El deseo

1415 Words
Todos nuestros deseos tienen un fin único, hacernos sucumbir. Luego de finalizar el taller, me quedé recogiendo las sillas; él estaba rodeado de los participantes y eventualmente volteaba a mirarme. Yo me sonrojaba; sentía vergüenza y nervios, era imposible no sentirlo, luego de aquella torpeza. Pero también me estremecía al recordar la manera em que recitó aquellos versos, me dejaba tan desarmada y vulnerable que pensé que no podría controlar las ganas de besar su boca. Vi que todos salían del salón de lectura y él que apenas había traído una hoja en sus manos, estaba dilatando para retirarse. Quería que se fuera de una vez y también quería que se quedara. ¿Qué te está pasando Bianca? Me pregunté a mí misma. "Serenidad y postura" pensé Recogí el lote de libros, iba caminando hacia los estantes para colocarlos em el área de Literatura Hispana, sin querer tropecé y se cayeron al piso. Él escuchó el estrépito. Me agaché rápidamente para recogerlos, mientras rogaba “que no venga, que no venga”. De pronto vi una sombra frente a mí, era él. –¿Puedo ayudarte? –No gracias, no se preocupe– contesté muy nerviosa. No me hizo caso, y se agachó para recoger algunos de los libros que me eran difícil tomar con una sola mano. Me levanté rápidamente para colocar el lote de libros en el estante. –Voy a terminar creyendo que te caigo mal. Primero me paraste de la silla donde debía sentarme y ahora lanzas mis libros al suelo. Sus palabras me llevaron de angustia: –¡Disculpe por favor, disculpe! –No tienes de que preocuparte Bianca– me respondió mientras se levantaba y colocaba los libros en el estante. Su mirada era fuerte pero a la vez, tierna. Caminé para salir del estrechó pasillo de los estantes que hacían que sintiera su proximidad y un calor se apoderará de mí. –¿Necesita alguna cosa?, debo cerrar la biblioteca. –No, realmente no. Pero me gustaría conversar un poco contigo mientras tomamos un café acá cerca. Lo miré algo indecisa por su invitación. Pero pensé que decirle que no, era hacerle un desplante. Y ya sería la tercera razón para que creyera que no me caía buen, cuando en verdad comenzaba a fascinarme. –OK, vamos– respondí tratando de ser amable y no uma chica fácil. Él me cedió el paso, tuve que pasar a su lado y una corriente me recorrió el cuerpo. Caminé delante de él. Sentía su mirada fija en mi espalda. Hice mis pasos más cortos y lentos para que él con sus largas piernas, pudiese alcanzarme. –¿Conoces algún lugar donde se pueda tomar un buen café y conversar? –Sí, claro. En la esquina queda uno de los mejores, es café en grano recién molido y es un lugar apacible. Me miró sonreído. Yo sentí que mi corazón se transformaba en el bombo de una banda marcial. Él salió, yo cerré las puertas con llave. Salimos afuera, hacia algo de frío. Había dejado olvidado mi sweter adentro de mi oficina. Él se percató de que me estaba poniendo algo morada. –Sufro de hipersensibilidad capilar, por lo que cualquier temperatura me afecta, sea baja o muy alta– me adelanté a responderle. Se quitó su chaqueta y me la ofreció. Le sonreí para agradecerle aquel gesto tan caballeroso. –Con eso, ya no me odiarás tanto. –Yo no tengo razones para odiarle. –Sólo bromeo. Es para romper el témpano de hielo que se atraviesa entre los dos, como el iceberg del Titanic. Y no me gustaría tender que hundirme. –¿Exagera todo? –Soy escritor, ¿lo olvidas? –No, es algo que admiro de usted. –¡Wow! eso si es interesante oírlo de ti. –Ya pare con eso. No lo odio. –Si me tuteas, te puedo llegar a creer. –Está bien. ¡No te odio! –Me gusta como me tuteas. Llegamos al café, le señalé donde era. Entramos. El camino delante y busco una mesa de dos sillas. Yo lo seguí. Él halo la silla para que yo ne sentara y luego tomo la suya y se sentó. –Buenas tardes señor, señorita. Soy Damián. Estoy encargado de atenderles en esta oportunidad. –Gracias. Yo soy Fausto y ella es mi novia Bianca. Mi rostro se encendió con sus palabras. Tuve que bajar el rostro y dejar que mi cabello me cubriera, mientras recuperaba la calma para poder saludar al mesero. –¿Qué desean de tomar? –¿Bianca mi amor, qué deseas de tomar? Subí el rostro, era inevitable que enfrentara aquella situación. –¡Un mocaccino! Sin azúcar ¡por favor!