Capítulo 2

2853 Words
— ¡Rachel! — María Clarke corrió a recibir en sus brazos a su sobrina, encantada de volver a verla. Rachel la recibió gustosa, porque, aunque no tenía una relación muy estrecha con ella, la castaña le tenía un inmenso cariño. Y no solo era a ella, su esposo Esteban también era un tipo decente y agradable, demasiado para ser el padre de West. — ¡María! — Le dijo Rachel con una sonrisa. Cuando se separaron, su tía la miró de pies a cabeza, como si estuviera asegurándose de que todas las partes de su cuerpo estuvieran en el lugar correcto. Rachel quiso rodar los ojos —. Me alegra verte. — A mí también, linda — la mujer que pasaba los cuarenta años miró a su hijastro mientras preguntaba —: ¿Por qué se han demorado tanto en llegar? Pero West en vez de responderle a su madre como debió haber hecho, pasó derecho hacia las escaleras para empezar a subirlas a todo dar, luciendo furioso. — ¿Qué le pasó? — Preguntó María, confundida. — Lo de siempre — Rachel se encogió de hombros —. Exceso de mal humor en sus venas. — ¡Vete a la mierda! — Ambas escucharon el grito de West que provenía desde arriba. Mientras una María escandalizada abría los ojos como platos, Rachel se mordía el labio para evitar reír como quería hacerlo. Y es que lo que había pasado hace unos minutos era algo épico de recordar por los próximos dos siglos, por mínimo. Deseó haber tenido la suspicacia de sacar el celular desde el principio para grabar el rostro de West cuando el policía le dijo que lo multaría por llevar la música del auto a un volumen demasiado elevado. Con la triste cámara de su celular, Rachel sólo pudo grabar el momento del tartamudeo de su no-primo cuando le daba explicaciones al agente de policía, explicaciones que no se entendieron y no sirvieron para nada porque, finalmente, tuvo que pagar una suma realmente alta por la infracción al tráfico que habían infligido. — ¿Qué ha pasado? — Preguntó en un susurro María, pidiéndole una explicación a Rachel. — Lo multaron por llevar la música a alto volumen en el auto — le explicó la castaña con voz angelical —. Yo le pedí que le bajara, pero ves, él nunca me escucha y se excusó diciendo que él tenía el deber de darles a conocer a las personas la música inspiradora de los Backstreet Boys. — ¿Backstreet Boys? — María pregunta, incrédula —. ¿Que no es esa la boyband compuesta por... — Cinco hombres — completó Rachel —. Sí, ellos mismos. — ¿A West les gusta ellos? — María no daba crédito a lo que escuchaba, y es que West detestaba a las boybands y hasta podría decirse que la propia música —. ¿Desde cuándo le gustan las bandas que principalmente escuchan las jovencitas? — Tal vez él es una jovencita — María miró a Rachel con las cejas fruncidas, sin entender lo que la castaña decía —. A lo que me refiero, es que los gustos de West de por sí siempre han sido raros, pero esto, deja asuntos por los cuáles cuestionarse... — Rachel hizo una breve pausa —. ¿Será que mi querido primito es un chico con miedo a salir del closet? Y con esa pregunta retumbando en la cabeza de María —quien se creyó cada palabra de Rachel— la castaña se marchó hacia la cocina, dispuesta a servirse algo para calmar el apetito que la mataba de hambre. Oh sí, West iba a arrepentirse de no haber aceptado darle ese dinero. *** El toqueteo brusco de la puerta de la habitación en la que María había instalado a Rachel, hizo que ella se exaltara mientras terminaba de hacer ese arduo trabajo en su cara. — ¡Ya está la cena, Rachel! — Escuchó a West al otro lado de la puerta. — ¡Ya bajo! La castaña apuró su atuendo, poniendo la peluca de colores en su cabeza y la nariz roja en su nariz. Cuando estuvo lista y satisfecha con lo que había conseguido, se apresuró a bajar las escaleras hacia el comedor, entusiasmada por ver el rostro de West cuando viera la sorpresa