Mi dulce premio

4024 Words
Whispers of the heart, en la noche me llaman, memorias de un amor, que nunca se apaga. Entre susurros y lágrimas, aún te puedo sentir, en cada acorde y melodía, te vuelvo a revivir. Camino por las calles vacías, sigo los pasos que dejamos atrás. La ciudad en silencio susurra, historias de un tiempo que ya no está. «Heridas» Susurros del corazón, tema 1 Nueva York / Festival de Halloween, semanas después del encuentro en la cafetería. Toda la calle está llena, demasiado. No dejo de mirar desde atrás a los cientos de fans que han venido esta noche al New York Times a celebrar Halloween con este concierto “gratis”. Fui invitado, al igual que varios artistas más, y ya casi estoy por salir al escenario a cantar disfrazado del capitán Jack Sparrow, mi personaje favorito. La energía es vibrante, se oyen los gritos, los aplausos. Miro a mi manager que viene a mí con una botella de agua. El ingeniero de sonido me está ayudando con el In-Ear. —Gracias, Ana —Le sonrío aceptando la botella—. Te ves fantástica vestida de bruja. Te queda. Me saca la lengua haciéndome sonreír. —¿La caja? —¿Es necesario hoy? —Un poco, sí. Toma aire y sin dejar de fulminarme con sus ojos, ella saca de su bolso la pequeña caja negra y cuando me la entrega le otorgo guiño. —Listo —Me informa el ingeniero de sonido palmeando mi hombro—. Cuando quieras, Apolo. Asiento, me alejo un poco más hasta irme a una esquina con Ana detrás de mí. Camino tranquilo, ignorando a los demás a mi alrededor, actuando como si no fuese hacer nada malo. Aunque realmente yo no lo veo tan malo. En esta industria, todos se drogan. De alguna u otra manera lo hacen para calmar todo lo que este mundo los hace sentir y que nadie allá afuera puede siquiera imaginar. Saco el porro de marihuana, lo enciendo y le doy una gran calada con mis ojos cerrados y cabeza gacha. Otra y otra más hasta que decido salir y dar lo mejor de mí. Apago el porro, lo guardo en la misma caja y trueno mi cuello. Me doy la vuelta y sin decirle un carajo a Ana, le entrego la caja y enciendo el micrófono con mi mano en el In-Ear para probar el sonido con un saludo a todos. Frente a mí, la misma bestia, pero con diferente nacionalidad. Toda la calle entera, abarrotada de una enorme fanaticada vestida con sus mejores disfraces. Las luces se apagan, la energía se siente vibrante a mi alrededor. —¿Dulce o truco, Nueva York? —pregunto y todo estalla con gritos desesperados. Aún no me acostumbro a esto, la euforia que se siente es descomunal. Dejo de reírme y acerco a mi boca el micrófono otra vez—. No sé ustedes, pero yo prefiero esta noche truco, porque mi dulce ya está entre ustedes... El mismo caos se hace presente, me río con más ganas, pero no la miro porque lo menos que quiero es exponerla ante esta bestia sin su consentimiento. Ni siquiera sé que somos, de hecho, no somos nada, pero la química está ahí, la lujuria también. Hasta ahora, desde que la conocí esa noche en la cafetería, hemos tenido esta especie de amistad. Aún sigo con esta extraña sensación dentro de mí de conocerla, pero no recuerdo de dónde y no es normal que después de varias semanas viéndonos en ese lugar a la misma hora, por pocos minutos, esa misma sensación aún permanezca en mí. «Creo que Ana va a terminar teniendo razón con respecto a mi realidad. Como sea, ella no ha dado señales de etiquetarme y yo no veo porque hacerlo también». Hasta ahora, ella perdió una apuesta conmigo y es la razón por la cual está de este lado de las barreras, con un carnet colgando de su cuello como parte de mi equipo —gracias a mi manager—, de pie, mirándome fijamente con esa expresión fría, carente de alguna emoción. Pero con sus enormes ojos azules brillando con una intensidad que me estremece. «¿Acaso odia sonreír? ¿No sabe qué se ve preciosa haciéndolo? Supongo que tendré que decírselo esta noche al salir de aquí. Por ahora, que se entere de algunas cosistas mientras canto». Y supongo que tendré que aplaudir su intento de pagar esta apuesta. Está vestida como Vilma Dinkley, pero sin la peluca. Y mierda, es la Vilma más sexy y al mismo tiempo más inocente que he visto. «Ay, Apolo, ¿dónde carajo has caído?». Me rio solo, niego y ajusto el micrófono en el atril. Acepto mi guitarra que uno de los chicos me ha traído y sin perder más tiempo, comienzo a tocar las cuerdas. Con el primer rasgueo de la guitarra, el público estalla en vítores cargados de adrenalina. La banda detrás de mí se une a la melodía y el sonido envolvente llena todo el lugar. Canto con pasión, canto con toda mi alma. Cada verso suelto con emoción y mi voz, profunda, llena de fuerza, resuena en toda la calle. La primera canción ha terminado de maravilla, con una bestia cantándola a todo pulmón en el puente, para luego cantar ese verso final. La segunda los ha hecho saltar, la tercera aplaudir sobre su cabeza y esta, la última que estoy cantando, no dejo de interactuar con mis fans acercándome a ellos un poco más. El monitor con la cuenta regresiva me indica me quedan cinco minutos antes de acabar para que el próximo artista se presente ante esta bestia, así que decido levantar la mano para que la música cese, para que la bestia se calle y me oiga. Siempre me ha gustado “conversar” sobre el escenario con ellos. En un concierto normal, les contraría alguna anécdota de alguna de las giras para arrancarles risas o suspiros, pero como el tiempo está medido, voy a ser directo. —A ver, a ver, a ver… —Saco el micrófono del atril y camino hacia la orilla del escenario, quedando, justo frente a ella—. ¿Creen que mi disfraz es digno de un premio? —Extiendo mi brazo con el micrófono en mano, riéndome ante la respuesta de la bestia. Asiento, le lanzo una mirada y ella está ahí, con una leve sonrisa, pero quieta, tranquila. La multitud sigue gritándome la respuesta, decido aplacarla nuevamente al llevar el micrófono a mis labios, alzando mi otra mano—. Ya lo escuchaste. Merezco mi premio esta noche… Toda la calle retumba, les doy la espalda aplaudiendo al ritmo de la batería para cantar la última canción. Me siento sumamente lleno de energía y ese magnetismo que es azotado por mi cuerpo me hace sentir en una verdadera estrella de rock. Al terminar la canción, los aplausos no se hacen esperar. Sonrío, lo hago eufórico gracias a lo que ellos me hacen sentir al estar aquí y cuando dirijo mis ojos a ella para verla desde arriba una vez más, siento una paz interior que jamás había sentido dentro de mí. Sonrío, niego y bajo mi cabeza, con mis manos arribas, despidiéndome de la bestia que no se cansa de rugir tras de mí. Avanzo a paso rápido con Yael a mi lado, los chicos detrás. —¡Hermano! —me dice Andy apretándome el hombro, haciéndome reír—. Necesito saber quién te va a recompensar esta noche, picarón… Todos se ríen, pero no respondo. Sigo bebiendo agua con mis pasos apresurados hacia la camioneta. Necesito verla, necesito asegurarme de que Ana la haya sacado de aquí con la prudencia que le pedí. —Eso jamás lo sabrán —respondo al fin. —Ay, Apolo, por favor… —espeta con burla Paula—. Cada chica con que has tenido el mínimo cruce de palabra ha salido al otro día en todos los portales de noticias de la farándula, amigo. ¿O acaso se te olvida que eres una estrella mundialmente conocida? «Lamentablemente, no se me olvida». —Nadie lo sabrá —aseguro sin dejar de avanzar—. ¡Y ustedes tampoco, par de chismosos! —Nos reímos, incluso Yael lo hace—. Por ahora, es solo una miga, así que dejen de preguntar lo que no es su problema. Se ríen aún más y ya no me queda como defenderme. Es cierto que huyo del compromiso y que he tenido conquistas fugaces. Solo han sido salidas, nada serio y se debe a que simplemente no me da la gana de lidiar con una relación. «Ya tengo demasiada mierda encima como para tener que lidiar con el amor». Llegamos a la parte donde tenemos que enfrentarnos a una bestia mucho más agresiva para poder salir de aquí. Una bestia que me produce demasiada ansiedad, desesperación. Los malditos paparazis, esa bestia que es capaz de pegarte la puta cámara en la cara con tal de sacar una foto para sus tabloides y hablar mierda, sin sentido, sin bases. Los chicos saben lo que eso me afecta, son conscientes de lo mal que me pone esta parte de la fama y es por eso por lo que me rodean para acompañarme a la camioneta. Siempre lo han hecho y, una vez dentro, ellos se dirigen a la otra para irse a sus casas, de fiesta o lo que sea. Nunca me han dejado solo y en este mundo, es como un paño de agua fría sobre la