Los días pasaron como una lenta tortura para West. La Rachel que toda su vida conoció, simplemente ya no existía. La castaña parlanchina que no paraba de hablar en las cenas había desaparecido, siendo reemplazada por un robot automático que daba respuestas sólo cuando se le eran pedidas. Las coloridas, escotadas y poco comunes vestimentas de Rachel también habían desaparecido, en su lugar ahora había pulcros vestidos refinados de suaves colores pasteles que la hacían lucir mayor de lo que era. Pero la ausencia que a West más le pesaba era la falta del brillo travieso en sus ojos. Vacíos, sus ojos estaban tan vacíos, justo como él se sentía. West podía ver que sus padres estaban preocupados por el extraño comportamiento de Rachel. Y él una y otra vez intentó traerla de vuelta. Le jugó bro