LA CIUDAD Y LA DISTANCIA

1252 Words
Lucía había llegado a la ciudad con la sensación de que algo importante quedaba atrás. San Isidro, su mar, el taller de Gabriel, los recuerdos de tardes tranquilos, todo parecía ahora una vida lejana, aunque fresca en su memoria. La ciudad, con su bullicio, su ritmo acelerado y la multitud de personas que la rodeaban, contrastaba tanto con la serenidad de aquel pequeño pueblo que, por un momento, Lucía dudó de su decisión. Un regreso incierto Al llegar al centro de la ciudad, Lucía se sintió como una extranjera en su propia vida. Aunque la universidad la recibió con los brazos abiertos y la emoción de la oportunidad laboral la llenaba de energía, algo faltaba. Las calles que antes conocía de memoria ahora le parecían caóticas y desordenadas. Los edificios altos y el tráfico constante la hacían sentir pequeña, como si la ciudad misma estuviera presionándola a tomar un lugar que no estaba segura de querer. Su departamento, aunque moderno y cómodo, no tenía el encanto de su antigua habitación en San Isidro. Los colores vibrantes que le solían dar alegría ahora se veían fríos, impersonales. Lucía se recostó sobre el sofá, mirando por la ventana. Lejos, en la distancia, la ciudad se extendía, inmensa y a veces abrumadora. Recordó la calma de la playa, el sonido del mar, y por un momento, deseó estar allí. La llamada que cambió todo En su segundo día de trabajo, Lucía sintió el peso de la nueva vida que había elegido. El equipo que había formado estaba compuesto por jóvenes entusiastas, pero nada comparable a la calidez que encontraba en San Isidro. El ajetreo de las reuniones, los proyectos que se apilaban sobre su escritorio y las demandas del puesto comenzaron a consumirla. Ya no había tiempo para largos paseos ni tardes sin preocupaciones. Fue en una de esas noches, después de haber cerrado su laptop y tomado una taza de café, cuando su teléfono vibró. Era un mensaje de Gabriel. Había pasado mucho tiempo desde que se despidieron en la playa. Había sido difícil, y aunque ambos sabían que la despedida era lo más sensato, el vacío que dejó su partida seguía presente. El mensaje decía: “Lucía, ¿cómo estás? He estado pensando en ti, en cómo has estado. Espero que todo esté bien allá. Aquí, las cosas siguen igual. Un día de estos, cuando todo se calme, me gustaría que volvieras a visitar San Isidro. La playa te extraña.” Lucía se quedó mirando el mensaje, el corazón golpeando fuerte en su pecho. Era la primera vez que Gabriel le hablaba de forma tan directa desde que se fue. Cada palabra tenía un peso profundo, y aunque intentó mantener la compostura, la nostalgia la inundó. Había llegado tan lejos para lograr lo que había querido, pero ahora se preguntaba si el precio había sido demasiado alto. Los recuerdos y el contraste Los días pasaban rápidamente, pero Lucía encontraba difícil adaptarse completamente a la vida en la ciudad. Por las noches, se despertaba varias veces pensando en Gabriel, en San Isidro, en lo que había dejado atrás. Su mente volvía una y otra vez a esos momentos tranquilos, a las conversaciones interminables con Gabriel, a la sensación de estar en un lugar donde realmente podía ser ella misma. Las cosas en el trabajo iban bien, pero la conexión emocional que había buscado en este nuevo capítulo de su vida parecía desvanecerse en medio de las rutinas diarias. Los compañeros de trabajo la respetaban, pero no había el mismo tipo de apoyo genuino que encontraba en el pueblo. En San Isidro, incluso los vecinos parecían preocuparse por su bienestar; aquí, en la ciudad, las relaciones eran más superficiales y competitivas. Lucía comenzó a preguntarse si había tomado la decisión correcta. La conversación con sus amigos Una tarde, después de una reunión particularmente estresante, Lucía decidió salir a tomar algo con sus antiguos amigos de la universidad. Era la primera vez que se reunían desde su regreso, y al principio, la conversación fue como solían ser las reuniones con ellos: animada, llena de recuerdos de los viejos tiempos. Sin embargo, pronto comenzó a notar que algo había cambiado. Sus amigos hablaban con entusiasmo sobre sus propias carreras, nuevos proyectos, planes de futuro, pero había una falta de sinceridad en las conversaciones. Lucía sentía como si ya no encajara en ese mundo, un mundo que alguna vez había sido suyo, pero que ahora se sentía lejano y ajeno. —Te veo un poco distante —comentó una de sus amigas, Marta, mientras se servían más vino. Lucía rió ligeramente, algo nerviosa, y negó con la cabeza. —No es eso, es solo que… no sé si estoy donde debo estar. —Suspiró—. No sé si este lugar, este trabajo, es lo que realmente quiero. Marta la miró con curiosidad, sin entender del todo. —¿Te arrepientes de venir aquí? ¿De regresar? Lucía no pudo evitar la emoción que se acumulaba dentro de ella. Era la primera vez que lo decía en voz alta. —No lo sé, Marta. Creo que el trabajo es increíble, pero en algún lugar de mi corazón, hay algo que me falta. Algo que… encontré en San Isidro. La mirada de Marta se suavizó. —San Isidro… Gabriel, ¿verdad? —preguntó suavemente. Lucía no respondió inmediatamente. Parte de ella quería seguir adelante, no pensar en Gabriel, no enredarse en un amor que parecía tan distante. Pero la otra parte sabía que lo que sentía por él era real, y que ese amor era el ancla que la mantenía conectada con un lugar que la había tocado de una manera que nada en la ciudad había logrado. La llamada inesperada Esa noche, después de la reunión, Lucía caminó sola por las calles iluminadas de la ciudad, perdiéndose en sus pensamientos. Al llegar a su apartamento, vio que había recibido una llamada perdida de Doña Carmen. El corazón de Lucía dio un vuelco. Aunque sabía que la señora Carmen le había hablado esporádicamente por correo, no era común que la llamara tan tarde. Decidió devolver la llamada. —Hola, Doña Carmen —dijo Lucía al responder. —Lucía, ¿cómo estás? He estado pensando mucho en ti, cariño. —La voz de Doña Carmen sonaba preocupada. Lucía sintió una sensación de calidez al escuchar la voz de la anciana. —Estoy bien, pero… no lo sé, Doña Carmen. Las cosas aquí son diferentes. Todo me parece tan… ruidoso, tan apurado. No es lo que esperaba. Doña Carmen guardó silencio unos segundos antes de responder. —Te extraño, Lucía. Este pueblo te ha acogido de una manera que solo nosotros podemos entender. Pero si alguna vez decides que este no es tu lugar, no olvides que aquí siempre habrá un hogar para ti. La playa te espera, y Gabriel también. Las palabras de Doña Carmen calaron profundamente en Lucía. Esa noche, al recostarse en su cama, se preguntó si lo que realmente le faltaba era un lugar donde pudiera ser verdaderamente feliz, o si lo que necesitaba era encontrar una forma de reconciliar las dos vidas que ahora se cruzaban dentro de ella. Un giro inesperado Lucía mira por la ventana de su apartamento en la ciudad, pensando en el mar, en Gabriel y en la encrucijada en la que se encontraba. La oportunidad en la ciudad seguía allí, pero también lo estaba el amor que había dejado atrás. ¿Qué camino debía tomar? ¿Era posible tener ambas cosas?

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