Capítulo 4

2060 Words
Tan pronto la voz del padre de West llegó a los oídos de Rachel, ella empujó al castaño con todas sus fuerzas y lo alejó de su cuerpo. — ¿Qué te pasa? — Cuestionó, totalmente escandalizada —. ¡Violador de menores! ¡Abusador y… La mano de West sobre su boca calló sus palabras. — ¿Qué demonios, Rachel? — West no podía creer su exagerada reacción. Lo cierto era que cada día se preguntaba más por el estado mental de ella —. ¿Por qué haces un escándalo? Rachel mordió su mano con fuerza, provocando que él la quitara de inmediato. — ¡Intentaste violarme! — Ella lo acusó, mirándolo con los ojos bien abiertos, como si sus palabras fueran ciertas. Jesús. Cristo. — ¡¿Pero estás loca, condenada mocosa del demonio?! — Él no daba crédito a lo que ella decía —. ¡Ya nos hemos acostado y me reclamas por unos simples besos que... — ¡Simples besos nada! — Rachel infló sus cachetes como una niña pequeña lo haría en una rabieta —. ¡Me estabas metiendo mano! — ¡¿Pero qué te s... — ¡West! — Escucharon de nuevo el grito de Esteban —. ¡Voy a entrar! Cuando él entró, Rachel y West continuaron con sus miradas fijas en el otro, prácticamente matándose con sus ojos. Esteban suspiró con resignación y se preguntó cuándo sería el momento en que ellos por fin se llevarían bien. Al parecer, no sería pronto. — Esteban — Rachel se giró a mirar con seriedad al hombre mayor mientras decía —: Voy a pedirte que controles a tu hijo, porque está siendo muy entusiasta respecto a lo que a mí se refiere. — ¡Rachel! — West de nuevo quiso tomar su cuello entre sus manos y estrangularla hasta que callara todas esas mentiras. — ¿De qué me hablas? — Le preguntó Esteban a la castaña, confundido. — Hablo de que... Agua. West le lanzó un vaso con agua antes de que ella terminara de hablar. — Oh, pero tú la liaste — Rachel lo miró con el fuego saliéndole por los ojos —. ¡Hijo de tu grandísima madre! Antes de que West pudiera reaccionar, Rachel ya había tomado todos sus papeles del escritorio y los estaba lanzando por la ventana. Todos. Sus. Malditos. Papeles. — ¡Por los pingüinos de Madagascar, Rachel! — West la tomó de la cintura cuando ella fue a por más de sus documentos —. ¡¿Estás poseída o qué coños?! — ¡Suéltame! — Gritó ella, sacudiéndose de un lado a otro —. ¡Suéltame, maldito idiota! ¡Estúpido... — ¡Basta ya, ustedes dos! — Esteban por primera vez en mucho tiempo, se veía alterado —. ¡Los quiero fuera de mi empresa en menos de cinco minutos! ¡Pero ya! — ¡Pero papá! — West reclamó aún con Rachel entre sus manos, tratando de controlar a ese huracán que le estaba mordiendo el hombro —. ¡Carajo, cálmate! — Rugió hacia ella. — ¡Suéltame! Las secretarias y demás personal ya estaban asomados por el pasillo, mirando desde la puerta el caos que había dentro de la oficina de West. Esteban estaba más desesperado de lo que nunca lo había estado. En su empresa nunca se había presentado ningún escándalo, ninguno. Y, ahora, el primero era protagonizado por su propio hijo. — ¡Ah, joder, Rachel! — Gritó West mientras ella continuaba mordiéndolo como si las manos sobre su cuerpo le quemaran, y lo cierto era que lo último que quería Rachel era que él la tocara. No cuando le producía todo lo que le producía —. ¡Me vas a sacar sangre! — ¡Ya lo he hecho, engendro del popó! Esteban escondió su rostro entre sus manos, avergonzado por semejante espectáculo presentado. — ¡Fuera! — Gritó el hombre cuando no aguantó más, señalando la puerta —. ¡Se van ya mismo al club y ayudan con la subasta que allí se está preparando! — Miró