Capítulo 3

3166 Words
— ¡¿Qué diablos, West?! — Preguntó Rachel, brincando de la cama, despertándose asustada por la cantidad de agua fría que bañaba su cuerpo. — Levántate ya — West dejó la cubeta a un lado, mirándola con indiferencia desde su altura —. Tenemos muchas cosas por hacer hoy. — Vete al diablo — la castaña pasó los dedos por sus ojos, tratando de quitar la humedad para ver mejor —. ¿No podías despertarme como una persona normal lo haría? West ignoró su pregunta llena de sarcasmo. — Te espero abajo en... — miró el pulcro reloj en su mano —. Cinco minutos. De repente, como una total loca, Rachel puso su mejor sonrisa y asintió con entusiasmo. West pensó en ese momento que Rachel era una maniaca. — En cinco minutos te veo allá, primito. West, quien dudaba que ella cumpliera su palabra, asintió solemnemente y salió de la habitación, dispuesto a sacarla a arrastras del lugar si no salía en los cinco minutos programados. — Maldito — susurró ella tan pronto él salió de la habitación y, entonces, se puso manos a la obra con su nuevo plan. *** — ¿Qué rayos traes puesto, Rachel? — West preguntó atónito cuando la vio bajar vistiendo nada más que esa horrorosa camiseta rota y esos zapatos llenos de barro que sólo Dios sabría de donde había sacado —. ¿Y qué es ese espantoso olor? Rachel levantó sus brazos y olió sus axilas, después su camiseta. — Oh, soy yo. — ¿Qué te echaste? — West trató de taparse la nariz con su camiseta mientras se acercaba a ella. — ¡Nada! — Ella se encogió de hombros con inocencia —. Me dijiste cinco minutos y en cinco minutos no alcanzaba a bañarme, así que aquí me tienes. ¡Cumplida y lista para lo que sea que vayamos a hacer hoy! Él se mordió el labio y mantuvo las manos hechas puños, resistiéndose a la repentina necesidad de tomarla por el cuello y estrangularla como si de un pollito se tratase. West estaba seguro de que eso que olía tan mal era spray de mal olor. No era la primera vez que Rachel hacia esa estúpida broma y él no entendió cómo fue tan ingenuo de no haber predicho que ella haría eso. — ¿Y la ropa? — Preguntó, apretando los dientes con fuerza. — Es la nueva moda — respondió ella con una sonrisa enorme, balanceándose de un lado a otro como si de una niña buena se tratase —. ¿Vamos? — No te voy a llevar así a mi empresa — él señaló las escaleras —. Ve y cámbiate. Rachel negó horrorizada, por supuesto, todo era una actuación. — ¡No, primo! — Él quería gritar cada vez que lo llamaba primo y estaba seguro de que ella lo sabía —. ¡No podemos llegar tarde, vámonos de una vez! Y, sin esperar por él, salió de la casa rumbo al coche de West. Él se quedó observando cómo esa pordiosera camisa le quedaba a mitad de muslo, enseñando más de lo que debería. Pero lo que más llamó su atención, fueron esos largos calcetines de color fucsia que llegaban hasta sus rodillas, adornando ese espantoso atuendo. ¡Ella parecía una indigente de la calle! — ¡Rachel! — Salió detrás de ella —. ¡Rachel, no te vayas a montar en mi auto oliendo así! Pero ella ya lo había hecho y, para su horror, estaba sentada en el asiento del copiloto, en ese asiento en donde la podía oler a la perfección. — ¡Vamos, primo! — Ella sacó la cabeza por la ventanilla, llamándolo —. ¡Llegamos tarde! — Condenada loca del demonio — murmuró West entre dientes cuando supo que ella no se iba a cambiar. Bien, como ella quisiera. Ya dentro del coche, West bajó todas las ventanillas para hacer desaparecer el nauseabundo olor, pero lo cierto es que era muy intenso. Cuando Rachel empezó a cantar la canción de los pollitos en voz alta, casi reventándole los tímpanos, él quiso haber retrocedido el tiempo y no haberse levantado esa mañana. — Cantas horrible, Rachel — y era cierto, cantaba demasiado mal. — ¡Bah! ¿Qué dices? — Ella negó con efusividad, sin verse ofendida —. Canto hermoso, tanto que estoy pensando en presentarme en The Voice. ¿Te lo imaginas? ¿Tú votarías por mí, primo? — ¡Deja de llamarme primo! — Explotó. — Pero si eso eres — dijo ella sin verse afectada por su grito —. Eres mi primo. — Los primos no follan. Rachel quiso pegarle un puño cuando él soltó las palabras. ¿Es que no se cansaba de recordárselo? Mientras ella