LA TORMENTA EN EL HORIZONTE

862 Words
Los días en San Isidro continuaron llenos de conversaciones profundas, paseos interminables y momentos que parecían suspendidos en el tiempo. Sin embargo, debajo de esa aparente calma, algo comenzaba a cambiar. Las miradas curiosas de los habitantes del pueblo eran más frecuentes, y los murmullos que rodeaban a Lucía y Gabriel empezaban a convertirse en pequeños rumores. Las voces del pueblo En una mañana nublada, Lucía caminaba por el mercado recogiendo frutas y verduras para Doña Carmen. Había aprendido a negociar con los vendedores, quienes al principio la trataban con cierta desconfianza, pero ahora le ofrecían sonrisas educadas. Mientras se detenía frente a un puesto de naranjas, escuchó a dos mujeres mayores hablando en voz baja. —¿Has visto cómo ese Gabriel pasa tanto tiempo con ella? —dijo una, agitando la mano en dirección al taller del carpintero. —Claro que sí. Pero ella no es de aquí. Esas cosas nunca terminan bien. Lucía fingió no escucharlas, pero sus palabras quedaron flotando en su mente como una nube pesada. ¿Era realmente tan evidente su conexión con Gabriel? ¿O el pueblo simplemente necesitaba algo de qué hablar? Al regresar a casa, se encontró con Doña Carmen en el jardín, cortando flores para un jarrón. —¿Todo bien, Lucía? —preguntó la anciana, notando la expresión en su rostro. Lucía dudó antes de responder. —¿Crees que la gente en el pueblo me ve como alguien ajeno? Doña Carmen se detuvo un momento, sosteniendo una rosa en sus manos. —No es fácil para ellos aceptar a alguien de fuera. San Isidro es un lugar pequeño, y las personas aquí no están acostumbradas a lo nuevo. Pero eso no significa que no puedas encontrar tu lugar. Lucía asintió, aunque las palabras no lograron disipar sus inquietudes. La tormenta en el mar Esa tarde, una tormenta se avecinaba. Los pescadores comenzaron a recoger sus redes con prisa, y el aire se llenó del olor fresco que precede a la lluvia. Gabriel estaba en su taller, terminando un pedido, cuando Lucía llegó empapada de pies a cabeza. —¿Qué haces aquí con este clima? —preguntó, dejando su martillo para buscarle una toalla. —No quería quedarme en casa. Además, creo que necesitaba verte —respondió ella, con una sonrisa que hizo que el corazón de Gabriel diera un vuelco. Él le ofreció una taza de té caliente y ambos se sentaron junto a la ventana, observando cómo la lluvia caía con fuerza sobre el pueblo. —¿Te has dado cuenta de lo mucho que ha cambiado tu vida desde que llegaste aquí? —preguntó él, rompiendo el silencio. Lucía asintió. —Es extraño. Pensé que este lugar sería solo una pausa, algo temporal. Pero ahora… siento que estoy aprendiendo cosas de mí misma que no sabía que existían. Gabriel la miró fijamente, sintiendo una conexión que iba más allá de las palabras. —Tú también me has cambiado, Lucía. Me haces pensar en cosas que antes no me atrevía a soñar. El momento se llenó de un silencio cargado de emociones. La tormenta rugía afuera, pero dentro del taller, el mundo parecía quedarse quieto. El regalo de Gabriel Cuando la lluvia finalmente cesó, Gabriel se levantó y fue hacia una de las estanterías del taller. Tomó un pequeño paquete envuelto en tela y se lo entregó a Lucía. —Quiero que tengas esto —dijo, con cierta timidez. Lucía desató la tela y descubrió una figura tallada en madera: era un colibrí, pequeño y delicado, con las alas extendidas como si estuviera a punto de volar. —Es hermoso, Gabriel —susurró, tocando la figura con cuidado. —Siempre he pensado que los colibríes son como los sueños: pequeños, pero llenos de vida. Quiero que recuerdes eso, sin importar dónde estés. Lucía sintió que algo dentro de ella se rompía y se reconstruía al mismo tiempo. Nunca nadie le había dado un regalo tan personal, algo que hablara tanto de sus propios sentimientos y miedos. —Gracias —dijo, con la voz cargada de emoción. Un giro inesperado Esa noche, de regreso en casa, Lucía estaba colocando el colibrí en su mesita de noche cuando Doña Carmen entró en su habitación con un sobre en la mano. —Esto llegó para ti, querida. Parece importante. Lucía tomó el sobre y reconoció el sello de la universidad donde trabajaba antes de venir a San Isidro. Lo abrió con manos temblorosas y leyó la carta que contenía: era una invitación para regresar y liderar un proyecto artístico en la ciudad, algo que había soñado durante mucho tiempo. Su corazón se llenó de emociones encontradas. ¿Qué significaba esto para su futuro en San Isidro? ¿Y qué pasaría con Gabriel? Lucía se quedó despierta hasta tarde, mirando el colibrí de madera y preguntándose si los sueños, como los colibríes, también podían cambiar de rumbo. La decisión que se avecina Lucía camina por la playa al amanecer, buscando respuestas en las olas que rompían suavemente contra la orilla. Sentía que una decisión importante se acercaba, una que podría cambiar el curso de su vida y la de Gabriel para siempre.
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