas, el detective comenzó a armar sus suposiciones sobre tan misteriosa marca, pero ninguna pieza encajaba con la otra. Como un intruso, el irritante sonido del teléfono lo arrastró a la realidad. Corrió hasta la mesita de la sala y contestó.
–¿Hola? ¿Quién habla?
–Soy yo, Cormac – contestó su amigo con voz amistosa.
–¡Hola Cork! ¿Qué tal… todo bien?
–Sí, gracias viejo – hizo una pausa y siguió. – Oye… ¿sí vas a venir a cenar a mi casa?
Hank había olvidado por completo que era viernes y que él, Rita y Cormac habían acordado reunirse en la casa de este último.
–Emm… creo que no podré… el jefe me invitó a cenar a su casa – respondió con vergüenza y luego añadió, tratando de excusarse. – Me dijo que tenía algo importantísimo que decirme.
–Ok, ok, no te preocupes, ya será la próxima semana… Cuídate en la noche, no vaya a ser que desaparezcas – dijo emitiendo un sonido paranormal y colgó.
Así como el sello había aparecido, se había esfumado de la mente de Hank. El detective se había dicho a sí mismo que a veces no todo lo que vemos es un misterio. Aunque no quedaba completamente convencido de su teoría, trató de no pensar más en ello, pues si el sello estaba ahí para contar un secreto, tarde o temprano se revelaría. A las siete de la tarde escuchó el repique de las campanas del templo del parque. Era un sonido poderoso y temible que daba paso a un insondable silencio. Se cambió con la ropa que encontró primero en su armario: un pantalón n***o de vestir y una camisa de manga larga. Sabía que tenía que romper la norma para poder acudir con Gonzalo… ¿era necesario que nadie se enterara de su reunión? ¿Qué merecía tanta importancia? Anteriormente Hank había roto el toque con éxito, así que sería pan comido. Media hora más tarde salió y se dirigió caminando hasta la casa de Gonzalo, que estaba a unas cuantas cuadras. El sol apenas comenzaba a ocultarse por el oeste y Arcana ya era un desierto de asfalto con basura volando a cada ventarrón.
Sin encontrarse a una sola alma, llegó a la casa de Gonzalo a las 7:54. Imponente y enorme, el hogar se su jefe se erigía frente a una avenida con un camellón lleno de pinos. Un cálido resplandor escapaba por las ventanas; las luces estaban encendidas. Se acercó a la entrada, cruzando un jardín de orquídeas. No fue necesario tocar, la puerta estaba abierta. ¿La habría dejado así a propósito? No… Gonzalo no era tan descuidado. Hank sintió un dolor en el estómago. Con pasos ligeros como pluma entró. Atentamente, observó todo a su alrededor… ¿Habría un invitado sorpresa? Percibió un dulce olor que le hizo agua la boca. Pero algo no andaba bien. Cuando vio los sillones de la sala volteados, las lámparas rotas, los adornos tirados y unas manchas rojas en la alfombra color hueso, su corazón se revolucionó y comenzó a palpitar a diez mil por hora. Vigilando que no hubiera nadie que lo pudiera atacar entró al comedor. La vajilla de cerámica estaba hecha añicos. Un caldo espeso estaba derramado sobre el piso. El fuego de la estufa estaba encendido y una tetera chillaba partiéndole los tímpanos. Tres sonidos sordos. Congelado, tardó dos segundos en reaccionar cuando un grito de socorro rasgó el cielo. Con las extremidades entumidas, el detective corrió hasta el origen del sonido, subió las escaleras a tropezones y tiró de una patada la puerta de la habitación de Gonzalo para ser testigo de lo más horrible que había presenciado en su vida.
–¡NO!
Todo el mundo comenzó a dar vueltas alrededor de él. Se sintió mareado, sus piernas se doblaron y cayó al suelo. El frio aliento se le escapó y, a gatas, llegó hasta aquel miserable Gonzalo que estaba tirado sobre un charco de sangre que emanaba de su pecho.
–…yu…a…h…j…
El jefe puso los ojos en blanco, se retorció por algunos segundos y luego se marchó de este mundo. Hank se rompió en un silencioso llanto que empapaba su rostro.
Pam…pam…pam…
Las lágrimas cesaron y pudo escuchar esos pasos detrás de él. ¡RÁPIDO! Se lanzó contra una mesita en la esquina del cuarto, tomó un pesado jarrón y se giró sobre sí. El bate del criminal golpeó el escudo del detective y lo hizo añicos. Hank se escabulló por debajo del misterioso atacante y salió de la habitación a toda velocidad, en busca de un arma para defenderse. Un sonido veloz recorrió el aire y el bate golpeó al detective en la espalda, haciéndolo caer. Sin poder respirar y con la vista nublada se reincorporó. Vio una sombre bajando las escaleras y la siguió. Cuando llegó a la primera planta, el maleante se había evaporado…
Con la mente ardiendo, se dirigió a la cocina para tomar un cuchillo. Abrió un cajón y sacó el más filoso que encontró. Con cautela se dispuso a revisar cada rincón de la casa. Entró al estudio y vio grandes libreros llenos tanto de antiquísimas como de modernas obras. No encontró a nadie allí. Se dio la vuelta para salir de la habitación y algo se lanzó sobre él. Ambos se estrellaron contra el frio y duro piso y el cuchillo salió disparado a varios metros de Hank. El asesino alzó una navaja y la dirigió con todas sus fuerzas contra el pecho del detective. Hank detuvo el ataque y lanzó un puñetazo que dio en la mandíbula de su atacante. El extraño tragó sangre y devolvió el golpe. Mientras Hank se recuperaba, el encapuchado huyó y salió a la calle por la puerta principal. Con la nariz sangrante, corrió tras el maleante para alcanzarlo y justo al cruzar el umbral el bate le dio de lleno en el estómago. Para cuando recupero la conciencia solo vio la tenue luz de los faroles del alumbrado público iluminando la oscuridad de la noche.
Todo se borró de su mente al recordar que Gonzalo estaba muerto. Llorando, subió de nuevo hasta donde yacía el c*****r del jefe. Lo vio allí, inerte, pálido, como una estatua milenaria, en medio de su propia sangre. Se acercó a él y pudo ver tres impactos de bala: dos en el pecho y uno en el estómago. Lo observó por varios minutos mientras gemía de tristeza y sentía que el hueco en el corazón se agrandaba a cada segundo. Vio los puños de Gonzalo cerrados con fuerza y los tomó con sus manos. Los abrió para darle el último adiós a su cuerpo y de cada uno cayó un papel. Tenían algo escrito. El de la mano izquierda decía:
“Por si pasa algo te escribo esto, Hank. Debes saber la verdad, porque en realidad aquí nada es lo que parece, la niña des…”
El mensaje no estaba completo y la última letra se prolongaba en una línea de tinta azul hacia la derecha. Tal vez no había terminado de escribirlo cuando había irrumpido aquella persona cubierta de pies a cabeza de n***o… Hank leyó el otro papel. A computadora estaba escrito.
“La cena está servida.”
Le dio la vuelta y lo observó ahí. Comenzó a temblar… A veces los secretos salen a la luz pero no de la manera que esperamos… Ahí estaba el pequeño sello del caso 457, misterioso y letal.