hacía lo posible e imposible por no recordar ese... evento, él no hacía nada más que sacarlo a luz. ¡Argh, qué exasperante! De repente, a ella se le prendió una bombillita en la cabeza. — Ya sé — hizo un tierno puchero que para cualquiera sería adorable, pero no para West —. Lo que a ti te molesta es que yo sea menor de edad. ¡Oh, primo! ¡Puedes ir a la cárcel, madre mía! ¡¿Te imaginas lo que diría la prensa?! El perfecto e intachable West Clarke es acusado por violar a una menor de edad y, lo peor aún, a su propia prima. ¡Qué horror sería eso! ¡¿Te lo imaginas?! Increíblemente, él no reaccionó ante esas palabras. Sólo se limitó a decir —: No vengas aquí a hablarme de consentimiento, ambos sabemos quién terminó montándome esa noche — dijo casi oscamente para luego agregar —: Además, te conozco más de lo que tú crees y sé que tú nunca serías capaz de hacer algo así, Rachel. Y sí, West tenía la seguridad de que Rachel nunca haría algo así. Por Dios, ella no era capaz ni de hacerle daño a una condenada hormiga, así que mucho menos iba a mandarlo a él a la cárcel. Y, también, más allá de todas sus peleas y encontronazos, él lo sabía. Tenía la seguridad de que, en el fondo, tal vez muy en el fondo, ella se preocupaba por él. «Al igual que yo me preocupo por ella» pensó con algo de amargura. Rachel cruzó los brazos bajo sus pechos, enojada de que él tuviera razón. Por supuesto que ella nunca haría nada para perjudicarlo de esa manera, mucho menos siendo consciente de lo participe que ella fue esa noche. Rachel odió el hecho de que él la conociera tan bien. — No me tientes — susurró en voz baja la castaña, necesitando tener la última palabra. Y, porque West la conocía y sabía que iba a seguir con la lucha si él le contestaba algo, se mantuvo en silencio, dejando que ella se saliera con la suya. A los tres segundos, ella continuó cantando la canción de los pollitos. *** Rachel entró al prestigioso bufete de abogados, sintiéndose totalmente fuera de lugar. Y sí, con ese atuendo, definitivamente no encajaba en nada allí. Desde que la castaña era una niña, odió que su padre la dejara de lado por su trabajo. En los recitales de baile, entregas de diplomas, reuniones de padres de familia y demás eventos de su infancia, ella era la niña solitaria que no tenía padre. Lo que nadie supo era que sí lo tenía, pero él nunca tuvo tiempo para ella. Suspiró con tristeza. Tal vez si su padre no la hubiera hecho sentir toda la vida como si valiera menos que su profesión de abogado, ella no odiaría tanto el mundo de las leyes. Y es que, aunque Rachel ahora sabía que no todo sobre el derecho se trataba de defender delincuentes y maquillar cosas ilegales, cuando era una niña pensó que el ser abogado era de lo peor. Su padre, Charles McDaniels, era el abogado más famoso si de atender divorcios se trataba. Y, para ella, su padre sólo representaba la destrucción de hogares. Al crecer, entendió la importancia del derecho, cómo los abogados eran indispensables para la ayuda de muchas personas. Sin embargo, el rencor que había dentro de ella hacia las leyes nunca se fue. Así que si su padre tenía la esperanza de que ella algún día iba a ocupar el lugar de él, no podría estar más equivocado. Rachel ya tenía una idea de lo que quería estudiar y sabía que cuando su padre se enterara, como mínimo, se iba a infartar. — Estarás a mi lado toda la mañana — le dijo West, sacándola de su ensimismamiento —. Si los clientes me dan su aprobación, me verás atender sus casos y te mantendrás en silencio. Ella quiso resoplar ante la ironía del momento. Su padre muchas veces la había obligado a hacer prácticamente lo mismo y, también, le decía las mismas palabras que West le dijo. — Está bien — dijo con aburrimiento. De repente, West la tomó de los hombros y se mantuvo frente a ella, mirándola con una seriedad que ella no le había visto antes. — Este es mi trabajo, Rachel — dijo, inclinando un poco su rostro para mirarla mejor. De repente, la cercanía de él a ella se le antojaba inquietante —. Así que te voy a pedir que no interfieras con tus tontos comentarios, burlas infantiles y bromas de principiante. Respeta lo que hago, por favor. Ella quiso decirle que