El arte tiene el poder de liberarte o encadenarte, así mismo es el amor.
Esa tarde, comenzaba el taller de literatura. Yo estaba encargada de recibir a los participantes y de aperturar el evento a las 9:00 de la mañana. Así que llegué, antes de mi hora de entrada, para arreglar el espacio más amplio y de mejor luminosidad para la actividad.
Coloqué algunas sillas dispuestas en filas y columnas intercaladas. Una mesa, con um mantel blanco y una botella de agua mineral, una copa, algunas hojas, un lápiz de grafito, marcador y una pizarra pequeña para cualquier anotación que el escritor quisiera hacer.
Aún no había terminado, cuando un hombre de algunos treinta años, alto, caucásico, con lentes, y una hoja de papel doblada en una de sus manos, se aproximaba hacia mí; dió los buenos días y se sentó en la silla junto a la mesa que había guardado para el invitado especial.
Tuve que acercarme a él para informarle que allí estaría el escritor:
–Disculpe caballero, los participantes van de aquel lado–le dije, mostrando las sillas del lado contrario.
–Ah ok, lo siento señorita– respondió como esperando dijese mi nombre, por lo que me apresuré a responder:
–Bianca, yo soy Bianca Hernández, la encargada de la biblioteca.
Se levantó y camino hasta el otro lado, ubicándose en el último de los asientos. Sacó su teléfono celular y comenzó a escribir. Yo terminé lo que faltaba por arreglar. Comenzaron a llegar el resto de los participantes.
En la medida que iban llegando, los cadastraba en mi laptop. Sólo me faltaba el hombre que llegó temprano. Justo me iba a parar para preguntarle du nombre y vi que ya eran las 9:00. Todos los asientos estaban llenos. Sólo faltaba el escritor. Cosa común de los artistas, llegar tarde y hacerse esperar. Llamé a mi supervisor para que diese inicio a la actividad.
Gilberto o Gilbert como le gusta que lo llamen, llegó 10 minutos después. Algunos de los participantes ya empezaban a incomodarse y ver sus relojes. Finalmente llegó Gilbert y comenzó a dar las palabras de inauguración, según el cronograma pautado. Luego encendió el video beam para mostrar una reseña biográfica del escritor, Fausto Arriechi. Parecía ser muy interesante su trabajo literario, nueve novelas, consideradas exitosas. Una de ellas, titulaba el taller “El hombre desnudo de alma”
De pronto, Gilbert, mencionó al escritor, todos aplaudieron. Yo miraba hacia la puerta para ver su entrada triunfal. Para mi sorpresa, el hombre se levantó de uno de los asientos y caminó hasta el frente. Un calor invadió mi cuerpo. No podía creerlo; era justamente el hombre que llegó de primero. Me moría de la vergüenza. Él pasó a mi lado, me sonrió y susurró:
–Puede sentarse en mi asiento. Tal vez algún día estemos del mismo lado.
Inicio el taller pidiendo a todos, levantasen su silla y se colocaran en forma de herradura. Las manos y piernas, me temblaban mientras levantaba la silla para sentarme. Por un instante quise salir de aquel salón. Pero no podía porque además de ser la encargada de la biblioteca, soñaba con participar en un taller de literatura con un escritor de verdad.
Aquel hombre reconocido escritor por su obra y además ser profesor en la Universidad de Literatura Hispana, había sido desconocido por mí. Era tan diferente a como lo imaginaba, pensé que sería un intelectual, de esos que te miran por encima del hombro, excéntricos y malhumorados. Este, por el contrario, era un hombre sencillo, de mirada taciturna, amable y muy sensible.
Mientras hablaba sobre la literatura y el arte de escribir, yo otorgaba mis pensamientos a sus labios carnosos y nariz puntiaguda, ojos grisáceos y cabello castaño, algo alborotado.
Cuando entró no me había percatado de ello, estaba tan apurada por dejar todo prolijamente dispuesto para la actividad, y él en un segundo, no sólo había desordenado el espacio, sino mi vida entera desde aquel instante.
Repentinamente comenzó a llover, recordé una frase, cito de memoria, la lluvia cae para que dos seres que se deben algo, se encuentren. Tal vez, había algo entre él y yo, que debía resolverse en esta vida.
De pronto, oi mi nombre:
–Señorita Bianca, podría traer 10 ejemplares de mi libro y entregue uno por cada dos participantes por favor–dijo con voz entusiasta.
Me levanté y busqué los libros. Di a cada uno de las parejas; sobró uno, se lo entregué a él. Apenas uno de sus dedos rozó mis manos y sentí una descarga de electricidad que recorrió de pies a cabeza mi cuerpo.
–Vamos a trabajar en parejas, para la lectura. Cada integrante leerá un párrafo y el otro responderá, como si fuese un diálogo entre ustedes y su yo interno.
Todos buscaron sus parejas, excepto yo, que además de no ser una integrante del taller, sobraba.
–Señorita Bisnca, venga, usted trabajará conmigo.
Caminé hasta él, mis piernas temblaban, tuve que afincar con paso firme para no sentir que me caía y que viesen mis piernas temblar. Pero no sólo eran mis piernas lo que se movía estrepitosamente. Era también mi corazón que se quería salir de mi pecho y desabotonar mi camisa blanca.
Me senté junto a él. Era extremadamente pícara su mirada. Nuevamente sonrió y guiñó un ojo. Él comenzó a leer:
–Soy un posible ser que desea encontrar razones para no codiciar la muerte con tanto afán. Acaso es ella, la única posibilidad para acallar estos demonios que rondan en mi cabeza–dijo entregando el libro y señalándome el párrafo en el que debía continuar.
–No, Fausto, eres una llama que sólo debe encontrar la fogata más volátil para expandirte y vibrar con el amor–terminé el párrafo, sentía como si estuviese exhortándolo a amarme. Eso me puso más nerviosa. Le devolví el libro.
Esta vez, él tomó el libro y acarició mis manos arrastrando las suyas sobre las mías.
–He de amar y vivir, si ello me hace sentirme vivo. Mas que sean los labios y la piel el castigo que he de recibir por ello.
Mis ojos lo miraron fijamente, sin pestañear, sentí que se inclinaba y cerré mis ojos, esperando aquel beso imaginario. Él se levantó:
–Muy bien jóvenes, ahora quiero que se intercambien de pareja y vuelvan a leer los mismos párrafos. Cuando sientan algo diferente en la lectura, levantan la mano y yo iré hasta sus asientos.
Yo me levanté y fui con otros de los participantes. En cada asiento, sentí cosas muy diferentes, a las que sentí frente a él. Él en cambio, caminaba hasta donde cada participante levantaba la mano. Incluso hubo un momento en que se acercó a donde estaba yo sentada. Mi pareja, una chica de unos 18 años, había detenido la ronda.
Él se acercó y pude oler su perfume. Pude mirar sus piernas y glúteos torneadas en aquel jeans. Era como si luego de aquel primer roce todo su ser fuese develando en mi mente, su desnudez.