que le había preparado. — Hola — Rachel sonrió con ternura cuando llegó a la mesa en donde los tres integrantes de la familia ya estaban listos, esperándola. West, quien estaba concentrado sirviéndose la ensalada en su plato, aún no levantaba la vista hacia ella —. Pásame la ensalada, West — pidió dulcemente para conseguir que el castaño la mirara. — ¡Joder, Jesús, mierda! — West soltó el plato de sopetón. La ensalada salió volando por toda la mesa, la lechuga y tomate esparciéndose por todo el lugar, hasta que el bol que afortunadamente era de plástico cayó en un estruendoso sonido al suelo —. ¡Joder, carajo! Tan pronto West se encontró con esa diablilla chica vestida de payaso, él quiso salir corriendo y esconderse detrás de su madre. Y, realmente, realmente, tomó todo de él no hacerlo. — ¿Qué pasa? — Rachel preguntó, fingiendo inocencia. Esteban, quien trataba de ocultar su risa, consiguió decir —: Rachel, cariño, West le tiene pavor a los payasos desde que es un niño. — Ah, ¿sí? — ¡Como si no lo supieras! — Le gritó West, evitando mirarla mientras tomaba los cubiertos —. ¡Eres una... — Sólo hice esto para darte un poco de alegría por el incidente de esta mañana — Rachel dijo mientras servía en su plato lo que quería comer —. No tenía idea de que tenías un miedo tan infantil como ese, primito. Al otro lado de la mesa, María no dejaba de cuestionarse la inclinación s****l de su hijo. ¿Realmente West podría ser gay? María se sintió triste de que él no hubiera confiado lo suficiente en ella para decírselo. Y es que, aunque West tuviera novia, no era un secreto para nadie que la relación entre su hijo y Margot no era más que un acuerdo en donde ambas familias saldrían beneficiadas. María aceptó porque pensó que sería lo mejor para su hijo, que Margot era lo que él buscaba en una esposa. Pero ahora, con las dudas que Rachel sembró en su cabeza, pudo entender un poco el por qué él nunca mostró ningún tipo de interés por esa hermosa rubia. Por otro lado, West quiso poder acercarse a Rachel y zarandearla para que dejara de ponerlo en ridículo, pero lo cierto era que estaba haciendo todo lo posible por no mirarla. Sí, odiaba los payasos. De niño, sus pesadillas eran sobre ellos, pero ¿y qué? Era solo un miedo del cual Rachel se estaba aprovechando. — ¿De qué incidente hablas, Rachel? — Preguntó Esteban quien no sabía nada de la multa que su hijo había recibido. Con una sonrisa en los labios, Rachel empezó a narrarle los eventos de esa mañana. Por supuesto, le echó toda el agua sucia a West. El castaño no fue capaz de negarlo, no porque quisiera protegerla, sino porque esa maldita cotorra no lo dejó hablar en ningún momento. Cuando intentaba negar las palabras de ella, de alguna manera Rachel lo obligaba a que mirara su rostro de payaso y el pánico se apoderaba de él, olvidando lo que estaba a punto de decir. — ¿Te gustan los Backstreet Boys? — Preguntó Esteban a su hijo, sorprendido por lo que había acabado de enterarse. Cuando él empezó a negar, Rachel rápidamente cambió el rumbo de la conversación, pidiéndole a Esteban que le hablara de cómo le había ido hoy en el trabajo. Y, así como así, la familia Clarke terminó creyendo todo su tumulto de mentiras. Mirando por el rabillo del ojo, West se sorprendió cuando se encontró cautivado con la sonrisa de la castaña mientras hablaba con sus padres. Olvidó cualquier maquillaje y diabólicos colores de payaso que tenía sobre su rostro. Sólo se concentró en esa sonrisa y se la imaginó usando nada más que eso. Esa sonrisa que fácilmente hacía que las personas se encantaran con ella y olvidaran sus diabólicas travesuras que muchas veces traspasaban los límites. De repente, ya no le daba tanto miedo mirarla. — ¿West? — El castaño miró a su madre cuando ésta lo llamó —. Me encontré con Margot esta mañana y me ha preguntado por