Cautivado por segunda vez

4184 Words
En la oscuridad de mi mente, busco las sombras de tu voz. Las palabras que dejaste atrás, son susurros que el viento llevó. Tu sonrisa en mis recuerdos, es un eco que no puedo olvidar. Cada nota y cada verso, son pedazos de mi verdad. «Heridas» Susurros del corazón, tema 1 POV Apolo West Italia / Tour Alma Rota 2020 Aplaudo sobre mi cabeza junto con la multitud. La adrenalina corre por mis venas tan rápido, que siento que no podré detenerme. Podría morir cantando, tocando mi guitarra y no me dolerá jamás. Salto junto con ellos, canto junto con ellos. Una mezcla de emociones se arremolina en mi interior, esa misma emoción bombea dentro de mis venas alimentando cada uno de mis movimientos, impulsándome a cantar con fuerza y pasión mientras me enfrento a toda la multitud sin dejar de tocar mi guitarra. Cada verso que canto, lo siento en mi piel quemándome. Y cada nota se siente como una liberación de todo lo que llevo dentro de mi alma podrida. Amo estar aquí. Independientemente de la mierda en la cual me hundo, amo el escenario, amo cantar, amo componer y amo estar así; rodeado de mis fans. Hombres, mujeres, todos juntos cantando a una voz lo que compongo en la soledad de mi habitación. Aquí, sobre el escenario, me siento libre, me siento yo. La música siempre ha sido mi refugio, es mi manera de enfrentar a mis demonios. La música me ayuda a expresar los sentimientos que de otra manera no puedo exponer en una conversación normal. Y estar así, frente a tantas personas, pero al mismo tiempo, junto a ellos, cantando cada verso con toda esa multitud, recuerdo que no estoy solo en mi dolor, que ahí, más de uno, está sintiendo lo mismo que yo. Y eso es lo que me impulsa a dar lo mejor en cada nota, en cada acorde. En cada maldita noche de este tour. A medida que la canción ya va llegando a su punto culminante, siento una catarsis dentro de mí, imposible de controlar. La multitud enloquece, mi alma entera se entrega al último verso, dejándome vulnerable, pero poderoso. Y justo en estos minutos donde las luces sobre el escenario brillan y los amplificadores vibran, yo me siento más que un simple cantante de rock. Me siento como un narrador de verdades emocionales, una figura que canaliza sus propias experiencias para tocar los corazones de quienes me escuchan. Para mí, cantar cada canción es una montaña rusa de emociones y sentimientos que me desgarran el alma a pesar de que aplaudo, toco y salto. Esto es un viaje a través de mi alma que me deja agotado físicamente, pero renovado emocionalmente. Listo para enfrentar un nuevo averno en mi día. Los aplausos no tardan en llegar, retumban en todo el estadio y no me queda más que aplaudir junto con ellos. Mi corazón late con fuerza y, como de costumbre, comienzo a tocar un solo de mi guitarra para despedirme esta noche de la fanaticada italiana. La plataforma frente a mí se ilumina de lado a lado, avanzo hacia ella para estar más cerca de mi público y cuando lo hago, sus gritos se oyen como el ruido de una bestia desesperada por comerme si me atrevo a saltar. Los gritos estallan, resuenan con fuerza con cada paso que doy al frente hasta la punta de la plataforma. No me detengo, mis ojos están puestos en las cuerdas, tocándolas, inmerso en mi actuación bajo el calor envolvente. Llego al final, afinco mi pie de uno de los monitores y toco las notas finales de este solo improvisado y cuando estoy por finalizarlo, recorro la multitud con mis ojos una última vez, buscando sin esperar a encontrar a nadie en particular. Y frente a mí, a pocos metros, en el área VIP unos ojos azules llaman mi atención. Los