Regresando

2404 Words
POV de Elena Me desperté con el gemido suave de mis perros. Sabía que tenían que salir. Rápidamente fui al baño y me lavé los dientes. Agarré una bata de seda y me puse mis chanclas antes de salir por la puerta con mis perros. Bajé las escaleras y vi a Lisa y Bonnie preparando el desayuno. ―Buenos días, señorita Elena ―sonrieron ambas. ―Buenos días. ¿Cómo durmieron las dos? ―le pregunté, abriendo la puerta para que los perros salieran. ―Dormí bien, gracias ―sonrió Bonnie. Cerré la puerta, sonriendo hacia ella. ―Yo también dormí bien ―sonrió Lisa. ―Qué bueno ―contesté. Agarré la comida de Lobo y Rain de la nevera y la puse en el suelo en la habitación junto a la cocina.  Cuando Lobo y Rain terminaron, volvieron adentro y fueron directamente a sus platos. Me senté en la isla y Lisa me puso un plato delante con huevos, tocino y tostadas. Luego me entregó una taza de café. ―Asegúrense de desayunar ustedes también ―les pedí. Mis abuelos siempre los trataron como familia y quería que eso continuara―. Solo porque vivo aquí ahora y ustedes trabajan para mí no significa que las cosas vayan a cambiar. Todos ustedes siguen siendo familia ―les recordé. ―Gracias, señorita Elena ―dijeron Lisa y Bonnie al unísono. Terminé mi desayuno y lavé mis platos. ―Lisa, ¿puedes sacarlos cuando terminen? ―pregunté, señalando a mis perros. ―Sí, señorita Elena ―respondió Lisa. Subí a mi habitación y preparé una bolsa de viaje. Iba a ir a ver a mi mejor amigo, Rubén, y entregarle algo que mis abuelos dejaron para él.  Eso significaba que tenía que presentarme en mi antigua manada y no sabía cómo iría. Mis abuelos me dijeron hace mucho tiempo que mi padre me estaba buscando, pero le pedí que no les dijera nada. Mis abuelos sabían lo que me había sucedido. Estaban furiosos, pero aceptaron mantener todo en secreto. El día en que falleció mi abuela, mi abuelo quedó destrozado, pero debido a que eran compañeros de hombre lobo, mi abuelo lo siguió poco después. Eran compañeros destinados. Suspiré de nuevo, mirando la hora. Empaqué todo lo que necesitaba y miré alrededor, asegurándome de no dejar nada que necesitara. Una vez que terminé de hacer mi maleta, me cambié de ropa a unos jeans ajustados negros, una camiseta de tirantes morada y botas de combate negras. Luego agarré mi bolsa de viaje y bajé las escaleras. ―Rain, Lobo, vamos ―llamé a mis perros. Bajé las escaleras donde Dalton esperaba por mí. Agarró mi maleta y la puso en el coche. ―Señorita Elena, pronto llegaremos al aeropuerto. El jet está listo para partir ―me informó Dalton, mi chofer. Dalton, junto con todos los que trabajan en la casa, son humanos pero sabían sobre mi secreto.  Han estado trabajando aquí desde antes de que yo naciera. Mis abuelos siempre los trataron como familia y ahora, yo también. El abuelo compró un jet porque no le gustaba esperar mucho por otras personas. Cuando mis abuelos tenían reuniones fuera del estado o querían viajar a otro lugar, se aseguraban de partir cuando quisieran y eso también me venía bien, ya que no quería poner a mis perros en una jaula debajo del avión. ―Gracias, Dalton ―sonreí y miré a los demás trabajadores―. Los veré a todos pronto y recuerden, ustedes se encargan de la casa mientras no esté. Si necesitan algo, no duden en llamarme y hacérmelo saber ―les dije. ―Sí, señorita Elena. Gracias ―me sonrió Lisa. Dalton me abrió la puerta del coche y mis perros se subieron al igual que yo. Me recosté y cerré los ojos por un rato. Sentí que alguien me lamía la cara. ―Está bien, está bien, ya estoy despierta ―dije, haciendo reír a Dalton. Miré alrededor y me di cuenta de que estábamos en el aeropuerto. Dalton me abrió la puerta y los perros salieron y esperaron junto a Dalton―. Vayan y hagan sus necesidades ―les hablé a los perros. Se fueron corriendo y salí del coche. Dalton agarró mi maleta y se la entregué. ―Tu Jeep estará en el aeropuerto. También tu habitación de hotel está lista ―me informó Dalton. Alquilé un Jeep porque nadie en la manada, ni siquiera mis padres o Rubén, sabía que había tomado el control de la empresa de mis abuelos.  Demonios, probablemente pensaban que estaba muerta.  