Sentada en la sala de espera de la clínica, siento cómo mi corazón late desbocado contra mi pecho. El tic en mi pierna es difícil de controlar, no dejo de apretar mis manos entrelazadas, no dejo de llorar en silencio.
Estoy segura de que debo causar lástima. Y no es para menos, estoy horrible. Sin ropa interior, usando un suéter n***o suyo que me queda enorme, un jogger que me queda más enorme que el suéter y el maquillaje que anoche me hice para ir a ese concierto, que retoqué cuando llegué a su casa, está más que corrido. Sin mencionar la agonía en mi rostro, el dolor en mis ojos.
«Sí, definitivamente soy la humillación andante».
Las luces blancas, el murmullo constante de voces y esos pasos que oigo a distancia, no hacen más que aumentar mi ansiedad. No he dejado de ver el reloj en la pared, no he dejado de ver cómo los minutos trascurren arrastrándose lentamente, o así los percibo. Cada segundo ha sido una eternidad agonizante para mí.
Mis manos tiemblan, pero no las detengo porque intento de encontrar algo de consuelo el movimiento repetitivo. No puedo dejar de pensar en Apolo, no en sus crueles palabras que no dejan de hacer eco en mi cabeza, burlándose, riéndose de mi ingenuidad. Eso ahora ha pasado a segundo plano. No dejo de pensar en él, en como lo encontré y el miedo. El terror que me invadió al verlo así, pálido, ido, casi muerto.
Desde que estoy aquí, cada vez que cierro mis ojos, la imagen de él pálido, frío, desplomado en el suelo, viene a mi mente y detrás de esa imagen, la ola de pánico también. Una ola de pánico que recorre cada fibra de mi ser al punto de calarme hasta los tuétanos. Por eso no dejo de ver las agujas del reloj moverse. Es mejor eso, que cerrar mis ojos debido al cansancio y verlo.
Ni sé cuántas horas llevo esperando aquí.
Más lágrimas salen de mis ojos, ruedan por mis mejillas hasta caer sobre el abrigo, pero no hago ningún esfuerzo en detenerlas. No quiero hacerlo, necesito dejar salir esto que siento. Una mezcla de desesperación, dolor, desamor y esperanza. Esta última es por él, porque ruego dentro de mí que esté bien. Y esa pequeña esperanza se aferra a la idea de que su hermano podrá salvarlo.
—Por favor, que esté bien… —murmuro otra vez el mantra que, desde que llegué, he estado murmurando para no perder la cordura.
Cada vez que oigo una puerta abrirse o a un médico pasar, levanto mi cabeza, esperando a escuchar a Zeus llamarme. Pero eso no ha sucedido, el tiempo sigue pasando y las noticias no llegan. Sé que no debería correr a mi para dármelas, no soy nadie para él, para su hermano. Si acaso logró reconocerme cuando me vio sacando arrastras a Apolo del auto. No lo hizo en la llamada. Y no lo juzgo, realmente teníamos años sin vernos las caras así que su recelo es normal, incluso que piense lo que quiera de mí también. Así que comprendo que aún no ha venido a mí. Él no tiene por qué venir a darme noticias cuando apenas cayó en cuenta que soy la hija de la mujer que es la mejor amiga a distancia de su madre, pero yo sigo aquí.
Yo sigo esperando para poderme ir.
La incertidumbre me está consumiendo, suelto mis manos, sigo mirando el suelo. El miedo de perderlo me hace sentir al borde del abismo. Y es loco, lo sé. No dejo de repetírmelo, pero es que es más sencillo pensarlo así, que darme golpes de pecho por lo ingenua que fui.
¿Cómo se me ocurre creer que él me iba a corresponder? ¿Cómo consideré que Apolo estaba enamorado de mí.
«Él solo quería sexo, para él solo soy una más. Una fan tonta, ridícula, ingenua y sin malicia que creyó que él me correspondería».
¿Y por qué estoy pensando esto justo aquí?
Sacudo esos pensamientos de mi cabeza, no es tiempo para cuestionar mis acciones hechas en “nombre del amor”. Su vida está en peligro, él ya estaba frío, ido. Lo único que debo pensar ahora es en su bienestar. Ya luego me torturaré por mi ingenuidad.