miro fijamente sin dejar de tocar, la detallo sin importarme un carajo que parezca raro por quedarme tanto tiempo observando a una fan. Al final, a ellas les gusta que sus artistas favoritos las miren. Su cabello n***o se ve precioso y sedoso. Pero lo que me deja embelesado son sus ojos azules que no dejan de brillar bajo las luces. Por alguna extraña razón, siento que todo a mi alrededor parece detenerse. Sigo tocando, mis dedos no se detienen. Nuestras miradas están sostenidas, pero eso no es lo extraño, eso lo hago siempre con alguna fan del público. Lo que me hace sentir extraño, es que el mundo se ha reducido a este instante, a esta conexión silenciosa pero poderosa. No sé si el público lo nota, pero al menos las personas a su lado sí, porque la hamaquean, le gritan y se ríen. Y sus ojos, llenos de emoción y una mezcla de sentimientos, causan de alguna manera que mi corazón se acelerare. «Ya deja de mirarla Apolo, continúa. Es una fan más, no hay nada especial». Es lo que me digo, pero no dejo de sentir esta oleada de sensaciones: deseo, lujuria, curiosidad. Mucha curiosidad, pero decido no darle más cuerda a esa parte de mí que le gusta explorar más allá, así que desvío la mirada y bajo mi pie del monitor. Las últimas notas dejan en claro que, el solo está por acabar y cuando al fin lo finalizo, tiro al público la pajuela con una sonrisa. La misma bestia ruge alrededor de todo el estadio, aplaudo sobre mi cabeza, mientras que el resto de los músicos tocan dando por cerrado el concierto. Los fuegos artificiales estallan sobre la cúpula, la lluvia de confeti n***o no tarda en llegar y ahora yo corro sin dejar de aplaudir para largarme de aquí. Corro, porque debo ser más rápido que los fans. Si no salgo antes que ellos de este lugar, será un inmenso reto para toda la producción, para mi manager, para la seguridad. Sin mencionar que será peor en la entrada del hotel. Amo a mis fans, amo cantar con ellos, pero nadie sabe el pánico y ansiedad que me causa ser interceptado por ellos sin que me dejen avanzar. Puede que desde la universidad tenga fama; una que comenzó en los clubes cerca del campus y que poco a poco fue creciendo hasta convertirme en quien soy, pero soy tímido. Demasiado tímido y a pesar de los años, no me acostumbro a la muchedumbre a mi alrededor, tan cerca de mí. Le entrego mi guitarra a uno de los chicos del equipo de producción, me acerco a cada músico y les hago una reverencia como muestra de gratitud. La mayoría está conmigo desde mis inicios, no me han dejado a pesar de mis mierdas. Les p**o, son bien renumerados, pero hacer esto se ha vuelto tradición para mi desde mis primeros años en la industria. Así que desde el bajista, hasta el baterista, frente a cada uno, les muestro mi mejor reverencia con una enorme sonrisa. Finalizo con mis dos voces de apoyo, que también se lo merecen. Sin duda alguna, Paula y Andy se lo merecen. Porque ellos dos seguirán cantando mientras yo de aquí me largo. Una vez más me giro a mi público y sonriendo ante el grito que dejan salir, me despido de ellos con mis manos arriba, viéndolos en las enormes pantallas, levantar sus manos también. Acepto el micrófono que Andy me entrega. —¡Muchas gracias, Italia! —grito y la bestia se convierte en un demonio frente a todos. Las luces parpadean, la batería retumba y, entre risas, con la euforia más que arriba debido a la adrenalina y a otras cosas también, salgo del escenario a paso apresurado. Y sin detenerme, acepto la botella de agua que me entregan yendo directo hacia la camioneta. Una vez dentro, trueno mi cuello, acepto las felicitaciones de mi guardia personal, aunque es