Un par de claveles clavados.

2618 Words
ASHER. Demasiada gente iba de un lado a otro el primer día de clases, como si el resto del año no pudieran hacer las mismas actividades; una de esas estresantes personas era mi hermano. —Logancito. —Si me vuelves a decir así olvídate de ir conmigo en mi auto —respondió aun mirando el tablero de anuncios. — ¿Qué miras? —pregunté aburrido. —Es un curso de introducción a la ley mercantil —señaló el tablero donde se leían los informes, se quitó los lentes para guárdalos y tomó su mochila para irnos—. Inicia en unas semanas. —No estudias derecho. —No me gusta que me vean la cara de imbécil —me miró detenidamente y entendí su ironía, por lo que lo golpeé—. ¿Te llevo a la casa? —No, tengo que ir a trabajar a la florería —le recordé. Asintió y caminamos hablando de su primer día como universitario hasta que subimos al auto y arrancó, aunque yo sólo pensaba en el largo día de entregas que me esperaba. Como le cedí el trabajo con el tío de Liam a Cody, tuve que aceptar trabajar de repartidor en las florerías de mi mamá, al inicio se hizo de rogar, porque le encantaba burlarse de los demás, pero eventualmente me aceptó. — ¿Cómo es mamá como tu jefa? —No la veo mucho —admití—. Pero ya sabes cómo es, el primer día fue a verme y me tomó una fotografía con el uniforme puesto, dijo que será la que mande en las tarjetas de navidad. Logan se rió y continuó conduciendo por la carretera. —Apuesto que ya se la mandó a todos por mensaje —dijo. —Quizá. Un cuarto de hora después Logan se detuvo en la entrada de Livvy´s flowers, pero no bajé de inmediato. Resultaba vergonzoso que Logancito me llevara a todos lados, pero el dinero se me había agotado y mamá no daba su brazo a torcer por nada del mundo. —Gracias por traerme —dije—, yo… —Asher, somos hermanos —me interrumpió—. Ni siquiera tienes que pedirlo. Le alboroté el cabello y salí rápido del auto después de decir: —Gracias, Logancito. Entré a mi reciente lugar de trabajo y recibí todas las órdenes del día, había que meter muchos arreglos florales a la camioneta e ir al menos a ocho lugares distintos ese día. Para una persona que no estaba acostumbrada a estar todo el día en medio del tráfico subiendo y bajando del auto, realmente resultaba agotador. Pero desde que había visto a Gwen e hice conciencia de todo lo que ella trabajaba diariamente, intenté recordar que había quienes trabajaban más que yo, que no importaba cuán cansado estuviera por la noche, porque al final del día siempre iba a tener una mesa llena de comida en una enorme casa, una gran bañera y una cama muy cómoda. Llevaba cuatro entregas cuando llegué al siguiente destino y no pude creer las casualidades de la vida. La cafetería donde trabajaba Gwen apareció ante mí y esa era la dirección de la entrega, saqué un ramo de claveles como aparecía en el registro y vi su nombre en la tarjeta de entrega. La gracia por la sorpresa disminuyó y fue reemplazado por una pregunta que se sentía como veneno en mí: ¿Quién le enviaba flores a Gwen? Tuve las estúpidas ganas de abrir la tarjeta y leer lo que decía, pero eso era cruzar la línea y no fui capaz de hacerlo. En cambio, entré a la cafetería con el ramo de claveles y una sonrisa petulante para ocultar mi frustración. — ¿Gwen Grey? —pregunté en voz muy alta, sólo porque estaba enojado y era un idiota. Ella reaccionó inmediatamente a mi voz, caminó hacia mí y tomó los claveles con mucho enojo. — ¿Flores? ¿Quién crees que soy? ¡Mira lo que hago con tus flores! —y clavó los claveles directo a mi cabeza una y otra vez, con toda su fuerza mientras los pétalos volaban de un lado a otro—. ¡Quiero que me dejes en paz! Tiró al suelo lo único que quedó de los claveles y se quedó con sus manos sobre las caderas. La miré con fijeza porque quería recordar ese momento para la eternidad. Sonreí abiertamente y aguanté las ganas de reír en su cara, me agaché con gran lentitud para recoger la tarjeta que venía con el arreglo de flores y esta vez, disfrutando de cada palabra, sí que me atreví a leer: —Gwen, te extraño. Siento mucho la forma en que nos despedimos la última vez, fui muy obstinado y lo siento. Te veo pronto. Te quiere, Andrew. La cara de Gwen fue subiendo poco a poco las tonalidades de rojo y apretó los labios en una fina línea. Ah, quizá ese trabajo no estuviera mal del todo. Volví a sonreír al ver su expresión donde lamentaba cada segundo golpeándome con sus flores — ¿Quién