Flashback

1363 Words
*~Recuerdo~* Elena ―Déjame llevarte al hospital, abuelito ―le supliqué. Drago me llamó para decirme que necesitaba ir a ver a mi abuelo, que me necesitaba. No lo dudé ni un segundo y volví enseguida. Amo mi trabajo y lo que hago, pero mi familia siempre está primero. ―No es necesario, mi bella florecita. Extraño a tu abuela y quiero estar con ella. Solo quiero que sepas que te amo y sé que tu abuela también te ama ―dijo el abuelo débilmente. Siempre me llamaba su florecita porque, para él, había florecido de algo pequeño y delicado a algo hermoso, impresionante y fuerte. Sabía que extrañaba a mi abuela, pero aún había mucho aquí que debía hacerse. ―¿Y qué pasa con el negocio? La casa… ―Todo está en buenas manos, mi pequeña flor ―me aseguró, mientras trataba de respirar profundamente pero no podía. Supe que esto era todo. Las lágrimas corrían por mis ojos. Sabía que sería difícil porque ya estaba destrozada, pero necesitaba ser fuerte. ―Te amo, abuelito. Ve a encontrarte con la nana y dile que la amo ―besé su frente y cerró los ojos, soltando su último aliento. Sollocé, soltando un grito fuerte. Dalton entró con lágrimas en los ojos. Sabía que él amaba a papá como a un hermano. ―Señorita Santos. Venga, nosotros nos encargaremos de todo ―dijo, poniendo su mano en mi hombro, y me di vuelta y me abrazó. Me ayudó a subir a mi habitación y lloré hasta quedarme dormida. ~Tres días después~ Después del funeral, vino un abogado a verme. No tenía ganas de nada. Solo quería estar sola y lamentar, pero sabía que esto era el último deseo de mi abuelo. Ahora estaba sentada en la oficina de mi abuelo. Estar aquí me trajo tantos recuerdos. El abogado carraspeó y lo miré. ―Señorita Santos, lamento mucho su pérdida. Sé que solo quiere pasar algún tiempo sola, así que lo haré lo más rápido posible ―habló, sacando algunos papeles―. Sus abuelos le dejaron Santos Industries. La casa también le pertenece ―luego volteó la página, ajustando sus gafas―. También le dejaron lo siguiente: ochenta y siete mil millones de dólares ―mis ojos se abrieron de par en par y me quedé sin aliento―. También le dejaron otros activos ―dijo, mirando el papel y asintiendo para sí mismo―. De acuerdo, le dejaron dos Ferrari Pagani Huayra. Una pulsera de perlas azul Dominica, tres pinturas originales de Picasso, dos estatuas de Radin, veinte diamantes de diez quilates, diez piezas de marfil y diez lingotes de oro. Cuando terminó, sentí como si mi mandíbula se hubiera caído al suelo. Sabía que mis abuelos eran ricos, pero no sabía cuán ricos eran. Luego caí en cuenta de que era la nueva dueña de Santos Industries. ¿Podré igualar lo que mis abuelos lograron? ―Todo esto es tuyo, pero lo único que tus abuelos pidieron es que tu madre o tu hermana no reciban ni un centavo de este dinero. Puedes ayudar a tu padre si quieres, pero no un centavo a tu madre o a tu hermana ―me aconsejó el abogado―. También, esto es para tu amigo Rubén. Es importante que se lo entregues tan pronto como puedas y sin que nadie más se entere ―me recomendó. ―Entiendo ―dije. ―Bien, por favor firma aquí ―me pidió, mostrándome dónde firmar―. Aquí tienes todo lo que necesitas y de nuevo lamento tu pérdida ―dijo, entregándome una carpeta. Dentro de la carpeta estaba mi nueva tarjeta bancaria y la información sobre todo lo que poseía. *~Fin del recuerdo~* *** Elena ―Es mucho dinero ―confesó Rubén, sacándome de mi recuerdo, y no pude evitar reír. Sabía que era mucho dinero. ―Lo sé, pero nana y papá querían que lo tuvieras. Puedes comenzar tu propio negocio si quieres. Comprarte una casa para ti y tu compañera e incluso apartar dinero para tus