más el niñero impuesto por mi padre para evitar que un día me mate. Él cree que no me doy cuenta, pero sí noto que toda esta seguridad no es por los fans, es por mí. Él sabe que yo soy mi propio peligro y lo más loco de todo esto, es que yo también lo sé y no me importa. —Dame la caja —no le pido, le ordeno y la mirada que me lanza es de muerte, pero no me interesa. Ella sabe que lo necesito—. Ya quita esa cara. Suspira, voltea hacia donde mi niñero y le pide subir el vidrio para evitar que ellos oigan lo que me dirá. O más bien el sermón que me soltará. No me apresuro para oírlo, ya me lo sé de memoria, así que sin pronunciar ninguna palabra, saco de la pequeña bolsa un poco de cocaína rosa y la inhalo bajo su atenta mirada. —¿Cuándo vas a parar? —Solo es un poco, lo tengo controlado. —¿Te parece? —Enarca su ceja—. Esa mierda sí que te altera la realidad entonces, porque no tienes un carajo controlado, Apolo. —¿Quieres? —Le sonrío y ella sigue mirándome con ganas de matarme—. Estás tensa, lo necesitas. —¿Así que para eso la usas? ¿Para relajarte, según tú? Dejo de sonreírle. —Eso no es tu problema, Ana —le digo aparentemente tranquilo—. Ocúpate de tus asuntos. —Tú eres mi asunto, Apolo. —Mi carrera es tu asunto, mi vida personal y lo que haga bajo el escenario es mío, así que si no tienes más nada que añadir que no se trate de eso, cállate. —Eres insoportable cuando tienes esa mierda en el sistema. Vuelvo a sonreírle. —Casualmente, esta mierda es la que me ayuda a soportarme a mí mismo, así que lo siento si no eres capaz de entenderlo, querida. Cierro la caja, dejo de verla y me recuesto del asiento con mis ojos cerrados disfrutando del efecto que esto me causa. Necesito esta mezcla de éxtasis, ketamina y cafeína para poder lidiar con el subidón de adrenalina que me queda al finalizar un concierto. Esto me relaja, me lleva a un viaje bárbaro una vez alcanza el máximo pico en mi sistema. Y ese mimos “viaje” me ayuda a mantener a raya todos esos demonios y pensamientos de mierda que me atormentan. «Ella lo sabe, estoy cansado de decírselo y no lo entiende. Nadie me entiende». Me rozo la nariz, no abro mis ojos, pero si me río cuando la oigo discutir por teléfono con alguien del hotel, no sé. Lo que sí sé es que ella no me hará entrar por la puerta principal por miedo a que me “vuelva loco”. «Y si, también estoy cansado de decirle que esto me relaja, mas no me vuelve un animal salvaje. Pero eso no parece caber en la cabeza de Ana Camp. Tampoco parece caber en mi cabeza, darme cuenta de que estoy pensando en la chica de cabello n***o y ojos azules». Nueva York / Tiempo después  —¿Estás seguro, Apolo? —Ana, solo iré por un postre —La miro con mi ceja alzada y brazos cruzados—. Necesito comer algo dulce y… —Puedo pedir que te lo traigan. —Puedo ir yo solo. —Es media noche —Me toco el puente de la nariz, en serio me exaspera cuando actúa así. —Nueva York nunca duerme, querida —le digo con mis manos en el aire—. No necesito que nadie me acompañe, no necesito mandar a otro a hacer algo que yo puedo hacer. Me siento ansioso y quiero comer algo dulce. Y, si no salgo de esta maldita habitación, siento que me volveré loco, Ana —suelto exasperado, también tomo las llaves de mi auto y salgo—. Solo será una salida, usaré un maldito abrigo con capucha, no hablaré con nadie y volveré en seguida, ¿sí? —Yael te seguirá en la camioneta —dictamina y, a este punto, me da igual—. Y más te vale que no conduzcas como loco para alejarte de Yael, Apolo. —No tengo ánimos de estrellarme hoy contra un árbol, Ana —escupo y sigo mi camino—. Yael es muy bueno para cargar con ese peso… Salgo de la casa con mis llaves en mano, directo a mi auto deportivo. Antes de subirme, saco los guantes de mi bolsillo, esos que ya había agarrado antes de que ella apareciera con las intenciones de no dejarme salir de casa. Al carajo, no soy un muchachito que necesita estar bajo llave, encerrado por miedo a que no haga travesuras. Tampoco necesito tener a un hombre enorme siguiéndome a una distancia prudente como si yo fuese una amenaza, pero no puedo hacer nada. Ana es bien intensa, impertinente y cuando se le mete algo en la cabeza, no hay quien se lo saque. Para ella, Yael tiene que ser ahora mi sombra, y para cómo están las cosas en mi vida ahora, por mucho que me queje, creo que sí lo necesito conmigo. Aunque no se lo prometí a Ana, soy prudente al conducir por las calles de la ciudad. No sé a dónde exactamente ir, no sé qué lugar visitar, así que con la misma prudencia, le pido al GPS que marque la ruta a alguna cafetería, pastelería o lo que sea que a esta hora venda algo dulce. Me urge comer algo que calme esta ansiedad en mí, necesito algo que me distraiga para no caer. Cuando la ruta es marcada, acelero un poco, pero solo un poco, apretando con fuerza el volante con mis manos enguantadas, respirando, para no perder el control. Veinte minutos después, me estoy estacionando frente a un lugar iluminado con luz cálida, con paredes altas de cristal que me permiten ver hacia el interior. Es una cafetería, o al menos así logro ver desde mi auto. También logro ver que tiene una pared llena de libros, mesas que están vacías, salvo por tres cerca del mostrador con parejas bebiendo lo que parece café. Tienes tazas en sus manos, así que supongo que eso. «¿Quién toma café a medianoche? Ellos y yo también». Me acomodo el cabello detrás de las orejas, me ajusto la capucha de mi suéter en la cabeza y salgo del auto sin voltear atrás. Sé que Yael viene detrás mí, a una distancia prudente, pero viene conmigo al fin. Camino con mi cabeza gacha, abro la puerta y no me detengo para ver la decoración, para detallar el lugar. Yo vine por algo dulce. Pediré, me sentaré a comerlo y me largaré. Sé qué le dije a Ana que regresaría a casa con el duce en mis manos y me lo comería allá, pero a la mierda. No quiero encerrarme otra vez, no esta noche. Mañana será otro día. Miro en el mostrador todo lo que hay, el chico detrás de este está de pie esperando a que ordene, pero sinceramente, no sé qué carajos ordenar. —¿Desea un café? —Deseo que me dejes ver lo que hay para pedirte —Sigo mirando los postres. Hay de todo y es increíble que lo que me hizo salir de casa, sea lo que me tenga ahora indeciso—. Si voy a querer ese café —le digo sin mirarlo—. n***o, sin azúcar, por favor. Y… «Mierda, Apolo. Solo elige un maldito postre y ya». —Te recomiendo las donas, son buenas. Giro mi cabeza para ver con mi ceja enarcada a la recién llegada que parece que le gusta hablar con extraños. No soy una mala persona, pero mierda, ¿y si fuese un maldito asesino serial? Me quedo en silencio ante tanta belleza. Mi corazón se exalta, por alguna extraña razón, creo reconocer ese intenso azul en sus ojos, pero no logro descifrar de dónde. Ella me mantiene la mirada, no está sonriendo, mucho menos se ve emocionada de verme. De hecho, parece que ni me conoce, porque sigue ahí, a mi lado, con sus enormes ojos azules, mirándome sin ninguna expresión en su rostro. —¿Te conozco? —No. —¿Y entonces porque me diriges la palabra? «Podría convertirme en un secuestrador justo ahora por ti». —Porque quiero que te quites de una vez para yo poder pedir mi orden también. «Bueno, con ese carácter, sí que podría volverme ahora un asesino». —Pues