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Rachel & West

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Blurb

Dos mundos opuestos que de repente colisionan entre sí… ¿sobrevivirán al desastre?

La traviesa Rachel McDaniels, con sus inocentes diecisiete años, ha sido la protagonista y guionista de los más hilarantes escándalos de la clase alta de Washington, pero esta vez, traspasó y rompió todos los límites.

Y es que exponer a su madrastra, prácticamente desnuda, frente a la mayoría de los socios de su padre, no es la gran cosa, ¿cierto?

¡Grave error!

¡Castigo a la vista!

Después de que su padre decida enviarla por dos meses a Colorado, a donde su tía lejana María Clarke, Rachel decide que él la odia.

Y es que no puede ser que entre tantos lugares que existen en el mundo, él haya decidido enviarla a dónde está ese horrible engendro sabelotodo que, como si fuera poco, es el hijastro de su tía. Sí, hablamos del mismísimo West Clarke. Ese extraterrestre con cuerpo de un hombre de veinticinco, pero con diversión de un anciano de ochenta años, a quien ella no puede ver ni en pintura.

Lo que su padre piensa es el castigo perfecto para que la alocada Rachel retome las riendas de su vida, se convierte en la más reveladora y dolorosa aventura por la que ella tendrá que pasar.

Al final de todo, ¿seguirá siendo la misma?

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Prefacio
Y, entonces, sus labios empezaron a decir lo que nunca debió haber dicho. — Tu padre tenía razón — dijo West sin pensar en las consecuencias que traerían sus palabras —. Al final, no eres más que una completa vergüenza para todos, Rachel. La castaña, quien lo miró a los ojos mientras él le decía las palabras que nunca olvidaría, sintió cómo por primera vez algo le dolía incluso más de lo que le había dolido el abandono de su madre. Bajó la mirada a la perfecta corbata de West, sin atreverse a seguir mirándolo a los ojos. Y fue cuando ella decidió bajar la mirada, que West entendió la magnitud de lo que había hecho. Cristo, ¿qué he dicho? Se preguntó mientras observaba cómo la valiente Rachel ni siquiera lo miraba a los ojos. Completamente paralizado, observó cómo las mejillas de su castaña se teñían de un rojo escarlata. Era la primera vez que la veía sonrojarse.  Y lo entendió. Había logrado que, por primera vez, Rachel sintiera vergüenza de ella misma. Y estaba seguro de que ella lo estaba odiando por eso. Inclusive él se odiaba en esos momentos. Sin ni siquiera darse cuenta, había tomado ventaja de los miedos que ella en confianza le había entregado y le había lanzado el más doloroso y delicado a la cara. Porque él lo sabía, sabía que lo que ella más temía era que su padre al final tuviera razón y ella terminara siendo una completa vergüenza para todos. Él había utilizado ese miedo para herirla. Se sintió incluso peor ser humano de lo que era el mismísimo Charles McDaniels y, por primera vez, se cuestionó en quién se estaba convirtiendo. Abrió la boca para enmendar su error, pero lo cierto era que no sabía cómo hacerlo. Miró el rostro herido de Rachel, con esa expresión que nunca le había visto, y deseó retroceder el tiempo y no haber dicho lo que dijo. Pero supo que ya no podía hacerlo. Lo había jodido a lo grande. Deseó que la vivaz y sarcástica Rachel saliera a la luz y le diera su merecido. Deseó que le devolviera el golpe inclusive con más fuerza, pero ella no lo hizo. Rachel solo se quedó allí, en silencio, como si aún no pudiera creer lo que él le había dicho. Cuando por fin ella tuvo una reacción, fue la que él menos se imaginaba. Su castaña levantó el rostro a sus ojos por un milisegundo que se le hizo eterno. Se le hizo eterno porque esa mirada de profundo dolor en sus ojos quedaría grabada para siempre en su memoria. Esa mirada sería su cadena perpetua. Y sólo hizo eso, ella sólo lo miró un cortísimo segundo. Después dio media vuelta, alejándose por primera vez sin dar pelea, sin sacar a luz esa personalidad guerrera y traviesa de ella. Y supo que la hirió mucho más de lo que él probablemente se imaginaba. West estiró la mano con la intención de retenerla a su lado, pero sólo logró capturar en sus dedos un pequeño pedazo de la tela de su vestido. Rachel siguió avanzando sin ni siquiera percatarse del movimiento del castaño y pronto la sedosa tela se deslizó entre los dedos de West, llevándose a Rachel lejos de él. Y West lo entendió, Rachel se le deslizó entre los dedos aun cuando ella ni siquiera era suya. 

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