Los acuerdos pueden ser siempre una ventaja entre dos partes. Mas sólo si ambas manejan los mismos valores de ética y moral.
Contratos, algunas personas los encuentran tan absurdos. Otras simplemente como una falta de confianza en sus capacidades, como si la moral y la ética fueran la tarjeta de presentación de las personas hoy en día.
Revisando aquel simple contrato de trabajo, frente a esta mujer que mostraba nerviosismo, no pude evitar traer de regreso mis memorias de Diana.
Recordaba en particular el día que llegó a mi casa, buscando a mi madre, con un drama algo infantil. Ya sabía que era una mujer con recursos, podía pagar lo que quisiera con respecto a trabajos, ayudantes y algunas cosas “extras”; para esas, ni siquiera necesitaba ofrecer dinero.
Era una mujer con mucha clase; de sus gestos más sencillos se eregían órdenes que debían ser cumplidas. Incluso mi madre que en personalidad era más fuerte que mi padre, a pesar de su pequeño tamaño, caía a los pies de esta exuberante mujer.
En algún punto, llegué a pensar que era la clase de persona que podía hacer dudar de su sexualidad a la más heterosexual de las mujeres.
–Fausto– escuché desde la cocina, era mi madre
Sólo tardé un instante en aparecer en el umbral de la puerta de la sala; quería salir corriendo a besar a Diana desde que llego, pero sabía que no debía ponerla en evidencia frente a mi madre, de hacerlo perdería la oportunidad de seguírmela “comiendo”
Miré hacia el techo desorientado, aunque no me gustaban del todo las frases de mi mejor amigo siempre quedaban en mí y surgían en los más inapropiados de los momentos, “el que come callado, come dos veces” me decía siempre.
–Dígame– dije, deteniéndome a unos pasos de ellas.
–¿Recuerdas a mi amiga? Estuvo aquí hace un par de semanas y te pedí que recitaras para ella– dijo mi madre.
Por supuesto que la recordaba, aún así, hice el gesto de estarla buscando en mi memoria.
–Gabriela ¿no es así?– respondí.
Ella sonrió pícaramente, sin que mi madre lo notara.
–Diana– me corrigió rápidamente ella.
–Bueno, como sólo fue un instante es comprensible que no recordaras bien su nombre, igual me disculpo amiga– dijo mi madre.
–No te preocupes, si todo sale bien, estoy segura de que no volverá a olvidar mi nombre– dijo, mostrando una amplia sonrisa.
Yo no estaba seguro de entender la situación, así que me mantuve en silencio esperando una aclaratoria
–No te lo he comentado– dijo mi madre–Diana es una mujer sola, vive cerca de aquí, es muy adinerada, pero siempre pendiente de sus negocios, por lo que hay actividades en su casa que requieren de la presencia de un hombre para ser resueltas y me pregunto si tu estarías interesado en ganar algo de dinero extra haciendo esas labores en su casa, pero dejo muy en claro que no deben afectar tus notas académicas-
Yo abrí los ojos de par en par, sentía que de todo mi cuerpo emanaba sudor
–¿Qué clase de actividades exactamente?– dije con la voz entrecortada.
–Lo usual, cambiar algunos bombillos, limpiar zonas de mi casa que están restringidas para el servicio, ordenar algunas cajas de vez en cuando– dijo ella acercándose para pasar su mano por mi cabello –nada que un jovencito como tú no pueda hacer, tengo a mi criada que limpia, a mi jardinero que se encarga del jardín, pero necesito a alguien en quien pueda confiar para lo demás– su mano paso de mi cabello a mi quijada y levantando mi cara para que la viera directo a los ojos continuó –y por alguna razón creo que puedo confiar en ti.
–Fausto es muy responsable– dijo mi madre.
–Entonces te espero el sábado a las 8 de la mañana– dijo viéndome fijamente– y querida no te preocupes, no lo explotare– dijo mientras miraba a mi madre.
Ambas rieron al unísono.
–Si se tiene que quedar más de lo que yo imagino le daré almuerzo, pero prometo que no llegara después de las 6 de la tarde– añadió.
–Está bien, me parece excelente, tal vez bajo tu cuidado pueda mejorar esa área en la que tiene problemas– respondió mi madre.
Al cucharla yo voltié a verla con desaprobación y Diana se dio cuenta.
–Mmm, interesante ¿en qué tiene problemas exactamente?– preguntó con firmeza.
–Por alguna razón, a pesar de lo elocuente que es, los profesores tienen muchas quejas con sus trabajos, pasa también con los exámenes, su caligrafía no mejora y se les dificulta entender sus respuestas– comentó mamá.
Ella me miró de arriba abajo, viendo que me encontraba evidentemente exasperado e incómodo.
–Haré lo que pueda para ayudarlo– dijo finalmente.
Ellas continuaron hablando sin prestarme más atención a mí, así que pedí permiso para retirarme y regresé a mi habitación.
