Reflejos

1263 Words
La roja tierra ha hecho lo suyo desde aquella época y ha percudido hasta el último rincón de la construcción más recóndita. Así también, los insólitos climas han azotado el lugar con sus impredecibles ráfagas de viento que desentierran árboles desde la raíz, las olas de calor que evaporan hasta el sudor de los niños y las potentes tormentas que han desgastado el débil y barato pavimento de las calles, agujerándolo y haciendo de los baches que cada año son parchados un ícono del lugar. Dos siglos después del descubrimiento del cofre, un conquistador cuyo nombre ha olvidado la historia llegó a Arcana, junto con un sacerdote, para llevar la religión a los pobladores. Blandos como barro húmedo, los arcanos se dejaron moldear por las manos del sacerdote y en un parpadeo ya exigían la construcción del templo más hermoso del universo para venerar a su Dios eterno. Atónito, “el conquistador” no hizo oídos sordos ante las suplicas de la masa y partió en un viaje para regresar con una enorme cuadrilla de trabajadores y un plano que él había elaborado después de haberlo soñado una noche. Fue así como bloque sobre bloque de mármol, cientos de pares de manos y mucha… fuerza de voluntad de parte de los albañiles para subir hasta lo más alto, construir las torres y el techo, formaron la imponente iglesia de estilo neogótico que se alza en el centro de Arcana hasta nuestros días, acaparando hasta la vista de las hormigas y cucarachas que habitan en sus antiguos muros. Felices, los habitantes acudían todos los días a la iglesia, satisfechos de su petición. Pero un día, el pequeño y poderoso gusanito del aburrimiento creció y todos exigieron un lugar para matar el ocio. Frente al templo construyeron una gran explanada con bellos jardines verdes, cómodas bancas de metal y una bonita fuente en el centro. En el extremo opuesto al hogar de Dios edificaron un escenario al aire libre con tres pilares de fondo unidos por dos arcos. Durante muchos años se representaron obras teatrales allí, hasta que poco a poco la tradición se fue haciendo más tenue hasta disiparse en una nube que desapareció en el cielo. Desde aquella época, los arcanos han inventado rumores extraordinariamente tontos que, aunque las leyes naturales indiquen lo contrario, ellos siguen creyendo. Hank, a regañadientes, siempre ha tratado de explicarles por qué lo que dicen no es más que una flamante mentira, pero hasta un ciego podría ver más que estos pobladores que, como una muralla impenetrable que rodea a un poderoso imperio, se cierran a sus propias opiniones. Hablando del detective… él conducía su Nissan March a través de la extensa y bella avenida “Bosques”, donde los grandes árboles se alzan en ambas aceras y sus largas ramas se tocan entre sí. Giró por la calle “Prados”, luego a la izquierda por “Desiertos” y llegó a un edificio de tres pisos con muchas ventanas que se asomaban como ojos rectangulares y unas grandes letras encima de la entrada principal que rezaban “REFLEJOS.” Debajo, unos caracteres más pequeños: “Resolviendo los casos más complicados.” Se estacionó en frente y salió de su auto color nieve. Cruzó la calle con grandes pasos y mientras atravesaba el jardín, un hombre más bajo que él, delgado, de cabellos negros y lacios y unos penetrantes ojos verdes que parecían haber adquirido la cualidad de atravesar la piel, salía del edificio con rumbo a la calle mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro al ver a Hank. –¡Hola! – saludó el muchacho con una voz ronca y suave a la vez. – Oye, el jefe me dijo que tenía algo que decirte. –Gracias Cormac… ¿a dónde vas? – preguntó Hank. –A recoger unas cosas, nos vemos en un rato. – se despidió. Cormac se marchó y Hank siguió hasta entrar a REFLEJOS. Un amplio vestíbulo lo recibió con su cálido aroma a cedro. Tres escritorios contiguos se posaban frente a varias ventanas que llenaban de luz la amplia habitación. Sentada, frente a uno de ellos, una mujer caucásica de cabello de fuego y una mirada de chispas estaba ensimismada, perdida en el mar de letras que sus veloces dedos hacían aparecer en el monitor de la computadora. Al ver al detective cruzar el umbral, el hechizo se rompió, alzó su mirada y lo recibió con un amistoso saludo: “¡Hanks!” Era Rita, la mejor amiga de Hank. Varias noches a la semana, ella, Cormac y Hank salen a pasear o se reúnen en la casa de alguno de ellos, ven una película, cenan o juegan videojuegos en el Xbox de Hank. –¡Hola Rita! ¿Cómo te va? –Muy bien, ¿a ti? –De maravilla – respondió el detective. – Iré a mi oficina, nos estamos viendo. –¡Espera! – gritó Rita cuando Hank ya estaba subiendo las escaleras. Él se quedó inmóvil, con la mirada fija en la chica. – No me haz traído el reporte del caso 457. –¡Changos! Se me había olvidado… - contó apenado. – Emm… prometo traerlo mañana. –Eso espero Hank Abad – exigió con tono severo, dejando escapar una risita al final. Hank subió por una escalera de caracol hasta llegar al segundo piso. Ahí había una cómoda salita junto a unas puertas de cristal que daban hacia un balcón. De pie, junto a una de ellas, estaba un hombre regordete, de cabello corto y completamente blanco. Sus mejillas estaban incendiadas. Al ver al detective llegar soltó un grito de júbilo, le tendió la mano y se la estrechó. –¡Hank! –Hola Gonzalo – saludó al jefe. –¿Estás bien? – preguntó el hombre. El detective afirmó que lo estaba con el ceño fruncido. –Yo también muchacho… Te estaba esperando –Sí, lo sé… ¿para qué? – inquirió con intranquilidad. Gonzalo suprimió la sonrisa de su rostro y se quedó en silencio un momento, meditando. –Se trata de un asunto muy, muy delicado… –¿Algún robo con muertes? ¿Otro asesino serial? – la curiosidad estaba carcomiéndolo. ¿Qué era tan delicado para merecer tanta intriga? Las dudas comenzaron a estallarle en la cabeza. –No Hank… no podemos hablar de esto aquí – movió su cabeza de derecha a izquierda y el detective pudo darse cuenta que dirigió su mirada al pasillo que estaba junto a ellos. – No sabemos cuándo puedan salir… –Entiendo – mintió. ¿Cuándo puedan salir? ¿Quiénes? ¿De dónde? No tenía ni la menor idea de a qué se refería. – Entonces… ¿dónde? –En mi casa, hoy a las ocho. – dijo sin titubear. Al ver la expresión del chico añadió. – Sé que te estás preguntando muchas cosas, pero no puedo decírtelo… no aquí… solo debes saber… es algo de vital importancia, algo de lo que solo tú serás capaz – le dio unas palmaditas en el hombro al detective y bajó las escaleras. – Muchas cosas van a cambiar en este lugar. Gonzalo desapareció en las vueltas de la escalera, dejando a Hank de pie, en silencio, con un dolor de estómago producido por los nervios. ¿Qué cambiaría? ¿Por qué él era el indicado? ¿Qué estaba pasando? “Está bien” se dijo para tranquilizarse, sin saber que en realidad todo se pondría peor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD