Abro mis ojos, me siento fatal, realmente mi cuerpo me duele demasiado, pero mi corazón está exaltado, sumamente feliz de despertar y seguir aquí. No fue un sueño, fue real, él es real.
«Pero aquí no está».
Busco alrededor de la oscura habitación, su cuerpo, su presencia, pero no está. Aún es de noche, lo puedo ver a través de las altas ventanas de cristal, pero no sé qué hora es. Me gustaría seguir en la cama, me gustaría que él estuviera aquí conmigo, pero no soy tonta y, por muy enamorada que esté, sé que él al final aceptó quedarse solo por mí, no por él. Supongo que cuando me dormí, se levantó y se salió.
«O tal vez se fue».
Saco esos pensamientos, decido bajarme de la cama para saber dónde está, así que uso una de las sábanas para cubrirme. Soy tosca en la sensualidad, pero mi prima Siena me ha enseñado a ser coqueta, así que supongo que un hombre no puede resistirse a una mujer que se le plante al frente usando las sábanas de la cama como una especie de bata. O algo así vimos aquella vez en esa película que vi con mi leoncita.
Salgo de la habitación con pasos sigilosos, pero seguros. No se oye absolutamente nada, el silencio es abrumador. Los vellos de mi nuca se erizan, mi corazón palpita, pero no tengo miedo. A él, menos.
Cuando estoy por bajar la escalera, me doy cuenta de que una de las puertas de las habitaciones, la que está al finalizar el corredor para tomar las escaleras, está abierta. Mi curiosidad me invita a entrar, me acerco tranquila, pero con la adrenalina más que activa en mi sistema.
Sostengo la sabana con una mano y con la otra empujo la puerta lentamente, asomando mi cabeza. Mis ojos lo notan, y aun bajo la oscuridad de la habitación puedo ver que es él.
Mis ojos recorren el lugar, la poca luz que se filtra por las ventanas me lo confirma, así qué continuo a pesar de que él parece no darse cuenta de mi presencia. Está sosteniendo el móvil con una mano y en la otra sostiene lo que parece un cigarro, pero yo sé que no lo es.
Y eso no me duele tanto como lo que ahora noto sobre la pequeña mesa frente a él.
Yo investigué, estudié sobre el tema mientras lo estudiaba a él. No soy ignorante, mucho menos ciega. Sé lo que son las drogas, sé cómo se ve la cocaína en polvo, lo que es un porro. Curso la carrera de derecho, hay clases donde hay casos como estos para analizarlos, así que es imposible que no me duela ver sobre esa maldita mesa, al menos tres tipos de drogas diferentes ya probadas.
Pero no me detengo, yo entro a la habitación para sacarlo de aquí. Enciendo la luz, él sigue sin voltear a verme. Apolo está inclinado sobre la mesa, con la mirada perdida y los ojos vidriosos. Mi corazón se hunde al verlo así, una mezcla de tristeza, frustración y desesperación me invade.
Me acerco lentamente, sintiendo un nudo en la garganta difícil de tragar. Cada paso que doy hacia él se siente como un golpe en el pecho. Verlo en ese estado, tan vulnerable y perdido, me rompe el corazón. Recuerdo los momentos felices que hemos compartido en esa cafetería, las risas, las preguntas sin sentido, y no puedo evitar sentir una profunda tristeza, por lo que él se empecina en convertirse.
—Apolo… —susurro—. Vamos a la cama.
Se ríe, esa risa que me soltó cuando de mi salió. No sé si es una burla a mí o a él mismo, como sea, duele. Gira su rostro al fin para verme, fija sus ojos en mi pies y lentamente recorre mi cuerpo hasta fijar sus ojos negros en mí, demasiado oscuros para mí.
Y esos mismos ojos negros que lograron enamorarme, parecen no reconocerme, parecen no interesarle mi presencia y también me duele.
Siento una lágrima rodar por mi mejilla. Quiero ayudarlo, sacarlo de ese abismo en el que se encuentra, pero no sé exactamente cómo y eso causa que la impotencia me abrume.
—Apolo… —susurro su nombre otra vez, termino de acercarme a él—. Vamos a la cama, ¿sí? —sonrío a pesar de sentir que me asfixio—. Vamos a descansar, lo necesitas…
Me arrodillo a su lado, tomando su mano con suavidad y la acaricio.
—Estoy aquí —digo, aunque no estoy segura de que él me esté escuchando en realidad.
En este momento, siento una mezcla de amor y dolor tan intensa que la opresión en el pecho se vuelve más insoportable que el dolor en medio de mi piernas. Ver a Apolo así es como ver una estrella apagarse.