—Por favor, que esté bien… —Otra vez el mantra—. Tienes que estar bien…
Siento que el aire me falta, mi voz se quiebra. Esto es demasiado, jamás he pasado por algo como esto. Tener mi primera experiencia s****l, dolorosa, bruta, letal… confesar mi amor para luego ser tratada como una más y esa misma noche ver como ese hombre que amo, desplomado en el suelo por una sobredosis, no es algo que pasó por mi cabeza cuando decidí entregarle mi virginidad.
«Esto es algo que a mi Siena no podré contarle jamás. La vergüenza es demasiado grande».
—¿Amalia? —Me levanto de un salto, con mi corazón en la mano al oírlo pronunciar mi nombre—. ¿Tú estás bien? —Su mirada oscura, impasible, me intimida un poco pero asiento. Logro hacerlo—. Necesito que me digas si tú estuviste consumiendo con él. Si tú también… —niego de inmediato, aterrada, desesperada—. Es tu problema si lo haces, pero no puedo quedarme quieto si estás aquí con algo en tu sistema. Sé que eres mayor de edad, pero es mi deber atenderte y también llamar a tu tía para que…
—Yo no soy una adicta, Zeus —digo con firmeza hablando al fin—. Comprendo tu posición, pero yo no consumo esas cosas si eso es lo que te preocupa y tampoco necesitas llamar a mi tía. Soy mayor de edad, yo me hago responsable de mis actos —Directa y con firmeza le dejo en claro mi posición.
Contengo las ganas de llorar, aprieto mis dientes con fuerza sin bajarle la mirada. Zeus se ve impenetrable, como si mi presencia desaliñada no le causará absolutamente nada. Su mirada oscura, tan oscura como la de su gemelo, me estremece y, aunque aquí es por un sentimiento diferente, decido hablar nuevamente.
—¿Cómo está? —pregunto, mi voz ahora es un susurro.
Toda frialdad, toda calma se esfuma de su rostro. Zeus me dedica una mirada comprensiva antes de hablar y, en este preciso momento, siento que el mundo entero a mi alrededor se detiene. Mi corazón se acelera, se desespera por oír una respuesta que puede cambiarlo todo en mi vida, en la suya y en la de su familia.
Mi corazón sigue latiendo, descontrolado, y la incertidumbre continúa consumiéndome. Frente a mí, su hermano, el médico que corrió a mi encuentro cuando nos vio y cargó a su hermano en sus brazos lo mejor que puedo, parece estar en un dilema interno para poder responderme esto.
No sé si es el dolor de lo que quizás ha sido, la agonía de lo que tal vez pudo ser, pero él sigue ahí, frente a mí, mirándome con esos ojos negros sin nada que decir.
Hay una distancia prudente en medio de los dos, pero él mismo la rompe quedando frente a mí, con expresión seria, pero con un brillo de alivio en sus ojos que me devuelve el aire que no sabía que retenía.
—Amalia… —Su voz se oye firme, pero reconfortante—. Apolo va a estar bien.
«Dios…».
Siento que una ola de alivio me inunda. Mis piernas se aflojan al punto de hacerme tambalear, pero él me sostiene por los brazos evitando que caiga.
—¿De verdad? —musito con mi voz quebrantada, mientras que Zeus me guía de vuelta a la silla para poder calmarme—. ¿De verdad va a estar bien?
Mis ojos arden más que antes, se cristalizan, mis lágrimas ruedan otra vez por mis mejillas.
Zeus asiente en silencio y cuando toma mi mano ofreciéndome un apretón, me rompo. No puedo evitarlo.
—Sí. Ha sido un momento crítico, casi lo perdemos —Niega, deja salir un suspiro—, pero logramos estabilizarlo. Va a necesitar tiempo y mucha fuerza para recuperarse, pero está fuera de peligro, Amalia.
