El inicio

1740 Words
Todo inicia como un juego. Todo termina con un ganador. – ¿Qué hice?– me pregunté repetidas veces. Todo a mi cuerpo se puso frío, me costaba respirar, mis manos temblaban, mi mente se debatía entre la realidad y la ficción. No, no podía creer lo que estaba ocurriendo, fue entonces que recordé a Diana. Hacía mucho que no pasaba. Este dichoso recuerdo data de cuando era apenas un joven quinceañero. Mi amor por la lectura hizo que mi elocuencia siempre fuera bienvenida; podía recitar poemas y relatos literarios completos con la gracia de los mejores actores de teatro, aunque nunca ayudó a superar mi disgrafía; la maldición que me ha perseguido toda la vida. –¿Puedes venir un momento? Por favor. Pude escuchar la voz de mi madre desde la sala. Tenía visitas; no necesitaba preguntar para saber lo que quería, de seguro me pondría a recitar poemas o historias delante de su amiga, quien quiera que fuera. Como una suerte de presunción con respecto a su progenie, a veces era tolerable, pero ese día mi humor no era el mejor. Me sentía como un animal encerrado, caminaba por la habitación sin hacer nada en particular, me sentaba en la cama, me pasaba a la mesa, nada parecía cómodo ni me distraía ese día. Había ojeado diversos libros e incluso historietas, pero ninguna calmaba mi ansiedad. No de buena gana salí de mi cuarto en dirección a la sala, no podía suprimir esa linealidad generada en mi desde la infancia, que hacía que me moviera antes de que me llamaran tres veces, ya no pasaba en su época, el tercer llamado era el último, la antesala a una acción física. Al entrar en la sala, pude ver a una elegante mujer parada frente a mi madre, más alta que ella, incluso que yo por las botas de tacón que utilizaba, su cabello por debajo del cuello, perfectamente peinado y arreglado, un vestido que dejaba descubierto el muslo derecho, una piel blanca se asomaba debajo de las capas de aquel atuendo. Al sentir mi presencia se volteó, un pronunciado escote me impidió verla a los ojos. Para mi sorpresa, su gesto fue sonreír pícaramente. Tardé un poco en recordar que debía presentarme, según los protocolos aprendidos. Ella extendió su mano como lo haría una dama que espera que se la besen, sin embargo no soy asiduo a los gestos excéntricos, así que la estreche con fuerza, tratando de mantener mi mirada en sus ojos, las pecas en su pecho y su cuello me parecían increíblemente atractivas. –¿Así que este es tu famoso hijo?– dijo con voz dulce pero firme. Su comentario no me sorprendió en lo absoluto, mi madre a veces me hacía sentir como una mascota; sus alardes acerca de su maravilloso e inteligente hijo eran comunes, aunque siempre pensaba que sus expectativas eran demasiado altas. Creo que sólo se dedicaba a ver mis virtudes y no era capaz de reconocer mis defectos. –¡El mismo!– contestó finalmente mi madre. –Le comentaba a mi amiga Diana de tu excelsa manera de recitar poesía y me pidió una muestra– agregó sin darme opciones de negarme. Yo hice un rápido gesto de aburrimiento, lo suficiente como para que no se notara y pensé “al paso maltrecho darle premura” y sonreí al recordar que era una forma elocuente de decir “al mal paso darle prisa”. Solía emplear esa clase de bromas silenciosas para hacer de algo tedioso más llevadero. Me paré en el medio de la sala, de tal manera que ambas pudieran verme y comencé: Amor cuando yo muera Aquiles Nazoa “Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda, ni llores sacudiéndote como quien estornuda, ni sufras «pataletas» que al vecindario alarmen, ni para prevenirlas compres gotas del Carmen. No te sientes al lado de mi cajón mortuorio usando a tus cuñadas como reclinatorio; y cuando alguien, amada, se acerque a darte el pésame, no te le abras de brazos en actitud de ¡bésame! Hazte, amada, la sorda cuando algún güelefrito dictamine, observándome, que he quedado igualito. Y hazte la que no oye ni comprende ni mira cuando alguno comente que parece mentira. Amor, cuando yo muera no te vistas de viuda: Yo quiero ser un muerto como los de Neruda; y por lo tanto, amada, no te enlutes ni llores: ¡Eso es para los muertos estilo Julio Flórez! No se te ocurra, amada, formar la gran «llorona» cada vez que te anuncien que llegó una corona; pero tampoco vayas a salir de indiscreta a curiosear el nombre que tiene la tarjeta. No grites, amada, que te lleve conmigo y que sin mí te quedas como en «Tomo y obligo», ni vayas a ponerte, con la voz desgarrada, a divulgar detalles de mi vida privada. Amor, cuando yo muera no hagas lo que hacen todas; no copies sus estilos, no repitas sus modas: Que aunque en nieblas de olvido quede mi nombre extinto, ¡sepa al menos el mundo que fui un muerto distinto! La expresión de mi madre fue de extrañeza ante mi selección, sin embargo, su amiga me miraba de arriba abajo con la ceja derecha levantada. -¡Interesante, muy interesante!