La habitación sigue en silencio, solo el sonido de mi respiración se oye. Y el latido acelerado de mi corazón llenan el espacio de mi cabeza. Sé que tengo que ser fuerte, por él y por mí. Pero en este instante, todo lo que puedo hacer es estar a su lado, esperando que él encuentre el camino dentro de su propia cabeza para venir de regreso a mí.
Los minutos pasan, su oscura mirada me estremece, no me muevo, sigo acariciando su mano sin apartar mis ojos de los suyo, pero cuando apartar la mano con la brusquedad que lo hace, pestañeo varias veces para no romperme.
—Vete a dormir —Su orden es mordaz, pero no me intimida—. No tienes que estar aquí.
Tira el teléfono de mala gana sobre la mesa, este cae sobre toda esa droga y cuando choca con un frasco haciéndole caer, las pequeñas pastillas blancas se riegan en el suelo haciéndolo maldecir.
Sigo en mi lugar, me digo que debo ser prudente, dulce, empática y no miedosa.
Apolo ahora no me mira, él simplemente extiende su brazo hacia la mesa y jadeo al ver los pinchazos. Se ríe bajo, niega, pero sigue sin mirarme. Él simplemente se inclina hacia la mesa, sosteniendo eso que le hace el trabajo más fácil y aspira.
Él aspira el polvo frente a mi como si nada, como si no le importara. Como si no fuera el Apolo que conocí en esa cafetería.
«¿Qué se supone que deba hacer?».
Si lo enfrento directamente, será como despertar a una bestia que por ahora está relativamente dormida. Si lo enfrento, es casuar que él se ponga a la defensiva y eso no me conviene. No así, no aquí.
Pienso y pienso con mi corazón latiendo con fuerza contra mi pecho. Apolo sigue sentado en el sofá, con la mirada perdida y una expresión de cansancio en su rostro sin ganas de hablar, ignorándome por completo.
Aspiro hondo, reuniendo el valor para hablar con él de algo que mañana seguro olvidará. Lo que sea con tal de sacarlo de aquí.
—Apolo, ¿puedo confesarte algo? —Otra risita, otra negativa, otra aspiración—. Es importante para mí…
—Tú dirás, mi vida.
—Me enamoré de ti —Confieso al fin con sus ojos negros fijos en mi—. Es loco, lo sé… pero me enamoré de ti —Mi voz se quiebra, pero decido continuar—. Y, como te amo, no puedo seguir viendo cómo te destruyes. Te amo, pero esto..., esto no es vida. Esto… —Él intenta interrumpirme, pero levanto una mano, deteniéndolo—. No, déjame terminar. He estado a tu lado durante todas estas semanas, he visto cómo te consumes, y no puedo seguir así. Necesitas ayuda, Apolo. Necesitas enfrentarte a tus demonios y sé que no lo harás hoy, pero al menos ven a la cama conmigo y…
Me callo cuando lo veo levantarse. Su expresión, cambiando de sorpresa a defensiva, me estremece. Se inclina y me levanta del suelo por los hombros, pero de una manera tan brusca, que todo mi cuerpo tiembla, y el pánico de mi se apodera. Me pega a su cuerpo, debo alzar mi cabeza para verlo.
—¿Y? —Su pregunta está llena de frustración—. ¿Te acostarás, me abrirás las piernas y me dejarás follarte una vez más antes de largarte? —Niego apresurada, no sé qué decirle, no tengo palabras—. ¿Jugaremos luego a los amantes enamorados, jadeando, con nuestros cuerpos chocando como si aquí nada estuviera pasado?
—Apolo, me estás lastimando…
—¡Respóndeme, Amalia! —Me estremece, mi corazón palpita lleno de agonía—. ¡¿De verdad crees que volveremos a la cama a follar como si nada?! ¡¿De verdad te crees tan especial para considerar que contigo repetiré?!
—Yo creí que…
—No creas nada, Amalia —espeta cerca de mi cara—. No eres más que un momento, y así será. Pase lo que pase entre tú y yo, será bajo tu responsabilidad y no la mía. Lo que quieras hacer en la cama, será porque así lo quieres, no porque yo te ruegue. Ahora dime, ¿quieres volver a la cama conmigo, aun sabiendo lo que de ti pienso? —Me sonríe, mi alma duele.
Mis labios tiemblan, mis ojos arden, y mi corazón late con mucha fuerza, desesperado, dolido. No tengo palabras para responderle, no me siento valiente para hacerlo y tal parece que él lo disfruta, que se goza al verme con miedo, sin palabras.
—Viniste aquí para follar conmigo, no para repararme como si yo fuese tu roto juguete —Jadeo, sus palabras me duelen en el corazón, en la carne—. No intentes entenderme, tú no entiendes. Esto es lo único que me ayuda a sobrellevar todo y tú lo aceptaste en la sala cuando me abriste las piernas. Así que si quieres ir a la habitación para volver a abrírmelas con el mismo desespero que hace un par de horas atrás las abriste, vamos… pero si quieres volver a la cama para jugar a la terapia, mejor vete a dormir o lárgate de aquí.