herida. Los flashes me ciegan, pero sigo mi camino con mi cabeza gacha, asegurándome de no caerme con cada paso que dé. Voy detrás de Yael, estoy siendo guiado por él. Él está siendo mi escudo y los chicos a mi alrededor también. Aprieto el paso, intentando ignorar los gritos, las preguntas que me lanzan. —¡Apolo! ¡Apolo! ¡¿Es verdad que eres adicto a la cocaína?! —Sigo ignorándolos, no les hago caso—. ¡Se ha filtrado una foto tuya! ¡¿Qué tienes que decir a eso?! «Que se vayan a la mierda». —¡¿Te consideras un adicto?! —pregunta entre gritos otro. —¡Puedo pasarte el dato de quien la vende más barato, Apolo! —Se burla otro. «Jódanse todos». —¡Vamos!, ¡una foto y nos largamos, amigo! —¡Sí, Apolo! ¡Prometemos dejarte en paz! ¡Prometemos no exagerar en las noticias! «Respira, Apolo. Respira». En segundos, todo se vuelve un caos, pero sigo detrás de Yael, que con fuerza bruta, pero prudente, continúa abriéndose paso hasta que al fin llegamos a la maldita camioneta. Abre la puerta el otro niñero que tengo y entre empujones logro al fin entrar. Una vez dentro, Yael cierra la puerta con fuerza y yo respiro profundamente. El bullicio queda amortiguado al otro lado del vidrio, me dejo caer en el asiento, pasando una mano por mi cabello mojado de sudor. El otro hombre de seguridad enciende el motor y, con un último vistazo a las luces y los flashes, acepto las gafas espejadas que Ana me entrega, me las pongo y bajo mi cabeza para no darles a esos imbéciles lo que quieren. Fijo mis ojos en la pantalla de mi móvil, oyendo afuera como los guardias de seguridad les piden que se aparten, que se alejen porque la camioneta en marcha se pondrá. No busco nada en concreto, solo deslizo mi dedo de manera automática para controlar de alguna forma el temblor en estos y cuando al fin la camioneta se mueve, dejándolos atrás, lo tiro de mala gana en el asiento echando mi cabeza hacia atrás. —La noticia está siendo compartida por varios medios de la ciudad —Rompe el silencio Ana en tono profesional—. Pronto se hará viral, pero estoy moviendo mis influencias para que no se salga de control. —Desmiéntela —espeto, sintiendo la sangre caliente y no precisamente por el porro que me fumé o por la adrenalina que aún recorre en mis venas—. Haz un comunicado a esos medios, demándalos por difamación y desmiéntela, Ana. —¿Y cómo se supone que voy a desmentir algo donde claramente se ve que eres tú, Apolo? «Carajo». Tomo aire y lo dejo salir tamborileando mis dedos sobre mis rodillas. Volteo a verla y no necesito pedirle que me muestre, ella ya tiene la foto en su móvil con la marca de agua del medio nacional que la ha sacado a la luz mostrándomela. Ya me puedo imaginar la millonada que le habrán dado a quien me la tomó. No hay manera de negar lo obvio. Claramente, soy yo en el concierto de la semana pasada inhalando lo que no necesita explicación. El que haya tomado la foto, o grabado, sin duda tenía los ojos fijos en mí, porqué yo aún no había salido al escenario como tal. Además de que tiene una cámara muy buena para poder capturarme a pesar de los metros de distancia. —¿Quién ha revelado mi secreto? —Lo estoy averiguando. —Hazlo e impón una demanda por lo que ha hecho —ordeno tajante, ella sabe que más le vale no contradecirme y es por eso por lo que asiente—. ¿Dónde está? —Apolo, ¿crees que es buena idea que sigas viéndote con esa chica? Volteo a verla sin mostrarle ninguna expresión. Mi mirada la pone nerviosa, la hace tragar grueso. —¿Dónde está? —Ya debe estar por llegar a tu casa —responde al fin y dejo de verla—. Pero no creo que sea sano para… —Ana, basta. —Apolo, estás medio drogado, estás alterado por la filtración. Tu cara estará en pocos minutos en millones de canales de chismes y en pocas horas estarás enfrentando el mayor escándalo de tu carrera y ¿a ti solo te importa si la fan obsesionada que tienes está en tu casa para poder follártela? ¡¿De verdad, Apolo?! Con mi cabeza echada hacia atrás, con mis manos cerradas en puños, cuento hasta cinco. Necesito hacerlo para no estallar contra ella, para no ser el maldito imbécil que se vuelve una bestia cuando se siente acorralado. Lo que yo haga o deje de hacer con Amalia, no es su problema. Ni siquiera tiene el maldito derecho de cuestionar mis