Sin cronicidad

1120 Words
He oído muchas veces decir que cuando existe una conexión entre dos personas, es porque entre ellos puede haber un nexo de otras vidas. Termino de firmar al contrato. Fausto me explica sobre lo que relata su novela. Es una historia algo extraña. No quiero decir que sea incoherente, no. Pero hay algo que me perturba de esa historia. –¿Entendiste lo que te quise decir?– me pregunta. Asiento con la cabeza para no parecer algo tonta. Me adelanto a preguntarle: –¿Trabajaras de forma lineal o multilineal? –Realmente quiero que esa historia se escriba sola. Pienso que cuando escribimos algo que realmente vale la pena, no somos nosotros quienes lo hacemos, sino nuestro subconsciente. Si tuviésemos la suficiente claridad para conectarnos con nuestro alter ego, estoy seguro que todo escritor lograría su obra maestra. Lo observo sin decir nada, cada uno de sus argumentos y explicaciones me dejan ver que es un hombre muy preparado y que sabe de que está hablando. Para provocar algo de intensidad en su monólogo, le pregunto: –¿Entonces, consideras que lo expuesto por muchos autores, donde afirman que la literatura no es un mero hecho casual, sino que exige un trabajo contínuo, no es valedero? Me mira sorprendido por mi interrogante: –Creo que ambas cosas se relacionan. Todo tiene forma y esencia. De la esencia se encarga la musa, nuestra conexión con los dioses. Pero la forma, el cuerpo, lo visible, es un trabajo del escritor. –Salomónica respuesta– infiero. –Digamos que no me gustan las disputas, sólo aquellas que se dan cuerpo a cuerpo sobre una cama o en su defecto en una pared. Sus palabras me estremecen y de pronto siento los latidos de mi v****a tomar cuenta de mi deseo. Él continua: –Esta historia que quiero crear tiene que valerse de la realidad para poder acceder a lo no real. Eso que llaman ficción o el más allá. Me sigue pareciendo un poco alucinante du historia. –Tu trabajo está limitado a escribir cualquier cosa que vaya surgiendo de mi cabeza, en el momento que menos esperes. ¿Alguna duda sobre tus funciones? –No, en lo absoluto. Siempre tuve suerte de escribir bastante rápido y me es posible casi copiar textualmente lo que me digas. –Eso me parece genial. No esperaba menos de ti. Desde que te vi, algo dentro me hizo saber que eras la indicada para este trabajo. –Me alegra que pienses de esa manera. Trabajar en la biblioteca me ha permitido leer muchas obras literarias y darle una visión algo subjetiva a cada una de ellas. –De eso se trata el arte querida, el arte es subjetivo. Todo artista plasma en su obra, sea un libro o un cuadro, una escultura o una pieza musical, una parte de sí y cuando el lector o espectador se sintoniza con esa esencia podemos decir que esa obra es arte puro. –¿Tiene aspectos autobiográficos tu novela? –Caemos en el mismo punto. Toda obra es esencia de su creador. O sea que fuese cual fuese su naturaleza artística, ella habrá sido el resultado de esse secreto que nuestras almas callan. La tarde transcurrió realmente rápido. Verlo y oírlo, era excitante. Más aún cuando esboza una de sus sonrisas. Sus dientes están perfectamente alineados, y los dos orificios que se hacen a cada lado de su rostro, me enloquecen. –Es todo por hoy, mañana es sábado, pero según tu contrato los días de semana, son libres. Sin embargo, necesito recuperar el tiempo perdido. –No tengo problema en venir mañana. Es un fin de semana largo y podemos aprovechar de avanzar lo más que puedas. –¿En serio, no tienes inconveniente? ¿Y tu novio no se molesta? –No tengo novio– respondí algo nerviosa. –Eso si es un poco extraño. Digo porque eres joven, trabajadora, inteligente y extremadamente bella. Sus palabras me ruboriza, siento mi piel erizada de pies a cabeza. Veo mi reloj, ya casi las seis de la tarde. Me levanto, tomo mi cartera. Él me sonrié nuevamente. –Entonces hasta mañana– digo mientras extiendo mi mano para estrechar la suya. Toma mi mano con delicadeza y la besa, la suavidad de sus labios y su humedad hacen salivar mi interior cual proyecto de Pavlov. Él me muestra la puerta. Caminamos hasta allí, salgo y él va tras de mí. Puedo sentir du mirada siguiendo mis movimientos. No soy una chica delicada como él debe estar acostumbrado a mirar. Diría incluso que soy bastante tosca y poco femenina. Me acompaña hasta la entrada de la urbanización. El vigilante lo saluda cordialmente. Todo fluye ahora de manera diferente. No como al inicio de la tarde. Camino hasta la parada del bus. Esta bastante oscuro a pesar de no ser tan tarde. Quizás llueva. Eso suele ocurrir en esta ciudad. Por suerte, no traje un paraguas. Veo a lo lejos el bus venir, apresuro el oso para llegar a la parada. Casi corro para estar antes. Se detiene, varios pasajeros descienden. Yo subo. Durante el trayecto voy viendo la ciudad y su rostro, su sonrisa, su mágica sonrisa parece traslucir en los vidrios del bus. Comienza a llover. Me gusta la lluvia. Es algo que me relaja y me lleva a recuerdos del pasado, algo melancólicos. Llego hasta la parada del subterráneo. Coloco la cartera sobre mi cabeza para evitar mojarme el cabello. Corro un poco. Hay muchas personas en la calle. Es viernes y fin de semana largo. Bajo las escaleras. Me siento a esperar. A lo lejos se escuchan los motores del subterráneo. Las personas se aglomeran para subir. Casi me quedo por fuera. En pocos minutos ya en la estación que me corresponde. El altavoz anuncia “Parada Las Acacias”. Me abro paso entre las personas y salgo del metro. Subo las escaleras. A pocas cuadras está el edificio. Siempre me gusta comprar algo de tomar para desestresarme y leer o hacer cualquier trabajo pendiente. Pero este fin de semana tendré menos descanso. Sonrió por ello, estaré junto a él. Eso lo vale. Entro a mi apartamento. Destapó la botella, me sirvo una copa de vino y me recreo en esta historia que comienza en mi vida. Cuando vi a Fausto por primera vez, sentí algo muy fuerte hacia él. Muchos dirían que se debió a su buen aspecto físico o a su sapiencia. Yo diría que fueron esas dos y adicional su vibra. Me estremece sentirlo cerca, me llena de celos pensar que haya alguien em su vida. Me irrita imaginar que no siente esto mismo por mí. Creo que estoy perdiendo la cordura.
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