Thomoe susurró con un tono juguetón: —Oh, Tete, relájate, no respondo de mis actos —habló con una sonrisa traviesa—. Aún estamos en la discoteca, no quiero que nos vean. —Sí —respondió Celeste, asintiendo con la cabeza mientras recargaba su cabeza en el pecho de Thomoe, sintiendo su respiración agitada. Una vez que las puertas del auto se cerraron, ella se impulsó sobre él, ansiosa por más. —Thomoe, ya no resisto más, ayúdame por favor —rogó, casi suplicante. —Qué mandona eres, cariño. No puedes esperar hasta llegar a nuestra casa —respondió Thomoe con una sonrisa pícara. —¿Nuestra casa? —se sorprendió Celeste, alzando una ceja—. Pues tu amigo me dice otra cosa —murmuró, comenzando a mover sus caderas en círculos, sintiendo la tensión crecer entre ellos. —¿Estás segura de que quiere