andanzas solo porque se siente con el derecho de hacerlo gracias a la amistad que tenemos. Hay límites que le he permitido cruzar, pero últimamente, me estoy obstinando de eso y si Ana sigue por ese camino, conocerá mi peor versión. Dudo que esté lista para enfrentarse a mi demonios. —Una vez más… —Rompo el silencio incómodo con voz calmada. O eso aparento—. Encárgate de mi carrera, que de mi vida privada me encargo yo, Ana. —Solo intento protegerte. —Nunca podrás protegerme de mi mismo, eso es imposible. —Lo intentaré lo más que pueda, eres mi amigo y… —Te lo estoy ordenando como tu jefe, como tu cliente o como carajos desees nombrarme. Basta, no cruces esa línea, Ana, porque si lo haces, tendré que buscarme otro manager —digo mordaz y ella calla—. Y no quiero hacerlo, contigo me siento bien, pero no me arrincones a tomar esa decisión, por favor… Asiente, con sus labios apretados. No me da réplica y yo sinceramente lo agradezco. Ya tengo demasiado con la difusión de esa noticia. Sé que mañana me tendré que enfrentar a mi padre, a mi dulce madre. A mis hermanos… «Maldita sea, necesito olvidar». —Dame la caja —ordeno y ella, en silencio, acata—. Por esta noche, no necesito que te quedes en casa, Ana. Mañana nos veremos. Vuelve a sentir, sabe que no está en condiciones para negarse. No cuando está una chica esperándome. No cuando me está mirándome encender el porro que dejé a medias antes de salir al escenario. «Necesito olvidar, necesito relajarme. Necesito callar las voces de mi maldita cabeza que se están burlando de mí y de mis mierdas». Cierro la puerta de la casa, sonriéndole a la dama del hielo que se ha levantado sobresaltada ante mi llegada. Ahí está ella, ahí está mi linda Amalia, de pie en medio de mi sala. Con su cabello n***o cayéndole en cascada y sus preciosos ojos azules brillando con una mezcla de emoción y nerviosismo. Sin decir una palabra, avanzo a pasos apresurados, seguros, impulsado por el deseo, por las ganas que le tengo. —Tu casa es realmente hermosa, Apolo. Parece que… Apenas la dejo reaccionar ante mi presencia cuando ya la estoy tomando por el rostro y ataco sus carnosos labios con ímpetu, con desenfreno. Un beso intenso, cargado de lujuria, frustración por lo que mañana será, y el deseo acumulado durante todo este tiempo conociéndonos. Jadea, me sostiene las muñecas, pero no se aleja. Amalia me da acceso a al interior de su boca y se aferra más a mi como si ella también necesitara apagar la llama que en medio de los dos ha crecido durante estas semanas. La cargo en mis brazos, ella enrolla sus piernas de mi cadera, mis manos van debajo de su falda y aprietan sus nalgas. Gime, pero se deja, así que continúo apretándolas, amasándolas, devorándole la boca con mis besos descarados. Me fascina que me corresponda con el mismo fervor con que yo la estoy desnudando. No pienso en más que sentirla, que estar dentro de ella. Cada prenda de su disfraz ha volado hasta caer al suelo. Cada prenda del mío también. Y entre beso y beso, quedamos expuestos y, sin importarme un carajo las consecuencias de mis deseos, la cargo en mis brazos para continuar comiéndola con mis besos. Amalia se aferra mi espalda, intenta seguirme el ritmo, pero dudo que lo haga. La adrenalina en mi es demasiada. Abandono su boca, ataco su cuello e impacto su espalda de la pared de cristal, oyendo su delicioso jadeo. «Música para mis oídos, exquisita melodía». El beso se prolonga, cada segundo está cargado de emociones que no necesito palabras para expresarle lo que en mí, ella despierta. Llevo mi mano a su v****a, gruño cuando siento lo empapada que está. Ella gime cuando siente mis dedos tocándola. Le gusta, la prende porque se ha arqueado, así que continúo acariciándola. Muevo mis dedos con movimientos circulares, ella gime aún más contra mis labios. Los deslizo ahora de arriba hacia abajo y más se estremece, y cuando aumento el ritmo en su clítoris con todas las intenciones de llevarla al éxtasis, Amalia se aferra a mi espalda enterrándome sus uñas largas. —¡Apolo! —gime mi nombre, una ola de calor me azota—. ¡Ay, Apolo! «Maldita sea, qué delicia es oír mi nombre». No puedo más, esto es demasiado para mi propia estabilidad emocional que justo ahora, depende de un hilo. Ella sigue