cachorros ―dije. ―Pero aún no he conocido a mi compañera ―admitió, y me reí. ―Todo sucede por una razón, Rubén, y aunque nana y papá no te hubieran dejado nada, yo te hubiera dado el dinero. Eres la única persona que me ayudó después de lo que sucedió. Ni siquiera mi propia madre me ayudó ―confesé. ―No merecías lo que te pasó. Demonios, nadie merece lo que te pasó ―dijo Rubén―. Para mí, nunca fuiste débil. Sí, no podíamos oler a tu loba, pero tu padre sabía que tenías una. Él lo sentía. Trabajaste duro en la escuela y sé que nana y papá están orgullosos de ti y yo también lo estoy. Ahora, en cuanto a este dinero... Sé que querían que lo tuviera y estoy agradecida por ello, pero también habría estado agradecido si solo me hubieran dejado trabajar en la empresa, incluso como limpiador ―me aseguró.  Lo pensé. Él se graduó la semana pasada con el mismo título universitario que yo y podría usar la ayuda, especialmente si tengo que viajar por trabajo. ―¿Te graduaste de la universidad? ―le pregunté, aunque sabía la respuesta. ―Sí. Lo hice ―admitió orgulloso. ―No sé qué quieres hacer realmente, pero necesito a alguien que pueda ayudarme con mi trabajo. Tú has estado en la oficina y conoces el trabajo que hago. Tengo una secretaria, pero necesito un mano derecha en quien pueda confiar para ayudarme con mi trabajo. Trabajarás directamente bajo mi mando ―dije, luego miré a mi amigo―. Sé que tienes mucho en mente y no voy a… ―Lo haré ―accedió Rubén antes de que pudiera terminar lo que estaba diciendo. ―Así que, ¿aceptarás el puesto y ser mi mano derecha? ―le pregunté. Rubén me miró con una expresión en blanco, luego me abrazó. ―Me encantaría trabajar contigo, hermana. Empezaré a buscar un lugar esta semana ―dijo.  Siempre me había llamado su hermana. Siempre me había tratado como a una hermana. ―Tómate tu tiempo. Puedes quedarte en la casa hasta que encuentres un lugar que quieras ―sonreí. Él agarró nuestra comida mientras yo pagaba, estaba a punto de irse, pero se detuvo y miró a la camarera que me miraba con disgusto. ―¿Qué? ―preguntó. ―Dijiste que no podían entrar perros aquí, sin embargo, estás sirviendo aquí ―dije. Rubén estalló en risas. Ella gruñó y se lanzó hacia mí, pero otro trabajador la detuvo. Solo sonreí con malicia, me di la vuelta y salí.  Conduje hasta llegar a un parque. Salimos del auto y los cuatro cenamos. Cuando los perros terminaron, corrieron un rato e hicieron sus necesidades. No pude evitar pensar en todo lo que me había sucedido. ―¿Qué pasa, Elena? Sabes que puedes contarme cualquier cosa ―dijo Rubén. Sabía que podía y necesitaba contarle a mi amigo. ―Lo que te diga se queda entre nosotros dos ―le pedí. ―Lo juro ante la Diosa Luna ―comentó él.  Respiré profundamente y le conté todo lo que sucedió después de que le pedí que se fuera antes de que lo metieran en problemas por ayudarme a abandonar la manada. No le conté cuántas personas había matado, pero él sabía que era una guerrera de élite. ―Está bien, chiquilla. Nunca te juzgaré, pero al menos ahora sé que eres una asesina impresionante ―agregó con una sonrisa. ―Gracias ―sonreí y lo abracé antes de soltar un bostezo, lo que hizo reír a Rubén. ―Vamos, volvamos. Pareces exhausta ―dijo. Él no tenía idea. Tomó las llaves y condujo de regreso a la manada. Cuando llegamos, la casa estaba oscura. No me sorprendió, ya que no era nada nuevo. Después de que los perros hicieron lo suyo, subí a mi habitación y cerré la puerta. Me cambié de ropa a mi pijama. Agarré mi pistola, que tiene balas de plata, y la coloqué debajo de mi almohada antes de acostarme y quedarme dormida.  ***
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD