Capítulo 1

2589 Words
Días antes. Rachel miró con incredulidad el rostro severo de su padre, la castaña no daba crédito a lo que él le decía. — Te vas a ir dos meses a Colorado y no, no te vas a ir a donde tu primo Dereck quien es un sinvergüenza al igual que tú. — Pero papá... Charles McDaniels la ignoró. — Ya hablé con María, su hijo West está dispuesto a cuidar de ti y a enseñarte cómo debe comportarse una señorita de tu nivel... — A de ser que él es una señorita — masculló Rachel entre dientes, furiosa del castigo que su padre le iba a infligir. — Deja tus juegos, Rachel — la reprendió Charles —. Lo que hiciste fue inaudito, ¿cómo demonios expusiste a Vicky desnuda frente a mis socios? ¿Qué es lo que pasa por tu cabeza? — Sangre, oxigeno, también hay neuronas — Rachel se encogió de hombros, enumerando con sus dedos —. Realmente nunca me ha gustado la biología, pero supongo que mi cabeza funciona como la de cualquier otro ser humano del común. — ¡Basta de juegos, Rachel! — Charles apoyó las manos con un fuerte sonido sobre su escritorio, mirando a su rebelde hija con un ceño fruncido en sus labios —. ¡En dos meses cumples dieciocho años y ni siquiera sabes qué es lo que quieres estudiar! ¡Ya basta! ¡Ya no eres una niña, deja de comportarte como tal! Rachel desvió la mirada, ya cansada de ese discurso diario que su padre le daba todos los días. Y sí, no sabía qué estudiar, ¿pero qué problema había con eso? Sólo tenía diecisiete años, a veces no sabía ni qué usar cada día cuando se despertaba, ¿y su padre esperaba que tomara ya la decisión de elegir una carrera a la cual tendría que dedicarse toda la vida? No, Rachel quería tomárselo con calma para estar segura de que tomó la decisión correcta. Sin arrepentimientos, sin querer retroceder el tiempo y sin lamentos de ninguna clase. — Que no sea una amargada como tú y tío Nestor, no significa que me comporte como una niña — refutó Rachel con voz suave, tratando de no sonar grosera y, por supuesto, fallando en el intento —. Dereck y yo nos tomamos la vida con calma, bebiendo cada segundo, papá. Tomando cada día como un regalo, no como ustedes que el único regalo que les importa tener es el dinero. Su primo Dereck y ella eran tan parecidos y su padre siempre odió ese hecho. La última vez que la castaña viajó a Colorado, se encontró con que su primo favorito ya había dejado la vida de mujeriego a un lado para darse la oportunidad con una linda chica que —desafortunadamente para todos los McDaniels— no pertenecía a la misma clase social de ellos. Eso fue un ¡boom! para todos. Su padre quiso cortar cualquier tipo de contacto entre Dereck y ella, pero lo cierto era que Rachel siempre hizo lo que quiso, por lo que la orden de su padre de no volverse a hablar con Dereck, le entró por un oído y le salió por el otro. Pero ahora que Rachel había puesto en ridículo a Vicky, la actual esposa de su padre, frente a todos los socios de él, Rachel lamentaba un poco que Dereck se pareciera a ella, porque de lo contrario, tal vez su padre la habría enviado a casa de su tío Nestor —padre de Dereck— y no a donde María Clarke a forma de castigo. María Clarke, tía lejana y desafortunadamente madrastra del engendro sabelotodo llamado West. A diferencia de Dereck y Rachel, la relación que la castaña llevaba con West era pésima, con decir que la mayoría de las veces que ella viajaba a Colorado o él venía a Washington, siempre tenía que haber presente alguien más cuando ellos dos estaban juntos, de lo contrario, la tercera guerra mundial se empezaría a armar en menos de tres segundos. Y es que Rachel no soportaba la actitud seria, controladora y aburrida de West. Si había algo que la castaña odiaba era el clasismo, narcicismo, las pretensiones e hipocresías. Y West representaba todo aquello que ella odiaba. Por supuesto, Charles lo amaba y Rachel estaba segura de que más de una vez él deseó que West fuera su hijo y no ella. — Tu primo West es tan diferente a ti — le dijo Charles, señalando lo obvio —. Desearía que tú tuvieras un poco de la madurez de él. Rachel quiso reír. West, ¿maduro? — West no es mi primo, papá — le recordó Rachel —. Realmente, no lo es. Y si crees que él es maduro, entonces es porque no lo conoces del todo bien. Si su padre tuviera una vista de su queridísimo West todas las veces que ella lo provocaba y lo hacía llegar al límite, entonces no lo reconocería. Aunque claro, Rachel era capaz de hacer llegar al límite a cualquiera. — A sus cortos veinticinco años, West ya va