—Amalia fue quien encontró a Apolo en el baño inconsciente, mamá —responde Zeus y yo siento que me muero cuando su madre me mira sin poder creerlo. La mirada del señor West se mantiene serena, no se altera ante la confesión de su hijo—. Ella fue quien lo hizo vomitar las píldoras esas en la tina y quien lo arrastró hasta llegar al auto, hasta traerlo aquí a la clínica. Gracias a ella, el rebelde de mi hermano sigue vivo. Gracias a ella, el irresponsable de tu hijo está recuperándose en esa cama, así que por hora, es mejor agradecer y hacer las preguntas después. —Mira a su madre quien aún no lo puede creer.
—Entonces tú has sido la que has llamado —No pregunta, afirma el señor Ares y yo asiento.
Y otra vez confirmo que Zeus no les dijo.
La señora West acorta la distancia en medio de las dos y me abraza con fuerza. Lo hace llorando, agradeciéndome por haber salvado a su hijo. Me sostiene el rostro con manos temblorosas, dejándome ver sus ojos rojos llenos de gratitud. Sin decir una palabra, vuelvo a abrazarla, prefiero esto a tener que dar explicaciones. No puedo.
—Gracias, gracias, gracias… —murmura entre sollozos—. Gracias por salvar a mi hijo, mi niña. No sé qué habría sucedió de tu no estar ahí…
El nudo en mi garganta se vuelve más fuerte debido a la conmovida que me hacen sentir sus palabras. Me siento horrible, me siento avergonzada, rota, pero también siento la empatía hacerse presente en mí. Es imposible que me muestre fría ante las emociones de una madre que por poco pierde a su hijo. Trago el nudo en mi garganta, no dejo de llorar en silencio mientras ella me abraza, pero decido no quedarme callada.
—Solo hice lo que debía… —musito—. No podía dejarlo así.
Su abrazo se vuelve más fuerte, su agradecimiento más profundo.
—Mi linda Amalia… —dice limpiando mis mejillas—. No sé cómo agradecerte lo suficiente… jamás tendré para retribuir lo que has hecho por mi hijo… —La voz se le quiebra—. Pase lo que pase, siempre tendrás la gratitud de mi familia y te prometo que jamás olvidaremos este momento.
Trato de sonreírle, pero no puedo. Mis labios se tuercen por el dolor y por todo lo que siento. Noto que el señor Ares se acerca, me toma por sorpresa el abrazo que me otorga y, si bien no es tan profundo y cálido como el de su esposa, él igualmente me agradece con palabras firmes. De haber sido Apolo u otra persona, yo hubiera actuado igual.
No iba a dejar a alguien morir frente a mí, pero me duele tener la gratitud de los padres del hombre que no murió, pero que sí terminó matándome a mí.
—Yo… —Me armo de valor—. Yo debo irme, pero antes…, antes necesito que me prometan algo.
—Lo que quieras, cariño.
—No le digan que fui yo —Les pido con frente en alto y los tres me miran atentamente. Pero no les daré explicaciones, nadie tiene porque qué saber las razones—. Prométanme que jamás le dirán a su hijo que fui yo la que lo trajo aquí, por favor.
La señora Abi está por decir algo, pero basta una mirada del señor Ares para que ella asienta lentamente. Fijo mis ojos en el padre. Esa mirada oscura, calmada, pero que oculta el temperamento muy bien, es la misma de su hijo Apolo y de todos los hijos West. Ellos sin duda heredaron demasiado de su padre.
Siento la mano en el hombro, no reculo ni le bajo la mirada. Me mantengo calmada.
—Te lo prometemos —dice sereno, incluso con una leve sonrisa, dejándome ver más de cerca el cansancio en sus ojos negros—. No diremos nada, serás tú quien algún día lo diga.
—Muchas gracias —El señor Ares asiente y baja la mano—. Debo irme, pero…
—Permíteme llevarte a casa, Amalia —Me dice y justo en ese momento, el hermano mayor de los West aparece. La mirada que me da no se si es peor que la que Zeus me dio al aparecer en la sala de espera—. Afuera está mi chofer, le diré que te lleve al departamento.
—No hace falta, señor West —Me apresuro a decir, también me apresuro a tomar mi bolso de la silla para largarme de aquí—. Yo sé cómo irme, muchas gracias.
—¿Y tú quién eres? —pregunta Eros sin dejar de verme—. Creo que te conozco.
—La conoces, es la sobrina de Fina —aclara la señora Abi—. La pequeña de ojos azules que se la pasaba jugando con Sienita cuando íbamos a Italia, ¿la recuerdas?
—¿Y qué hace aquí?
