~CAPÍTULO 2~

3295 Words
Quiero dedicar este capítulo a quienes hasta el momento han hecho aporte comentando sus teorías… Gracias por todo y espero que os guste lo que se viene.. Continuación. Sandra. —Debemos estar al tanto de las nuevas políticas que serán aplicadas en el mes de agosto —comienza su discurso mostrando imágenes en la gran pantalla de la sala de reuniones que cuenta con una extensa mesa de al menos una capacidad de ocho personas; cuatro a cada lado de esta. Algunos folios se encuentran colocados de manera correcta y asimétrica en nuestros respectivos puestos con las sillas llevando nuestros apellidos marcados en la parte trasera. El color blanco es lo que más sobresalta en toda la estancia, junto a los suelos de madera fina de Abdul con algunos adornos de masetas con plantas. —Recuerden que estamos pensando expandernos para una mayor facilidad y movilidad —anuncia con seriedad, manteniendo su conocido porte de importancia que solo pone a las tres mujeres que nos rodean casi babeando por el ajustado conjunto que remarca su perfecto cuerpo bien esculpido—. Según mis planes, tenemos bien pensando darle oportunidad a muchos más estudiantes con becas para ofrecerles una mayor facilidad de graduarse con honores. Quedo más que fascinada, por más que quiera negarlo el pelinegro se ha ganado mi respeto con la calidad de dirección con la que dirige, controla, gestiona y planifica cada una de las áreas del hospital. Dorian Malloy es una de esas personas con actitud frívola en el ámbito personal, pero cuando se trata de los negocios sabe donde imponer su capacidad de consecución, ejecutando una de sus funciones que solo demuestran más cada uno de los títulos que cuelgan de las paredes de su oficina. —Las solicitudes que sean enviadas al correo serán tomadas con mucha más rapidez y eficiencia debido a las complicaciones que se han presentado últimamente en las comunicaciones —acarrea deteniendo su caminar a solo unos pasos de donde me encuentro cómodamente sentada con mis latidos aumentando con solo sentir su presencia a escasos centímetros—. ¿Alguna inquietud? —Permiso señor Malloy —pide Anastasia, una de las especialistas en cuidados intensivos del ala norte—. Necesitamos más instrumentos quirúrgicos, también hemos presentado serios problemas con la anestesia que se nos ha administrado… —Si, con respecto a esas dificultades que presentamos con el abastecimiento de los medicamentos nos hemos vistos forzados a cambiar de distribuidor, aún así los gastos aumenten queremos reforzar más de lo pensando las posibilidades de las personas, tanto heridos como con discapacidades asociadas —mirarlo hablar de esa forma tan profesional aísla mis neuronas por un corto periodo de tiempo en el que solo puedo verlo satisfecha de trabajar con una persona como el. Pasan unos minutos en los que cada una de las compañeras de diferentes áreas del hospital médico introducen sus inquietudes, recibiendo respuestas que las dejan verdaderamente consternadas por la facilidad de palabra. «Les mojo las bragas, en resumidas cuentas» Entrelazo mis manos por encima de la mesa, acomodando mejor mi vestimenta y anatomía en el asiento con mi mirada fija en cada uno de sus movimientos ejecutados. —Señorita Martínez —alzo la mirada encontrándome con esa forma en la que mantiene sus orbes fijos en mi con esa intensidad que siento como si me traspasara de cierta manera, descubriendo mis más oscuros deseos y secretos. —Señor Malloy —menciono con una corriente eléctrica corriendo por mi columna vertebral. —Dentro de poco tendremos una conferencia en Valencia y mis contribuidores me pidieron que llevara a una de mis mejores pediatras —mis ojos se empañan en lágrimas con solo escuchar sus palabras, aumentando los nervios que pensé tener aplacados. —¿Es en serio? —cuestiono poniéndome de pie con mi corazón volviéndose un frenético movimiento en mi pecho, estrechándose contra mis costillas. El no sonríe, solo se mantiene así, escéptico a mis palabras con algo de surna, mientras yo escucho los murmullos de quienes conozco como mis compañeros de trabajo. «Seguro y lo que quiere es follarsela» «¿Acaso crees que una chica de solo veintidós años lograría llegar tan lejos sin haber tenido sexo con su jefe?