~CAPÍTULO 1~

2858 Words
8 de julio del 2022 Sandra. Me apresuro con la respiración acelerada en dirección a uno de las areas de pediatria, deteniendo mi mirada constantemente en el reloj de oro rosa que adorna mi muñeca derecha. El miedo se apodera de mi con cada paso que doy en donde mis zapatillas bajas no dejan de promover el constante sonido de la suela de la zapatilla entrando en contacto con el suelo impoluto blanco y n***o. Son un conjunto de mosaicos que combinan con el color neutral del interior del hospital Medical Center ubicado en el centro de Los Angeles. Organizo mi uniforme que consta de: una bata blanca de mangas largas, tres lapiceros en el bolsillo derecho que se encuentra a unos centímetros de mi bien doblado cuello de la camisa, concordando con el conjunto de pulover en cuello de u y pantalones grises que se ajustan a mis curvas cubanas. Enrollo con suavidad el estetoscopio en mi cuello, junto a la pequeña cadena de oro con un dige de la virgen de guadalupe de complemento. —¡Doctora Martínez! —la voz de Martha detiene mi caminar apresurado, agilizando la incómoda sensación que por más que quiero fingir que estoy bien; el extraño sentimiento me supera. —¡Diga! —exclamo volteándome después de echarle una última ojeada a mi reloj. 4:30 pm. —Los gemelos Cruz están presentando indicios del síndrome de dificultad respiratoria —anuncia provocando que mi corazón lata desbocado al escuchar sus palabras. Mis manos tiemblan, pero trato lo posible de mantenerme en calma fijando toda mi atención en el rostro de la joven de ojos azules que me devuelve la mirada con un uniforme de enfermera rosa claro que combina con sus zapatillas y su cabello n***o atado en un moño alto con horquillas. —¿Los mantuvieron en la incubadora? Aún no están listos para estar con su madre —corroboro deteniendo mi mirada en la tablilla que muestra los medicamentos que han sido administrados por última hora. —Si, comenzaron con los síntomas ya conocidos… —¿Quejido respiratorio? —cuestiono, llevándola a asentir de manera instintiva—, ¿taquipnea?¿Cianosis?¿Compromiso de oxigenación? Continúo, encaminándome con ella en dirección a la área de neonatología a paso apresurado con las ideas claras de no dejar que nada le pase en mi turno a esos neonatos«recién nacidos prematuros con menos de 28 semanas de edad gestional» que aún después de haber llegado antes de tiempo han hecho lo posible por sobrevivir desde el día cero. Alisto mi coleta alta escaneando a las enfermeras que se mueven de un lado para otro suministrando dosis a enfermos; tanto niños como adultos en terapia intensiva, hasta los que se encuentran en un estado bastante deteriorado. Este es uno de los trabajos más hermosos del mundo, aún así debamos prepararnos casi por tres o cuatro años, no existe mejor sentimiento que apreciarlos sonreír, abrir sus ojos llenos de brillo, sentir el palpitar de su corazón acompasado y saber que todos los esfuerzos que haces por mantenerlos bien se están siendo recompensados. No hay nada como la satisfacción de ser testigos de como pueden marcharse completamente sanos, el saber que a pesar de las dificultades son luchadores capaces de superar enfermedades que llegan el día que el destino se encarga de traerlos a este mundo; también es el hecho de que los puedes ver ahí; indefensos; pero al minuto después sonriendo emocionados entre los brazos de quienes los procrearon. La mayoría de las familias que pasan por aquí comentan siempre lo mismo, Los bebes son hermosos, pero son mucha responsabilidad, yo no creo eso; a ver, llevo más o menos unos dos años en esto sufriendo en carne propia algunos problemas con los infantes que llegan a este mundo, pero también está el hecho de que no importa lo complicados que puedan llegar a ser por los cuidados que necesitan… Reconozco que no hay nada como sostenerlos entre tus brazos, escuchar sus latidos, agazajarlos cuando sabes que están mal con un espantoso riesgo de que todo se vaya a la mierda; el como sentir la opresión en tu pecho al verlos respirando por tubos artificiales, el como