El otro lado de la moneda.

2987 Words
ASHER. Golpeé el volante del auto y me sentí el más idiota de todos, también aventé el teléfono al asiento del copiloto tras leer la respuesta de Logan. Cerré los ojos, aburrido. Necesitaba comprar gasolina, a decir verdad, ni siquiera revisaba el tanque de manera recurrente, era algo de lo que el chofer de mi padre u otro m*****o del personal se encargaba, pero ahora que estaba a mi suerte… simplemente lo había olvidado y justo cuando tenía que ir a ver al tío del Liam para el trabajo. Volví a abrir los ojos para tomar mi teléfono y buscar la ruta para ir en autobús, pero la verdad ni siquiera estaba seguro de tener monedas. Alguien se recargó en el capo de mi auto para revisar su zapato, o algo así; al inicio no le di importancia al joven, pero luego lo reconocí y me reí por las curiosas coincidencias que ocurrían últimamente. Cody limpiaba su zapato frente a mí sin tener idea de que yo lo veía. Toqué varias veces el parabrisas para que notara mi presencia, al inicio no lo hizo, pero luego reaccionó y sonrió un poco al verme. Salí del auto para verlo mejor. —Supongo que me recuerdas. —Cavanagh —asentí—. ¿Qué estás haciendo por aquí? Esta no parece ser tu zona. —Iba en camino a… unos negocios —mentí, sin saber por qué— y mi auto se quedó sin gasolina. Llamé a mi hermano para que me trajera un garrafón o una grúa, pero está trabajando. —Es una lástima tener un deportivo sin gasolina —mencionó. Admiró el auto con una expresión soñadora y esperé, sólo eso. Acomodó su gorro n***o y luego alzó la vista hacia mí—. Tengo un garrafón en mi casa, si quieres te lo presto. Vivo a unas cuadras de aquí. Chasqueé la lengua. —No lo sé, de verdad es muy amable de tu parte, pero… no me quiero encontrar con tu hermana —admití. Aunque la verdad era que desde que vi a Cody lo único que estaba pensando era en Gwen, esa odiosa chica que rondaba mi cabeza, como un molesto mosquito—. Ella y yo nos odiamos un poco. —Gwen no está, sigue en el trabajo —me informó. Claro, la cafetería donde la había visto la última vez—. Si quieres, ven. Cody seguía siendo un niño, como Hane, era inocente y hablaba con una fluidez y transparencia refrescante, me agradaba mucho, así que puse seguro a mi auto y lo seguí un par de metros más allá donde me esperaba. — ¿Y tú qué hacías? —pregunté. —Fui a buscar trabajo, pero no conseguí nada —comentó muy apagado—. Mi hermana dice que es porque luzco como un irresponsable, pero no sé a qué se refiere. Me gusta la ropa negra, me gustan las camisetas con bandas de rock como estampado, no creo que tenga nada de malo. —Aquí entre nos, creo que tu hermana está muy loca. Me gustan tus camisetas —aseguré, caminamos en silencio por un par de metros, resultaba algo incómodo, sobre todo porque no conocía a Cody, no realmente, pero confiaba en él para ir a su casa—. Por cierto ¿Ella odia a todos o sólo a mí? —Odia a todos, pero también odia a los ricos como tú. —Eso es tan… estúpido y prejuicioso. —Ella tiene sus razones —se encogió de hombros y continuó caminando, dobló en la esquina junto a un parque que no había visto nunca, pero que era bastante lindo, a mi mamá le encantaría—. ¿Comprarás mucho combustible? Porque tengo dos clases de botes, no sé cuál te funcione mejor. —El que sea está bien. Me fue diciendo sobre dónde estaba la gasolinera más cercana y otras indicaciones para llegar, pero tengo que ser muy sincero, no estaba del todo concentrado en él. Iba pensando si quería o no encontrarme con Gwen o si me decepcionaba saber que ella estaba en el trabajo; lo cual no tenía sentido porque era una chica odiosa y cada que la veía terminábamos peleando. Finalmente llegamos a la casa de Cody, estaba en la planta baja de un edificio viejo al fondo de un callejón extraño, para abrir la puerta tuvo que levantarla ligeramente y patearla un poco, desde la entrada noté