… Que ilusos quienes lo crean» «… Menos siendo cubana, esas personas solo vienen a quitarle las oportunidades a los verdaderos ciudadanos de este país…» Aprieto los puños a cada lado de mi cuerpo, mostrando una sonrisa más que falsa que ni siquiera es capaz de llegar a mis iris cobrizos claro como leves tonalidades de verde. —Si, soy cubana —aclaro imponiendo mi desacuerdo con lo que dicen—; pero eso no quita que sea ciudadana de este país como ustedes, llegue de forma legal y desde ese momento me propuse ayudar a familias con sus niños, embarazadas, salvar vidas tanto como sea posible… Mi nacionalidad no impone como, ni quien soy; porque ser cubana no desacredita que lucho más que ustedes. Los latinos somos personas con alma y corazón, le ponemos gana a todo lo que podemos tratando de salir adelante, apoyando a quienes no duden en pedir ayuda. Jamás he tenido que contraer relaciones personales con el señor Malloy porque como mismo yo lo respeto, el lo hace; la única relación que tenemos es estrictamente profesional. «Agradezco que el valore mi trabajo, porque no solo lo hago con todo el amor del mundo, también pongo el corazón en cuidar de esos recién nacidos o infantes que llegan a este mundo deseosos de conocer a quienes le dieron la vida. Vivir millones de experiencias y tener todas las oportunidades que nosostros ahora tenemos. Ya digo, me esfuerzo en demostrar lo mucho que amo mi trabajo; nunca me ha costado nada ayudar a quienes se acercan a mi y a diferencia de muchos que juzgan sin saber soy capaz de realizar cirugías, partos, operaciones e incluso tratar pacientes con trastornos psicológicos que muchos temen. No solo estudie para ser pediatra, me esforcé por especializarme en toda la carrera de medicina, consiguiendo mis honores antes de lo previsto» Las miradas de todos se disponen en mi, manteniéndose la mayoría de los ciudadanos que se encuentran en la estancia en completo silencio, uno de esos que me termina sacando una sonrisa cuando Amaranta sonríe y aplaude con euforia siendo mi apoyo, junto a Marlon, Lauren y Soneto. —¡Esa es mi amiga! —aplaude Lauren con sus fracciones brasileñas sobresaliendo con su piel morena y cabellos ondeados con sus rizos remarcándose sobre el color rubio que recubren sus hebras. —¡Muy bien hecho perris! —le sigue Marlon golpeando la mesa, ignorando la cara de mala leche del pelinegro que se cruza de brazos. —¡Aplaudan coño!, Tengan dignidad de que una tía les puso los cojones en donde es —suelta Lauren recibiendo una pésima mirada por mi parte. —Señorita Royer —la regaña Dorian con su actitud complicada e indiferente—. Mantenga su cordura. —Lo siento señor Malloy —se disculpa propinándome una suena palmadita en la espalda que me invita a fijar mi mirada en ella—. A veces mi parte radiobajera sale a la luz con los capullos. La vuelvo a mirar mal, causando que su rostro muestre una de esas disculpas expresivas que pausan el ataque que solo mis emociones avivan centrándome en la noticia que me hace sonreír. —Con respecto a Valencia —redacta volviendo su atención a mi persona—. Mi secretaria le enviará próximamente los datos y el resumen que deberá crear. Relamo mis labios no perdiendo ni pies ni pisada de cada una de las afirmaciones que ejecuta el pelinegro. Mantengo mi mirada fija en sus movimientos con el temblor de mis manos volviéndose en sincronización con las insoportables ganas de vomitar que me abordan de momento. Mi estómago se retuerce, rememorando a quien segundos antes acabo de ver, trayendo imágenes que me fuerzan a ponerme de pie con un impulso que llama la atención de todos los presentes. —¿Sucede algo señorita Martinez? —interroga mi jefe manteniendo su porte frivolo y neutral desviando sus orbes azules a mi persona. Trago, sintiendo como un pitido ensordecedor se apropia de mis oídos, mi garganta se seca y mis ojos se van cerrando por momentos en los que mi fuerza escasea, reviviendo ciertas dificultades. —Señorita Martínez… —las voces las escucho lejanas, mi respiración se altera; revolviendo mucho más de lo pensando mi estómago. Mi subconsciente me repite que todo estará bien, al menos eso es lo que quiero creer porque solo faltan unas horas para mi encuentro con cierta persona que cada día que pasa solo sabe joderme la existencia. Siento toques en mi mejilla que tratan de despertarme de lo que supongo es un sueño, uno que en realidad es una maldita pesadilla de las que te deja con el corazón latiendo a toda prisa. —Relájese señorita Martinez —el tono ronco que ejecuta me pone los pelos de punta, sumándole el hecho de que la cercanía que contenemos es tan excedida que nuestros labios casi se rozan. Abro los ojos, encontrando el azul cielo de sus orbes recibiéndome con lo que creo es una mirada de… ¿preocupación? Ja, ni siquiera sería posible. —Estoy bien —aseguro volviendo en si con mi corazón latiendo un poco más calmado ahora. —Bueno, la solicitan en la sala de pediatría —demanda con su expresión y tono osco que me pone de peor humor del que ya tengo. —Por supuesto —me despido de los presentes saliendo aún con mi respiración algo errática, sumándole la sed que se concentra en mi garganta. Siento ese nudo desorbitante en mi garganta, volviéndose