se agarran a la más distintiva posibilidad de vida. Mi corazón se quiebra constantemente, por eso siempre hago lo posible de que estén más que bien y cómodos. Dejo de avanzar en el momento en que sus ojos se encuentran con los míos en una de las áreas médicas de cardiología con su impecable traje n***o, su cabello perfectamente peinado, manteniendo su porte frívolo a pesar de estar conversando con los que supongo son los de sanidad investigativa. Delinéo cada cosa que lo constituye hasta su mandíbula cuadrada y lo bien que le queda la chaqueta del traje ajustándose a los músculos bastante atractivos de su cuerpo. Mi corazón se paraliza, al igual que mi anatomía por la manera en la que sus ojos se encuentran con mis orbes dejándome sin respiración solo con estar perdida en cómo su atención se concentra en mi, a pesar de que la otra persona mantiene una conversación bastante preocupativa sobre un tema que desconozco. La curvatura de sus labios crean una sonrisa prepotente que es todo lo que necesito para rodar los ojos, ocasionando que vuelva a emprender mi caminar apresurado hacia quienes de verdad merecen toda mi atención. —¿Donde están los mellizos Cruz en estos momentos? —interrogo agarrando los medicamentos esenciales que se utilizan en situaciones como estas, sosteniendo también las muestras que deben ser llevadas a los laboratorios investigativos. Martha fija su atención en la tablilla, revisando los números asignados a cada recién nacido. —Han sido trasladados al área de cuidados intensivos, se le están suministrando los cuidados de apoyo —me pone al tanto en camino hacia la área señalada. Introduzco mis manos dentro del bolsillo bajo de mi bata, sintiendo la vibración de mi teléfono celular avisando un mensaje que me pone el corazón a latir con una frecuencia cardiaca elevada, a la vez que trato de calmarme un poco centrándome en que mis pequeños deben estar bien. ¿Preparada para esta noche Sara? El mensaje me desestabiliza; se de quien es ese número desconocido, alguien que solo se ha propuesto joderme la vida desde que mis padres llegaron a este país. Se sabe que jugar con fuego siempre provoca incendios que acaban con más de una persona consumida por esas brazas ardientes; sin embargo, yo fui quien termino más que jodida, ahora soy quien carga con el error de los demás; lo peor de todo es que no lo juzgo por lo que hizo y aún así deba seguir acatando las órdenes de alguien a quien no le he podido ver la cara y del cual no se sabe absolutamente nada; lo haré, por más ganas que tenga de joderle la existencia. —¿Se siente bien doctora? —se interesa Martha, fijando su rostro preocupado en mi campo de visión al detenernos en las puertas que dan acceso al área. Le muestro una sonrisa tratando de despreocuparla apartando pensamientos irracionales para darle paso a uno de los momentos que más me entristecen. —Buenas tardes doctora Sandra —me saludan en conjunto las tres enfermeras bajo mi mando, encargadas de la organización y el control planificado del área. —Buenas tardes chicas —me detengo a solo unos pasos de los dos neonatos que se remueven con cierta dificultad al llevar los tubos que se conectan con la tráquea, a través de la nariz para mantener las vías respiratorias. El agua escuece mis ojos al ser testigo de esa imagen, despreciando que seres crueles vivan tranquilamente y ellos que no hacen daño al mundo estén aquí luchando entre la vida y la muerte. Sus cuerpos delgados con un color algo amarillento que cubre sus pieles pálidas. El color marrón de sus cabellos tan semejantes, sus labios algo violetas por la dificultad, y sus diminutas manitas son las cosas que más me duele ver en este trabajo, pero el percatarme de cómo su barriguita sube y baja de manera acompasada tranquiliza los latidos de mi corazón. —Debemos mantener la ventilación mecánica con la máquina especializada para que los ayude a poder sacar el aire de sus pulmones, siento que esos tubos tal vez no son la mejor opción; a pesar de que están resultando por ahora —reviso cada uno de los signos vitales del los demás