«Ay, Dios. No me mires así, por favor».
—Gracias a ella, tu hermano está vivo, Eros —Lo mira su padre y este estrecha sus ojos.
Mismos ojos negros que ahora se fijan en mí, haciéndome sentir… no lo sé. Me siento como una cucaracha justo ahora porque no deja de verme la ropa.
—Tú fuiste la que llamó desde su móvil.
—Sí y con su permiso, debo irme también —Avanzo sosteniendo mi bolso con fuerza, sintiendo una gigantesca vergüenza, pero me detengo para decirles algo: lo menos que quiero que piensen es que soy una maleducada—. De corazón, espero que Apolo mejore y que pueda salir de donde está.
—Gracias, Amalia —dice el señor Ares y eso me basta.
Les doy la espalda y mientras salgo de la clínica, siento una mezcla de emociones revueltas en mi interior. Mis pasos son lentos y pesados, como si cada uno de ellos me costara más que el anterior, pero son seguros. Yo avanzo sin mirar atrás
El aire fresco del amanecer me envuelve, pero no logra aliviar el nudo en mi garganta.
Dejo atrás a Apolo, sabiendo que está en buenas manos, pero el dolor por haberlo visto tan vulnerable y frágil, me sigue persiguiendo. Cada paso que doy en busca de un taxi me aleja un poco más de él, y no puedo evitar sentir una punzada de culpa por dejarlo solo, aunque sé que es lo mejor en este momento.
«¿De qué me sirve quedarme? Él no recuerda nada, él no recuerda lo que me dijo, lo que me hizo. Volver para ser humillada una vez más, no es algo que quiero experimentar. No fui más que un momento para él y así será. No soy especial».
Cuando estoy en la calle, veo un taxi vacío venir y no dudo en levantar mi mano para detenerlo. Ingreso dándole los buenos días, aunque de buenos no tienen nada para mí y siendo esa Mali educada, le doy la dirección.
El silencio dentro del taxi contrasta con el caos emocional que siento por dentro. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos y no hago ningún esfuerzo por detenerlas. Me siento impotente, asustada y profundamente triste. Apolo ha sido mi todo, y verlo al borde del abismo me rompe el corazón. Recordar sus duras palabras es algo que me quiebra, aunque no quiera.
Recuerdo la primera vez que vi a Apolo en el escenario, fue en el tour y le tocaba Italia. Recuerdo su energía electrizante y su voz poderosa llenando el lugar. Recuerdo cuando estaba grandecita y su presencia me alborotaba un poco. Demasiado. Desde ese momento, supe que había algo especial en él. No solo era su talento en el escenario, la pasión y la intensidad con la que vivía cada momento, la cual entendí años después, sino también lo que me hacía sentir siendo era solo ese chico tímido, que poco se nos acercaba por andar siempre tocando su guitarra.
Creo que tenía once años, tal vez. Pero lo que sí era seguro, es que un chico veinteañero me hacía sonreír en mi cabecita y yo lo disimulaba muy bien.
Y ahora es el mismo que me está haciendo llorar, y ahora es el recuerdo de lo de anoche, antes de que lo encontrara en el suelo del baño casi muerto, lo que retumba en mi cabeza.
La forma en que me miraba con esos ojos llenos de misterio y promesas. Cada caricia, cada beso, era como si el tiempo se hubiera detenido y solo existíamos nosotros dos. Me hizo sentir viva, como si nada más importara en el mundo, solo sus caricias.
Su calor envolviéndome y haciéndome sentir segura. Sus palabras suaves y susurros al oído me llenaban de una felicidad indescriptible, porque, a su manera, estaba apaciguando el dolor que sus embestidas me causaban. Y con cada estocada, sentía que mi corazón se derretía un poco más.
Pero también recuerdo ese momento en esa habitación, cuando sus demonios internos lo consumieron al punto de mostrarme su verdadera cara. Verlo consumir frente a mí me rompió el alma, pero oírlo, me rompió el corazón.
Ahora, mientras estoy sentada en la parte de atrás de este taxi directo hacia el departamento, esos recuerdos me llenan de una mezcla de tristeza e impotencia, pero los mimos son suplantados por el recuerdo y el abrazo de su madre. Sus palabras de agradecimiento resonando en mi mente parecen un disco rayado. Sé que hice lo correcto al llevarlo ahí, pero el miedo a lo que pueda suceder a continuación no me deja tranquila
Apolo es un adicto, tocó fondo y si no pone de su parte, se perderá. Y si yo sigo, me arrastrará con él, eso es seguro. Pero le hice una promesa y ahora me debato como rayos cumplirla después de todo lo que me dijo.