cada vez más grande en el espacio reducido del ascensor, ahogándome con la bata y el conjunto que envuelve mis curvas. Existen esos breves momentos en donde los espacios reducidos se vuelven notablemente asfixiantes con la presión en mis hombros. El insoportable y consumible vaivén de interrogantes en mi cabeza me marean, forzándome a sentir ese hostigamiento que solo me trae más de cabeza de lo normal. Esquivo el ala principal desplazándome hacia la sala de pediatría con las ganas de echarle una última mirada a mis pequeños antes del momento de la verdad. —¿Como están hoy esos pequeños? —cuestiono deslizando la tarjeta de identificación por el cerrojo de la puerta causando el click que avisa de mi entrada, adentrando mi anatomia en la para nada concurrida estancia donde solo tenemos acceso dos enfermeras que son quienes me ayudan y por supuesto, el cabron de Dorian Malloy el cual trata siempre de mantenerse lo más alejado posible de los bebés. Voy colocándome los guantes de látex con una agradable sonrisa en mis labios, contemplando las incubadoras que los mantienen tranquilamente dormidos a algunos, mientras otros juguetean en paz. —Mejor —responde Sabine, una de las pasantes que está próxima a graduarse este año. Sabine Milanez, una joven de casi veinte años con la que comparto mi fascinación por estas criaturas tan perfectas a las que no dudo en cantarles, hablarles mucho, y mantener todo su entorno en completo orden. —¿Han respondido a los medicamentos? —pregunto revisando cada uno de los signos vitales de uno de los pequeños con Cruz que se mueve un poco más tranquilos, llenos de vida. —Hasta ahora están teniendo una recuperación lenta, pero satisfactoria —el dolor en mi pecho se alivia con sus palabras, dándome la oportunidad de decirle adiós a mis neonatos hasta mañana. —Supongo que puedo dejarlos en tus manos —anuncio viendo como el terror se plasma en sus fracciones—… Al menos por unos horas tranquilas, necesito descansar. Le resta importancia dando dos pasos en mi dirección con una leve sonrisa adornando sus labios. —Descanse doctora, se lo merece —me despido dando dos leves besos en su mejillas al estilo cubano, saliendo a paso centrando hacia mi taquilla. Diviso la hora en mi reloj, temiendo por mi madre y el dejarla sola más tiempo del pensando. 18:20 Apresuro mi caminar con mi estómago gruñendo algo molesto, pidiendo a gritos un poco de ajiaco cubano, de esos que te hace la boca agua con solo sentir ese aroma de los dioses. Una de las mejores comidas típicas de mi país más conocidas. Deslizo mis manos por mi cabello n***o, eliminando los mechones que dificultan mi visión, introduciendo mi llave en mi casillero con mis músculos doliendo a mares. Agarro mi bolso, guardando las llaves del apartamento, mi celular, junto a cada una de mis cosas necesarias como el cuño, mi agenda y demás. Me deshago de mi bata, doblándola de manera ordenada guardándola dentro de la cartera Victoria Secrets de cuero n***o. Levanto mi mirada al sentir leves pasos en la entrada de las taquillas, percibiendo el como mis latidos se enloquecen en menos de un nano segundo, quedándome más que estática en mi lugar con el cuerpo de la persona que me sonríe con seguridad. —Hola Sara… —susurra deteniendo mi órgano palpitante, concentrando la sangre que antes corría por mis venas. —No deberías estar aquí —tartamudeo con mis manos sudando, mis mejillas sonrojándose; mientras impongo un agarre potente en el brazo de quien me sonríe con tanta maldad que me hiele la sangre… Saliendo bajo la mirada de millones de trabajadores sobre mi cuerpo. —¿Acaso tienes miedo de que todos descubran tu sucio secretito? —cuestiona dejándose llevar como si solo viniera a ponerme la adrenalina al cien con la mínima posibilidad de que todos se enteren de quien soy en realidad… O de lo que soy. Cambio de camino bajando hacia el estacionamiento subterráneo sin cámaras, cubriendo el rostro de quien solo sabe atormentarme desde el día en que too empezó. —¡Cállate! —mascullo con mi sangre hirviendo cada vez con más fuerza. —¿Que pasa Sarita? Temes que se me vaya la lengua —me reta liberándose de mi agarre con una mirada pícara que remarca sus rasgos asiáticos—. Recuerda que mi silencio tiene precio. —¿Que más quieres quitarme ahora? —farfullo con la frustración apoderándose de mi sistema. —Tu prestigio —finaliza desapareciendo con su rostro cubierto y una muy extensa sonrisa de felicidad adornando sus labios. Unas tormentosas ganas de llorar me consumen, imposibilitando que con cierto dolor vuelva a la salida principal del hospital tratando de alzar mi mentón con seguridad, aunque por dentro esté destruida, vuelta pedazos. Lo odio tanto que apresuro mi caminar con mis puños