pequeños que duermen tranquilamente. —Le hemos suministrado surfactante pulmonar con el objetivo de obtener una ventilación más efectiva, al modificar la tensión superficial alveolar, y por tanto, conseguimos satisfactoriamente, estabilizar el alvéolo —sonrío sintiendo la satisfacción de escuchar como ellas mismas se desarrollan y acoplan a mi forma de trabajar, reconociendo que mis neonatos están en muy buenas manos. —Muy bien, por ahora también tendremos el CPAP listo para cualquier dificultad adyacente que podría tener problemas en las próximas horas —actúo fijando toda mi atención en el cristal que muestra el exterior donde me percato de la recién parida que lloriquea algo temerosa con su mano realizando leves toques al cristal—. Ahora regreso. Zigzagueo las incubadoras de los neonatos en un caminar pausado hacia la hermosa castaña con su bata rosa de paciente y la banda que identifica a la mayoría de los pacientes del hospital. —No puede estar aquí —murmuro en un tono bajo, cerrando con cuidado la puerta a mi espalda. Los ojos verdes de la castaña se desvían en mi dirección, mostrando en sus iris verdosos el dolor y la preocupación que no solo la lleva dentro como madre, sino también esa pizca de agradecimiento que no tarda en ofrecerme acercándose con cierta dificultad a mi lugar. —Solo quería verlos —sorbe sus mocos queriendo controlar el llanto que la avasalla, pero aún así la entiendo de cierta forma porque no importa que no sean mis pequeños, también son una parte de mi que siempre me gustaría mantener sana y salva—. Siento que me estoy yendo en pedazos solo de saber que no están bien. —¡Míreme señorita Cruz! —Por favor dígame Kaita —pide con tono apagado, deteniendo su mano en mi hombro con algo de cuidado. Fijo mis orbes en los suyos descubriendo el dolor en sus pupilas, las lágrimas que prefiere mantener sostenidas dentro, impulsándome a sostener su mano saliendo de la sala de pediatría. Mantengo la calma, es una de las cosas más importantes de esta profesión. No importa lo consumida que estés por dentro, debes tratar de actuar todo como debe ser, la vida de la mayoría de ellos depende de la forma en la que dejas que tus emociones te controlen. —A ver señori… Kaita —comienzo disculpándome con la mirada por la manera formal en la que iba a dar inicio a la charla. Concentra toda su mirada en mi, mientras muerde su labio inferior deseando controlarse, comprendo su dolor de cierta manera. —Se que debe estar destruida con el solo pensamiento de que sus pequeños están luchando por sobrevivir —interactúo acomodando mi trasero en la fila de espera—, pero le juro que estoy haciendo todo lo que esté posible en mis manos porque lo consigan. Tal ves crea que no entiendo su dolor, aún así debe saber que sus mellizos ya son parte de mi lo cual solo mantiene la promesa de que haré todo lo que esté en mis manos para que puedan irse juntos a casa. Lágrimas se desplazan por su pómulos algo abultados, ocasionando que me sienta peor de lo que ya estoy al solo saber que no hay peor dolor que el de una madre. —Muchas gracias doctora… —se lanza a mis brazos, envolviendo mi anatomía con los suyos pronunciando una y otra vez las mismas palabras que me provocan un nudo en el estómago. La sostengo de sus hombros, deteniendo mi mirar atento en los suyos con una expresión comprensiva. —No tiene nada que agradecer, lo hago con todo el gusto del mundo —respondo con una leve sonrisa que calma la tensión de su cuerpo—. Ahora vaya a recuperación que aún no esta completamente bien. Asiente, extendiendo la comisura de sus labios en una sonrisa, a la vez que se levanta con cierta dificultad, encaminándose después de ofrecerle una última mirada a las puertas de la sala hacia su área seleccionada. Libero un extenso suspiro, sintiendo el insoportable dolor en mis hombros y cuello, a la misma vez que me dispongo a dirigirme hacia el area de farmacia. El repiqueteo de mis zapatillas no llama mucha la atención, a pesar de ello algunas enfermeras y doctores no tardan en propinarme comprensivas miradas a excepción de cierto