Un poco más de un mes después: 18 de julio
El proceso de adaptación no ha sido tan difícil como creí, de a poco me he ido acostumbrado a la cultura, a la comida, a la ciudad en sí. El hospital sigue siendo un caos, los pacientes continúan llegando y el nivel de gravedad empeora a medida que algunas personas consiguen escapar de Siria.
Me parte el corazón cada vez que alguien me cuenta como ha tenido que dejar su familia atrás, y es peor cuando algunos relatan la manera en la que han perdido a sus familiares. Supongo que tratar de darles alivio y mejorar su vida es lo que me mantiene en pie.
Camino por los pasillos hacia mi consultorio con mi taza de café en la mano cuando de pronto veo a Nayla quien camina mirando al suelo —Hola, ¿no?— saludo un tanto sorprendido por su actitud, y es que ni siquiera pude felicitarla por su cumpleaños, que fue ayer.
Hasta donde entendía, ella y yo habíamos forjado una buena relación laboral, pero esta actitud es completamente extraña —Hola— es lo único que responde y abre la puerta de su consultorio para luego entrar y cerrar detrás de ella.
No entiendo que le ocurre, pero algo dentro de mí me lleva a tocar su puerta y a pesar de que ella no me ha dicho que puedo pasar, abro y entro a su consultorio. La veo sentada del otro lado de su escritorio y cuando levanta su mirada, me sorprendo de las lágrimas que se apoderan de su rostro —Nayla, ¿Qué ocurrió?— pregunto preocupado acercándome a ella.
—Maël— pronuncia cuando estoy a su lado y solo se pone de pie para abrazarme tal y como si hubiese estado necesitando este abrazo por años.
Dejo mi taza sobre su escritorio, y sin dudarlo la rodeo con mis brazos —¿Qué está pasando? ¿Por qué estas así?— insisto y respira profundo.
—Ha salido todo mal— dice y me separo un poco para poder verla a los ojos.
—¿Qué es lo que ha salido mal?— inquiero confundido.
—Mi familia no ha aceptado a Moritz— me cuenta finalmente y ahora entiendo un poco mejor lo que le está ocurriendo.
—¿Por qué? ¿Acaso fue porque no es musulmán? — averiguo y niega.
—No, es porque hemos mantenido nuestra relación en secreto, es porque el pasado de Moritz les pesa demasiado— me explica y no entiendo.
—¿Cómo que el pasado de Moritz les pesa demasiado?— presiono.
—Él es rico, era uno de los solteros más codiciados de Alemania, y antes de mi tuvo muchas novias, salió en revistas con ellas, en fin… no es el hombre que ellos quieren para mi— relata y trata de secar sus lágrimas —Me han hecho elegir entre ellos o él… Maël, yo no puedo dejar a mi familia, ¿entiendes? Hemos escapado de la guerra, hemos estado sobreviviendo juntos…—trata de contarme, pero su llanto no cesa.
—Tranquila, yo entiendo— irrumpo para abrazarla contra mi pecho e intentar calmarla.
—Moritz no ha querido ni siquiera esforzarse para hacerles ver que estaban equivocados, ¿entiendes? Es que no ha movido ni un solo dedo. Él solo me miro y espero a que eligiera, cuando no hable solo me dijo que aquí se terminaba todo y se fue— continua.
—Perdóname, pero es un idiota, debió luchar por ti— comento siendo completamente sincero.
—Tal vez no me amaba tanto como yo creía…— murmura.
—Tranquila Nayla, no te pongas así. No pienses en esas cosas, no te hagas daño— le aconsejo y es ella quien se separa para verme a los ojos.
—¿Crees que es muy difícil amara a un mujer como yo?— me cuestiona y la miro extrañado.
—¿Una mujer como tú? No entiendo— respondo tratando de saber por dónde va su cuestionamiento.
—Una mujer siria, una que, si bien vive en un mundo moderno, trae sus creencias y cultura arraigada— explica y sonrió.
—No, claro que no, el problema es cuando la otra persona no sabe cómo actuar, cuando no se adapta a ti— digo y esos ojos ámbar se clavan en los míos.
—Me ha roto el corazón— susurra.
—Si quieres ve a tu casa, descansa, recupérate de esto— sugiero, pero niega.
—No tengo donde ir, me fui de su casa anoche, me estoy quedando en un hotel mientras arreglo las cosas con mi familia y alquilo un departamento— me cuenta.
Respiro profundo —No sé si deba ofrecerte esto, pero si quieres puedes quedarte en mi casa hasta que soluciones las cosas— le ofrezco y su mirada llena de sorpresa lo dice todo.
—Maël…— advierte.
—Oye, no te estoy haciendo ninguna propuesta extraña, tengo un cuarto de visitas, tiene su propio baño, no me malinterpretes— aclaro.
—No quiero molestarte— susurra.
—No me molestas, ven a mi casa y ya luego cuando tengas tu departamento te mudas— ofrezco.
Ella respira profundo —Nadie puede enterarse de esto— advierte.
—Tranquila esto es entre tú y yo— le aseguro hasta que finalmente asiente aceptando mi propuesta.