–respondí intentando disimular mi vergüenza. –Yo quiero un látex. –Enseguida se los traigo. Cuando el chico se marchó, lo miré algo irritada. –No te molestes, es una broma–dijo lanzando una carcajada. –¡No me parece gracioso! –A mí, sí. Hubieses visto tu cara cuando dije que eras mi novia– respondió riendo. –¿Te burlas de mí? –No, para nada. Sólo quiero que sonrías y que te dejes llevar– respondió en un tono amable. El mesero llegó con los dos cafés y un plato con mini cokkies en forma de corazones. –¿Trabajas todo el día en la biblioteca? –No, medio turno. –¿Te gusta la literatura? Digo por que no todo el mundo, asiste a un taller, sin ser escritor. –¿Quién dijo que no soy escritora?– dije muy seria. Él abrió sus ojos sorprendido con mis palabras. No pude aguantar la risa y solté una carcajada. –¡Es broma! Me gusta la literatura pero no he escrito un poema ni de tres líneas. –Pues un poema de tres líneas es mucho más complejo que uno de diez, porque debes impactar al lector en esos tres versos. –Ah ok, mientras más corto más difícil. El tono en que lo dije pareció darle un doble sentido a aquella frase. Nos miramos y reímos. –Hablando en serio– dijo, colocando su mano en el rostro y mostrando seriedad. –¡Wow! parece grave lo que dirás. –Lo es– dijo en un tono muy serio. –Dime, ¿qué ocurre?– contesté sería también. –Estoy buscando, una secretaria para que transcriba una de mis obras. Tengo un problema con mi mano. El médico dice que es el túnel carpiano. Y debo terminar una novela que inicié unos meses atrás y que ya me adelantaron parte del dinero. –¿Necesitas que busqué a alguien? –No, te quiero a ti. Sus palabras erizaron mi piel. Sentí un calor en mis entrepiernas. –¿A mí? –Sí, si quieres trabajar conmigo, puedo pagarte bien. –Bueno, no me caería mal, un dinero extra. Y si hay algo que me guste es leer; o sea que puedo hacer ambas cosas a la vez. –Entonces, ¿te parece qué empecemos mañana? –¿Tan rápido? –Sí, tengo una semana sin trabajar en mi novela. Y tengo un mes para terminarla. –¿O sea que el contrato será por un mes? –Prácticamente sí. –Genial, entonces empezamos mañana ¿Dónde vives? –En un barrio cercano. Los girasoles. –Creo que sé dónde es. –No tiene complicaciones. Tomas el bus en la parada que está cerca de la biblioteca y a unas siete cuadras está el barrio. Vivo en la calle principal, número 113. –Ese número suena algo sugestivo. –¿Por qué lo dices? Suelto la carcajada, prefiero no explicarle. Él me mira extrañado. –Tengo que irme– dice mientras llama al mesero. Saca su cartera, revisa y coloca un billete sobre la mesa. –Hablamos mañana, entonces Bianca– afirma, colocando su mano en mi hombro. El mesero toma el billete. –¡Quédate con la propina Damián! Lo veo salir y me entristece su partida. Recuerdo entonces que ahora podré verlo seguido, todas las tardes, por un mes. Sonrió como una tonta. El mesero me observa y sonríe como si supiera lo que estoy pensando. Me levanto. Salgo a la calle. Camino hasta la parada del bus. Estoy de suerte. Viene uno. Lo embarco. Llego a mi apartamento. Preparo algo para la cena. “Es un hombre impredecible y maravilloso” pienso mientras esbozo una gran sonrisa.
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