personal que me lanzan miradas de odio. —¡Señorita Martínez! —me detengo en pleno camino, sintiendo la horrible necesidad de tragar cuando me volteo encontrándome con Amaranta Rivers, la secretaria del insoportable Dorian Malloy. —¿Sucede algo? —interrogo cruzando mi mirada con la suya. —El señor Dorian la espera en la sala de reuniones —demanda mostrando una extensa sonrisa y el brillo en sus orbes azules en el mismo momento en que menciona el nombre de cierta persona. —¿Ahora? —mi pregunta la hace rodar sus ojos, sacándome más del paso que nunca, esa actitud osca que la caracteriza me pone de los nervios. —Si, ahora —espeta llevando acabo una seña que me lleva a dar inicio a la caminata hacia la tercera planta de la instalación de cuatro pisos. —Es verdad de que sois tal para cual —susurro en un tono bastante bajo, recordando que tener a estos dos amargados nos destruye nunca mi actitud y ganas de trabajar. —¿Que dijiste Sandra? —inquiere la pelirroja de ojos verdes con tonalidades azules, lanzándome una mirada que me hace sonreír de manera fingida. —Nunca te dije que tenías permitido tutearme —aclaro con tono autoritario, presionando el botón del piso establecido en el ascensor. Guardo silencio al las puertas cerrarse. Estos lugares cerrados no siempre son tan malos como muchos se imaginan. Repiqueteo con mis dedos en la tablilla que sostengo en mis manos, deteniendo mi espalda con comodidad en la pared derecha, acomodando el peso de mi cuerpo en mi otra pierna. Agarro mi teléfono, deseando que los minutos pasen mas rápidos para llegar a mi destino, encontrando que ya casi voy con diez minutos de retraso a la casa. Escribo un mensaje a Rosita, odiando dejar a mamá sola en estos momentos, pero cuando eres quien lucha tus cosas siempre te toca hacer sacrificios; cierta persona creyó que llevando en acción esas cosas todo terminaría bien, en cambio se fue dejándonos con un millón de problemas que en este momento soy yo quien los debe soluciar… El fuego siempre termina quemando a personas externas aún así no quieras que eso suceda. Las puertas finalmente se abren dándome la oportunidad de respirar un poco de paz. Los suelos de la tercera planta son refinados con alfombrados finos y elegantes; cuadros con títulos en las paredes con colores neutrales; ventanas de cristal para brindar una buena luz, y salas de espera con muebles cómodos y reconfortantes. —No sabía que tenías pareja —su afirmación me eriza la piel, ocasionando que el shock me impulse a detener mi caminar dándome la vuelta con la mirada inquisidora. —No tengo pareja —suelto sin tapujos, apretando mi mandíbula porque no puede ser que… —¿Ah no? —niego rotundamente con mis fibras vibrando de una extraña manera—. ¿Quien es ese chico que te está buscando en la sala de urgencias? Me muestra la pantalla de la tablet, ocasionando que mi corazón se detenga; causando mil estragos dentro de mi que me dejan con mi respiración levemente acelerada. «¿Por que mierdas está el aquí?» El miedo se apodera de mi, volviéndose todo una extraña espiral en la que quisiera que la tierra me tragara lo antes posible; sin embargo, la tarea de escapar se me imposibilita al escuchar… —Buenas tardes doctora Martínez —acurruca mi apellido en sus labios con esa voz grutural y sensual que normalmente no suelo escuchar de manera muy frecuente… al menos desde aquel incidente. El color tan unico de sus ojos me cautiva, pero nada se compara al hecho de verlo con una bata blanca de médico, su cabello despeinado y como su lengua se desliza por sus labios haciendo que todos los que nos rodean desaparezcan. —¿Podemos comenzar la reunión? —pregunta acortando la distancia que nos separa. Todo se me mezcla, imposibilitando conectar puntos, e incluso encontrar la manera de responder a su pregunta dejándome bastante anonada en mi lugar luchando con las mil preguntas que carcomen mi mente por culpa de la persona que se encuentra en la primera planta. —Podemos —balbucéo en un hilo de voz, sentándome lo más alejada de él posible.
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