Los celos son mecanismos de defensa para defender aquello, que ni siquiera nos pertenece.
Llego a la biblioteca antes de mi hora de entrada. Estoy algo ansiosa desde ayer cuando, él me pidió trabajar como su asistente. Preparo un termo de café en mi oficina, tomo una taza de café en tres sorbos y me sirvo otra, antes de que llegué el resto del personal.
Recuerdo que es viernes y sólo nos corresponde venir a mí y a mi compañera de medio turno. Además de Esteban que es el vigilante y ya está afuera haciendo su trabajo.
No dormí bien pensando en que hoy comienzo a trabajar con él. Entra Claudia mi compañera de trabajo.
–¡Hola! ¿Dormiste anoche acá?– me dice en un tono algo jocoso.
–Casi– respondo.
–¿Hoy toca planificación de actividades, cierto?– pregunta algo distraída como siempre.
–¡Sí! Podemos empezar ahora, si quieres. Ya adelanté algunas cosas.
–Vale, tomo un café y te alcanzó en la sala principal. Coloca el anuncio en la puerta principal. No me gusta trabajar y que estén molestando.
–Sí, ya había olvidado esse detalle.
Voy hacia la entrada principal, giro el cartel al lado contrario para que puedan leerlo desde afuera: “No habrá atención al público, estamos realizando trabajo administrativo”
Regreso a la oficina, sacó mi laptop del bolso. Camino hasta la sala donde Claudia me espera.
–Me dijeron que la actividad de ayer estuvo genial.
–Sí, es un excelente escritor.
–Sí, también me dijeron que está guspérrimo.
Su comentario me produjo cierta incomodidad pues realmente es guapo.
–Sí, creo– respondí parcamente.
–Así, como lo dices, parece que fuera um monstruo.
–Sabes que no me fijo en esos detalles.
–Uff disculpa. Todo entra por la vista. Lo sabes.
–Dejemos de hablar de ello, vamos a empezar con las actividades que haremos la semana que viene.
–¡Aburrida!– responde soltando uma carcajada.
Comenzamos com nuestro trabajo. Em momentos, me angustiaba no concordar con alguna actividad pues eso, generaba tener que perder más tiempo. Hoy, como nunca, debía considerar estar desocupada antes de mediodía.
La hora pautada, era la una de la tarde y salir a las doce, implicaba tener que almorzar rápido para salir a tiempo y alcanzar el bus que pasaba un cuarto ante de la una.
Transcribía rápidamente las opciones para luego ordenarlas por día y hora.
–¿Qué te parece si hacemos una exposición de fotografías de Neruda con 10 de sus mejores poemas?
–Me parece buena idea– me respondió.
Las horas transcurren velozmente y siento mi corazón acelerarse a ratos, sólo pensando que pronto lo veré.
Terminamos la planificación. Vamos hasta, la oficina saco mi vianda con el almuerzo. Coloco en el microondas, caliento y almuerzo.
Ya casi las doce del mediodía.
–¿Estás algo nerviosa Bia?– pregunta ella.
–¡No! Sólo un poco ansiosa. Es viernes y es descanso.
–Fin de semana largo. El lunes es feriado.
–Ah, sí. Tienes razón. Lo había olvidado. Es día de los muertos.
–Sí, aunque eso de los muertos es sólo una tradición algo ortodoxa. Yo no creo em la muerte. Para mí, el alma siempre vive, es eterna. Sólo cambia de piel.
–Tal vez, pero es una tradición. Y a veces esas costumbres se vuelven tan fuertes que es difícil salir de esa creencia.
–¿Irás de viaje?
–No, iré al cementerio. Es un ritual desde que mi madre murió hace un par de años.
–Lo siento, ha de ser duro perder a tu madre.
–Lo es. A veces recuerdo sus cuidados y esos momentos en que solíamos trabajar juntas.
–¿Trabajar?
–Sí, mi madre era sirvienta de una familia adinerada y yo la acompañaba y ayudaba a hacer las tareas más simples. Sabes, limpiar y sacudir los muebles, los estantes, la biblioteca. Allí surgió en mí, el interés por estudiar Bibliotecología.
–Interesante historia. Yo porque fue lo único que conseguí para trabajar. Soy asistente administrativo, pero mi tío conoce al director de la biblioteca y pues, él me consiguió este empleo.
–¿Te refieres a Gilbert?
–Sí, ese mismo. Es muy “amigo” de mi tío Fernando.
–¿Por qué dices “amigo”?
–Creo que tienen algo. La vez que mi tío lo llamó para pedirle este empleo, lo trataba como que eran novios. Yo creí incluso que se trataba de una chica, hasta que vine a la entrevista y me atendió él.
–Es posible que sí. Bueno, debo irme. ¿Te quedas?
–Sí, termino de almorzar y cierro. Mi novio viene por mí.