Me las arreglé para mantener mi cara y nombre fuera de los tabloides. Lo único que quería era hacer mi trabajo y hacer sentir orgullosos a mis abuelos. Solo estaría en la manada por un par de días antes de ir al hotel. No quería estar allí, pero era el deseo de mis abuelos que entregara un sobre a Rubén personalmente. Además, quería ver a mi amigo. Rubén era un buen amigo mío cuando estaba en la manada. Fue muy amable conmigo mientras mi madre y hermana me golpeaban. Demonios, me ayudó a escapar de la manada después de que mi pareja me golpeara, abusara sexualmente de mí y me rechazara antes de tomar como pareja a mi hermana. Ya no soy la misma chica que solía ser en ese entonces. Si mi ex pareja intenta algo de nuevo... lo castraré. ―Gracias, Dalton. Nos vemos pronto ―lo abracé y luego fui hacia el jet. Silbé y en poco tiempo mis bebés estaban a mi lado―. Dentro ―ordené, Rain entró primero y se sentó junto a las escaleras esperando por mí. Sabía que Lobo no iba a entrar hasta que yo estuviera dentro. Entré seguida de Lobo. ―Hola, señorita Santos. Todo está a tiempo. Llegaremos a nuestro destino en dos horas y veinte minutos ―informó el capitán. ―Gracias, capitán ―dije y tomé mi asiento. Rain y Lobo tomaron los dos asientos delante de mí y se acomodaron. ―Señorita Santos, ¿le gustaría algo de beber o comer? ―preguntó la asistente de vuelo. ―Tomaré una Sprite y una taza con hielo. ¿Tienen algún tipo de carne? ―le pregunté de vuelta. ―Sí, señorita. Tenemos pollo y filetes ―respondió. Tanto Rain como Lobo levantaron la cabeza al mencionar los filetes, haciendo que la asistente de vuelo los mirara y yo me rió. ―Dame dos filetes en platos separados, por favor ―le pedí. ―Por supuesto ―sonrió.  Una vez en el aire, la asistente de vuelo trajo mi sprite, una taza de hielo y los dos filetes. También les trajo un tazón de agua para cuando terminaran. Una vez que terminé mi Sprite, me relajé y me eché una siesta. Me despertaron ligeramente. También pude oír a mis perros gruñendo. Abrí los ojos y vi a la asistente de vuelo mirando a los perros. ―Está bien ―les dije a mis bebés. ―Estamos aterrizando ―comentó la asistente de vuelo. ―Gracias ―le agradecí y me preparé. Después de aterrizar, vi mi coche. Alquilé un Jeep Wrangler 2019. No quería conseguir algo nuevo, ya que mis padres no tienen idea de que mis abuelos me dejaron todo lo que tenían y cuando digo todo, quiero decir todo. Cogí mi maleta y la puse en mi Jeep, luego dejé que mis perros hicieran sus necesidades antes de subir al coche y conducir hacia la manada. *** ~Una hora después~ Elena Llegué a la casa de la manada. No había cambiado nada. La última vez que estuve aquí tenía quince años. Salí del Jeep y agarré mi maleta. Podía sentir a los lobos de la manada acercándose a mí. De repente, fui agarrada por los brazos. Mis perros gruñeron y aproveché esta oportunidad para agarrar la mano de la persona, torcerle el brazo por detrás y golpear su cabeza contra el suelo. ―Elena ―gruñó mi madre. Podía decir que no estaba nada contenta de saber que estaba viva y bien. ―Hola también, madre ―contesté, soltando al hombre. Mi madre me miró, luego al hombre. ―Lárgate ―gruñó mamá al hombre. Rápidamente se marchó, dejándome allí con ella. Mamá gruñó a mis perros. ―No le gruñas a mis perros. No te han hecho nada ―le dije, asegurándome de que supiera que no le tenía miedo. ―Esta es mi casa. Hago lo que quiero ―gruñó ella hacia mí. ―Entonces puedo irme. Buena suerte contándole la verdad a papá por qué me fui ―le recordé, bajando las escaleras para volver a subir al Jeep. ―¡Detente! Solo entra. No les gruñiré otra vez ―dijo ella entre dientes. Me reí para mis adentros. ―Elena ―escuché una voz familiar. Miré detrás de mi madre y vi a mi mejor amigo Rubén mirándome con los ojos muy abiertos y una sonrisa enorme. ―Rubén ―sonreí ampliamente, corriendo más allá de mi madre y abrazándolo. Él me abrazó fuerte y luego acarició a Lobo y Rain en la cabeza antes de agarrar mi bolsa de viaje. ―Es tan bueno verte. Ha pasado tanto tiempo ―me saludó. ―También es bueno verte. Lo siento por no contactarte antes ―le respondí. ―No te preocupes. Lo importante es