El suelo de Reflejos estaba cubierto de huellas lodosas. Rita había llegado hacía media hora; Hank y Mina apenas cruzaban el umbral. La chica de cabello de fuego se disculpó por el desastre, pero no le había quedado remedio; el pringoso barro se aferró con más fuerza a las suelas de sus botas de la que ella pudiera ejercer. Ese día, indicó, no irían los otros detectives, pues había decidido que nadie iría a solicitar sus servicios en un día así, aunque fuera de urgencia. “Nosotros limpiaremos este lugar.” Pusieron manos a la obra y sacaron tres trapeadores, dos escobas, cubetas y un líquido limpiador de un cuartito muy bien resguardado de la vista de cualquier curioso. Echaron varias cubetas de agua al suelo y lo tallaron con las escobas. Cuando expulsaron todo el pantano por la puerta pri