es Andrew? ¿Tu novio? —pregunté con malicia—. ¿Por qué se disculpa? ¿Crees que le guste saber que desechaste sus claveles? — ¡Pudiste decirme que no eran de tu parte! —reclamó. — ¿Por qué pensarías que yo te traería flores, Gwen? —pregunté, me agaché a su altura y sonríe. También me di cuenta de que era la primera vez que la llamaba por su nombre, cosa que ella no había hecho conmigo. Me quedé a escasos milímetros de ella y hablé en un susurro, conteniendo las ganas de volver a besarla cuando pasó su lengua por sus labios—. ¿No se supone que nos odiamos? Entrecerró los ojos hacia mí, pero no pudo ocultar el rubor subiendo por sus mejillas. —Gwen… —llamó alguien más, era Mike, el dueño del lugar—. Limpia todo antes de que alguien entre y lo vea —dijo cansinamente. —Sí, Mike. Perdóname. Gwen se dio la vuelta y pasó a golpearme con el oscuro cabello que le ondeaba de una liga azul en lo alto de su cabeza. Me quedé justo en el mismo lugar, pero me volví a agachar, esta vez para recoger los pétalos del suelo e ir juntándolos mientras me esforzaba un montón por no reír a carcajadas. — ¿Sigues aquí? —preguntó Gwen, malhumorada, cuando llegó de vuelta con una escoba, un recogedor y una bolsa de basura—. Ya vete. Le ayudé con la basura y no respondí a su orden, en cambio dije: —Otra persona apreciaría la ayuda después de quedar como boba al destrozar sus propias flores —me miró con rencor, pero se agachó para que juntos limpiáramos el desastre que había causado. Y de nuevo su aroma, su horrible aroma que para nada me gustaba, invadió mi espacio personal—. Lo siento. —Yo destrocé las flores —dijo de forma casi amable, o casi admitiendo su error. —Oh, no por las flores. Eso fue completamente tu culpa —me burlé de nuevo. Ambos nos pusimos de pie, cargó la bolsa de basura aún molesta, pero al menos se quedó—. Por el beso del otro día. — ¿Eso? Ya lo olvidé por completo —se cruzó de brazos. —Y yo también —aseguré, claro que no me iba a ganar—. Pero… bueno, creo que fue algo inesperado y no estoy seguro de que lo hayas tomado de buena manera, quiero disculparme por eso —no dijo nada—. Sobre todo, ahora que sé que tienes novio —agregué; aún no respondió—. ¿Andrew? —Andrew. —Sí, fue lo que dije. —Andrew, hola —dijo; pasó de largo junto a mí y saludó a un hombre mayor que nosotros, con chaqueta de cuero y una barba tupida. ¿Qué demonios? Empezaba a odiar tantas casualidades—. Creí que llegarías en unos días. —Decidí darte una sorpresa —dijo con voz gruesa, luego besó a Gwen sin importarle que era un lugar público, qué nefasto sujeto. Me sentí patético con el uniforme de la florería y sin saber qué hacía frente a ellos—. ¿Recibiste las flores? Gwen me miró de reojo, pero no contestó de inmediato. —Hola, soy el repartidor —dije, y le ofrecí mi mano a ese tipo porque yo sí que tenía modales—. Justo le decía a Gw… a la señorita que recién hubo un problema con su pedido. Una loca salió del camino y destrozó las flores ¿Puedes creerlo? Pero no te preocupes, tu arreglo —y me guardé decir «tu sencillo arreglo»— estará listo mañana temprano sin ningún pretexto. Livvy´s flowers está muy comprometida a darle lo mejor a sus clientes. El sujeto asintió y creo que en los ojos de Gwen había algo más que enfado conmigo. —Bueno, me retiro —dije. Tomé la bolsa de basura de las manos de Gwen y sentí una… cosa extraña al tocarla—. Yo tiro la basura, señorita. Salí de la cafetería sintiendo que había ganado, pero no la batalla con Gwen, sino la batalla que no sabía que tenía con Andrew.      ---------------     Había música antigua en la sala de mi casa, desde que entré se oían las bocinas encendidas; caminé hacia allá sin saber qué pasaba y encontré a mis padres bailando un vals lento en medio de los sofás. Sonreí. Mi papá le susurraba cosas en el oído a mi mamá y ella tenía los ojos cerrados y la cabeza recargada sobre el pecho de su esposo, eran la viva imagen del amor sincero, desinteresado y maduro, ese que a lo largo de los años no se acaba, sino que se fortalece con cada adversidad que superan, el que aprende de los errores y a la siguiente mejora, el amor que se equivoca, que crece y perdona. Ellos iban a empezar a besarse, así que me aclaré la garganta y los interrumpí con una sonrisa malévola. — ¿No les da vergüenza hacer eso enfrente de sus cuatro hijos? — ¿Y tú cómo crees que se hacen los bebés? —me preguntó mi mamá, lo que me pareció muy incómodo viniendo de ella. Luego