POV Amalia Ferretti
Me falta el aire y siento un dolor intenso en mi interior que no logro descifrar. Mis manos están sudando frío y mi nuca también, todo el cuerpo me tiembla y a duras penas logro mantener las piernas abiertas. Duele, duele demasiado y hay algo que me ha incomodado, que no logro entender qué es. Lo siento desde que me embistió con la brutalidad con que lo hizo, pero me da vergüenza preguntar. También me dio vergüenza verle el pene cuando quedó desnudo frente a mí, pero no soy tonta y conozco la anatomía masculina como para asegurar que lo que siento, no es natural.
Algo tiene ahí y sinceramente no tengo ánimos de preguntar por qué no quiero arruinar el momento con mi curiosidad.
Algo tengo yo, algo que me da ganas de reír, a pesar de qué lágrimas se deslizan por mis mejillas. No sé si es por nervios, por la pura euforia o por el dolor lacerante dentro de mí. No lo sé, lo único que tengo claro es que necesito seguir mirando esos ojos oscuros, sentir su peso encima de mí y vivir esta experiencia como lo que es. Lo mejor que me ha pasado en la vida.
No es lo que creía. En mis sueños más tórridos y vergonzosos esta no era la manera en que perdía la virginidad. No en este sofá, no de esa forma tan brusca en que me ha penetrado al punto de hacerme gritar, tampoco imaginaba que mi amante no supiera que era mi primera vez. Pero, aun con todo eso, es él. Y eso es suficiente.
Sé que tenía que habérselo confesado, pero hasta ahora, Apolo no había dado señales de querer que esto pasara. Apenas me ha besado, lo hizo con una fuerza descomunal, con una insana necesidad, que abajo cayeron mis muros al punto de dejarme llevar.
Dejé a un lado la Mali prudente, la Mali perfeccionista que todo lo calcula. Me entregué a ese beso cargado de espinas y simplemente confié. Y ahora estoy aquí, debajo del cuerpo de un hombre grande, con brazos firmes, a pesar de que su anatomía no es de las fornidas. No me interesa, él es hermoso, él es perfecto ante mis ojos.
Y ahora estoy aquí, siendo embestida como jamás lo había pensado, mientras que mi cuerpo tiembla, mientras que todo dentro de mi duele. Mientras que mi corazón se goza porque se está entregando al hombre que quiere.
Apolo me mira como si quisiera devolver el tiempo y hacerlo bien. Hay culpa en sus ojos, hay algo de lástima por el dolor que me está haciendo sentir y yo quiero pensar que tal vez, siente lo que yo, que después de esta promesa que me hizo hacerle podremos mejorar este primer encuentro y tener al fin, ese momento que cumpliría mis fantasías. Me está doliendo, me está matando con cada embestida. Mi interior late por la excitación, pero late por la misma molestia. A fin de cuentas, primera vez algo dentro de mi pasa y no es como si lo fuese a recibir con “los brazos” abiertos.
Pero a diferencia de lo que él cree o puede creer, no me arrepiento. Lo quería, no de esta manera, pero lo anhelaba. Era mi mayor deseo entregarle esto que no podía ser de nadie más, solo suyo.
«Y mierda, es un suplicio, pero será luego placentero. Tiene que serlo».
Semana tras semana deseaba que al fin me invitara a un lugar más privado, a algo más íntimo, para poder besarlo, para intentar ir más allá. Es loco, lo sé. Él está roto, eso lo sé también, pero me enamoré. Él está perdido en sí mismo y me dolerá enfrentar la realidad una vez que este momento termine, pero decido pensar en eso mañana.
Mañana, cuando me olvide, mañana cuando no recuerde lo que me hizo. Mañana, cuando deba ser yo la que cumpla la promesa y le recuerde lo que en este sofá me está haciendo hasta hacerme perder el aliento… mañana será.
—¿Segura? —pregunta una vez más, con voz ronca, afectada, casi que temblando encima de mí por contenerse.
Siento su palpitar en mi interior, extiende ese dolor que sigue ahí latente. Me muevo un poco y una punzada de dolor me atraviesa otra vez. Cierro los ojos, tratando de concentrarme en la cercanía y el amor que siento por él, pero el dolor es real y no puedo ignorarlo. Respiro hondo, dejo salir el aire y asiento lentamente, dejando salir mis lágrimas.