a West y a Rachel con severidad —. ¡Y si no se comportan, ahí sí la habrán liado! — ¡Joder! — West por fin soltó a Rachel cuando ella le pegó un rodillazo en sus pelotas. Cristo bendito, ellos ni siquiera estaban escuchando a Esteban. — ¡Fuera! — Gritó tan alto el hombre que los dos desvergonzados se quedaron mirándolo con miedo —. ¡Se van ya mismo al club! ¡Fuera! Y, para sorpresa de todos, tomó el jarrón con agua y empezó a corretearlos por toda la oficina hasta que por fin ellos salieron. West miró a todo el personal de la empresa que lo miraban como si él fuese un extraño en vez de su jefe, y sabía quién tenía la culpa de todo. ¡Rachel! Tomó a la castaña y la cargó sobre su hombro, poniéndola literalmente de cabeza. Todas las personas presentes se taparon las orejas ante la cantidad de vulgaridades que Rachel empezó a gritar. Con decir que creían que ella era el mismísimo anticristo. Y, en ese momento, West pensó que ella era su anticristo personal. Quien acabaría con todo su mundo y con toda su paz. Rachel lo miró furiosa cuando él la acorraló contra el capó de su auto, gracias a Dios, ya en la soledad del parqueadero. — ¡No me toques! — Gritó de nuevo Rachel cuando él se situó tan cerca de ella que sus cuerpos parecían uno solo —. ¡Aléjate, idiota, imbécil, estúpid… — ¡Te callas o te beso! — Explotó West. De inmediato, Rachel calló su boca. West suspiró con alivio, un poco feliz de haber encontrado su forma de amenazarla. — Suéltame — siseó ella entre dientes. — Vamos a ir a la puta subasta que mi padre nos dijo porque ten por seguro que, si no lo hacemos, la habremos liado con él y no quieres ver a mi padre cabreado — Rachel sólo se quedó mirándolo con una mueca de desagrado, entonces, West se permitió preguntar entre gritos —: ¡¿Estás mal de la cabeza?! ¡¿Qué fue eso de allí arriba, loca psicópata?! — ¡Eso te lo tengo que preguntar yo a ti, imbécil! — Cuando él acercó su boca a la de ella en una clara amenaza, Rachel de una vez agregó —: No grito, no grito, no grito, pero no me beses. West sonrió con suficiencia, encantado de tener algo con que manipularla. Oh, era un genio. — Bien, te escucho. — No me vuelvas a tocar. — Rachel, eres increíble, de verdad. Rachel lo maldijo en voz baja. — ¡No voy a volver a follar contigo! — ¡No era lo que estaba intentando hacer! — Rugió él en su cara. — Ah, ¿no? — Rachel sonrió con ternura —. ¿Entonces, primo? ¿Qué vendría después de que me sacaras la camiseta y me dejaras desnuda? ¿Me ibas a pintar un cuadro, señor Leonardo Da Vinci dos? — ¡Que no me digas primo, joder! ¡Yo no soy tu maldito primo! — ¡Oh, lo sé! — Ella perdió de nuevo el control —. ¡Eres demasiado amargado para tener mi sangre! ¡No tienes mi sabrosura y no la tendrás ni en un millón de años, primo! West mordió su labio, evitando reír ante la estupidez que ella había acabado de decir. Pero Cristo, ¿sabrosura? Sin poder contenerse por más tiempo, explotó en sonoras carcajadas, olvidando todo su anterior enojo. Rachel lo miró totalmente ofuscada cuando él retrocedió dos pasos, preso de su diversión. El bastardo hasta tuvo que apoyar sus manos en las rodillas para evitar caer al piso debido a la risa. — Vete al diablo — escupió ella en su dirección y decidida a que obtendría su venganza, se subió con enfado al coche para ir a la dichosa subasta. *** — ¡Oh, pégame un tiro! — Exclamó Rachel cuando llegaron al club y se acercaron al salón en donde estaba a punto de empezar la subasta —. ¡Hay puros abuelos! — Cállate — masculló West en su oreja, tomándola del codo para mantenerla