ti, me ha dicho que no la has llamado en días. Rachel frunció el ceño cuando escuchó el nombre de esa chica. Margot y ella nunca se habían llevado bien. De hecho, la castaña no podía entender cómo West aceptó un trató de por sí frío y pasado de moda como lo era un matrimonio arreglado. Aunque bien entendía que West y Margot por el momento sólo eran novios de palabra, hasta que el acuerdo comercial que era su futuro matrimonio se hiciera efecto, él aún tenía que llevarla a fiestas y demás eventos para mantener la fachada. Y Margot era la chica más fría y sin sentimientos que había conocido. Rachel nunca sintió que ella encajara con West, sin embargo, ¿ella qué demonios sabía sobre los gustos de ese idiota? Bien podría ser la mujer perfecta para él y, decidió Rachel, eso a ella no le incumbía. — Más tarde la llamo — respondió West sin darle importancia, sembrándole más dudas a su madre sobre sus gustos sexuales. La parlanchina de Rachel habló e hizo hablar a sus padres en el transcurso de toda la cena. West quiso taparse los oídos para conseguir un poco de silencio y es que las cenas en su casa generalmente eran silenciosas. No estaba acostumbrado a esa familiaridad y entusiasmo del que Rachel parecía contagiar a todos, menos a él, por supuesto. María quería hallar la forma de que su hijo y su sobrina mejoraran su relación, así que les pidió que se encargaran de lavar los platos, encontrando la oportunidad perfecta para que tuvieran un acercamiento. — Tú lavas y yo seco — dijo Rachel cuando quedaron solos en la cocina. — No, tú lavas y yo seco — la contradijo West. — Yo lavo y tú secas — dijo ella. — No, yo lavo y tú secas. Ella sonrió. — ¡Perfecto! West se sintió estúpido por caer en su juego, pero decidió que no la dejaría ganar. — ¡No me parece justo, Rachel! — Ya que eres abogado, deberías saber que la vida no es justa — recompuso ella con una sonrisa, tomando la toalla entre sus manos —. Vamos, vaquero, a lavar. — No — West la miró de mala gana mientras sacaba una moneda de su bolsillo —. Lo haremos más justo. — Como quieras — Rachel rodó los ojos con fastidio —. Yo cara y tú cruz. — Bien. West lanzó la moneda al aire y después la atrapó en su mano. Cuando la puso sobre su palma, ésta mostraba cruz. Rachel puso la mano sobre la suya y le quitó la moneda, gritando emocionada. — ¡Cruz, gané yo! West maldijo entre dientes y empezó a lavar de mala gana. Rachel se subió en la encimera y se dispuso a secar los platos que él le pasaba. Por primera vez, ella estaba en silencio debido a que estaba muy concentrada tratando de no reír por lo idiota que él era. Cuando finalmente le faltaba sólo un tenedor por lavar, West tiró con fuerza el jabón dentro del lavaplatos, salpicando un montón de agua al lugar. — ¡Cayó cruz, yo gané! — Sí, bueno, gracias por hacer mi trabajo — Rachel sonrió con todos los dientes mientras se bajaba de la encimera —. Buena noche, West. West enrojeció de la rabia y la tomó bruscamente de la muñeca para hacerla girar. La espalda baja de Rachel chocó la encimera cuando él la arrinconó con su cuerpo. De repente, ella se volvió muy consciente de su imponente presencia. Y es que, aunque West era delgado, esa delgadez consistía en un buen moldeado cuerpo con músculos marcados en los lugares correctos. Sus anchos hombros la hicieron sentirse pequeña mientras se enfrentaba a su furia. — ¿Te crees muy lista? — Los nudillos de las manos de West se volvieron blancos de lo fuerte que apretaba la encimera a cada lado de ella —. Deja de jugar conmigo… no te conviene, Rachel. — ¿Es esa una amenaza? — Rachel no sentía miedo, así que levantó la mirada para encontrarse con la suya. — Es una advertencia — él bajó más el rostro hasta que sus narices se rozaron —. No me saques de mis cabales, Rachel. Ella sólo sonrió e inclinó la cabeza hacia atrás para separarse