Llevo mis manos a su cabeza, rodeo su rostro y asiento otra vez. Me levanto un poco y, aunque siento su inmensidad, casi que dividiéndome en dos, junto con eso que no es suyo, eso extraño, busco sus labios. Necesito convertir esto en algo más placentero. Algo que estoy segura será diferente cuando podamos repetirlo mañana cuando deba recordárselo.
—Bésame y hazme tuya —le pido en un leve susurro—. Deseo esto, te deseo a ti, Apolo...
Mi beso es algo casto, pero él lo convierte en otra cosa cuando acepta mi petición y entiende al fin que quiero seguir, que no hay manera en la que renuncie a esto justo ahora.
Su lengua invade mi boca, se enrosca con la mía, me besa con una pasión desenfrenada, alocada, como si hubiera apagado el interruptor de la cordura y ahora solo estuviera siendo guiado por sus más bajos instintos.
Sus instintos más bajos que ahora están siendo impulsados por lo que ha consumido. No soy ciega, no estoy ajena a lo que hace, pero de eso mañana me encargaré también. A diferencia de lo que él cree, no huiré, no lo dejaré. Apolo, durante todo este tiempo trascurrido desde esa noche en la cafetería, me ha demostrado lo dañado que está, lo ahogado que se siente sin siquiera exponérmelo. Y sé que no soy reparadora, pero si puedo causar algún efecto contrario para ayudarlo, no me rendiré. Mi promesa la cumpliré.
«¿Cómo? No lo sé, mañana me encargaré de eso también».
Se sale de mí, me arde y gimo, pero entierro las uñas en su espalda y empujo con mis piernas cuando hace por detenerse una vez más. Gracias al cielo no se detiene. La saca casi por completo y vuelve a penetrarme, esta vez menos rudo que la primera embestida, pero igual de intensa, de profunda, de dolorosa. Mi espalda se arquea y siento que mis dedos se encogen. Me sale un chillido, más lágrimas corren, pero lo insto, lo aprieto contra mí y escondo mi cabeza contra su cuello, porque sé que va a mejorar, que solo necesito acostumbrarme a su tamaño.
—Amalia… —jadea mi nombre y yo muerdo su piel.
Escuchar mi nombre de sus labios me hace perderme un poco más. Jamás he sido tan abierta con mis emociones, pero ahora mismo solo quiero gritarle todo lo que siento y lo que esto significa para mí.
—No pares, por favor… —susurro, porque no quiero que malentienda mis reacciones.
Mis lágrimas no son por un dolor insoportable, es una mezcla de emociones que no puedo contener.
—No puedo aguantar más —confiesa, temblando encima de mí y volviendo a penetrarme, esta vez más fuerte.
Comprendo lo que me quiere decir. Ir suave no es lo suyo y lo está intentando por mí, por hacer esto bien.
Mi pecho se hincha de felicidad por eso, me hace sonreír. Quiero decirle que no se contenga, pero las palabras mueren en mi boca cuando vuelve a empujar una vez más. Sus movimientos son secos, certeros, directos, pero yo estoy empapada y él se desliza fácilmente dentro de mí. No me interesa que sea un poco brusco, sus besos son ardientes y me los da a la par del bamboleo de sus caderas. Mi espalda se levanta del sofá cada vez que empuja dentro, cada vez que llega un poco más lejos y me deja sin aliento.
Empezó con una cadencia ruda, pero relativamente lenta. Sin embargo, tres estocadas después, el ritmo que toman sus caderas es tan malditamente adictivo y constante que me arranca gemidos roncos incontrolables. Lo cuidadoso pasa a segundo plano e ignoro esa parte de mí que todavía se queja por la invasión. Me dejo llevar por lo que sus bramidos me hacen sentir. Por ese aleteo de sus músculos tensos que me hace sentir encerrada y querida y adorada… y extremadamente excitada.
No soy de abrirme de esta manera, pero no hay forma en que yo pueda controlarme ahora. Es él. Es el hombre del que estoy enamorada y por el que estoy disfrutando de una experiencia completamente única. Es él. Es el hombre que con todas y sus grietas ha logrado entrar a mi hermético corazón desde que solo caminaba por las vides intentando llamar su atención. Es él. Es el hombre que, a pesar de sus banderas rojas, me ha hecho ignorarlas al punto de dejarme perdidamente enamorada.