a su lado —. Respeta, por Dios. La castaña rodó los ojos mientras observaba el aburrido evento de gente mayor. Jesús, incluso la música que sonaba era del siglo pasado. Se iba a dormir, estaba segura de ello. — ¡West! Rachel observó de pies a cabeza a la mujer mayor que se acercaba a West con entusiasmo. Vestía un traje con demasiado escote y estaba demasiado maquillada, pero bueno, ¿quién era ella para criticar? Ella misma lucía como una desechable, madre mía, así que esa abuela le ganaba si de looks se tratase. Esa mujer podría parecer un zombie vestido de Kim Kardashian, pero al menos olía bien. Rachel no podía decir lo mismo, pensó, oliendo sus axilas. — Señora Rogers — el señor amarguitas la saludó con una suave inclinación de cabeza —. ¿Cómo está? — ¡Oh, bien, West! — La mujer le sonrío con cariño —. Tu padre me ha avisado que vendrías a ayudarme con la subasta. — Sí, mi... — el dudó un poco antes de decir —... prima Rachel ha venido conmigo a ayudarme. Y por primera vez, la anciana que no paraba de hacerle ojitos a West, se fijó en ella. La miró de pies a cabeza, observando la rota camiseta que llevaba puesta y los sucios zapatos que calzaba. Rachel se echó a reír ante su horrorizada mirada. — ¿Se te perdió una igualita? — Por fin la castaña preguntó cuando puso detener su risa. — Jesús — West jadeó para sus adentros —. Discúlpala, mi prima tiene algunos problemas mentales y hoy no ha tomado su medicina. — Y tú olvidaste tomar la pastilla para la clamidia que tienes — dijo ella, mirándolo con fingida preocupación. West simplemente se quedó sin palabras, sin creer lo que ella estaba haciendo. De inmediato, la anciana se alejó unos pasos de West y se excusó con ir hacia el baño. — ¿Qué demonios, Rachel? — Preguntó cuando estuvieron a solas —. ¿Clamidia, en serio? ¿Clamidia? — Deberías darme las gracias — le dijo ella con inocencia —. Muy seguramente ella estaba detrás de tu pene. Ahora, no lo creo mucho. Así que… ¡de nada! — Oh, claro — gruñó él —. También debo darte las gracias por todas las preguntas que mi mamá me ha hecho para tratar de averiguar mi ahora desconocida inclinación s****l. ¡Me ha preguntado si me atrae Ricky Martin! Rachel soltó una risita que distrajo a West. — ¿Y te atrae? — Creo que dejé clara esa respuesta cuando te follaba — Gruñó él con rabia —. Deja de estar inventando cosas sobre mí, Rachel. — ¡Pero no es un invento! — Levantó ella la voz —. ¡Yo aún no sé si tú eres homosexual o heterosexual! — Y para el disgusto de West, la mayoría de las personas del salón estaban prestando atención a las palabras de la castaña —. ¡De hecho, creo que podrías ser bisexual! — Oh Dios — West quiso que la tierra se lo tragase y es que con el poquito tiempo que Rachel llevaba en Colorado, ya había hecho que las personas pensaran que él tenía Clamidia, que era gay y, para rematar, los empleados de la empresa lo creían un loco después del espectáculo de hoy. — ¡Voy a ayudar con la subasta! — Se escapó ella de él antes de que a West se le ocurriera algo inteligente para contraatacar. West se quedó cinco minutos de pie, intentando controlarse para, de nuevo, evitar estrangularla como quería. Cuando empezó la búsqueda de su queridísima traviesa, la encontró muy entretenida hablando con Rocco. West conocía a ese chico y no le gustaba lo que veía. Diablos, malditamente odiaba las sonrisas que ella le estaba dando. Y, con el enojo corriendo por sus venas, se acercó a ellos. Sí, Rachel definitivamente iba a acabar con él.
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