que todo era viejo y cuando pasamos a su departamento me quedó claro porque Gwen odiaba a los ricos como yo. Su casa no estaba sucia ni descuidada, pero era evidente que todos los muebles y aparatos eran muy viejos, me sorprendió que algunos siguieran funcionando. Y luego estaba una mujer en silla de ruedas frente al televisor, la palidez era clara, estaba en un estado de delgadez extrema y malestar general, aun así… sonrió al verme. —Hola. —Mamá, él es Asher —presentó Cody—. Ella es mi madre. —Hola, ¿cómo está? —me acerqué a tomar su mano, porque mi mamá decía que todos deberían ser tratados con respeto—. Mucho gusto en conocerla, señora. —Llámame Paris —pidió—. Qué muchacho tan educado, Cody —dijo, era notorio que hablar ya le consumía energía—. ¿Dónde lo conociste? Tus amigos no son normalmente tan bien portados. —Lo encontré en la cárcel. El cuello de la camisa se apretó, sonreí incómodo y me excusé pobremente: —Sólo estuve de pasada, normalmente no estoy en la cárcel. —Mi mamá no te va a regañar —dijo Cody, divertido. —Siéntate, Asher, por favor —pidió Paris; me iba a negar de inmediato porque no pensaba quedarme, pero era una mujer tan amable e insistente—. Por favor, no puedo dejarte ir de aquí sin ofrecerte algo. Cody, ofrécele algo de beber. —No, no es necesario, en serio. —Insisto, por favor. Me senté en el sofá de forma incómoda, más que nada porque sentí que me estaba metiendo en una vida a la que no me habían invitado. Cody abrió el refrigerador, pero contestó antes de detenerse a ver: —No hay nada. Sólo agua. —Dale el jugo de frutas que tenemos —pidió Paris. —Pero Gwen dice que no tomemos… —Dale jugo de frutas —insistió Paris, con las mejillas levemente coloradas. —No es necesario, Paris. En realidad, soy alérgico a las fresas —le conté—. Así que agua está bien, gracias —no sabía exactamente qué estaba pasando, pero era evidente que tenían sus propios problemas y que los míos parecían un chiste en ese momento—. Gracias. Acepté el vaso con agua que me ofrecía Cody y luego él se sentó en el otro sillón, un silencio aún más incómodo cayó sobre nosotros. —Cody, cuando puedas revisa la licuadora ¿Quieres? —le pidió su madre—. Esta mañana no funcionó. —La revisaré ahora —se levantó del sillón y tuve ganas de recordarle el motivo principal por el que fui a su casa—. Es una chatarra, espero que funcione. —Cody es muy bueno arreglando cosas —me contó Paris, queriendo hacer una plática conmigo—. Siempre le he dicho que sus manos son mágicas. Ojalá hubiera seguido estudiando, pero bueno… a veces es un poco inquieto. Sonreí divertido. —Creo que mis manos perdieron la magia —dijo Cody, visiblemente frustrado con la licuadora—. No entiendo. No supe por qué, pero me levanté como si estuviera en mi propia casa y fui a donde Cody estaba. — ¿Puedo ayudarte? Mis manos no son mágicas, pero he tenido práctica. Cody y yo nos pasamos una media hora (pero se sintieron pocos minutos) descubriendo el funcionamiento de la licuadora y pensando en cómo podríamos arreglarla con las pocas herramientas que tenían. — ¿Dónde aprendiste a arreglar estas cosas? —preguntó Cody, tan natural como siempre, una vez que pudimos lograr nuestro objetivo—. Yo arreglaba cada cosa que se descomponía en la casa porque no podíamos comprar otra, pero tú… — ¡Cody! —lo regañó su madre. En ese momento fui más consciente del otro lado de la moneda, mi lado privilegiado donde descomponía mis juguetes o mis aparatos de forma intencional sólo para ver cómo funcionaban, y si no los podía arreglar simplemente pedía que me compraran otro igual. Y luego estaba Cody, que no podía permitirse gastar en algo nuevo y tenía que experimentar con sus pertenencias. —En la secundaria daban talleres de electrónica y robótica, ahí aprendí —respondí, no era una total mentira, pero tampoco era la verdad. Me sentí muy mal, quizá mi mamá tenía razón y yo