Capítulo 1: La tentación de Celeste
Celeste observaba sus desalentadoras notas, sintiéndose desesperada.
Se agarró la cabeza con fuerza, buscando una solución mágica que le permitiera mejorar su situación de inmediato.
Suspiró con frustración al ver a sus compañeros de clase. Ellos parecían entender sin dificultad lo que ella no lograba. Necesitaba actuar rápido para evitar problemas.
—Mónica, no sé qué hacer —susurró a su mejor amiga.
Mónica, consciente de la presión que sentía Celeste, trató de encontrar una solución.
—¿Qué piensas hacer, Celeste? Se que estás pensando en eso —preguntó, mirándola a los ojos.
Celeste no dudó un instante cuando le llegó la «solución perfecta». Sin embargo, tenía miedo de revelarle a Mónica sus intenciones, sabiendo que contradicen sus valores.
—Me acostaré con el profesor —respondió—. Sí, eso haré —añadió con una mirada traviesa.
Mónica quedó sin palabras. Finalmente, se atrevió a hablar.
—¡Estás loca, Celeste!
Se acercó a ella y le puso una mano en el hombro. Sabía que debía intervenir antes de que cometiera un error grave.
—Celeste, no necesitas recurrir a esto; debemos encontrar otra solución.
Aunque Mónica tenía razón, la presión por parte de los padres de Celeste era insoportable y temía las consecuencias de no mejorar sus calificaciones.
—No entiendes lo que estoy pasando. Mis padres me presionan. Si no apruebo, me enviarán al extranjero con mis tíos. No quiero ir —confesó Celeste.
Mónica la abrazó, rogándole que pensara bien su decisión. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su amiga tomaba decisiones equivocadas.
—Podemos encontrar otra solución, Celeste, solo…
Celeste miró a Mónica con gratitud, aunque en el fondo sabía que su decisión ya estaba tomada. Había conocido al profesor y sus métodos durante su tiempo en la universidad; esta parecía ser su última opción.
Celeste ajustó su ropa de manera seductora, desabrochándose dos botones de la camisa y elevando su falda, preparándose para recibir al profesor.
El tiempo pasaba y él no llegaba.
Mónica, en silencio, observó a su amiga y decidió no abandonarla en ese momento. Se acercó y la abrazó.
Mientras esperaba, Celeste buscó refugio en la música, poniéndose los auriculares. La relajación la envolvió y, poco a poco, se quedó dormida.
De repente, la puerta del salón se abrió y todos los alumnos quedaron estupefactos ante la entrada de un hombre de belleza impactante. Era simplemente irresistible.
—¿Ya viste? —comenzaron a comentar los alumnos.
—Sí, ya vi —respondieron, boquiabiertos, incapaces de resistir su apariencia—. ¡Qué hombre!
El profesor, ajeno al alboroto, se presentó.
—Mi nombre es Thomoe y seré su nuevo profesor de aritmética —dijo, manteniendo la mirada fija en la clase.
No pasó mucho tiempo antes de que comenzaran los murmullos y especulaciones.
—¿No querrá también ser nuestro profesor de Sexología? —se preguntaban entre risas.
Celeste, completamente entregada a su sueño, no se dio cuenta de la conmoción a su alrededor. Mónica intentó despertarla, pero sus esfuerzos fueron en vano.
Thomoe planteó una pregunta y, al notar que Celeste dormía, se acercó a ella con un gesto de desaprobación.
—¡Despierta! —gritó con firmeza.
El despertar de Celeste fue inusual. Aún adormecida, respondió con torpeza.
—4x2 son... ¡madre mía! —dijo, volviendo a la realidad de forma hilarante.
Sus palabras provocaron risas entre los compañeros, incluso Thomoe no pudo evitar sonreír.
—¡Qué guapo está! Perdón, ¿quién es usted? —exclamó Celeste, mostrando su fascinación.
Mónica, dándose cuenta de la incomodidad, susurró a Celeste.
—Celes, cállate.
Thomoe, sorprendido, preguntó:
—¿Desde cuándo la respuesta es «madre mía»?
Un ligero rubor se apoderó de las mejillas de Celeste.
—Soy Thomoe, tu nuevo profesor de aritmética —afirmó.
—Ho —respondió Celeste, coqueta y dulce, dejando claro su interés.
«Creo que hace calor», pensó Thomoe, imaginando sus labios rozando los de ella.
La situación se volvía embarazosa, pero antes de que pudieran continuar, Thomoe decidió retomar el control de la clase.
—Señorita, siéntese correctamente para comenzar la clase.
Se dio la vuelta y se dirigió al pizarrón, comenzando a escribir su nombre.
—Amiga, tus babas —dijo Mónica, notando la fascinación de su amiga.
—La aritmética se ha convertido en mi nueva clase favorita —respondió Celeste, mordiendo su labio y observando a Thomoe con deseo.
—Sí, piensas como todas las demás en este salón, que fingen prestar atención —murmuró Mónica, con sarcasmo, mientras las demás chicas seguían fingiendo tomar notas, pero sus miradas se perdían en la figura cautivadora de quien escribía en el pizarrón.