Niego con la cabeza, con mis ojos llenos de lágrimas. El silencio llena la habitación, ambos respirando con dificultad. Me suelta a los minutos y, con la poca dignidad que me queda, retrocedo, me doy la vuelta para irme a la habitación.
Siento el peso de su mirada en mi espalda, no me detengo, yo avanzo mordiendo mis mejillas, dejando salir mis lágrimas. Llego a la habitación, cierro la puerta con fuerza. Sé que debería de buscar mi ropa para vestirme y largarme de aquí, pero no tengo fuerzas. Me siento rota, me siento humillada. Y es por eso por lo que me tiro en la cama y comienzo a llorar con mi rostro cubierto por la almohada. Lloro con todas mis fuerzas, dejando salir el dolor, la vergüenza. Lloro por la frustración, por la rabia, por la herida que él ahora ha creado en mi corazón con esas palabras llenas de espinas.
“No eres más que un momento, y así será. Pase lo que pase entre tú y yo, será bajo tu responsabilidad y no la mía”
Grito por lo estúpida que he sido, por lo ingenua que fui al creer que él de verdad me iba a corresponder. Tantos años mirándolo desde la distancia, tantas veces que imaginé mi confesión para que al final me dijera que no soy más que un momento, un maldito momento que mañana olvidará.
Sabía que no debía caer, sabía que estaba mal. Lo sabía desde que era una cría con conciencia de la diferencia de ella. Dentro de mí, a pesar de mis sentimientos, de mi amor hacia él, sabía que esto acabaría así, y aunque fui paciente, aunque esperé la edad suficiente, igualmente me siento desechable, usada con ganas y pisoteada después como un simple papel.
Sigo llorando, necesito hacerlo, porque en este momento, sé que tengo que tomar una decisión. No puedo seguir por el mismo camino después de todo lo que me dijo, después de haberme dejado claro lo que para él soy.
Lloro, porque necesito arrancarlo en este instante de mi corazón.
Me sobresalto de golpe, asustada, con mi corazón latiendo con fuerza. Me levanto de la cama tragándome los jadeos por el dolor lacerante en todo mi cuerpo y camino al baño para lavarme la cara y así poder largarme de aquí. Me he quedado dormida, no sé en qué momento, pero fue mientras lloraba. No sé dónde está él, pero no voy a buscarlo, yo de aquí me iré.
Avanzo con mis pies descalzos tocando el frío suelo dirigiéndome al baño. La habitación está en silencio, un silencio inquietante que me hace sentir un nudo en el estómago. Los vellos de mi piel se erizan, mis latidos aumentan y esa opresión en el pecho que creí que ya se había ido, aparece con fuerza nuevamente.
Abro la puerta del baño y mi corazón se detiene. Tiemblo, me toma unos segundos comprender lo que veo.
Ahí está él. Ahí, desplomado en el frío suelo del baño, con una expresión vacía en su rostro, aparentemente sudado, pálido, con sus brazos pinchados, está Apolo, mi Apolo. El pánico me invade mientras corro hacia él, arrodillándome a su lado, sosteniendo su rostro en mis manos.
—¡Apolo! —grito su voz llena de desesperación—. ¡Apolo, despierta!
Lo sacudo suavemente, pero él no responde. Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas mientras busco su pulso, sintiendo el miedo apoderándose de mí, amenazando con controlarme también.
—No, no, no, —murmuro, mi voz se quiebra—. Por favor, no me hagas esto, no te vayas… ¡despierta, por favor!
Necesito sacarlo de aquí, necesito llamar a alguien, a quien sea. Busco desesperada en el bolsillo de sus pantalones su teléfono, toco y toco, pero no encuentro nada. En el suelo está la jeringa, la maldita heroína que se inyectó y toda la mierda que aquí dentro se metió mientras yo dormía en su cama.
—¡Carajo! —grito frustrada cuando no encuentro nada.
Apoyo su cabeza con cuidado en el suelo, me levanto para buscar mi bolso, mi teléfono y justo tirado cerca de la tina, veo el suyo y corro a alcanzarlo.
Tomo su teléfono con manos temblorosas y marcó el número de su gemelo sin perder tiempo. Mi mente en un torbellino de emociones, mientras espero a que responda, no puedo apartar la vista de Apolo.
—Aguanta, por favor —susurro, mi voz apenas es audible—. No te vayas, lucha. No te dejes llevar, Apolo. Por favor, quédate…
—¿Qué sucede? ¿estás bien? —su voz se oye angustiada.
Y la mía se oye peor cuando le digo lo que aquí ha sucedido mientras yo dormía.