necesitaba una lección de la vida, sabía que era afortunado, daba gracias a mis padres por ello, pero nunca me di cuenta de que no lo valoraba como debía. Ese día no tenía gasolina y lo consideré la peor de mis tragedias, pero Cody… seguramente no tenía auto, yo lo único que tuve que hacer fue llamar a mi hermano para que me rescatara, Cody… ¿a quién llamaba? —El tío de un amigo tiene una tienda de reparación de electrónicos —miré a Cody—, si quieres el empleo lo llamaré y mañana puedes ir a verlo. —Hombre, sí —respondió de inmediato—. Muchas gracias. —Qué amable eres, Asher —dijo Paris, con unos ojos parecidos a los de Gwen, pero llenos de agradecimiento y felicidad exagerada. O bueno, quizá para mí era exagerada, pero no para ellos—. Muchas gracias, querido. Cody, prepara algo de comer para ofrecerle a Asher. —No, no, no —negué—. En serio, Paris, no es necesario. —Por favor, sé que no es mucho lo que podemos ofrecerte, pero… —No se trata de eso —aseguré—, de verdad. Supongo que podría quedarme un poco más. Cody fue a buscar qué era lo que tenían de comer, pero a cada segundo me sentía peor porque sentía que les quitaba lo poco o mucho que tenían, aun cuando Paris parecía ofrecerme su casa entera de forma sincera. —Cody estaba muy preocupado por conseguir un empleo —me contó Paris unos minutos después—. Mi otra hija, Gwen, trabaja todo el día y toda la noche y necesita alguien que la ayude. Es muy buena, pero a veces está muy presionada por mantenernos y… —suspiró—. Yo no puedo hacer mucho como ya viste, pero a veces los vecinos traen su ropa remendada para que la arregle y así puedo ayudar un poco a mi hija. Si la conocieras te gustaría mucho. Me aguanté las ganas de reír. —Sí, seguro que sí. Aunque también empezaba a comprender más a Gwen, su difícil vida era estresante en cada momento y su actitud se justificaba ahora que conocía más de la historia, sin embargo, su odio hacia mí y mi círculo social me seguía pareciendo demasiado tonto. Me puse en su lugar y sentí demasiada pena por ella, parte de mí deseaba hacer algo para ayudarla, pero sabía que jamás lo aceptaría. — ¿Qué hay de ti? ¿Tienes familia? —me preguntó Paris. —Sí, tengo tres hermanos. Una es mayor y los otros dos más chicos, vivimos con mis padres en las afueras de la ciudad, un poco lejos de aquí. —Debe ser muy tranquilo vivir lejos de tanto caos. —Sí, mis padres compraron esa casa desde hace muchos años, creo que les gusta la privacidad. Cody nos preparó una sopa muy sencilla que nunca había probado, pero que degusté por completo a lado de unas personas que no me conocían y que me ofrecían su casa completamente sin pedir nada a cambio. Paris era muy amable, me daba pena verla tan cansada o que Cody tuviera que ayudarla en algunas ocasiones; me preguntó un poco más por mí y no le conté demasiado porque también me avergonzaba tener tantas cosas, sólo mencioné que empezaría a estudiar el tercer semestre en la universidad el siguiente lunes y que estaba en busca de un empleo, pero no di demasiados detalles del porqué. El tiempo pasó sin que me diera cuenta, noté que la tarde cayó cuando Gwen entró por la puerta con los audífonos puestos, diciendo un “hola” en voz muy alta y pasando de prisa hasta la habitación más cercana. Llegó con su uniforme de mesera y, como no tenía ganas de discutir con ella frente a su mamá, me levanté antes de que volviera a salir de su recámara y empecé a despedirme de Paris, aunque no llegué a hacerlo mucho porque Gwen volvió a salir con la misma prisa, pero en esta ocasión se quedó inmóvil al verme. Ya no tenía el uniforme rojo, sino el vestido n***o con el que la había visto en el bar, pero a la luz del día y sin todas esas luces estrambóticas, lucía más guapa de lo que la recordaba. Sin embargo, sus ojos seguían echando las mismas chispas de siempre. — ¿Qué demonios haces aquí? —me preguntó—. ¿Me estás