– comentó mirando a mi madre. –Ya veo que no eran alardes tuyos al decir que tienes un hijo fascinante– agregó. Por alguna razón su elogio me hizo sonrojar al punto en que mis piernas comenzaron a temblar, sentía que me atravesaba con su mirada, me hacía sentir incómodo. –Bueno, con su permiso, me retiro– dije esperando que no se notara que tenía un nudo en la garganta. Mi madre sólo asintió con la cabeza, sin embargo su amiga se puso de pie y estiro los brazos en señal de querer abrazarme; yo con mil dudas en mi cabeza me acerqué con cautela, pero su mano en mi cabeza me obligó a poner la cara en su pecho, en sus enormes y suaves senos, que parecían querer salir de aquel vestido, no pude evitar respirar profundamente, su aroma era delicioso, su perfume logro hipnotizarme por completo. Me separó de ella y tomando mi cara con su mano derecha me hizo verla a los ojos mientras decía: -¡Que buen chico eres! Sentí un escalofrió recorriendo toda mi espalda; sé que lo noto, su sonrisa me hizo saberlo. Dí un par de pasos hacia atrás y despidiéndome con la mano regresé a mi habitación. Al cerrar la puerta me ruboricé aún más, los nervios no me habían dejado darme cuenta de que tenía una erección que era imposible disimular con aquel pantalón que tenía puest; rogué en silencio que nadie lo hubiera notado. Sentía que mi pene estaba a punto de estallar, comencé a frotarlo por encima de mi pantalón, luego bajé la cremallera y lo dejé salir, lo sentí más caliente de lo que lo había estado jamás; sólo podía pensar en un lugar donde lo quería en ese momento, aquellos enormes y hermosos senos. Continué frotándome mientras me sentaba en la cama, poco a poco me recosté para estar mas cómodo. Aquel abrazo se había aferrado a mí, podía sentirla en mi cuarto aún sabiendo que estaba en la sala. Yo sólo podía acelerar mi mano mientras mantenía mis ojos cerrados. –¿Qué estás haciendo? Escuché desde el umbral de mi puerta, salté de mi cama sin saber cómo ocultar mi pene y ahí estaba ella, mirándome fijamente –Yo, eh, pues, es que, yo– titubié para poder responder. Mas, no podía articular las palabras, sólo podía balbucear. Para mi desgracia, verla ahí parada, sólo aumentaba mi erección lo que me imposibilitaba que pudiera guardarlo en mis pantalones; ella caminó hasta la mesa de mi cuarto y se sentó en la silla de frente a mi cama. –Continúa– dijo con firmeza. Yo sentí que me puse frío, no por su solicitud, sino porque de alguna manera llego suficiente sangre a mi cabeza, como para pensar que una amiga de mi madre estaba ahí y en cualquier momento la irían a buscar encontrándola en mi cuarto. Sin embargo, era como si hubiera leído mi mente. –Tu madre salió a buscar una botella de vino, me ofreció acompañarla, pero le dije que prefería esperarla, así que, compórtate como un buen chico y hazme caso, siéntate como estabas y continua. Para mí fue como orden directa, no tenía la capacidad de discutir o argumentar, ni siquiera podía sentir pena o pudor, me senté frente a ella y seguí masturbándome, mientras me miraba fijamente, al acelerar mi mano, ella se puso de pie y levantando su vestido se quitó la ropa interior, tomó la mano con la que sujetaba mi pene y la enredo en ella, luego colocó su mano en mi falo. Apenas podía creer que aquello estuviese sucediendo y no que fuese uno más de mis sueños. –Mírame– dijo, mientras sacaba sus senos de aquel vestido, yo sentía que me volvería loco. ¿Por qué le hacía caso? ¿Por qué me dejaba dominar así? Comencé a gemir suavemente haciéndole saber que ya estaba por eyacular, entonces me dijo: –Ponte de pie y acércate a mí. La primera idea que paso por mi cabeza fue frotar mi pene contra sus senos, llenarlos por completo de mi semen, dejando mi marca en ella, pero al acercarme puso su mano en mi abdomen para que mantuviera la distancia. –Sigue– me ordenó Yo seguía adelante cada vez con más intensidad, hasta que no pude contener mis palabras –Vooy a llegar– dije con la voz entrecortada. Entonces ella tomándome por la cintura me acercó, metiendo mi pene en su boca, haciéndome llegar. Sentía que me desmayaba, pues aún después de descargar por completo, ella siguió meciendo su cabeza sin detenerse, finalmente se separó de mí y viéndome a los ojos dijo –Definitivamente eres un chico muy bueno, ¡que néctar tan delicioso! Sólo entonces caí en cuenta de la situación en la que me encontraba y sentí vergüenza, pero ella no dejó que eso afectara el momento y arreglo mi pene en mis pantalones, luego se arregló el vestido y dijo: –Guarda mi ropa interior, es un regalo para ti, nos volveremos a ver, pronto. Esa fue nuestra primera vez, pero no sería la última.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD