A Taylor le sudaban las manos. La Reina sonrió y ella juró que lo hacía con malicia, como si conociera un secreto que solo ella compartía y lo saboreara lentamente para deleitarse con él. —No necesitáis estar tan asustada. Estáis en mi Corte. Precisamente, por eso lo estoy, pensó. —He de suponer que os preguntáis qué hacéis aquí. Ella la miró. —Lo hago —dudó unos segundos—, su majestad. El rostro de la Reina se endureció. Eso la asustó porque no comprendía qué había hecho. —Sois la hija de Néyade —afirmó. El cuerpo de Taylor se tensó. ¿Acaso la Reina de las Hadas conocía a su madre? Pensarlo provocó que empezara a faltarle el aire. ¿Su madre había hecho algo para molestarla? Luego, pensó en Miller. Oh, Dios, ¿y si se había enterado de que salía con Miller? Sabía que la relación de
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