El taxi se detiene frente al edificio, p**o lo más rápido que puedo y me salgo a pasos apresurados. Le agradezco al guardia por abrirme la puerta, no haciéndole caso a su mirada de sorpresa y continuo hacia las escaleras. Necesito pensar, necesito saber qué excusa le diré a Siena para que no sospeche nada. Sé que debo contarle lo que he estado haciendo, pero si antes no me sentía preparada, ahora menos.
Quizás no esté en el departamento, seguramente esté trotando alrededor del edificio o encerrada en el gimnasio haciendo sus rutinas. Como sea, necesito un poco de tiempo para saber qué decirle. Si no me la cruzo, correré a mi habitación, me daré una ducha y me acostaré a dormir. Eso me ayudará a no tener que inventar algo para justificar la ropa que cargo puesta. Siena es demasiado perspicaz y, si me ve vestida así, no descansará hasta sacarme la verdad. Así sea a golpes, ella lo hará.
Jadeando, cansada, apoyo las manos sobre la cerradura de la puerta. Respiro hondo, tratando de calmarme, pero el dolor sigue ahí, latente. Con un suspiro, abro la puerta con mucho cuidado de no hacer ruido. Asomo mi cabeza y el silencio es quien me recibe.
Cierro con la misma prudencia y avanzo sigilosa hacia mi habitación. Cuando veo a Olivia salir de la habitación de Siena, me detengo en seco esperando por ella.
La gata maúlla, me mira como si conociera mis pecados o la burrada que hice bajo los efectos del amor. Le pido que guarde silencio, pero como Olivia no me soporta, maúlla más fuerte, pero Siena no viene.
Eso significa que no está, así que no dudo en seguir caminando y, cuando llego a mi habitación, entro sintiendo un enorme alivio dentro de mí.
Con el corazón roto y el cuerpo agotado, voy directo hacia el baño, sintiendo mi cuerpo pesado, como si llevara el peso de todas las emociones de la noche en mis hombros. La imagen de Apolo, vulnerable y perdido, ido, sigue presente en mi mente, haciendo que la opresión en mi pecho se sienta aún más fuerte.
Me limpio las lágrimas que se empecinan en no dejar de salir de mí. Me pregunto hasta cuándo voy a seguir llorando.
Entro al baño y cierro la puerta tras de mí, buscando un momento de soledad y tranquilidad. Me detengo frente al espejo y veo el reflejo de una persona cansada, rota, con los ojos hinchados por las lágrimas y el rostro marcado por la preocupación. Marcado por el dolor, por el desamor.
—Tú podrás con esto, Malia… —me digo en un leve susurro, buscando darme un poco de ánimos—. Anoche dijiste que “mañana enfrentarías”. Ya es “mañana”. Dúchate, descansa y enfrenta tus consecuencias.
Entro a la cabina de baño, abro la ducha para regular la temperatura, dejándola correr el agua antes de entrar. Mientras espero, me desvisto lentamente, sintiendo cada prenda como un peso que dejo caer al suelo.
Todo mi cuerpo me duele, mis partes íntimas me duelen una barbaridad. La carne, los huesos, pero eso no se compara con todo el dolor que siento dentro de mí, ese que nadie jamás podrá ver.
El sonido del agua es casi hipnótico, y cuando finalmente me meto bajo la ducha, siento una pequeña oleada de alivio que me roba un suspiro. El agua caliente golpea mi piel, relajando mis músculos tensos y llevando consigo parte del dolor que siento. Cierro los ojos y dejo que las lágrimas se mezclen con el agua, liberando toda la tristeza, aprovechando el ruido para llorar sin ser descubierta.
Mientras el agua caliente recorre mi cuerpo adolorido, pienso en Apolo, en lo mucho que significa para mí y en lo difícil que fue verlo danzar en esa habitación con sus propios demonios. Verlo casi muerto, es algo que no podré olvidar jamás. Quise ayudarlo, en serio aún quiero hacerlo, pero no puedo ser tonta e ingenua dos veces.
Sé que necesito cuidar de mí misma para poder hacerle cara a mis actos. Y este momento en la ducha es mi respiro, mi forma de encontrar un poco de paz en medio del caos que hay en mi cabeza.
Cuando lave su ropa que se la vaya a entregar, le dejaré las cosas claras y me iré. No sé si desee escucharme, no sé si desee verme nuevamente, pero no me puedo quedar con lo que tengo atorado aquí en el pecho. Él necesita oír lo que anoche, por miedo, no le pude decir; él necesita saber, que en esa cafetería no nos volveremos a ver.
Él necesita saber que no seré el momento de nadie, por mucho que lo ame.