Era inevitable que el recuerdo de nuestro primer encuentro me persiguiera como un fantasma, con tan sólo entrar a mi habitación comencé a masturbarme, esperando tener la misma suerte que la primera vez que vino; pero no fue así, de igual manera pensaba en ella, al terminar sin razón alguna comencé a temblar, me parecía muy osado de su parte venir a pedirle a mi madre que fuera a su casa a “ayudarla”. Sentía que estaba en una situación muy incómoda, ella tenía todo el control, si llegaba un punto en el que ya no quisiera tener sexo podía terminar diciéndolo todo.
Pensando en todo aquello noté que mi pene se volvía a poner duro “claro, seguro que llegara el día en que no vas a querer cogerla” esos no suelen ser mis pensamientos, pero vino a mí de esa manera y era cierto, no quería ternura o cariño, quería sexo con ella, sabía muy bien que estaba fuera de su liga, sabía que se estaba aprovechando de la situación, pero no me importaba
Pasaron muchas cosas antes del sábado, pero sinceramente no puedo recordar ninguna, sé que fui a clases, que compartí con mi mejor amigo Carlos, que hice mis tareas y tuve una discusión con mi profesora de castellano; otra vez elogió mis pensamientos, pero reprochó duramente mi caligrafía, siempre era lo mismo, sólo que esta vez no me importaba, sólo espera a que llegara el sábado.
El día anterior me acosté temprano, quería estar bien descansado. Antes de las 6:00am andaba por la cocina desayuné y pude esperar un rato para bañarme; traté de no arreglarme demasiado para no parecer obvio, pero hice mi mejor esfuerzo para verme lo más presentable posible, mi madre estaba en la cocina.
–Buenos días ¿Dónde vive tu amiga? Con la que me embarcaste sin preguntarme primero– le pregunte ásperamente, para evitar demostrar interés en querer ir.
Ella sin prestarme demasiada atención respondió:
–No estabas obligado a aceptar, pudiste decir que no, ahora ya te comprometiste, ella vive al final de esta calle, en la casa blanca de la derecha, es la última casa así que no hay perdida.
Emprendí la marcha luego de despedirme, había salido temprano así que no necesitaba caminar rápido. Sin embargo, poco a poco se me fue haciendo largo el camino, la calle parecía extenderse más de lo que había imaginado originalmente. Nunca había llegado al final de la calle, nuestra casa está entre las primeras y por alguna razón hay pocas personas con hijos, así que cada quien está dedicado a pasar el tiempo en su casa. Salvo por Carlos, no conocía a nadie en las cercanías que fuera contemporáneo conmigo, de resto eran las amistades de mis padres.
Finalmente llegué a la última casa o al menos eso pensé, el camino seguía pero no habían más casas, aunque esta era de un tono amarillo, así que no concordaba con la descripción, además el color no era para nada uno que ella pudiera elegir.
Haciendo caso a la lógica seguí caminando, si no encontraba pronto el lugar que buscaba terminaría llegando tarde, cosa que no quería que ocurriera. Me debatía entre los nervios y la ansiedad, hasta que al fin vi el final de la calle, tal como me hubieran dicho a mano derecha una gran casa blanca, completamente aislada del resto, busqué el intercomunicador y apreté el botón. Tuve que esperar un rato antes de que me atendieran.
–Si, negocios o encomiendas?- escuché finalmente en la voz de una mujer.
Su pregunta me dejó fuera de bases totalmente.
–Eh, negocios- balbuceé yo.
–Muy bien, por la puerta principal.
Entonces la puerta se abrió, caminé hasta la entrada, en la que se encontraban varios vehículos estacionados. Me pareció raro para ser un sábado en la mañana. Al estar en la entrada hice sonar el timbre, una joven de tez morena, alta, delgada y muy presentable me abrió la puerta. Me observó de arriba a abajo antes de decir:
–La señora está ocupada, ¿Qué necesitas?
Desde dentro de aquella ostentosa casa se escuchan sillas siendo movidas y personas hablando.
Finalmente respondí:
–Dígale por favor que Fausto está aquí.
La joven me dejó en la entrada mientras iba a informar de mi llegada; volvió al poco tiempo, abrió la puerta y me invito a entrar. Entonces la vi, ahí estaba rodeada de hombres con traje y corbata, leían documentos en una amplia mesa en el comedor, discutían cada frase de aquellas hojas y el más joven de ellos tipiaba en una laptop las palabras que se decidían.
Noté rápidamente que era ella quien siempre tenía la última palabra, oía detenidamente a sus acompañantes pero siempre decidía. La joven me condujo a una pequeña sala con mesas de té y sillones cómodos, me pidió que esperara allí y me ofreció sus servicios si acaso quería algo de beber o comer, yo asentí con la cabeza y me senté.
Lo que imaginé serían un par de minutos, terminaron siendo horas. Varias veces me sorprendí a mí mismo quedándome dormido en aquellos cómodos sillones.
Las conversaciones en la sala no cesaban, de cuando en cuando había discusiones entre los caballeros, pero terminaban cuando ella intervenía. Algunos de los presentes, se fueron antes de terminar todo, los demás siguieron trabajando.
Eran casi las 11 cuando se escuchó claramente:
–Bueno señores, por hoy es suficiente, retomaremos el lunes.
