Al día siguiente: 11 de junio
Mi trabajo no me ha dado tregua, entre al hospital antes de las siete de la mañana, y una vez más me vi obligado a entrar al quirófano cuando un coaguló sanguíneo en el cerebro de la paciente puso en riesgo su vida —Doctor Gagnier, la paciente está teniendo una falla cardiaca— anuncia mi asistente.
—Llamen a la doctora Manzur— ordeno y voy dando instrucciones precisas para que establezcan al paciente mientras que ella llega. Hago mi mejor esfuerzo para cerrar a la paciente —¡Dense prisa!— exijo.
Casi como si ella me hubiese escuchado, entra al quirófano para que una de las asistentes le ayude a colocarse los guantes —¿Estado de la paciente?— De inmediato le doy los detalles y rápidamente comienza a hacer lo suyo.
[…]
—Buen trabajo— menciono cuando afortunadamente la paciente sale de peligro.
Nayla me mira y asiente —Buen trabajo doctor— replica y simplemente me acerco a la enfermera para que me quite los guantes y salgo del quirófano seguido por sus pasos.
Me lavo las manos, me quito el barbijo y allí aparece ella —¿Por qué pidió por mí? Es decir, en su equipo tiene muy buenos cirujanos cardiovasculares— Me cuestiona haciéndome sonreír por lo extraña que me resulta su pregunta.
—Porque tú también eres buena, y también eres parte de mi equipo, no sé porque te extraña tanto— explico.
—No sé, es que tal vez estoy un poco más acostumbrada a resolver cirugías más generales, hace mucho tiempo que no me pedían que hiciera una operación de corazón— me cuenta y ahora comprendo lo que está ocurriendo aquí.
—Nayla, ven conmigo— le pido una vez que terminamos de lavarnos las manos.
—¿A dónde?— inquiere un tanto preocupada.
—Solo ven— le pido y hago que me siga por los pasillos del hospital.
Una vez que subimos al elevador presiono el botón para ir al helipuerto y ella entrecierra sus ojos —¿Está llegando un paciente?— cuestiona, pero yo solo sonrió y niego.
—Solo sígueme— insisto cuando las puertas se abren y continuo mi camino hasta que llegamos cerca del borde del helipuerto y podemos ver toda la ciudad.
—¿Qué ocurre?— presiona.
—Nayla, sé que todo lo que hemos vivido en Siria ha sido muy fuerte, pero mira esto, estamos en otra ciudad, estamos lejos de las bombas y de aquellos edificios derrumbándose, llenando todo nuestro alrededor de polvo— relato y puedo sentir su mirada sobre mí a pesar de que yo no volteo a verla.
—Cuesta olvidarlo— murmura.
—Lo sé, pero no puedes olvidar quién eres, mejor dicho, no podemos olvidar quienes somos— declaro.
—¿A qué te refieres?— averigua.
Respiro hondo —Sé que en medio de aquella guerra nos convertimos en médicos que solucionábamos cualquier situación. Nos olvidamos de nuestras especializaciones para curar hasta una simple infección, pero aquí hay varios equipos, y si bien cuando hay una urgencia necesitamos estar todos dispuestos a salvar al paciente, la realidad es que yo soy un neurocirujano, y tu una excelente cirujana cardiovascular que como si fuera poco, es neuróloga. Recuerda lo buena que eres, he leído de tus especialidades, tus premios, y sé que has dejado todo eso atrás para ayudar a tu país, pero no debes olvidar quién eres, ¿sí?—expongo.
—Es difícil— susurra y la miro.
—¿Por qué?— presiono.
—Porque los hombres con los que he trabajado no siempre han confiado en mí, porque entre ellos preferían un cirujano hombre, porque solo me dejaban hacer procedimientos sencillos. Decían que era muy joven, que era mujer, que debería estar en casa con mi esposo criando a los niños…—
—Ya no estas allá, tampoco trabajas con esos doctores. Estás conmigo y confió en ti, ¿de acuerdo?— menciono y asiente levemente.
—Gracias por confiar en mi— dice un poco más tranquila.
La miro y trato de entender todo lo que pasa por su cabeza, pero es bastante difícil —Creí que venias de una familia un poco más moderna, ya sabes… una que te permitió estudiar, comprometerte con un extranjero, convivir con él, ir a la zona de guerra…— expreso.
Por alguna razón ella no me mira —Mi familia no sabe de Moritz, y tampoco de que me voy a casar— declara y esto sí que no lo esperaba.
—¿Hablas en serio?— cuestiono en un susurro.
—Hablo en serio, tenemos pensado decírselos en mi cumpleaños, aunque no sé si lo aceptaran—
—Guau… no sé qué decir—
—No tienes que decir nada, y en cuanto a lo que me acabas de decir… gracias, creo que nunca ningún otro doctor ha confiado tanto en mi como lo estás haciendo tú— me dice y sonrió.
—Cuando dudes de quién eres como profesional, habla conmigo y te lo recordare, ¿sí?— la aliento y asiente.
—Lo hare, ahora mejor bajemos que no quiero que piensen mal de nosotros— me pide y decido simplemente asentir para luego irnos de aquí.