–Vale, nos vemos el martes.
Salgo rápidamente, bajo las escaleras, camino hacia la parada. Espero por más de diez minutos. El bus no pasa. Veo la hora en mí reloj, ya un cuarto para la una.
¿Acaso habría pasado ya? ¿Sería posible que mientras hablaba con Clau hubiera pasado? Estaba empezando a estresarme. Caminaba de un lado a otro. Finalmente veo que se aproxima. Levanto mi mano para que se detenga. Pero el bus continúa. Va abarrotado de personas.
Olvidé que esa era hora tope y debía tomar el anterior a ese, veinte minutos antes.
Tendré que pedir un Uber. Saco mi móvil y pido uno. El más cerca está a diez minutos.
Es increíble que vaya a llegar retardada a primer día de trabajo. Por fin, llega el Uber, me subo. Veo mi reloj. El taxista arranca. Faltan dos cuadras para llegar. El semáforo está dañado. Una cola de carros tocando sus bocinas, todos quieren pasar al mismo tiempo.
Dios, parece que todo estuviese planeado para que yo no llegue a tiempo. Decido bajar del auto y caminar las dos cuadras.
El calor está algo fuerte a pesar de que el cielo está bastante nublado. Siento el sudor correr por mi frente. Me limpio con la manga de mi sweter.
Ya estoy cerca de la urbanización. El portón está cerrado y no hay un vigilante. El portón de los vehículos se abre, un carro va a entrar. Aprovecho de pasar corriendo y camino hasta entrar en la calle que Fausto me dio. Por fin veo el número de su casa. Toco el timbre.
Abren la puerta. Es una mujer muy hermosa la que abre.
–Fausto te buscan. ¿Cuál es tu nombre?
–Bianca– respondo algo seria.
Siento celos, celos horribles por un hombre para quien tal vez, no significo nada, sino una simple asistente.
Desde dentro se oye la voz de él:
–Déjala pasar mi amor.
–Pasa– me dice la mujer mirándome de pie a cabeza.
–¡Gracias!
Toma su cartera de sobre la mesa y se despide desde la puerta:
–Rey, me voy. ¡Te llamo!– dice casi a gritos, mientras sale y cierra la puerta.
Él viene caminando por el pasillo. Lo miro con algo de rabia.
–¡Bienvenida!– dice con emoción.
–Gracias.
–¿Algo retrasada?
–Un poco. Tuve que bajarme del Uber por una tranca en la avenida.
–No hay problema. Pero deberás reponer esos minutos hoy.
Su comentario me genera aún más desconfort. Todo lo que había pasado para llegar a tiempo; él estaba muy bien acompañado y además me exigía pagar con sobre tiempo, no podía creerlo. Respiré profundo para no insultarlo.
–¿Quieres algo de tomar?
–Un caso con agua estará bien.
–OK, siéntate Bianca, estás en tu casa.
Me siento y observo la decoración de su casa. Es sencilla pero acogedora. Tiene algunos cuadros interesantes.
Camina hasta la cocina. Sirve un vaso con agua y me lo trae.
–¡Gracias!
–¿Cómo te sientes? ¿Preparada para trabajar?
–Sí, por supuesto.
–Ven, vamos hasta mi estudio.
Me levanto, camino detrás de él. Se detiene abre una puerta corrediza con ambas manos. Entramos. Es un lugar increíble. Tiene una biblioteca dos veces más grande que la de Don Jacinto. La luz es tenue. Y hay un aroma a canela suave.
–Siéntate– me dice.
Tomo mi bolso en las piernas. Saco mi laptop. Él me mira sonreído.
–Primero, lo primero. Debes firmar el contrato por este mes de trabajo.
¿En serio? Pienso. Respondo luego:
–Perfecto. Eso es muy importante. Veo que se cuida muy bien las espaldas.
–Es sólo un trámite para garantizar que no te irás corriendo y me dejarás el trabajo incompleto.
–Creo que tu apreciación sobre mí es muy baja. No suelo aceptar una propuesta de trabajo pensando en abandonarla.
–¡Wow! Disculpa. Te repito que sólo es um por sí acaso. No lo tomes a mal.
El saca de su gaveta, una carpeta manila y me la entrega. La abro. Dentro hay un contrato de dos páginas y una copia del documento. Lo leo. Todo está especificado. Que debo hacer, por cuanto tiempo y cuanto recibiré por dicho trabajo. Realmente es mucho dinero. Más de lo que ganaría en tres meses en la biblioteca.
Firmo ambos y le regreso la carpeta. El firma uno y me entrega la copia.
–Este es tu copia, por si decides demandarme– dice mientras me guiña um ojo.
Mi corazón se acelera una vez más. Trato de evitar sonreír.
Él continúa mirándome fijamente. Me perturba su mirada, su presencia, su sonrisa. Todo de él, me perturba.