apretados con más fuerza de la necesaria, volviendo mis nudillos visiblemente blancos por la presión ejercida. Mis iris mieles se cruzan con los del pelinegro, quedándome estática en mi lugar con mi corazón latiendo a gran prisa, mi respiración errática y el temblor de mi cuerpo volviéndose redundante. —Señorira Martínez —me detengo a solo unos pasos de el con una leve oportunidad de salir huyendo, pero aún así me contengo extendiendo las comisuras de mis labios en una sonrisa que sea suficiente para calmar la manera algo extraña con la que el me mira tupiendo mis mejillas de un rojizo. —Señor Malloy —murmuro tragando con visible dificultad. —Quería pedirle disculpa por los problemas ocasionados en la reunión por algunos de mis subordinados —pronuncia llevando a cabo una señal para que emprendamos juntos la caminata hacia el parqueo con la miradas indiscretas de algunas personas sobre nosotros, intensificando la incomodidad que me pone a tartamudear. —No se preocupe señor Malloy, son mis subordinados también —desvio mis orbes a su rostro, cambiando la media sonrisa que tenia en los labios a una expresión igual de escueta que la suya. Nos quedamos en completo silencio. Uno de esos momentos en los que ninguno de los dos sabe que decir, aún así hubiera algo que comentar estoy segura de que lograr que el intercambie más de dos palabras conmigo sería para nada. Bajo la mirada nerviosa, inquieta y visiblemente agotada, aún sintiendo la repercusión de las palabras del encapuchado con malas intensiones. —¿Necesita que alguien la lleve? —cuestiona señalando su Jeep n***o con cristales polarizados y pintura impecable. —Emm… —¿Lista para irnos? —la voz de cierto castaño me sobresalta, provocando que casi me lance a los brazos de Dorian que no tarda en tensar su cuerpo con cierta dureza. —Emm si —balbuceo haciéndole una seña a cierto italiano con eda actitud de chico malo y el enorme coche que no ayuda mucho la verdad. —¿Segura de que quieres irte con el? —inquiere el pelinegro echándole una leve ojeada a mi acompañante. Diviso al castaño; delineando cada pequeña parte de él e incluso el guiño que no tarda en mostrarme por alguna razón que desconozco, incitando al sonrojo de mis pómulos abultados. —No está bien, menos quiero que las personas terminen asegurando esos rumores que corren por ahí —acarreo colocando un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. El asiente como si nada encogiendo sus hombros, a la misma vez que aborda su auto ignorándome con la tensión aún en su anatomía. Dirijo toda mi atención al auto al que no tardo en abordar, protegiéndome con el cinturón de seguridad que con ayuda del italiano me abrocho. —Está loco por ti —suelta Ashton sacándome una media sonrisa. —¿El señor Malloy? —interrogo más que sorprendida. —Ese mismo —acentúa girando el volante hacia la salida del estacionamiento. —Imposible, ni siquiera soy su tipo —conmuto más que segura de lo que digo. —Créeme que esa actitud que tiene es solo un caparazón —menciona deteniéndose en un semáforo en espera del cambio de color. —Como sea —le resto importancia al asunto centrando toda mi atención en la aparición de cierta persona—. Volvió a aparecer. Voltea su rostro en mi dirección. Dejando su mirada detenida en mi persona por al menos unos segundos en los que mis ojos se empañan y el miedo se apodera de mi. —¿Te hizo algo? —cuestiona examinándome con una de sus manos en el volante. —No —demando cubriendo algunas marcas de hace años que predominan en mis brazos cubiertas por un tatuaje con forma de notas musicales. —¿Segura Sara? —pregunta agarrándome del mentón. —No me digas así, sabes que nadie sabe quien soy ni lo que hago… Nadie debe saber mi oscuro secreto —aclaro cruzándome de brazos con expresión neutral. —Si vuelve a aparecer no olvides en llamarme —reacciona besando el dorso de mi mano con cariño. —Lo haré… —me mira de manera demandante como ese hermano protector que siempre hará hasta lo imposible por verte feliz y bien; deteniéndose delante de mi edificio—.Lo prometo Cambia de expresión, parece que a logrado tranquilizarse, ocasionando que ahora sea yo quien me medio sorprenda cuando nos detenemos a una distancia prudente de mi condominio. —Hoy será tu día libre, pero mañana a las 10:00 debes estar lista para uno de los encargos —finaliza dándome el chance de descansar un poco al menos por unas horas. —Gracias —agradezco envolviendo mis brazos en su cuerpo en un fuerte abrazo. —Sabes que no debes darme las gracias —me despido finalmente, liberando varios bostezos que se quedan atascados en la palma de mi mano, para después adentrarme en mi edificio con mis párpados y cuerpo pidiendo descanso.
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