te tocará esperar a que me decida —Le sonrío sin ánimos, de hecho, ya me cae mal—. ¿Estás apurada? —Estoy cansada —suspira y por primera vez, veo realmente un gesto humano en su frío semblante. Deja de verme y fija sus preciosos ojos azules en el chico detrás del mostrador—. Ricky, cuando el idiota a mi lado se decida al fin qué elegir, llévame a la mesa lo mismo de siempre, ¿sí? —Claro que sí, Mali —Sonríe como un pendejo enamorado, pronunciando como si lo estuviera saboreando. «Así que se llama Mali». Mis ojos se van con ella. La detallo, me tomo mi tiempo. Cabello n***o, tan n***o como una noche sin estrellas. Largo, lacio, lleno de brillo, aumentando en mi esa extraña sensación. Delgada, piel blanca y una elegancia al caminar que me da mucho de que pensar. O mas bien imaginar. «Ya deja de verle el cabello, Apolo» —Ricky —Lo miro a los ojos al fin—. ¿Qué es lo mismo de siempre que Mali pide? —Las donas, pero… —Muy bien —Palmeo el mostrador sin dejar de sonreírle—. Me vas a dar dos cajas de donas, por favor. Ricky, ignorante a mi intención, comienza a preparar mi orden siendo rápido y diligente. Con cada segundo, mi ansiedad aumenta. Mantengo la mirada en mis dedos tamborileando la superficie de porcelana hasta que al fin Ricky deja las cajas listas para llevármelas. Saco mi billetera, p**o en efectivo y le dejo una absurda propina por su servicio. Y por haberle pedido un café que ahora no tomaré. Sostengo las dos cajas y me giro para ir a cumplir mi cometido. Sonrío para mis adentros cuando sus ojos azules están sobre mí, fulminándome por haber sido un “idiota” como ella misma lo dijo, pero no me interesa. Creo que encontré una forma de calmar esta ansiedad interna y no la voy a desaprovechar. No se levanta, no me dice alguna palabra. Ella me mira con mirada felina, como si fuese un puma a punto de atacarme. «Pensándolo bien, ella podría ser la asesina y yo la pobre víctima». —¿Puedo sentarme? —¿Debo esperar a que te decidas por alguna silla en especial? —Enarca su ceja, yo sonrío aún más—. Como quieras. Volteo solo para asegurarme de que Yael esté ahí, y sí. Él está afuera del lugar fumándose un cigarro muy relajado. Deslizo la mirada por el interior, ya la pareja de una de las más se está yendo y quedan dos más. Vuelvo mis ojos a ella y sin decirle algo en especial, me siento dejándole una caja cerca. —Son tuyas. —¿Por qué? —Tómalas como una disculpa. Me siento frente a ella, recostando mi espalda, muy relajado bajo su atenta mirada. —¿Exactamente por qué? —Por haber sido un idiota —Repito sus palabras con una sonrisa ladina—. Claro, según tú, Mali… —Pronuncio su nombre lentamente, saboreándolo en mi paladar como una dulce melodía—. Pero no me conoces, así que no me ofende la imagen que tienes de mí. —Tienes razón, yo no te conozco. Al menos no de manera íntima como para que te ofenda mi opinión. Me inclino hacia la mesa, entrelazando mis dedos enguantados por debajo de esta como una forma de calmar mi ansiedad, o quizás para que ella no note lo nervioso que me pone. «Mierda, es que esos ojos azules parecen ver más allá de mi alma y no sé porque tengo la sensación de haberlos visto antes en algún lugar». —¿Te gustaría conocerme de manera íntima, Mali? —No pienso tener sexo contigo si eso es lo que estás insinuando —replica de inmediato. Sonríe, niego bajando mi cabeza porque ahora que lo pienso, eso se ha oído mal, muy mal. —No necesitas tener sexo con alguien para conocerlo de manera íntima, Mali… —Amalia —declara y yo ladeo mi cabeza—. Me llamo Amalia. Mali, me dicen mis amigos y tú no lo eres. —Pero puedo serlo, ¿no? —Tal vez. —Bueno, ya te obsequié donas, creo