No sé, cual podría ser el destino que había sido dado para mí, lo cierto es que siempre quise cortar las cuerdas de aquellos que desde arriba me conducían cual marioneta circense.
Han pasado varias horas desde que estoy solo, sigo pensando en Bianca; su presencia me resulta tan adorable como perturbadora. Es sencillamente fascinante ver lo fácil que se ruboriza cerca de mí, no importa cuántas veces haya pasado, sigue siendo delicioso.
Al mismo tiempo me recuerda que hay cosas en la vida que no se pueden corregir, a veces quisiera maldecir a los dioses sí es que existen. Es demasiada la ironía en esta mi existencia; no es lo mismo hablar que escribir y no es lo mismo utilizar máquinas de escribir que usar nuestras propias manos para expresar las ideas que nacen en nuestro interior.
Mi abuelo mora en mis recuerdos, como un hombre anciano cuando tuve la oportunidad de conocerlo, muy sabio y para gracia mayor autodidacta. Entró a la universidad ya mayor, incluso con hijos, porque deseaba superarse así mismo, trabajaba para mantener a una familia y estudiaba por su cuenta, siempre decía que había aprendido a leer y a escribir solo, lo que concuerda con la época en la que fue joven, en la que la educación no era vista como algo fundamental, tal vez las cosas más básicas: leer, escribir, sumar, restar, tal vez, multiplicar y dividir, pero no necesariamente.
En las historia que contaba, siempre nos inspiraba a leer, aprender, comprender el mundo a través de la ciencia y la lógica, pero más que todo a escribir. “Escribe que algo queda” lo repetía con frecuencia.
Me sirvo un trago de brandy en una copa, le doy algunas vueltas antes de darle un sorbo, me siento en mi despacho y en una de las diversas hojas sueltas que ahí se encuentran, comienzo a escribir las ideas que se agolpan en mi mente; imágenes completas, diálogos, personajes. Puedo verlo todo, estoy en medio de mundos que aún no existen, sólo yacen en mi mente, sólo en mis palabras, mi mano no logra seguir el paso.
El lápiz cae al suelo, leo detenidamente lo que hay escrito mientras aprieto fuertemente la copa, es absurdo, lo escrito es casi incomprensible. Tantas ideas maravillosas plasmadas de manera tan mediocre, esto no puede ser justo, en algún lugar del mundo hay una persona con la letra perfecta sin ideas que plasmar, ¿Por qué a mí? ¿es acaso una broma de la vida? ¿es divertida mi miseria?
Entonces recordé una vez más a Diana, una vez me pidió que redactara un discurso para ella, “necesito que sea elegante y prolijo, coherente y articulado, pero sobre todo debe estar bien redactado” sería su discurso de apertura en una gala.
Haciendo caso de la solicitud que le hiciera mi madre cuando me permitió trabajar con ella, de manera frecuente me sentaba en una mesa de su habitación y me hacía escribir en diversos tipos de caligrafía. Tenía una amplia selección de moldes de letra con los espacios necesarios para que alguien escribiera debajo de cada letra o palabra, las letras no eran problema, aprendí a escribir con caligrafías variadas en ese tiempo.
Al final de cada lección ataba mis manos atrás de mi espalda y se arrodillaba frente a mí, comenzaba a besar mi cuello y a repetir suavemente en mi oído “eres un buen chico” mi cuerpo no tardaba en reaccionar; entonces finalizaba el momento poniéndose de rodillas frente a mí y metiendo mi pene en su boca hasta hacerme eyacular. Era muy delicada para hacerlo, sus labios y su lengua sabían lo que hacían.
En una oportunidad, sin embargo, luego de mucho tiempo practicando caligrafía a la hora de tomar dictados todo parecía perderse de mi cabeza, los refinados moldes pasaban a ser imposibles de escribir de manera secuencial y terminaba como un montón de garabatos que apenas podían ser comprendidos. Ese día en particular, su humor no había sido el mejor desde que llegué.
En algún momento la joven de servicio me comentó que estaba de mal humor desde la noche anterior. No estaba segura de los detalles, tal parecía que algo había salido mal en alguno de sus negocios.
Yo sabía que eso era algo intolerable para ella. Haciendo caso omiso de la advertencia, me fui directamente a la habitación donde me hacía practicar la caligrafía. Ella iba de un lado a otro como una animal enjaulado, tenía un papel en la mano que leía y releía, pareció no notar mi presencia hasta que me acerqué lo suficiente. A pesar de eso no reaccionó, sólo se limitó a decirme:
–Comienza tus ejercicios– dijo de forma imperativa.
Mas yo no estaba pensando en eso por el momento y le pregunté:
–¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?