estremeciéndose sobre mí por el orgasmo que la ha azotado y cuando guío mi v***a erecta a ella, que la embisto de una sola estocada, ella grita con todas sus fuerzas. —Perdón, perdón, es que… —Me callo, ella está rígida—. ¿Amalia? Sus mejillas están rojas; de hecho, todo su rostro está rojo. Puede que me haya fumado un porro antes de llegar aquí, pero aún estoy medianamente consciente de mis actos y puedo aún sentirlos. Lo he sentido, se lo que hice y ella lo sabe también. —Dime algo, por favor. Yo no… —Debí decírtelo —musita, comienza a temblar y ahora me siento como la mierda—. Yo debí detenerte. Discúlpame, yo me dejé llevar y no te dije que aún soy virgen… —Su voz se quiebra. «Maldita sea»—. O era, no lo sé… Comienza a sollozar con su frente pegada a la mía. Cierro mis ojos tratando de pensar con claridad, gritándole a mis deseos carnales que retrocedan, que no es momento para desatarse como quieren. «Ay, carajo. Ella era virgen. Ella nunca ha tenido sexo y yo he venido a metérselo como un maldito insensible, con mucho desenfreno». Una parte de mí, esa que es dominada por el gen West, se siente justo ahora como el macho alfa. Se siente orgulloso de haber sido el primero, pero mi otro lado, ese que está oyendo los sollozos de la chica que aún tiene mi v***a erecta en su interior, echan por tierra ese orgullo de macho depredador. —Nos detendremos ahora —hablo al fin—. Amalia, te llevaré a casa y… Intento moverme, pero ella niega. —No, no, no… —dice apresurada sosteniendo mi rostro con sus manos temblorosas—. No lo hagas, por favor. —Mali… —La llamo por primera vez así y lo hago lo más calmado que puedo. Sigo excitado y no quiero ser un maldito insensible—. Ya no eres virgen, es tu primera vez y no creo que la hayas imaginado así… —suspiro, llevo mi mano a sus mejillas para limpiar esas lágrimas que ha dejado salir—. No me malinterpretes, realmente me gustaría seguir y culminar esto, pero tú no estás en condiciones para pasar tu primera vez con un tipo que…—Me trago mis palabras, ella no necesita saber eso justo en este momento—. No quieres que sea así, créeme. —No ha sido como la imaginé, es verdad —musita—, pero tú estabas, eras tú, así que no te detengas. Por favor, culminemos esto. —Ni siquiera me he puesto un condón. «No sé si reírme o molestarme por mi descuido». —Tengo pastillas de emergencia en mi bolso, me la tomaré frente a ti si eso te genera más confianza… —Yo confío en ti. —Entonces basta de cuestionarte en tu cabeza si esto está bien o mal —Sostiene mi rostro con sus manos frías—. Tú lo quieres, lo siento. Yo lo deseo, tú lo sientes. Así que mejor, ¿por qué no culminamos esto, Apolo? —Amalia… —Mi propio estado se me cruza por la mente. Me siento en un dilema, por primera vez me cuestiono para follar con alguien—. Yo no soy digno de ti. «¿Por qué lo dije? No lo sé, pero ella ya entrego mucho. Se merece mi sinceridad por al menos una vez» —Eso no lo sabes, Apolo —dice con un tono dulce que por primera vez oigo en ella—. Yo decido si lo eres o no. Y hasta ahora, a pesar de… —Se calla, me otorga una dulce mirada tragándose lo que sea que me iba a decir—. No te menosprecies, yo no lo hago —Asegura y me besa con calma. Su cuerpo poco a poco se relaja, mis manos van a sus nalgas y cuando el beso aumenta, mis estocadas poco a poco cobran fuerza. —¿Dulce o truco, Apolo? —Pregunta en un susurro cautivador contra mis labios—. Esa fue tu pregunta y aseguraste que ya tenías el dulce… —Muerdo su labio, tiro de él y lo beso otra vez—. Alégrate, porque ciertamente ya lo tienes… pero prepárate, porque yo quiero truco. —Puede que mañana lo olvide... Gime cuando me entierro un poco más fuerte. —No me importa, yo me encargaré de recordártelo... —Promételo —Le ruego dándole otra estocada—. Prométeme que lo harás, que no te cansarás. Que mañana no correrás cuando veas mis banderas rojas... —Me giro con ella, dentro de ella, y llego al sofá para acostarla y hacerle más grata la experiencia—. Promete que me soportarás, que no huirás, porque te seguro, Mali, qué ganas te sobrarán. Pero si te quedas, te aseguro que valdrá la pena... Vuelvo a darle otra estocada que la hace jadear. —Lo prometo, Apolo. Yo no huiré, de ti no correré...
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