siguiendo? Pondré una denuncia. —Yo no te sigo —aseguré. — ¡Gwen! —gritó su madre, o al menos hizo el intento de gritar—. ¡Asher es un invitado en la casa! No puedes hablarle así. —Mamá, él es un idiota. ¿Recuerdas que llegué llena de harina? —oculté mi risa—. ¡Fue por él! —Tú empezaste —le recordé. —Lárgate de mi casa ahora —demandó. Tomó su bolso y dio varios pasos hacia mí, ignorando el hecho de que su mamá le ordenaba ser más amable—. No hables con mi mamá —dijo cuando me acerqué a Paris para darle la mano y despedirme. —Muchas gracias por todo, Paris, de verdad fue un placer conocerte —me despedí, ignorando a Gwen—. Gracias, Cody. Te mandaré los datos para lo que te comenté —le recordé del empleo. — ¿Por qué hablan en clave? —preguntó Gwen alterada—. ¡No queremos nada que venga de ti! Ya vete. Para hacer enojar más a Gwen, cosa que disfrutaba, le hice señas para dejarla pasar por delante de mí rumbo a la salida, claro que no aceptó y tuve que salir de la casa antes que ella, me detuve en el pasillo, sabiendo que me daría algún discurso aburrido una vez que cerró la puerta. Pero lo que hizo me tomó completamente por sorpresa. Ella me dio una bofetada. Me llevé la mano a la mejilla sin ser capaz de articular palabra debido a tal sorpresa, pero luego la furia reemplazó mi estupefacción y sus ojos con chispas de fuego dentro de ellos ya no me parecieron bonitos, ni siquiera tiernos, en cambio lucían odiosos y demasiado grandes. — ¡Por qué fue eso! —Por meterte en mi casa, por hablar con mi hermano y por mirarme de la forma en la que lo haces —no entendí—. Me miras con lástima —aclaró. Me tragué mis palabras y miré hacia otro lado porque Gwen tenía razón, yo sentía mucha pena y vergüenza por mí mismo una vez que vi cómo era su vida—. Escucha, no me interesa quién seas, lo único que quiero es que nos dejes en paz a mí y a mi familia. —No hice nada malo —aseguré, un poco enojado y frustrado por su actitud tan rebelde y demandante—. No sé cuál fue mi error contigo, pero me estoy cansando de tu actitud. — ¿Mi actitud? —preguntó incrédula. Habíamos estado igual de cerca hace unos días en su trabajo y en aquella ocasión tuve una sensación extraña que no supe qué significaba, quizá furia contenida, porque fuera de su casa la misma sensación se volvió a presentar en mí—. Eres un idiota, malcriado, presumido, e inútil chico que cree que puede divertirse con mi hermano porque es diferente a todo lo acostumbrado. —Y tú eres una chica mandona, orgullosa y prejuiciosa que no se da cuenta de que su hermano es muy agradable, a diferencia de ti, por cierto. — ¿Crees que me importa qué opines? —retó. Y sonrió. Por primera vez había sonreído y la hacía verse más joven, más radiante, aun cuando su expresión era toda una burla—. Para mí no eres nad… Y en un loco y estúpido impulso, tomé su cara entre mis manos y una milésima de segundo después: la besé. Por supuesto que se resistió, me hubiera sorprendido si no, pero luego de un par de segundos, juro que pude sentir cómo se iba relajando más hasta que cedió y cuando lo hizo… yo tuve que alejarme porque la sensación no era para nada lo que había esperado. Quería que dejara de hablar, sólo eso, pero al besarla… algo más había ocurrido. Y yo no lo quería. La solté y ella me volvió a abofetear. —De acuerdo, esta vez lo merecía —admití—. Me disculpo. Estaba abrumado, no podía ocultar mi diversión, pero también me sentía mareado después de besar a Gwen, como si nunca hubiera besado a una chica antes, lo cual me hacía sentir patético. Por primera vez Gwen no tuvo nada que decir, hizo un berrinche contenido, se tragó todo su enojo y se fue. — ¡Lo siento! —volví a gritarle. Pero ella no se dio la vuelta, siguió caminando rumbo a la parada del autobús. Y yo… me quedé con una sonrisa que no supe en qué momento apareció.    
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