que hemos comenzado bien —Me encojo de hombros y vuelvo a recostarme del respaldo de la silla muy tranquilo—. ¿Por qué siento que ya te conozco? —No me conoces. —Y tú a mí tampoco. —Y aun así, me has obsequiado donas —sonríe un poco, pero lo suficiente para desestabilizarme otra vez—. ¿Es normal que hagas esto? Yo podría ser una asesina serial, ¿sabes? «Mi vida, ya me estás matando con esos ojos y no te has dado cuenta». —Yo podría ser eso también —Llevo mis manos detrás de mi cabeza, mostrándole una leve sonrisa—. De hecho, podría perseguirte al salir de aquí. «Eso, quizás, termine siendo verdad». Ella vuelve a negar con esa leve sonrisa, dejándome ver el sonrojo en sus mejillas. Se levanta bajo mi atenta mirada, sostiene la caja con sus delicadas manos y avanza dos pasos hasta quedar a mi lado. Se inclina y no sé por qué rayos no me muevo, simplemente me quedo con mis ojos fijos en los suyos esperando su réplica, con la mía ya lista en la lengua para soltarla. —Tú no eres un asesino —susurra en tono divertido—. Tú eres Apolo West, el que compone canciones y que, al parecer, le obsequia donas a desconocidas que si lo pudieran ser. Mi sonrisa se esfuma, la de ella se ensancha. —Tú no eres una asesina. —No. Y tú tampoco eres un idiota —me guiña el ojo y, sin más, se aleja. Me quedo estático en mi lugar, asimilando que durante todo este tiempo, ella ha sabido quién soy yo y, aun así, no gritó, no se alborotó. En cambio, fue una fría sin emoción alguna y no sé si me causa más conflicto que ella haya actuado indiferente conmigo por ser famoso o que yo haya estado esperando verla enloquecerse por quien soy. —¡Adiós, Ricky! —Su voz me saca de mi estupor y reacciono. Me giro para verla caminar hacia la salida—. Nos vemos mañana a la misma hora. No pierdo tiempo. Sostengo la caja en mis manos, me levanto apresurado y avanzo a pasos agigantados para alcanzarla. Cuando salgo del lugar, ella ya está cruzando la calle, así que sin darle explicaciones a Yael, cruzo yo también. —¡Amalia, espera! —le grito, ella se gira ya estando en la acera. Llego a ella y me detengo muy de cerca. Demasiado cerca—. ¿Dónde vives? —Eso no te importa. —Vamos, te compré donas... —Pues toma, llévatelas —Me devuelve la caja, dejándola sobre la otra—. Ya no las quiero. —No seas orgullosa y tómalas. —No seas raro y deja de seguirme entonces. Soy menor de edad. «Carajo». Reculo, la miro aterrado. Ya tengo demasiado encima como para que me acusen de andar acosando a una menor de edad. Me disculpo con ella, decido volver a mi auto para largarme de aquí lo más rápido que sea posible antes de que alguien me reconozca y todo se vaya a la mierda. Sus carcajadas me detienen en plena calle, me aseguro de que no vengan autos cuando ella se acerca a mí con pasos tranquilos y relajados. —¿De verdad me creíste, Apolo? —Si pareces menor… —Que tú, sí —se apresura a decir—. Pero no menor de edad —Enarco mi ceja, ella vuelve a agarrar la caja con donas como si nada—. Tengo veintidós, puedo enseñarte mi identificación. Pero eso no importa porque no estamos haciendo nada malo, ¿verdad? «Juntarte conmigo, tampoco es que es la mejor idea que existe, mi vida». —No. —Entonces, yo me llevaré mis donas y me iré a mi departamento a descansar y tú, Apolo West, harás lo mismo que yo, ¿verdad? —Sí. —Perfecto, ahora si estamos conversando como amigos —Vuelve a sonreírme y no sé porque carajos, yo hago lo mismo—. Ya, vete. Es tarde. Y por favor, no le digas a nadie que te has topado conmigo. «¿Qué?». —¿Y quién eres tú? —La miro con recelo. —Amalia Ferreti, una peligrosa asesina serial.
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