sus bromas no eran de principiante, pero optó por quedarse callada porque sabía que su petición era justa. Rachel lo siguió en silencio hasta su oficina y se sentó obedientemente a su lado cuando él se lo pidió. West pensó que ella estaba tramando algo, pero lo cierto era que Rachel sabía lo importante que su trabajo era para él. No iba a hacer nada para perjudicarlo. Así que se mantuvo en silencio y dejó que él la rociara de su propio perfume, camuflando un poco el olor nauseabundo que ella se había echado para molestarlo. Generalmente, cuando Rachel era obligada por su padre a verlo trabajar, ella salía teniendo una opinión peor de él. No fue el mismo caso con West. En el transcurso de la mañana, West recibió tres casos. El primero, trataba sobre una mujer que era golpeada por su ex-pareja. Ella acudió a West para que él le ayudara a quedarse con la potestad de sus hijos y West no fue más que caballeroso y amable con ella. El segundo caso era de un hombre que había sufrido un accidente en su trabajo y la empresa no quería darle la indemnización merecida. West de nuevo no fue más que un caballero lleno de amabilidad y comprensión. El tercero fue un caso pro bono que la conmovió. Una chica, no mucho mayor que ella, fue a pedir ayuda porque su padrastro la violaba cuando ella era más pequeña y creía que él estaba haciendo lo mismo con su hermana menor. Mientras Rachel observaba lo humanitario que West era con la chica, admitió que tal vez ella lo estuvo juzgando mal y él no era como su padre. West tenía más la pinta de un héroe para todos ellos. — ¿Salimos a almorzar o pido que nos suban la comida hasta aquí? — Le preguntó él cuando quedaron solos. — No quiero salir — admitió ella. — Bien — West la miró en silencio, como si estuviera pensando —. ¿Te molesta si pido hamburguesas? — No sabía que te gustaba la hamburguesa. — ¿Por qué no me iba a gustar? — No lo sé — ella se encogió de hombros, mirándolo con una sonrisa traviesa que a West lo hizo sonreír —. Pareces muy estirado para pedir hamburguesa. — Pues sí me gustan las hamburguesas — fue lo que él contestó tontamente, sintiéndose demasiado aturdido por esa sonrisa que ella le había dado. La castaña lo miró en silencio mientras él le pedía a su secretaría que subiera dos hamburguesas a su oficina. Se sorprendió cuando él pidió una sin mostaza y quiso pensar que esa era la de él, porque no era posible que él supiera que ella odiaba la mostaza. Pero él sí lo sabía, porque la hamburguesa sin mostaza era la de ella. Rachel prefirió no decir nada al respecto. El hecho de que West supiera sus gustos le causaba mucho desconcierto y, de alguna forma, le provocaba este extraño hormigueo en el estómago que nunca había sentido. — Debo aceptar que no eres un mal abogado — dijo ella cuando terminó de comer. Giró la silla en su dirección de modo que sus rodillas se tocaban —. En realidad, eres algo decente. «Eres increíble», fue lo que ella realmente quiso decir, pero el orgullo no se lo permitió. — Viniendo de ti — West tomó de su bebida antes de decir —: Eso es un halago. De nuevo esa sonrisa traviesa y West tuvo ese intenso deseo de besársela. — Todos los casos que mi padre atendía eran de divorcios — dijo Rachel después de unos segundos de silencio —. Pensé que tú serías igual que él. — No soy muy bueno con los divorcios — aceptó él con humildad —. Y mi especialización no es esa. Soy abogado penalista, no de familia. — ¿Y por qué no fuiste abogado de familia? — Preguntó ella con curiosidad —. Los divorcios ahora están de moda, así que estoy segura de que te habrías ganado una muy buena cantidad de dinero si hubieras sido abogado de familia. Él la miró con ojos entrecerrados por varios segundos, como si estuviera tratando de averiguar si ella era digna de confiar o no. Al parecer, decidió que sí. — Crecí toda mi vida junto a unos padres unidos, Rachel — empezó a hablar —. Mi papá siempre ha querido lo mejor para mi madre y ella también para él. Que de repente un sujeto me diga que quiere dejar a su esposa en la calle porque simplemente es demasiado machista para aceptar que ella no quiere estar junto a él, se me hace demasiado... — pensó la palabra con cuidado —. Inhumano e injusto. Y créeme, casos así y peores son los que llegan a esta firma. Yo no voy a ser partícipe de algo tan cruel. — No deberías decirme todas estas cosas — dijo Rachel con seriedad, más seriedad de la que él nunca le había visto —. No quiero cambiar la opinión que tengo de ti, West. Eso haría de mi vida un completo desastre. Él no entendió claramente sus palabras, pero no preguntó porque decidió que la mente de Rachel era muy compleja. Él nunca la entendería, tenía la seguridad de ello. — Así que, ¿te estoy convenciendo para que estudies derecho? — ¡Lo sabía! — Rachel pegó un brinco en la silla mientras lo apuntaba a él con un dedo acusador —. ¡Mi padre no sólo quería que me convirtieras en una señorita, también quería que me inmiscuyeras en las leyes! — Creía que era muy obvio — contestó él mientras tiraba todo en la basura y volvía a sentarse frente a ella —. Y nunca he creído que yo te pueda convertir en una señorita. No creo en las causas perdidas, Rachel. — ¿Me acabas de llamar causa perdida? — Ella lo miró, indignada —. Retráctate. West rodó los ojos. — No — él le sonrió con todos sus dientes—. Vamos, Rachel, nunca te vas a comportar como una chica de la alta sociedad. No eres recatada, silenciosa, ni mucho menos educada. Vas haciendo desorden por donde pasas y haces lo que se te venga en gana, inclusive si eso va en contra de la ley. Ella odió que él la conociera tan bien, sin embargo, no se quedó callada. — Lo que pasa es que me tienes envidia. Dentro de ese aspecto pulcro y serio, se esconde un chico que quiere hacer lo que realmente quiere. Pero tu lado correcto no te permite salir de esas pautas que tú mismo te impusiste. Siempre vas a hacer lo que se debe, lo que puedes mantener bajo control... lo aburrido — dijo al final con una sonrisa. West endureció la mandíbula, empezando a cabrearse. Rachel sonrió aún más cuando se fijó en la reacción que estaba consiguiendo de él. Oh, le encantaba tanto enojarlo. — No soy aburrido — masculló él entre dientes —. Sé divertirme. — Oh, pero no lo pongo en duda — dijo ella con sarcasmo —. ¿Cómo te diviertes? ¿Leyendo las leyes federales de los Estados Unidos? — Él se mordió la lengua para evitar decirle que se las sabía de memoria, pero por supuesto, ella lo adivinó —. ¡Oh por Dios! ¡Te las sabes de memoria! Y, al segundo, la oficina de West se inundó por las fuertes carcajadas burlescas de Rachel. Él enrojeció de la rabia. Antes de que pudiera arrepentirse de lo que iba a hacer, West tomó a Rachel de la mano y la obligó a ponerse de pie. Sus cuerpos quedaron tan juntos que ni una pizca de aire pasaba entre ellos. De inmediato, la risa de ella se detuvo, inclusive su respiración se detuvo. West sonrió cuando percibió el efecto que tenía en su castaña. Rachel dio un respingo cuando las grandes manos de West se adentraron en su camiseta hasta posarse con fuerza sobre sus caderas, sus dedos enterrándose rudamente en su piel, exponiendo en el camino la vista de sus rosadas braguitas. Pero él no miró hacia allí en ningún momento, sus ojos permanecieron fijos en su boca. — Parece que te comieron la lengua los ratones — susurró West, mirándola con hambre —. No pareces muy lista ahora, prima. Y sí, a Rachel no se le ocurrió nada inteligente por decir. Ni siquiera un pensamiento pasaba por su cabeza. Su proximidad la tenía muy aturdida y tenía que aceptarlo, cautivada también. Aunque quiso separarse, no pudo. Era como si una invisible fuerza magnética la mantuviera sujeta a él, sin darle opción de escape. La piel de Rachel se sentía seda bajo el tacto de West. Era inclusive más suave de lo que él recordaba. West sabía exactamente cómo lucía debajo de esa camiseta y deseaba tener de nuevo una imagen de ella. Gruñó desde lo hondo de su garganta cuando recordó cómo sabía. Ni siquiera el nauseabundo olor que desprendía su cuerpo le impidió a West inclinarse hacia ella y rozar sus labios sobre una de sus clavículas. Rachel gimió suavemente y eso lo incitó a él a morder ese pedacito de piel con casi ternura. Entonces, dos golpes en la puerta los hizo separarse de inmediato. — Hijo, ¿Rachel está contigo? Esteban.
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