miró a mi papá abriendo los ojos, emocionada—. ¿Deberíamos contarles a los chicos que estoy embarazada de nuevo? La miré sin creerle. — ¿No estás feliz por tu nuevo hermanito, Ash? Mi papá se rió y negó con la cabeza, divertido por las cosas que decía su esposa. —Ah, mamá, es más fácil que yo te dé un nieto, así que no te sorprendas cuando… Me aventó una almohada del sofá. — ¡No te atrevas todavía, Asher! —me gritó. —Te estábamos esperando —intervino mi padre, divertido—. La cena ya está lista. —Llama a tus hermanos. Y no quiero que les grites —agregó mamá rápidamente. Subí a los pisos superiores para buscar a mis hermanos; Logan como siempre estaba en su habitación leyendo algo que lo haría más inteligente de lo que ya era, Camille y Hane estaban contándose algún secreto porque cuando las encontré las dos se quedaron calladas de imprevisto, pero bajaron conmigo de inmediato. Pocos minutos más tarde los seis miembros de la familia Cavanagh compartimos la misma mesa para una cena familiar, como la mayoría de las noches hacíamos desde que tenía memoria. — ¿Qué tal el trabajo? —me preguntó mi mamá. Resoplé divertido, porque a mi mente llegó la imagen de Gwen destruyendo sus propias flores contra mi cabeza. —No está mal —dije vagamente—. A veces ocurren cosas divertidas. — ¿No está mal? —repitió Logan, sin creerme, o quizá sospechando de alguna razón adicional. — ¿Desde cuándo para ti el trabajo no está mal? —preguntó Camille. —Asher Stephen Cavanagh, no quiero que estés ligando con mis clientas —dijo mamá, incluso me señaló con el tenedor—. Eso no es profesional. — ¡Asher conoció a una chica! —entendió Hane. —Obvio que lo hizo ¿Por qué otra razón le gustaría el trabajo? — ¿Qué? —fingí demencia. Todos me miraban en la mesa, de diferente forma, pero al final con su atención en mí—. No conocí a nadie. Y ¿Sabes qué mamá? Las chicas a las que les llegan flores es porque tienen un novio, así que… — ¿Y eso qué? —preguntó papá—. Nadie es competencia para ninguno de ustedes —aseguró de manera un tanto pretenciosa—. Los Cavanagh podemos pelear por cualquier chica o chico que queramos. Es una carrera que estamos destinados a ganar. — ¿Qué clase de mensaje es ese, Logan? —preguntó mamá—. No, no. Mis hijos no tienen que ir en ninguna carrera porque la persona que elijan tiene que darse cuenta que así, tal cual son, son maravillosos. Logan y yo nos miramos no muy convencidos de las palabras de mi mamá, pero no dijimos nada, Hane en cambio sí: —Yo ganaría la carrera. Si estuviera en una. No estoy en una ahora, papá, quiero que lo sepas, pero si lo estuviera… ganaría. —Creí que tú no habías tenido carrera, papá —mencionó Logan—. Ya sabes, por tu exprés amor con mi mamá y un embarazo —me golpeó en el costado— no deseado. —Sí, papá. ¿Cómo dices que un Cavanagh gana la carrera si no tuviste que estar en una? —preguntó Camille. —Estuve en una. —No les cuentes eso —le recriminó mamá. —Ah, no. Ahora nos cuentas, papá —demandó Camille—. No dejaré de molestarlos hasta que nos cuentes. Dinos, dinos, dinos, dinos… —Papá, por favor, cuéntanos —pidió Logan, fastidiado de escuchar a Camille a su lado—. Si no nunca se va a callar, ya la conoces. —Bueno, no fue como tal una carrera —dijo papá; creo que mamá no estaba muy complacida con que contara la historia, porque sus mejillas se pusieron rojas, pero se dedicó a beber agua—, sólo pensé que había alguien en la vida de su mamá, pero fue antes de que supiéramos que esperábamos a Asher. — ¡Di nombres! — ¡Camille, no grites! ¡Estás al lado de mí! —No es importante el nombre… — ¡Queremos nombres! —contribuyó Hane—. Vamos, papá. Mis hermanas no se callaron hasta que mi papá dijo: —Bill. —Eso. Es. Una. Mentira —negó Camille, mirando de mi papá a mi mamá alternativamente—. Bill es el nombre que dices cuando no quieres decir el nombre real. — ¿Cómo sabes eso? —preguntó mamá con una ceja arqueada. —Porque yo soy Jessica cuando no quiero decir mi nombre, Logancito es Marco y Asher es Polo. Como Marco Polo. —Era un secreto —le reclamamos Logan y yo. — ¿Y por qué necesitan ocultar sus nombres? —Eso no importa, mamá. Aquí el punto es que papá nos miente. Hane y Camille no dejaron de preguntar por el nombre una y otra vez, y en aquella ocasión, papá se vio obligado a decir la verdad: —Hunter. — ¿Hunter? —pregunté—. Es un nombre muy tonto, obviamente le ibas a ganar la carrera, papá. 
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