a empezar a dirigir el bufete de abogados de su padre, eso de por sí, ya habla mucho de él, Rachel. — Sí, dice lo aburrido y lúgubre que es — dijo ella —. Apuesto a que ni siquiera sabe qué es tener una vida social. Charles sólo negó con la cabeza, deseando que su hija dejara ya esa pose de niña caprichosa que no sabía lo que quería. Entre más rápido West le enseñara la vida de las leyes, más rápido tendría a quien dejar su empresa. — Viajas mañana — Charles le ofreció el boleto de avión a su hija quien lo tomó de mala gana —. Tu vuelo sale a los ocho de la mañana, María te recogerá en el aeropuerto. — ¿Ni siquiera voy a poder visitar a Mandy? — Preguntó Rachel por su pequeña prima y hermana de Dereck. Con tan sólo nueve años, Rachel estaba segura de que su prima tendría la misma personalidad libre y arrolladora de ella, por eso le encantaba ir y pasar el rato con la pequeña. — No — negó Charles —. Irás a Colorado sólo a cumplir con tu castigo, Rachel. Y espero que cuando vuelvas, ya hayas aprendido a comportarte. — ¿Y West me va a enseñar, dices? — Rachel trató de esconder la ironía en su voz, pero lo cierto es que no pudo —. Tendré que ver eso. La verdad era que Rachel ni siquiera entendía por qué West aceptó hacerse cargo de ella en esos próximos dos meses. Él no la soportaba más de lo que ella lo soportaba a él, así que nada de eso tenía sentido. Como sea, si su padre pensaba que el perfecto West iba a lograr hacer de ella la hija que siempre quiso, se equivocaba...y mucho. *** West caminó de un lado a otro en la oficina de su padre, tratando de encontrar otra solución a ese desastre. — ¿Por qué yo? — Preguntó de nuevo, deteniendo sus pasos un segundo para de nuevo continuar con su torpe caminata de ida y vuelta. Si seguía así, iba a hacer un agujero en el sólido piso. — Es tu prima y Charles confía en que la enseñarás a comportarse debidamente — respondió Esteban Clarke, mirando el caminar desesperado de su hijo —. Cálmate, West, estás exagerando. Serán sólo dos meses y Charles te va a dar acciones de su empresa a cambio de que lo hagas. Ni una empresa completa compensaba el aguantarse a Rachel por dos meses. ¿Es que todos ignoraban el odio mutuo que existía entre esa chiquilla y él? Iban a terminar matándose, lo sabía. O, en casos peores, él iba a terminar suicidándose. — Mamá puede hacerlo, ella tiene la paciencia y... — Tu madre es muy blanda con Rachel y con todos — le recordó Esteban —. Si Charles confió en ti, es porque cree que puedes hacerlo. — ¡Pero Rachel nunca va a cambiar! — Explotó West —. ¡Ella es así, papá! ¡Ella piensa, dice y hace lo que se le da la gana! ¡Esa es ella! ¡Y yo no la voy a poder cambiar! ¡Por el contrario, ella me va a cambiar a mí, volviéndome loco! — Cálmate — repuso Esteban con paciencia —. Sé que tu relación con ella no ha sido la mejor, pero tal vez esto es lo que necesitan, más tiempo juntos para... — Terminar matándonos — interrumpió West, pasándose la mano por su castaño cabello. En sus veinticinco años, nunca había conocido a alguien que lo desesperara y le hiciera perder el tan pulcro control que él tenía como lo hacía esa desesperante castaña. Rachel lo hacía perder el control y él la odiaba por eso. Él necesitaba aferrarse a la perfección y ella hacía que esa perfección en él desapareciera. La maldijo entre dientes. — Si no lo haces, no te voy a ceder el bufete para que lo dirijas — a Esteban no le agradaba la idea de amenazar a su hijo, pero al no encontrar otra opción, tuvo que hacerlo —. Hablo muy enserio, West. West cerró los ojos y sin ver otra opción, terminó asintiendo. Que Dios lo ayudara porque Rachel sería su fin. *** Habían pasado tres meses desde la última vez que ella pisó Colorado y, cuando se fue, esperó no volver a hacerlo dentro de mucho. Pero el mundo no siempre te da lo que quieres, se recordó Rachel mientras bajaba del avión. Caminó por toda la sala de espera del aeropuerto, esperando ver a su tía María en algún lugar, pero entre más pasaba el tiempo, Rachel empezaba a desesperarse más y más. — Toma tu maleta y vámonos — dijo una ronca voz detrás de ella. Rachel rodó los ojos al cielo antes de darse vuelta para encontrarse con el familiar rostro de su no-primo. — ¡West! — La castaña fingió alegría y trató de ignorar cualquier imagen de ella y West en esa última noche que ella estuvo en Colorado —. ¡Qué alegría verte de nuevo! West captó de inmediato el sarcasmo en su voz, pero decidió ignorarlo. Su madre había tenido un inconveniente y no pudo venir