un poco de él. Entonces, subió la mano y presionó con dos de sus dedos esa roja nariz que llevaba puesta, haciendo que un fastidioso y chirriante sonido fuera emitido. Y West perdió el control. El castaño tomó la misma toalla con la que ella secaba los platos y la hundió en el lavaplatos que rebosaba lleno de agua sucia mezclada con jabón. Tan pronto el trapo quedó empapado, lo pasó por el rostro de ella, llevándose gran parte de esa horrorosa pintura de payaso. Rachel abrió la boca para gritar, pero la sorpresa de lo que él había hecho la dejó sin palabras. West continuó sin piedad alguna, pasando la empapada toalla por todo su rostro, despojándola de toda pintura. Rachel, queriendo venganza, estiró la mano dispuesta a salpicarlo con la misma agua sucia del lavaplatos, pero él predijo sus intenciones y pronto hizo algo al respecto. West soltó la toalla y tomó las manos de la castaña entre una de las suyas, apresando sus muñecas con fuerza sobre su cabeza. Rachel lo miraba furiosa y esa mirada de gatita salvaje sólo hizo que él recordara esa noche. — Suéltame — le rugió ella, tratando de removerse bajo el cuerpo de él que apretujaba el suyo. Sus suaves curvas femeninas presionándose en sus masculinos músculos. — Esa noche no me pedías que te soltara. Y ella sabía exactamente de qué noche hablaba. Hacía tres meses, la última vez que Rachel estuvo en Colorado, West fue obligado a acompañarla a ella y a su primo Dereck a una discoteca. En mitad de la noche, Dereck desapareció en busca de su novia, dejando a Rachel y West solos. Y sí, la noche terminó saliéndose de su órbita. — Esa noche estaba borracha. — Oh, sí, Rachel, sigue diciéndote lo mismo y así tal vez un día termines creyéndotelo — él quitó bruscamente esa ridícula peluca de colores de su cabeza y permitió que su castaño cabello cayera por sus hombros —. Tú estabas lo suficientemente sobria para saber lo que hacías. — Pues te equivocas porque yo no quería hacerlo — rugió ella entre dientes, furiosa de que él trajera esa última noche a colación. — Pues no decías lo mismo cuando gemías mi nombre cada vez que me enterraba en ti. — ¡Bastardo! — Jadeó ella en sorpresa por escucharlo hablar de ese modo, algo nada característico en él. — No juegues conmigo, porque maldición, Rachel — apretujó un poco el agarre sobre sus muñecas, resaltando su dominio en ella. Rachel quiso golpearlo en las pelotas —. Si no quieres que terminemos como esa noche, deja de tocarme las narices. — ¡Lo de esa noche no va a volver a pasar! ¡Me arrepentí tan pronto abrí los ojos esa mañana! La mandíbula de West se apretó con fuerza, recordando ese despertar que lo afectó más de lo que debería. — Oh, claro que sé que te arrepentiste. Lo dejaste muy claro cuando te fuiste antes de que yo despertara — susurró con voz gélida —. Te devolviste a Washington en menos de lo que canta un gallo. Rachel apartó la mirada al recordar esa huida. Esa noche, tan pronto Rachel abrió los ojos y vio a West desnudo a su lado, huyó más rápido de lo que ella creía era humanamente posible. Pero prefirió irse antes de que él le lanzara sus ropas a la cara y le pidiera que se marchara. Tenía dignidad y lo único en lo que pensó en ese momento, era que no iba a dejar que él la humillara diciéndole que todo fue un error y quién sabe qué chorradas más. Rachel sacudió la cabeza y decidió concentrarse en su actual batalla. — Oh, no lo puedo creer — ella utilizó su característico sarcasmo para preguntar—: ¿Te dolió mi rápida huida, Westly? Él la miró con sus ojos negros por varios segundos en donde Rachel no supo descifrar esa inescrutable mirada. Finalmente, West le soltó las muñecas mientras retrocedía un paso y decía solemnemente —: No. Y, dejando a una Rachel medio temblorosa, salió de la cocina sin mirar atrás.
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