—Estoy cerca, córrete para mí, Amalia.
Su voz ronca hace que mi interior palpite. Me mira a los ojos cuando siente esa contracción y gruñe como animal, vuelve a tomar mi boca y, con una rudeza inigualable, comienza a empujar más fuerte.
Una mano grande y delicada, esa con la que toca las cuerdas de su guitarra, se cuela entre nuestros cuerpos. Su dedo presiona mi clítoris en el mismo instante que me muerde el labio inferior y empuja más seguro, más profundo.
Grito en su boca, por el dolor, por el placer, por la sorpresa. Y él pierde el control.
Si antes pensé que se estaba moviendo, no tenía idea. Sus empujes me llevan a ese límite placentero que roza el dolor. Ya no gimo, grito. Y él no gruñe, ruge como animal. Sus dedos se mueven rápido, casi que me rodea la cadera y me hace levantarme para ir al encuentro de la suya. Sus dientes me muerden la boca, la lengua y toda la barbilla. Se esconde en mi cuello y muerde allí también mi carne sacando otro grito.
No me da tregua, sé que está descontrolado, esta entregado al placer, al deseo. Y, aunque ese pensamiento de no haber imaginado esto sigue siendo recurrente, adoro cada uno de los segundos que estoy entre sus brazos.
—Córrete —ordena cuando estoy en la cima, cuando mi cuerpo tiembla desbocado, cuando mi boca se abre y no sale ningún sonido.
Él empuja una vez, dos veces, tres. Lo que sea que ahí tenga, me está matando, pero me está volviendo loca también por todo lo que en mí, está despertando.
Apolo me abraza con más fuerza, susurrándome palabras de consuelo, prometiendo que luego será diferente, que luego no lloraré, que no me dolerá.
—Déjate llevar… —dice con su voz suave y comprensiva.
Respiro hondo, sintiendo el afecto y la preocupación en sus palabras.
—Qué deliciosa estás… —Muerdo su hombro, no lo detengo, aunque el dolor persista.
Me concentro en la conexión emocional que compartimos, tratando de dejar de lado el dolor físico. Quizás este momento no sea importante para ambos, pero realmente es importante para mí, y aunque no es perfecto, es real.
«Yo estoy con él, y sí, él mañana quizás me olvidará, pero le hice una promesa. Me aferraré a ella».
Con cada caricia y cada beso, el dolor comienza a desvanecerse, reemplazado por una sensación de intimidad diferente, profunda, placentera.
El ritmo aumenta, sus estocadas son más fuertes. Apolo gruñe, es rápido, mi cuerpo se estremece. Grito llena de placer, grito porque duele, pero porque me gusta también. Y cuando creo que me desmallaré, lo siento. Apolo estalla en mi interior al mismo tiempo que el orgasmo más potente me azota, me arrastra como una ola y me lleva con él. Mi cuerpo se retuerce ante los espasmos, jadeo del cansancio, del dolor, del momento catatónico, del cual no creo recomponerme hoy.
Veo estrellas tras mis ojos cerrados, en mi cabeza grito eufórica por haber vivido esto con él. Un momento que pudo arruinarse por el estado en que está, por lo brusco que fue al comienzo, sin saber mi verdad. En el medio y casi al final, por lo que mañana sucederá, pero que será una de las mejores experiencias de mi vida. Una que nunca olvidaré y que quedará marcada en piel como un tatuaje de fuego que amenazará cada día con encenderme.
Finalmente, cuando termina de vaciarse en mí, lo abrazo dejando caer mis piernas temblorosas. Siento una mezcla de alivio y satisfacción. Por primera vez en muchísimas semanas, hemos compartido algo íntimo y verdadero, y aunque ha sido sumamente doloroso, también ha sido hermoso. Y en este momento, reconozco que mi amor por Apolo es más fuerte que cualquier dolor físico, y eso, por muy loco que parezca, me otorga una profunda paz.
—Vamos… —Rompe el silencio, también el abrazo—. Te llevaré a la cama.
Cuando su cuerpo se aleja del mío y que sale dentro de mí, siento una punzada que me sobresalta. Duele, duele horrible. Apolo no se baja del sofá, queda de rodillas con mis piernas aún abiertas. Su cabello sudado se pega a su piel, haciéndolo ver más sexi. Lo detallo por primera vez sin cohibirme, los tatuajes que dibujan su piel son una obra de arte.