a recoger a la insoportable castaña, trabajo que se le fue dado a él, desafortunadamente. — Tengo un plan — dijo, empezando a caminar y haciéndole una seña a Rachel para que lo siguiera. Ella, sin ver otra opción, lo hizo. — ¿Y cuántas neuronas estrenaste pensando en ese fantástico plan que aún no me dices? — Gasto más neuronas que tú. — Oh, no lo dudo — Rachel arrastró la maleta detrás de ella. West, cuando notó el esfuerzo que la castaña hacía, le quitó la maleta y la llevó él mismo. Siempre tan caballeroso, pensó Rachel con un poco de fastidio. Lo cierto era que West era el tipo más caballeroso que ella alguna vez había conocido y como que lo odiaba un poco más por eso. — Fingirás ante todos que estás aprendiendo a comportarte — habló West, caminando al lado de la castaña —. Si en una semana mis padres le dicen a Charles que has cambiado, él te devolverá a Washington y entonces, todos felices. — ¿Facilitarte el trabajo? — Rachel resopló —. ¿Qué pensaste, West? ¿Que cedería a tu propuesta? No me conoces si piensas que te voy a dejar las cosas fáciles. West detuvo sus pasos, frenándose y volteando a mirar a esa chiquilla insoportable. Miró sus labios por una fracción de segundo en que recuerdos golpearon su cabeza, pero los alejó tan pronto le llegaron. — Los dos queremos lo mismo — le recordó el castaño —. Mantenernos lo más alejados que podamos del otro. — No te discuto eso — Rachel estuvo de acuerdo —. Pero no voy a facilitarte las cosas, West. ¿Qué te ofreció mi padre a cambio de esto? — Acciones de su bufete — admitió él entre dientes. Ella asintió. — Venderás esas acciones y me darás todo el dinero a mí — le propuso Rachel —. Lo quiero todo y dinero en efectivo, nada de cheques. No confío en ti. — ¿Estás loca? — West apretó la maleta de un rosa escarlata en su mano, tratando de controlarse —. Ese es mi premio por soportarte y, ¿pretendes que te lo regale? — ¡¿Entonces qué recibo yo por aguantarte a ti?! — Gritó Rachel, sin importarle llamar la atención de las personas que los rodeaban —. Acepto tu trato, me das el dinero, desaparezco de aquí y todos felices. — No — articuló West alto y claro antes de seguir caminando rumbo a su coche. — ¿No? — Una indignada Rachel caminó detrás de él, siguiéndole el paso —. ¿Dijiste "no"? — ¡No te voy a regalar mi premio! — Gritó él sobre su hombro, con la intención de que ella lo escuchara. — ¡Lo dices como si yo fuera un reto! — ¡¿Lo pones en duda?! — ¡Soy yo quien te tiene que soportar a ti, no lo contrario! West metió la maleta en los asientos traseros de su coche, tratando de controlarse. — No te pienso dar ningún dinero — dijo más calmado, abriendo la puerta del copiloto para que ella entrara al coche —. Esa es mi última palabra. Rachel repasó las opciones. Podría aceptar su trato. Fingir por una semana que era una chica digna de la alta sociedad y devolverse a su vida normal en Washington. Pero al final, ¿ella qué terminaría ganando? ¡Nada! ¡Y West, en cambio, tendría acciones del bufete de su padre! ¡Eso no era equidad! La segunda opción a ella le parecía más equitativa. Además, si él quería un premio, que se esforzara por tenerlo. — Bien, no hay trato — Rachel le sonrió dulcemente al sabelotodo —. Prepárate para el infierno, Westly. West cerró con fuerza la puerta cuando ella entró al coche. Después, respiró tres veces antes de él subir, intentando mostrar la calma que no poseía. Rachel ya tenía las ventillas del coche abajo antes de que él se subiera y, mientras West encendía el auto, ella prendió el estéreo. Música Rock empezó a sonar a todo volumen cuando el auto empezó a andar. Las personas que estaban cerca los miraban y murmuraban con un ceño fruncido en sus labios. West quiso que la tierra se lo tragase. Antes de que él se diera cuenta, Rachel se sacó la camiseta, exponiendo su cremosa piel con un sujetador amarillo neón que no quedaba nada mal en ella. Antes de que su mente empezara a viajar a lugares prohibidos, ella sacó la mitad de su cuerpo por la ventanilla del auto, gritando como una loca mientras todas las personas se quedaban mirándola. — Rachel, entra — murmuró West, intentando inútilmente introducirla en el auto mientras la jalaba de una mano —. ¡Entra! Y cuando una patrulla de policía apareció detrás de él, indicándole que detuviera el auto, West maldijo por milésima vez en su vida a Rachel McDaniels. Por primera vez, gracias a ella, tendría problemas con la ley. ¡Hurra! ¡Bienvenido al infierno!
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