Puedo jurar hasta este momento que el color de sus ojos cambio, su expresión se endureció, se acercó a grandes pasos y me tomó firmemente del cabello haciendo que levantara la cabeza, yo quedé congelado ante su reacción
–¿De verdad quieres saberlo?– preguntó elevando la ceja derecha.
Yo aún sin comprender balbucee un ‘sí’ que apenas se alcanzó a escuchar.
Ella salió del estudio y entró en un cuarto cercano, sólo pude saberlo por el sonido de las puertas abriéndose y cerrándose. Regresó con un pequeño maletín que puso a mi lado y me pidió que me quitara la camisa y el pantalón. Sacó una cuerda del pequeño bolso y ato mis manos sobre mi pecho de tal manera que no podía mover los brazos y puso una mordaza en mi boca; luego sacó un pequeño látigo y lo estiró frente a mí, todo mi cuerpo se tensó al verlo.
No me gustó hacia donde iba esto pero sabía que era mi culpa, al verla vulnerable pensé que podría consolarla de alguna manera, que tal vez una muestra de afecto o comprensión la hicieran sentir mejor. Ahora sabía que había hablado sin pensar y ya no había vuelta atrás, no con ella, no podía retractarme.
Todo mi cuerpo se tensaba al verla estirar aquel instrumento de sumisión, se acercó a mi oído y dijo de manera casi orgásmica:
–Gracias por ayudarme a drenar tanta frustración, realmente eres un buen chico.
El golpe resonó en todo el lugar, no estoy seguro de que me haya dolido como un golpe, fue más como una quemadura, todo mi cuerpo se erizó, el lugar donde había golpeado palpitaba y escocia, a pesar de ello, me había quedado de pie, firme en mi lugar.
Ella repitió el proceso un par de veces más, a cada golpe dejaba escapar un gemido, totalmente diferente a cualquiera que hubiera escuchado en nuestras sesiones carnales, era como si le saliera del alma, al tercer golpe sucumbí ante el dolor quedando de rodillas.
Ella se arrodilló frente a mí y abrazándome me dijo con voz dulce:
–¡Te amo! eres tan buen chico.
Pude ver como varias lágrimas salieron de sus ojos, mientras buscaba soltarme. El dolor era insoportable, pero sus palabras me golpearon más fuerte que aquel látigo. ¿realmente había dicho que me amaba? No podía creerlo, todo el momento se había convertido en algo surreal.
Una vez que me hubo soltado se arrancó la ropa del cuerpo y me haló para que me colocara sobre ella; por mi mente se agolpaban la sorpresa y la frustración, aún no podía creer lo que había dicho.
Cuando agarraba mis nalgas el ardor producido por los golpes hacia que sintiera como un golpe directo a mi cabeza, quería devolverle el dolor que me había causado, pero no golpeándola, mi ternura se desapareció por completo, mi mente quedo en blanco, sólo sentía dolor por los golpes, eso me lleno de rabia y frustración.
Ella tomó mi falo y lo introdujo en su v****a dándome oportunidad de hacer lo que quisiera, yo comencé a penetrarla con todos los sentimientos que se agolpaban en mi cabeza en ese momento; sin importar cuan duro lo hiciera ella sólo gemía y pedía más.
Usando mis piernas y mis brazos me afincaba tanto como podía, quería partirla en dos y quería que lo sintiera, que no tuviera dudas que era adrede, pero ella sólo se dejaba llevar por el placer, ignorando por completo mis intenciones.
Cuando me di cuenta que no podría lograr mi objetivo mi cuerpo se enfrió un poco haciéndome sentir que eyacularía pronto, ella lo notó y haciéndome hacia atrás sacó mi pene de su v****a diciendo:
–¡Aquí, hazlo aquí!– dijo agarrando sus enormes senos.
Comencé a frotarme con la mano, rápidamente hasta dejarla completamente bañada en mis fluidos, ella sonrió tratando de respirar con más calma, levantándose se limpió con el vestido y se fue caminando desnuda.
Regresó tiempo después, bañada y vestida con ropa limpia, yo aún no me había vestido cuando regresó, no podía hacerlo, el cuerpo me dolía demasiado. Al verme puso cara de estar extrañada de encontrarme aun acostado en el suelo.
–Levántate, debes comenzar tus practicas.
Aún hoy no entiendo porque cada vez que me decía algo, para mí era como recibir una orden.
Sin importar cuanto me dolía el cuerpo me puse de pie y me vestí; fui hasta mi lugar de trabajo y comencé a hacer mis planas, pude notar que tenía otro semblante, era como una persona diferente, tal como si nada hubiese pasado.