–Está bien, ¿entonces almorzaremos temprano?–preguntó alguien en la sala.
–No, hoy no los invitaré a almorzar y me disculpan por eso, tengo un nuevo empleado con el que necesito entenderme y ya lo hice esperar bastante, no tenía planificado que hoy haríamos esto.
Nadie dijo nada más, se escuchaba claramente como todos recogían sus cosas y comenzaban a salir, todos se despidieron de ella besando su mano, luego cerró la puerta y le hizo una seña a la joven para que le acercara un sobre, al tomarlo le dijo algunas palabras al oído y entró en el pequeño salón, cerrando la puerta detrás de ella.
–¿Alguna vez has firmado un contrato?– me dijo sin sentarse.
–No, no he tenido la necesidad– respondí
–Pero sabes lo que son, ¿cierto?
–Sí, son acuerdos legales a los que llegan las partes interesadas, colocados en papel para que quede constancia de los deberes y derechos de cada parte en el acuerdo en cuestión.
–Muy bien– dijo sacando una pequeña hoja de la carpeta y poniéndola frente a mí.
Yo la tomé y ella comenzó a leer la que había quedado en sus manos, yo seguía las palabras en mi hoja tratando de llevar el paso, en el contrato se especificaban todas las condiciones de mi trabajo, lo que debía hacer, por cuanto tiempo y cuanto recibiría por dicho trabajo.
En resumen, era hacer mandados, algunas funciones de mantenimiento preventivo o correctivo dentro de la casa, organizar cosas dentro de algunas habitaciones que estaban bien detalladas en el contrato y lo que más llamó mi atención, la última cláusula, establecía que durante mi estadía ahí debía mantener una total discreción, sin importar lo que viera debía mantener la compostura y ser objetivo en mi percepción de las cosas
–¿A qué se refiere el contrato com el término discreción?– pregunté tratando de suprimir mi sonrisa.
–A que no puedes repetir nada de lo que se hace aquí, sea de negocios o cosas personales, soy una mujer muy reservada con mis cosas y me gustaría mantenerlo así– dijo em tono imperativo.
–Etiendo, creo que puedo hacer eso.
–Si no creyera que puedes no estarías aquí, el punto no es que creas, sino que te comprometas. Vas a firmar este contrato y de no cumplirlo pudiera tomar represalias legales en tu contra, de igual manera si yo no cumplo con mis deberes contigo tú también puedes hacerlo.
Comencé a pensar que había errado mi concepción inicial del porque me encontraba ahí, todo parecía indicar que sería un simple mayordomo, al menos los sábados de cada semana. La paga era muy buena y hasta el momento lo único que me hacia seguir sentado. No había ninguna especificación en aquel contrato de que fuera a pasar algo entre nosotros, pero si era sincero conmigo mismo, sólo estar cerca de ella me bastaba por ahora.
–¿Puedo llevarme el contrato y discutirlo con mis padres antes de firmarlo? Me gustaría saber su opinión antes de comprometerme, sobre todo porque no dice que pasara el día que ya no quiera trabajar en este lugar.
Ella inmediatamente puso cara de sorpresa, tal vez no esperaba esa respuesta de alguien tan joven como yo
–Lidiar con tantos dinosaurios me hizo poner un poco de mal humor, realmente estoy estresada y por eso mi actitud, entiendo perfectamente tu escepticismo. Por primera vez, se comenzó a acercar a mí,
–Tú no vienes aquí por dinero, tu enfoque es diferente, es lógico que no te parezca atractivo. ¡Ven!– me dijo tomándome de la mano.
Me sentó en el sofá de la habitación y se sentó entre mis piernas apoyando su cabeza en mi pecho.
–Cuando te diga que estoy estresada debes hacer esto, siempre– dijo mientras subía su vestido para quitarse la ropa interior.
Luego tomó mi mano y pasándola por su lengua la condujo hasta su entrepierna
–Ahí donde estás tocando, ¿lo sientes?
Yo asentí lleno de nervios
–Ese es mi clítoris, debes acariciarlo suavemente, puede ser rápido o lento, eso no importa, pero debe ser con suavidad, tocarlo duro sólo hace que duela, debe ser una caricia, como gentileza.
Y guiando mis dedos comenzó a girar en círculos al tiempo que gemía sutilmente, me hacía cambiar de ritmo de vez en cuando, dando detalles de cómo debía hacerlo, mientras sus gemidos aumentaban.
En algún punto, intenté meter mi mano en su escote para agarrar sus seno, pero me tomó la mano y mirándome con cara de desaprobación sólo dijo:
–¡Concéntrate!
Me sentí muy fuera de lugar, pero sus gemidos no cesaban, entonces entre suspiros pudo decir:
–¡Más rápido!
Moví rápidamente mis dedos hasta que retorciéndose sobre mí mientras apretaba mis manos dijo:
–Eso es, lo necesitaba.
Entonces se puso de pie y arregló su ropa interior frente a mí.
–Está bien, por hoy. Puedes irte. Esperaré tu respuesta el próximo sábado.
Levantándome del sofá, tomé el bolígrafo y firmé.