Se cepilló el cabello hasta hacerlo brillar y, cuando bajó, se encontró al posadero esperándola al pie de la escalera. –Tengo entendido que va a cenar con Sir Alexander Abdy, Señorita– dijo el hombre. Sin esperar a que Dorita le contestara, se dirigió al final del pasillo y abrió una puerta. Dorita, con cierta timidez, entró en la habitación. Esta era muy grande, pero a primera vista daba la impresión de ser confortable y atractiva. El techo estaba cruzado con vigas de roble y las paredes decoradas con antiguos paneles de la misma madera. El fuego ardía en la gran chimenea. La mesa redonda, cubierta por inmaculado mantel, estaba puesta para dos personas y varias botellas de vino se enfriaban en un cubo de hielo. Dorita esperaba que su anfitrión ofreciera un aspecto impresionante, porq