que estás bien y viva. ¿Qué haces aquí? ―preguntó en voz baja. ―Vine a verte a ti y a papá ―le confesé, sabiendo que mi madre todavía estaba mirando. ―¿Te quedarás aquí? ―preguntó. ―No quiero, pero estoy agotada ―admití. ―Vamos, te mostraré tu habitación ―dijo. Agarró mi bolsa y comenzó a subir las escaleras―. ¿Cómo estás? ―me preguntó Rubén. No podía mentirle a mi amigo. ―Tomándolo día a día. El trabajo va bien, pero necesitaba venir a verte. Tengo algo que darte y te extrañé ―admití. ―Yo también te extrañé. Siempre rezaba a la Diosa Luna para que estuvieras a salvo allá afuera ―dijo Rubén. ―Estaba más que a salvo ―le aseguré. Nos detuvimos en la habitación junto a la suya. ―Puedes quedarte aquí ―dijo. Noté que su cuerpo se puso rígido. Caminé alrededor de él y vi sus ojos empañarse. Cuando sus ojos volvieron a la normalidad, me sonrió―. Tu padre sabe que estás aquí. Está en camino ―confesó Rubén. ―Genial ―murmuré, no de manera negativa. Simplemente no sabía qué iba a decirle a mi papá. Nunca fui buena mintiéndole. Agarré mi bolsa de viaje y la abrí, sacando el sobre que me había dado el abogado. Me volví hacia Rubén y se lo entregué―. Este era el deseo de mis abuelos para que lo tuvieras tú ―dije. Tomó el sobre y me miró―. Nadie puede saber que tienes esto ―le pedí en voz baja.  Asintió, metiendo el sobre en su bolsillo. Cuando abrió la puerta, vi a papá parado allí. ―Elena ―pronunció papá en voz baja antes de entrar rápidamente en la habitación y abrazarme. Mi cuerpo se tensó al principio y mi loba lloriqueó antes de abrazar a mi padre. Papá siempre ha sido un gran padre y alfa. Vi a Rubén darme una pequeña sonrisa antes de salir. ―Papá ―gimoteé, apretando mi abrazo. No tenía idea de cuánto lo extrañaba hasta ahora. ―¿Dónde has estado, cariño? Te he estado buscando por todas partes ―dijo papá. ―Oh papá. No tienes idea de lo que pasó, pero estoy muy cansado. ¿Podemos hablar mañana? ―le pregunté. ―Está bien, pero por favor no te vayas otra vez. Necesito saber qué pasó. ¿Por qué te fuiste? ―me preguntó papá. ―No volví a papá, pero sabrás la verdad sobre por qué me fui ―hablé. Papá suspiró pero asintió con la cabeza. Besó la parte superior de mi cabeza antes de irse. Suspiré, cerrando la puerta. Me acosté en la cama y cerré los ojos por un rato. Me sobresalté cuando hubo un golpe en mi puerta, haciendo gruñir a Lobo y Rain―. Tranquilos ―dije y me levanté.  Abrí la puerta para ver a Rubén con una sonrisa en su rostro. ―Oye, ¿quieres ir a cenar? ―preguntó. ―No voy a bajar a cenar con ellos ―admití obvia. ―No lo haremos. Vamos a salir ―sonrió Rubén. Me puse mis botas y salí con Rubén y mis perros. Abrí la puerta para mis perritos y me subí. ―Hay un restaurante no muy lejos de aquí que tiene un pastel de carne muy bueno ―confesó Rubén. Asentí y le entregué las llaves del Jeep. ―Suena bien. Hace tiempo que no como pastel de carne ―sonreí. Rubén condujo hasta el pueblo y fuimos a un restaurante del que Rubén había hablado. Tan pronto como entramos, la camarera me miró. ―Lo siento, pero los perros no pueden estar aquí ―se di. Fruncí el ceño, pero aún así me di la vuelta y abrí la puerta para los perros. ―Quédense aquí ―dije, y ambos se sentaron. ―¿Qué no, podemos ir a otro sitio? ―preguntó Rubén. ―No, está bien. Podemos pedir y comer en otro lugar ―le dije a mi amigo. Miré el menú, pero el pastel de carne sonaba realmente bien. ―¿Qué puedo traerte? ―preguntó la camarera de antes. ―Voy a tener tres órdenes de pastel de carne, puré de papas con salsa y judías verdes. Para beber, tomaré una coca cola y una botella de agua. ―Haz que sean cuatro órdenes de pastel de carne, dos coca colas y una botella de agua ―rectificó Rubén, y le sonreí. ―Será para llevar ―le informé, entregándole el menú. Noté que Rubén estaba pensativo―. ¿Todo está bien? ―le pregunté. ―Sí, solo estaba pensando en la carta que me diste ―admitió, sacándola. Luego me mostró un cheque por dos mil millones de dólares. Una carta que sabía que era solo para sus ojos y una foto de mis abuelos, Rubén y yo cuando tenía doce años de edad. En ese momento un recuerdo volvió. 
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