—Yo creí que moriría… —confieso en un hilo de voz—. A pesar de…, a pesar de haberlo traído y de haber hecho lo que hice en el baño para intentar desintoxicarlo, yo creí que de verdad estaba muerto, Zeus… —Me estremezco—. El alivio que siento al oírlo es…
No puedo más, me rompo una vez más, lanzándome sobre los brazos de Zeus, llorando con todas mis fuerzas.
Siento que el corazón se me saldrá del pecho y es tanto mi llanto que siento como todo mi cuerpo se afloja en sus brazos como si me hubieran quitado un peso de encima. No sé si es el cansancio que está haciendo de las suyas después de una larga noche, o es la ola de alivio que me azota por oír que él está bien, que Apolo está vivo y no muerto como lo creí.
Zeus, aun siendo un témpano de hielo, me abraza. No es un abrazo cálido, mucho menos consolador, pero al menos me está sosteniendo para no dejarme caer desplomada en el suelo.
“Está fuera de peligro, Amalia”, es todo lo que puedo pensar en este momento. A pesar de que mis pensamientos son una maraña, las palabras de Zeus son las que más hacen eco. Puedo imaginarme a Apolo descansando, recuperándose. Sé que tiene un camino enorme por recorrer si realmente quiere salir de esto, pero lo único que ahora me importa es que él está bien, que él está vivo.
Zeus no me dice nada, se reserva sus palabras, pero yo ya tengo las mías ordenadas en mi cabeza para exponerlas. Me recompongo, tomo aire e incluso me disculpo por semejante drama que le he armado como si tuviéramos la mayor confianza del mundo cuando apenas se acuerda de mí.
Con mi cabeza gacha, me limpio la cara con las mangas de este enorme suéter sin importarme mancharlo de maquillaje. Ya luego lo lavo y se lo entrego a al dueño.
Tomo aire y, sintiéndome más liviana, decidida, miro a Zeus a la cara, tragándome el orgullo por una vez en la vida. O por segunda vez, ya que no me fui, aquí me quedé hasta saber de él.
—¿Está despierto?
—Después de casi dos horas intentando traerlo de vuelta, él despertó, sí.
Asiento.
—Eso es bueno… —Retrocedo un paso, me abrazo—. ¿Y puedo verlo antes de irme?
—¿De verdad quieres hacer eso?
Frunzo la frente, no lo entiendo.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Amalia, sé que tu vida no es de mi incumbencia, pero ¿cómo es que tú estabas con mi hermano y vistes su ropa?
—¿Él no te lo dijo? —inquiero confundida y apenada por esa última pregunta.
—No. Desde que despertó, ha estado hablando con mis padres e insiste en que no recuerda nada, Amalia —declara y ahora entiendo su pregunta—. Apolo no recuerda nada y después de todo lo que se ha metido, es inútil insistirle.
Me quedo callada, no sé qué decirle. Zeus sigue mirándome impasible sin tener una idea de lo que anoche hice con su hermano. O tal vez sí, porque ha reconocido su ropa. Como sea, no creo que tenga idea de lo que hemos estado haciendo por todas estas semanas trascurridas. Y sinceramente, yo no deseo que las sepa, que nadie se entere de esta terrible noche que tuve por culpa de mi propia ingenuidad.
«Él está bien, está vivo y es lo único que importa. Nadie tiene que saber lo terrible que me siento. Jamás, nunca».
—Comprendo… —murmuro rompiendo al fin el silencio.
—¡¿Mali?! —La sorpresa en su voz me acelera el corazón. Miro a Zeus con mis ojos bien abiertos, pero ya no tengo cómo esconderme de ellos—. ¿Qué estás haciendo aquí, cariño?, ¡¿estás bien?!
Abro la boca, no sé qué responderle a la mejor amiga a distancia de mi tía Fina. Ella no duda en abrazarme, me maldigo por no haberme ido antes. Sostiene mis hombros y me escudriña, sus ojos marrones están bien abiertos, enrojecidos, hinchados, seguramente por haber estado llorándole a su hijo. Y aun así, ella está aquí, frente a mí, asegurándose si yo estoy bien sin saber la razón por la cual aquí llegué.
Es obvio que Zeus no ha dicho nada, sus preguntas nerviosas me lo confirman. La mirada del señor Ares West, también.