Tal vez, lo que necesitas saber está escrito en algún libro.
Soy extremadamente curiosa y mi mayor hobbie es la lectura. Desde pequeña, siempre me ocultaba debajo de la cama para leer a escondidas alguna de las novelas que mi mamá colocaba en algunos lugares estratégicos, con la intención de evitar que yo, o alguna de mis hermanas accesara a esa información.
Jazmín y Bianca, cuantas historias leí y me emocioné con ellas, a mis 13 años; pero sólo a mis 22, pude entender aquel mensaje que reboloteaba en mi mente y mi imaginación desde ese entonces.
De pieles desconocía tan poco, como casi nada, a excepción de las lascivas miradas de mi abuelo paterno y el toques de sus frías y manchadas manos, a mis escasos cuatro años.
Aún recuerdo cuando me llamaba:
–Bianca, toma un caramelo.
Yo iba como toda niña inocente a esa edad, hasta el cuarto donde él hacía su siesta de la tarde. Esa día, me dió el caramelo; mas, en su otra mano, sujetaba su m*****o y me hizo tocarlo.
Nunca olvidé aquel olor, ni su color, ni su textura. No sé exactamente, qué evitó que hiciese algo peor o me obligara a chuparlo como uno de los caramelos que nos daba para atraernos, y lograr saciar sus más oscuros deseos.
Quizás mi cerebro bloqueó ese instante en que alguna campana me salvó esa tarde y que hoy, al tomar conciencia de lo perverso de sus intenciones, sólo me resta agradecer a quien haló la cuerda para que sonará.
¡Dios o Universo, gracias!
Luego, de aquella experiencia, evitaba las visitas a casa de mis abuelos paternos. Prefería ir donde los padres de mi madre, quienes siempre nos trataban con amor e incluso nos protegían del mal.
Cuando mi padre, se enamoró de María, una mujer más joven que mi madre, ella tuvo que ponerse a trabajar en una casa de familia; ya que por hacerle caso, al hombre que luego decidiría dejarla por aquella mujer, abandonó sus estudios de enfermera. Algunas veces, me llevaba con ella para que la ayudase en las tareas más sencillas, tal vez, porque yo era la más obediente y colaboradora de sus cuatro hijas.
Mientras ella, limpiaba los cuartos, yo me encargaba de sacudir los muebles y limpiar la biblioteca. Don Jacinto, tenía la más grande de todas las bibliotecas que haya podido ver. Era un extranjero de origen francés, pero que había llegado desde muy joven al país, por lo que hablaba muy bien el español. Eso lo ayudó a conseguir un buen empleo como redactor, en un periódico local.
Su esposa doña Estela, era maestra. Vivían solos en aquella casa enorme, de estilo colonial. Y aunque no tenían hijos, doña Estela, siempre decía que todos sus alumnos, eran como sus hijos.
Una de esas mañanas, yo limpiaba la biblioteca. Mi madre había salido con doña Estela de compras al mercado. A pesar de mis 16 años, era bastante alta. Estiré mi brazo y pude alcanzar, un libro que llamaba mucho mi atención.
Era de tapa negra, tanto en la portada como en el lomo, sobresalía el título en letras incrustradas y doradas: “La Venus de las Pieles” cuyo autor tenía un apellido algo complicado de pronunciar, Leonardo Von Sacher–Masoch.
Era un libro de algunas 100 páginas. Así que lo tomé, me recosté en el sofá de cuero, y comencé a curiosear sobre su contenido. La constelación de imágenes de tipo s****l, producía en mí, algunas emociones y sensaciones extrañas.
La primera de ellas, era un especie de contracción en mi v****a, parecía haber cobrado vida, por sí misma. En la medida que seguía leyendo, sentía como segregaba una especie de líquido, me toqué incluso creyendo que sería mi periodo, que se habría adelantado. Un fluido viscoso y algo transparente, parecía quemarme desde adentro cual lava volcánica.
Nunca antes había sentido aquello, con tan sólo leer un libro.
Tuve que cerrarlo y colocarlo en su lugar, al escuchar que los perros ladraba con furor. Eso significaba que mi madre y doña Estela ya estaban de regreso.
Desde ese día, cada vez que mamá salía a trabajar, yo me ofrecía a acompañarla. Imagino debió haberse sorprendido por ello. Ya que casi siempre, ella debía convencerme ofreciéndome algún dinerillo por ayudarla.
Era una especie de magia la que me atrapaba; como si las palabras que allí se escribían, tuviesen un efecto hipnótico en mi inconsciente, y provocará un universo alterno para mí
Severin, el profesor de teatro y Wanda, la joven actriz se convirtieron en mi mayor referencia al hablar del amor y de sexo.
Finalmente pude terminar aquella historia de amor y piel, que se archivó en mi memoria como un puente elevadizo capaz de transportarme a un nivel de sensaciones inefables.
¿Quién podría imaginar que ese libro se convertiría en mi mayor instructivo para el amor y, a la vez en mi peor pesadilla?