Los músculos de su cuerpo se ven tensos, tiene las venas de sus brazos marcadas, igualmente las de su cuello y cuando mis ojos se deslizan a su intimidad, decido no detenerla para saber que era lo que sentía cuando me embestía como un animal.
Su risita me saca de mi trance, me hacen verlo y siento que me derrito. Sus ojos están totalmente negros, es como si sus pupilas se hayan expandido demasiado al punto de hacerlo ver terrorífico, pero sexi.
—Aún no puedo creer que hayas sido virgen, Mali… —Otra risita—. Yo… no lo sé. No sé me pasó por la cabeza jamás que tú…
Mi pecho sube y baja, trago grueso, me siento un poco avergonzada.
—Ya no lo soy. Te la entregué a ti...
Se ríe, niega con su cabeza gacha y sin decirme una palabra, él lleva sus manos a su pene llamando mi atención. Me apoyo sobre mis codos tragándome el dolor, actuando como si no tuviera ganas de tirarme en la cama y dormir hasta mañana. Miro lo que está haciendo, me doy cuenta y mi corazón se acelera.
No es la sangre que cubre su pene lo que me altera, no es su tamaño que quizás mañana pueda detallar mucho más. Tampoco es la sangre en mi v****a, en mis muslos. Es lo que tiene en el glande, lo que me deja con la boca seca, sin palabras. Se lo está quitando, lo hace con una agilidad como si ya tuviera años ahí, adornado su masculinidad. Sé que no debería de sorprenderme porque no es el único que tiene, pero jamás creí que lo que sentía extraño dentro de mí, haya sido eso, precisamente eso.
Un corrientazo siento en mi vientre cuando él me mira así tal cual como está; sosteniendo su pene con una mano y en la otra, sosteniendo el piercing con sangre que se ha quitado frente a mi como si fuese lo más normal del mundo. Trago grueso ante la intensidad de su mirada, ante la sonrisa ladina que me está obsequiando. Es como si fuese un depredador nocturno que ha quedado satisfecho por la presa que se ha comido, así se ve. Y a mí me hace sentir como el pobre cordero que ha caído en la trampa de su peligroso y rebelde encanto.
—Nunca he tenido sexo con una virgen, así que nunca vi la necesidad de quitarme esto o de pensar en ello antes de follar con alguna chica… —Sus palabras, por alguna razón, me hacen sentir ridículamente menos—. Lo olvidé al estar contigo, aunque no negaré que disfruté enterrarme en ti así, pero luego gritaste y…
—Tranquilo —Trato de sonreír—, ya pasó.
—Te lastimé, Mali —Admite, pero me quedo callada—. Debí preguntarte, pero tienes razón, ya pasó. Solo discúlpame por haber creído que…
—¿Qué era igual que las demás?
—Que ya tenías experiencia en el sexo, mi vida… —Ahora es él quien me sonríe y esa simple sonrisa, basta para dejarme desarmada, sin réplicas—. Ven, vamos a llevarte a la cama, necesitas descansar y yo necesito… necesito hacerlo también.
Asiento, y Apolo, como el caballero que no es, me levanta en sus brazos, dándose cuenta del quejido que dejo salir. Niega, vuelve a reírse bajo y sin yo esperarlo, comienza a besar mis labios lentamente.
—El dolor se pasará, te lo prometo… —susurra, y como muda, vuelvo a asentir—. Mañana, cuando vengas a mí, verás que no te dolerá lo que te haga sentir.
Sigue caminando conmigo en sus brazos y cuando llegamos a su habitación, vuelve a besar mis labios hasta que se separa para poder cubrir mi cuerpo con las sábanas.
—¿A dónde vas? —me apresuro a preguntar cuando no lo veo subirse a la cama—. Quédate.
—¿De verdad quieres que lo haga?
—Nunca querré lo contrario.
Con su mirada oscura me mira con una intensidad que me desarma; es increíble lo que sus ojos negros me causan. Apolo parece debatirse en sí quedarse o no, pero algo le causo yo al mirarlo sin bajarle la mirada que termina accediendo a mi petición. Él termina acurrucándose conmigo bajo las sábanas, abrazándome por la espalda, besándome el cuello lentamente, que, inevitablemente, la sensación de sueño me invade.